lunes, 28 de octubre de 2013

WHEN THE LEAVES COME FALLING DOWN



 When the leaves come falling down in September, in the rain
When the leaves come falling down
(Van Morrison)


Caen las hojas desnudando el feo esqueleto de las cosas, la verdad última que en otros momentos queda oculta tras velos de mil colores, texturas y formas. Pero ahora, como la lluvia en septiembre, golpea tu rostro el viejo sumatorio de anhelos incumplidos, ausencias permanentes, frustraciones sobrevenidas. Se hace más pesado el recuerdo de aquella niña de ojos brillantes que jamás cruzó la plaza donde a diario esperabas verla pasar, ni compartió contigo un café aquella tarde de septiembre cerca del puerto. Es más gris el lienzo que absorbe carencias, decepciones añejas. Duele más el aguijón en la carne, esa espinita en el corazón que vino para quedarse, “esa cosa que te quita la alegría”. En esos instantes otoñales del alma cualquiera de nosotros puede escribir con Neruda los versos más tristes esta noche.

 El cielo metálico, gris, muy alto.
Las olas revientan en la fachada.
El viento zarandea las gaviotas,
Descuelga a golpes las contraventanas
Y a través de las rotas cristaleras
Acuchilla de frío las estancias.
La casa está a la intemperie.

Cualquiera podría tomarse unas copas de autocompasión lastimera acodado en la barra de un bar, entregarse en brazos de la amargura -esa forma de resentimiento contra la vida que se nos revela injusta-, pasar de la autocompasión amarga a la amargura autocompasiva en un viaje cetrino de ida y vuelta, en una pendiente resbaladiza que desemboca en el vertedero del alma, vertida ésta en el estiércol del desánimo, victoria cruel de todos los aguijones que en el mundo han sido. But …

Tanmateix … Merece la pena explorar un camino distinto que no pretende engañar a nadie ni despertar falsas esperanzas porque el aguijón sigue ahí y se queda, pero es atractivo porque promete fruto, provecho, creatividad, cuando es transitado de la mano de Dios. El apóstol Pablo lo experimentó en primera persona del lado del aguijón -una bofetada a su orgullo- y del lado de la provisión de Dios en respuesta a su clamor: “Tres veces he rogado al Señor, que lo quité de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2ªCor.12,8-10).

“Bástate mi gracia”. Gracia para soportar. ¿Sólo eso? ¿Nada más? Cuando se trata del aguijón que vino para quedarse no es poca cosa. Gracia suficiente que permite vivir a diario con la herida abierta pero sin desangrase, seguir caminando sin levantar cabeza pero sin bajarla tampoco (Gabriel Celaya). Soportar para dar un paso más, día tras día. Un milagro en definitiva, poco espectacular pero poderoso, eficaz.

La victoria está en Jesús,
Sólo tienes que saber
Que aunque pases malos tiempos,
Donde el mundo se destruye,
 y aunque estés pasando pruebas,
el Señor te ayudará,
te dará una salida
para poder soportar;
extenderá su mano amiga,
te dirá por dónde andar,
multiplicará tus fuerzas,
y te consolará. (Caliu)

“Bástate mi gracia”. Gracia para ser paciente. ¿Sólo eso? ¿Nada más? No es poca cosa aceptar la realidad sin ira ni rencor, hacia nada ni nadie, tampoco hacia Dios. También es un milagro, modesto pero poderoso, convivir a diario con el aguijón sin desesperar, sostenido por una paciencia que no es meramente la actitud inevitable del que tiene que “resignarse”, una paciencia que tiene su origen en Dios, que nos alcanza como un regalo del Espíritu (Gál.5,22). Esa paciencia no nos hace ciegos al aguijón pero nos permite vivir con sosiego en medio del quebranto.

“Bástate mi gracia”. Gracia para ser transformado en la semejanza del carácter de Jesús. ¿Sólo eso? ¿Nada más? ¡Nada menos! La paciencia de lo alto es un cimiento sólido sobre el que se levantan otras virtudes y se edifica así un carácter maduro según el modelo de Cristo, quien “por lo que padeció aprendió (obediencia)” (Heb.5,8). “Si vienen aflicciones a nuestras vidas, podemos regocijarnos también en ellas, porque nos enseñan a tener paciencia; y la paciencia engendra en nosotros fortaleza de carácter y nos ayuda a confiar cada vez más en Dios, hasta que nuestra esperanza y nuestra fe sean fuertes y constantes. Entonces podremos mantener la frente en alto en cualquier circunstancia, sabiendo que todo irá bien, pues conocemos la ternura del amor de Dios hacia nosotros, y sentiremos su calor dondequiera que estemos, porque El nos ha dado el Espíritu Santo para que llene nuestros corazones de su amor.” (Rom.5,3-5; Paráfrasis: “La Biblia al día”). “Amados hermanos, ¿están ustedes afrontando muchas dificultades y tentaciones? ¡Alégrense, porque la paciencia crece mejor cuando el camino es escabroso! ¡Déjenla crecer! ¡No huyan de los problemas! Porque cuando la paciencia alcanza su máximo desarrollo, uno queda firme de carácter, perfecto, cabal, capaz de afrontar cualquier circunstancia.” (Stg.1,2-4; Paráfrasis: “La Biblia al día”). El propósito del Padre para nosotros en esta vida es “que seamos hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Rom.8,29) y es desde esta perspectiva que cobra verdadero significado la promesa  divina de “que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom.8,28). En ese proceso el aguijón que nos acompaña resulta de especial provecho si de la mano de Dios “me sobrepaso a mí mismo para volver a mí mismo mejor realizado”[1] como el viejo olmo machadiano.

“Bástate mi gracia”. Gracia para crecer en intimidad con Dios. ¿Sólo eso? ¿Nada más? Nada es mejor. El dolor del aguijón trae una lucidez inigualable. La primera verdad que alumbra es la miseria terrible del propio orgullo que necesita ser quebrado. Pero ilumina también el amor de Dios a pesar de que permita el aguijón y la posibilidad de convertir ese dolor en estímulo para descubrir con más intensidad la cercanía del Dios de amor de una manera nueva, brillante, cautivadora, plena. Sólo en esa perspectiva puedes atreverte a orar, con temor y temblor: “Señor, preferiría que me lo quitaras [el aguijón], pero no antes de que cumplas todos los propósitos por los que lo permites.”[2]
 
Nada te turbe;
nada te espante.
Todo se pasa;
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.    (Teresa de Jesús)






[1] Carlos Díaz: Del Hay al Doy. Salamanca: Editorial San Esteban, 2013. Pg. 24.
[2] R.T. Kendall: El aguijón en la carne. Miami, Florida: Editorial Vida, 2006. Pg. 4.