viernes, 13 de diciembre de 2013

MANUALES DE AUTOAYUDA: ¿MASTURBACIÓN EN CHÁNDAL?



Existe en mi opinión una forma de concebir la autoayuda, omnipresente en librerías de aeropuerto y comercios del ramo, que puede definirse como un ejercicio de masturbación en chándal.


1. Decía Woody Allen en su buena época que masturbarse le parecía una práctica respetable porque supone proporcionar placer a alguien a quien se ama mucho, a uno mismo. Me recuerda al protagonista despechado de una película que recriminaba a la novia que le había abandonado: “Te quiero mucho y sé que tú sientes lo mismo: tú también te quieres mucho”. Esto nos pasa, que nos queremos mucho, cada uno a sí mismo; por eso la autoayuda se entiende a menudo como una práctica onanista, un volverse sobre uno mismo para mirarse el ombligo o un poco más abajo, pretendiendo salir del pozo de las crisis tirándose hacia arriba de la coleta, como hacía el barón Münchhausen. Este es su mayor error y la razón de su fracaso: pretende que cada persona crezca de espaldas a las demás personas cuando en realidad sólo podemos ser plenamente personas si somos en relación, entre personas; cualquier vía de humanización personal que ignore al otro nos despersonaliza, nos deshumaniza.

Esa concepción mezquina de la autoayuda es una reedición postmoderna del viejo: “sálvese quien pueda” - y como pueda, cabría añadir. Su himno podría ser algo así como: “masturbémonos todos, en la lucha final”, porque parte del individuo mismo, apunta a sí mismo como meta y aspira a recorrer el camino por uno mismo. La autoayuda así entendida es puro reflejo del individualismo agresivo de nuestro tiempo. Si no fuera además tan inculto se diría heredero del viejo anarquismo individualista de Stirner en El Único y su propiedad (1845): “¡Cada uno es para sí mismo el prójimo! (…); mi prójimo, como todos los demás seres, es un objeto por el cual tengo o no tengo simpatía, un objeto que me interesa o que no me interesa, que puedo o no puedo utilizar.” No vivimos en la era de Acuario sino en la era de Narciso, encantado de conocerse, enamorado de sí mismo al punto de morir ahogado por embelesamiento. Narciso ha devaluado la ética en estética y ésta en dietética, ocupado en su propio bienestar a falta de mejor objeto al que dedicarse.[1] ¡”Ciencia del bienestar”, llaman algunos a la autoayuda! Semejante fascinación por uno mismo sólo puede producir un menosprecio del otro, reducido a instrumento en forzado favor del yo, cuando no percibido directamente como estorbo: “El infierno son los otros” (Jean-Paul Sartre).

Esa autoayuda egoísta ignora, repetimos, que sólo nos descubrimos a nosotros mismos en el encuentro con los otros, que el yo existe solamente en el “entre” de la relación yo-tú, que sólo la apertura al tú posibilita el reconocimiento del yo. No hay autoayuda sin apertura al tú y no hay crecimiento personal sin encuentro con el tú. El narcisismo empeñado en reducir al otro a cosa, un “ello” con precio pero sin valor, ignora que al privarse de un tú, él mismo se cosifica, aborta su crecimiento como persona, a merced de un espíritu pequeño-burgués que produce personas débiles y sociedades enfermas en las que todos “se piden” el papel de víctimas porque no quieren ser responsables de nada[2]. No es de extrañar que hasta el concepto de “resiliencia”[3] resulte extraño en nuestros días, como incómodos sus parientes menores: resistencia o valentía. Ser “hombre maduro”[4] (Romano Guardini), es decir, resistir las dificultades, superarlas creciendo personalmente en medio de las crisis se antoja un imposible para Narciso, cuyo único esfuerzo aceptado son los ejercicios del gimnasio. La auténtica resiliencia, “convertir el sufrimiento en una fuente de riqueza para su vida y para los otros”[5], es una propuesta tan incomprensible para los oídos de Narciso como sería pedirle a Paris Hilton que renunciara dos horas a su tarjeta de crédito.


2. La modalidad de autoayuda que criticamos semeja un ejercicio de masturbación “en chándal” porque se inspira en una antropología de andar por casa, con muy pobre andamiaje teórico y con una mirada “de tejas abajo” de espaldas a la trascendencia. Se nutre de tópicos de la wikipedia, no aspira a transformar el mundo sino a protegerse de él, cerrado al tú. Cualquier antología del refranero popular tiene más solidez reflexiva que algunos libros de éxito sobre autoayuda; somos herederos de una larga tradición de reflexiones morales (baste recordar los aforismos estoicos de Séneca o Marco Aurelio) pero muchos se dejan hoy deslumbrar por frasecitas ingeniosas, pálidos reflejo de aquellos.

Esa autoayuda de moda se cierra a la espiritualidad, la trascendencia o, peor aún, la reduce a un encuentro virtual con echadores de cartas frente al televisor, con un bastoncito de incienso quemando al lado. Ya lo advirtió Georges Bernanos: “un sacerdote menos, mil pitonisas más”. La apertura a la trascendencia, cuando se contempla, se reduce a un ejercicio individualista a la búsqueda de sensaciones esotéricas cuando no sexotéricas, habida cuenta del programa de algunas escuelas de “espiritualidad alternativa”.

A ese debilitamiento del espíritu oponemos una propuesta de plenificación del yo por medio del encuentro con el tú, y todos abiertos al Tú cuyo ejemplo de apertura dadivosa en Jesús de Nazaret inspira el mejor modelo para el desarrollo humano y lo hace posible. No hay autoayuda más saludable que la apertura y el encuentro con este Tú, a cuya imagen y semejanza fuimos creados. Él es “el verdadero Tú de mi verdadero yo” (Ferdinand Ebner). Esa es la propuesta del personalismo comunitario de raíz cristiana: una relación personal con Dios, una relación cálida sostenida por Su amor gratuito en Jesús de Nazaret y, desde Él, con nuestros semejantes; una relación que se expresa en la fórmula: “soy amado, luego existo”[6].


Presentación del libro “La personalidad resiliente”, de Lidia Martín. Madrid, 10 de Diciembre de 2013.




[1] Carlos Díaz: De ilustrados a Narcisos. Madrid: PPC, 2013.
[2] Lidia Martín: La personalidad resiliente. Madrid: Editorial Síntesis, 2013. Pg. 109.
[3] “El término ‘resiliencia’ se refiere en ingeniería a la capacidad de un material para volver a alcanzar su forma inicial después de soportar una presión que lo deforme y por analogía se extiende a la capacidad de una persona o grupo para volver a su estado previo a pesar de las dificultades vividas, e incluso tras [sic] salir fortalecido por la superación de la prueba.” Carlos Díaz: Valores y logoterapia. México: La Impresora, 2013. Pg. 133.
[4] “Comprende que en la vida no existe lo inmediatamente infinito, que hay límites por doquier, que en todo hay un final, que las insuficiencias son generales. La verdadera ‘infinitud’ no reside en lo cuantitativo, sino en la entrega, en la autosuperación por un propósito absoluto: una cosa, la persona amada, una idea. Asume que tampoco existe la originalidad siempre nueva, sino que en el entorno inmediato todo se gasta, que el frescor que busca tiene que estar en otra parte, en una trascendencia. Si esto sucede, entonces comienza la figura vital del ‘hombre maduro’, que asume los límites, insuficiencias y miseria de la existencia. Pero eso no significa que qdé por bueno lo malo, ruin e inauténtico; que retoque y maquille el inmenso desorden de la existencia, el sufrimiento, la falta de salidas; que dé por rico lo mísero; por auténtica la apariencia, y por plenitud lo vacío. Todo esto se conoce y se asume en el sentido de que es así y de que hay que arreglarse con ello. Tampoco abandona el trabajo, sino que lo continúa cumpliendo con las obligaciones que ha asumido, con las exigencias que le plantean la familia, la profesión, la comunidad. Y lo hace con fidelidad y exactitud, como antes, a pesar de todos los fracasos, porque el sentido de su vida está en él mismo. Aporta su esfuerzo para poner orden y ayudar una y otra vez, porque él sabe que, aunque el hombre hace constantemente cosas aparentemente inútiles, se dan en él impulsos no controlables en cada caso concreto, que mantienen la existencia humana tan profundamente amenazada. En esta actitud hay una gran disciplina y renuncia. Un coraje, que no tiene tanto de osadía como de determinación. Y además, el importante elemento de la fidelidad y la paciencia con la vida. Se completa aquí lo que se llama carácter. Es a esta clase de personas a las que se confía la existencia. Precisamente porque ya no tienen la ilusión del gran éxito, del triunfo deslumbrante, pero sí la fuerza de la resistencia; son capaces de realizar lo que tiene vigencia y perduración. De esta naturaleza debería ser, especialmente, el verdadero político, el médico, el trabajador social o el educador en todas sus formas. Es el hombre soberano, capaz de dar garantía. Y tanto la suerte humana como la cultural de una época podría valorarse por la cantidad de personas de esta clase que se dan en ella, y por el influjo que tienen en la misma.” Romano Guardini: Ética. Madrid: B.A.C., 2006. In Carlos Díaz: Valores y logoterapia. Op. Cit. Pgs. 169-170.
[5] Lidia Martín: La personalidad resiliente. Op. Cit. Pg. 13.
[6] Carlos Díaz. Soy amado, luego existo. 4 volúmenes. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1999-2000.