lunes, 8 de junio de 2015

¿QUÉ MINISTROS SOMOS DEL EVANGELIO?



Una palabra inicial de ARREPENTIMIENTO. Pastores y ministros del Evangelio en general necesitamos preguntarnos por la naturaleza y el perfil de nuestro ministerio. No faltan mil y una sugerencias al respecto pero tal vez por ello con más urgencia, debemos mirarnos detenidamente en el espejo de Jesús, el Buen Pastor quien “su vida da por las ovejas” (Jn.10,11). Cuando éramos niños aprendimos a calcar de un original pasando el lápiz sobre una hoja de papel cebolla; no hay ministerio cristiano genuino que no resulte de reproducir el perfil del carácter y del vivir del Señor Jesucristo. Cuando lo hacemos y dejamos que el Espíritu Santo examine e ilumine nuestras vidas, el primer resultado es un sentir de quebrantamiento y arrepentimiento. ¡Qué fácilmente olvidamos nuestro Modelo!

MI RELOJ

Sobre la mesa mis intenciones, sobre tus manos mi temor
Sobre las cosas que me enseñaste, dame mas valor
Sobre millones de verdades, quiero oír tu voz

Unos se cuelgan las medallas de la experiencia, como si no tuvieran ya nada que hacer
Otros se ahogan con pequeñas diferencias, derramando ante el espejo la paciencia
Algunos oran que Jesús es el camino, pero se olvidan de salir a caminar
Y otros presumen de su fe y que bla, bla, bla, desde el momento en que dejaron de escuchar

Unos predican y luego cuentan corazones, convertidos ya por novena vez
Otros se empeñan intentando convencerte, que vales tanto como se escuche tu voz
Algunos oyen voces un día tras otro, en el mismo silencio que oyen los demás
Y otros que firman donde se lea bien su nombre, porque sus manos nadie las verá jamás

Y yo que a veces me sumerjo en la memoria, de todo aquello que al final no supe dar
Ahora se que mi reloj no estaba en hora, será mejor partir de cero que sumar.

Algunos miden la importancia de sus obras, por si un día las tienen que comparar
Otros te observan y al final te ponen nota, son los maestros con suspenso en amar
Algunos sirven como sirven los esclavos, deseando que les den la libertad
Y otros que van contando todo lo que han hecho, pero se vuelven si les toca preguntar

Y yo que a veces me sumerjo en la memoria, de todo aquello que al final no supe dar
Ahora se que mi reloj no estaba en hora, que mis palabras no llegaron a sonar
Y me deshago como espuma dando vueltas, me desvivo por volver a comenzar
Tu sabes que hace tiempo que perdí la cuenta, será mejor partir de cero que sumar

Sobre las cosas que me enseñaste, dame más valor
                                                                                                            Alfonso de Dios

Seguramente no hará falta partir de cero pero a buen seguro hay elementos básicos del ministerio cristiano que tienden a desdibujarse en medio de las prisas, las presiones y depresiones. Merece la pena, pues, considerar al menos unos pocos y considerarnos a nosotros mismos a la luz del modelo de Jesús y la enseñanza del Evangelio.

Como referencia general puede servirnos este análisis de Hechos cap. 20, que debemos a la reflexión de Richard Baxter, pastor inglés del siglo XVII:

a.     La tarea en general: “… sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas” (v.19).
b.     La obra en particular: “por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (v.28)
c.      La doctrina: “…acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (v.21)
d.     El lugar y la manera de enseñar: “… nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas” (v.20)
e.     La diligencia, seriedad y amor: “… de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (v.31)
f.      La fidelidad: “porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (v.27)
g.     La falta de interés propio y la abnegación por el Evangelio: “ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado: antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar a sí las palabras del Señor Jesús, que dijo: más bienaventurado es dar que recibir” (v.33-35)
h.     La paciencia y perseverancia: “pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús” (v.24)
i.       La oración: “… os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (v.32)
j.       La limpieza de conciencia: “por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos” (v.26)[1]


1. Ministerio enamorado. La fe en Jesús sólo puede vivirse como des-vivirse, como des-vestirse, renunciar a todo por Jesús y su voluntad. Tal proceso sólo es posible como fruto de un corazón enamorado: una persona comprometida es una persona prometida (enamorada) con alguien. La entrega genuina e ilimitada a una causa sólo es posible cuando anida en el corazón una pasión poderosa: “nada grande se hizo nunca sin una gran pasión” (Hegel).

Los apóstoles y discípulos de Jesús de todas las generaciones nos hablarían con sus vidas de un seguimiento apasionado del Señor motivado por el impacto del amor de Dios en sus vidas (2ªCor.5,15). Baste como ejemplo la figura del Conde Zinzendorf (s.XVIII) cuyo lema era: “Sólo tengo una pasión: Él y sólo Él”. Heredero del Pietismo del s.XVII, fue líder de los Hermanos Moravos, impulsor de las Misiones en Guayana, Islas Vírgenes, Suramérica, Africa, India y muchos otros países, a los que partían misioneros tan sólo con su pasaje de ida y lo equivalente a unos U$10 para cubrir sus gastos mientras organizaban el nuevo campo misionero; además, encontró tiempo para escribir, predicar y gobernar; escribía sobre todo de la pasión y el sufrimiento de Jesucristo a nuestro favor y para que la celebración de la mesa del Señor no fuera acompañada por canto rutinario, escribía nuevos himnos cada semana.

El amor a las personas puede agotarse, el amor al ministerio puede acabarse, pero “el alma enamorada” de Dios (S.Juan de la Cruz) jamás sufrirá decepción. Jesús pone ante nosotros una expectativa sublime: conocerle a Él, en un conocimiento transformador. Ese era el anhelo del apóstol Pablo (Filip.3,8-14). Y sólo ese conocimiento, ese “trato de amistad” (Teresa de Jesús) con el Señor, impulsa nuestros corazones en el ministerio al que nos llame, sin condiciones ni reservas.

El profeta Hageo llama al Mesías “el Deseado de todas las naciones” (2,7). La novia de Cantares llama a su prometido “deseado” (2,3), y su novio expresa su sentir por ella en términos de deseo. Este anhelo intenso aparece habitualmente en la Biblia como “celo”: Elías sentía un “vivo celo por Dios” (1ºR.19,10), y Pablo animaba a los gálatas a mostrar siempre “celo en lo bueno” (4,18). Si nuestro interés por Jesús (y no sólo sus favores) no va más allá de los tratados de cristología, si no hay un anhelo intenso, como el “bramar” de un ciervo sediento por el agua, si nuestras almas no tienen sed del Dios vivo (Sal.42,1-2), … tampoco nuestros ministerios irán muy lejos ni resistirán mucho tiempo la presión que ineludiblemente implican. Sólo de ese impulso enamorado, apasionado, brota un corazón rendido en servicio incondicional a Jesús:

Vuestra soy, para Vos nací

Vuestra soy, para Vos nací:
¿qué mandáis hacer de mí?

(….)

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes.
Vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?

(….)

Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad;
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué queréis hacer de mí?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí,
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis, dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Dadme, pues, sabiduría,
o, por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía.
Dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí y allí:
¿qué mandáis hacer de mí?

Si queréis que esté holgando
quiero por amor holgar;
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando:
decid dónde, cómo y cuándo,
decid dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?

(….)

Haga fruto o no lo haga,
esté callando o hablando,
muéstrame la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo Vos en mí vivid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací:
¿Qué mandáis hacer de mí?

Teresa de Jesús


2. Ministerio espiritual. ¡Cuántos profesionales atienden hoy con resultados notables a necesidades de las personas que hasta hace poco parecían propias del ministerio pastoral (¿coaching?)! Y qué fácil derivar el ministerio cristiano en esas direcciones. Y qué error. Dejemos al psicólogo que lo sea, al terapeuta que ejerza su labor, al especialista que ayude según sus habilidades. El ministerio cristiano es un ministerio espiritual, sobrenatural.

Rechacemos también la tentación del espectáculo, de lo aparatoso, lo grandilocuente que trae aplauso al hombre y niega la dependencia de Dios. Lo sobrenatural no tiene por qué ser espectacular pero evidencia la realidad de Dios que obra milagros “pequeñitos” en la vida de las personas. En esa dependencia del poder divino se cifra la esencia del ministerio cristiano (2ªCor.10,3-5; 1ªP.4,11)

¡Qué interesante el testimonio de Johann Christoph Blumhardt (1805-1880)! Pastor alemán, formado en la teología liberal, sufrió la decepción de no poder ayudar a una joven con problemas psico-físicos; después de varios años de fracasos se abrió a la posibilidad de que fuera un problema espiritual, demoníaco, y que hacía falta la intervención directa de Jesús. Aquella primera experiencia con la joven Gottliebin Dittus dio un giro a su entendimiento de su fe y del poder de Dios; mientras oraban le dijo a la joven: “Ora: ¡Señor Jesús, ayúdame! ¡Bastante tiempo hemos visto lo que saber hacer el diablo, pero ahora también queremos ver lo que puede hacer el Señor Jesús!”.  Blumhardt quiso ver la gloria de Dios a través de Jesús. La joven sanó y comenzó un tiempo de avivamiento: su comunidad en Möttlingen primero y después en Bad Boll (Würtemberg) fue epicentro de conversiones, sanidades y de una vivencia del evangelio que impactó en la sociedad. Su lema fue: “Jesús es Vencedor”

Dado que fácilmente caemos de un extremo a otro, recordamos también que la vida en el Espíritu, la verdad del poder de Dios, se discierne a la luz de la Palabra de Dios. La Escritura no es para el cristiano una mera “referencia”, es autoridad necesaria y suficiente. Todo y todos estamos sujetos al veredicto de la Escritura para toda acción, toda práctica, toda experiencia.

Somos enteramente dependientes del poder y la gracia de Dios. Esta, que es nuestra mayor debilidad ante cualquier profesional titulado es también nuestra mayor garantía de capacitación porque: “La voluntad de Dios no te llevará donde Su gracia no te puede sostener.” (Jim Elliot)


3. Ministerio precioso, … de precio.

Entre tanto viajero de primera clase por causa del Evangelio (?), recordamos que nuestro Modelo no tenía donde recostar su cabeza (Mt.8,20). Todos nosotros tenemos mucho más que Él, gracias a Él, pero no deberíamos perder la perspectiva de que somos “jornaleros del Evangelio” (Francis Arjona), dispuestos a pagar el precio inevitable del ministerio cristiano (2ªTim.1,8; 2,3; 2,10). Al fin y al cabo, seguimos a Alguien que “se pringó por nosotros” (J.L. Panete), que renunció a todo por nosotros, que lo perdió todo por nosotros (Filip.2,5-8). ¿Llamaron a Jesús hijo de Satanás y queremos que todos admiren nuestro ministerio? “Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mt.10,25). Si miramos a los “triunfadores” nos ganará el desaliento pero si miramos al Crucificado podremos mantener la perspectiva ministerial correcta con el ánimo necesario.

Entre los héroes de la fe (Heb.11) hallamos algunos que “evitaron filo de espada” (v.34) mientras que otros, en cambio, fueron “muertos a filo de espada” (v.37). Más llamativo aún: sabemos quiénes son los que “triunfaron” (v.32) pero de los que sufrieron y murieron no nos llega ni aún sus nombres, siquiera como un mínimo homenaje. Tal contradicción sólo se comprende a la luz del llamado a ser sepultado (Rom.6,4), crucificado (Gál.2,20) por Cristo y en Cristo. Habiendo muerto, ¿qué más da “triunfar” o “fracasar”, ser reconocido o quedar en el anonimato? El Señor mismo debe ser nuestra única garantía, nuestra única seguridad: “El que sabe que sirve a un Dios que nunca dejará que salga perdiendo por su causa no ha de temer los riesgos tomados en ella.”[2]

Que más allá de todo motivo de desaliento prevalezca la invitación del Señor, a través de su siervo Pablo: “cumple tu ministerio” (2ªTim.4,5b). Es una invitación especialmente valiosa porque nos llega de un siervo de Dios, anciano, sólo, preso, cercano a la muerte, quien, sin embargo, mantenía viva la pasión por su Señor y, por causa de Él, por el ministerio.


4. Ministerio edificador/liberador. Las personas no nos pertenecen, no son de nuestra propiedad; la meta no es que nuestro ministerio prospere sino que el reino de Dios se extienda en la vida de los hijos de Dios. No hay lugar para paternalismos ni delirios de grandeza porque la tarea que nos ha encomendado el (único y suficiente) Señor de la iglesia es “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Ef.4,12), acompañarles en su propio proceso de madurez “a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col.1,28).

Así entendido, el ministerio respecto de las personas consiste en ayudarlas a ser cada vez más dependientes de Dios y menos dependientes de nosotros mismos. No estamos llamados a cultivar admiradores ni menos aún adeptos o seguidores. Ser de Pablo o de Apolos o de Pedro es pecado; y fomentar esas actitudes también es pecado. Nuestro galardón es ver cómo las personas que ministramos crecen, maduran en santidad y en su propia intimidad con el Señor, nutridas en alguna medida por nuestra labor: “sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazón” (2ªCor.3,3)

¿Y de la autoridad? Lamentablemente en ocasiones los ministros del Evangelio ceden a la tentación de querer “cobrar” de algún modo su labor en términos de poder, dominio. “Auctoritas” tiene que ver en última instancia con una práctica de servicio, mientras que “potestas” apunta al mando. ¿Quién manda? Cristo. ¿Quién sirve? Nosotros. Olvidar esa ecuación sólo traerá confusión y dolor al pueblo de Dios y sus ministros (Mt.20,25-28).


5. Ministerio retador. “El acontecimiento será nuestro maestro interior” (E. Mounier). Porque el ministerio pastoral se realiza a ras de suelo, respondiendo a las circunstancias concretas que rodean a las personas, hay que señalar precisamente en este tiempo un nuevo y numeroso grupo humano que requiere atención pastoral preferente: la “plataforma de afectados por la caída del espíritu pequeño-burgués de la clase media”. La Iglesia de Jesucristo en Occidente sufre en buena medida esa “moderación respetable tan alejada de la locura del Cristo crucificado” (Kierkegaard), el espejismo de un cristianismo incoloro, inodoro e insípido. Las consecuencias de todo tipo que la crisis económica ha descargado sobre el apocado espíritu pequeño-burgués de la clase media, suponen un nuevo desafío y una nueva oportunidad para un ministerio pastoral que se quiera a sí mismo fiel al Evangelio de Jesucristo, que se atreva a desenmascarar la mentira de un cristianismo barato, a restaurar en el alma de los cristianos el precio de ser discípulos de Jesús, el desapego de los valores del mundo, vivir en Cristo y para Cristo, no para nosotros (2ªCor.5,15). De esta forma, las amenazas de la crisis se convierten en oportunidades de regeneración de la Iglesia de Jesucristo, única manera de que aporte un mensaje (encarnado) relevante para este generación que de la crisis sólo ve su aspecto dramático.

Las exigencias internas de la vida comunitaria de la iglesia pueden absorber fácilmente el tiempo, la atención, y robar la perspectiva del ministerio pastoral así como de la misión de la iglesia que, según la voluntad de su Señor Jesucristo, consiste en: “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc.24,47). Reducir la iglesia a un fin en sí mismo y procurar su autosatisfacción en sus actividades es pervertir su naturaleza de instrumento de bendición para el mundo, anunciando y encarnando el mensaje de salvación y reconciliación de los hombres con Dios por medio de la cruz de Jesucristo. El pastor es el primer responsable de mantener la visión de la iglesia centrada en su verdadera misión, haciendo que su propio ministerio responda a esa perspectiva.


Una palabra final de ALIENTO.

Algunos de nosotros no podemos presentar un curriculum ministerial impoluto. Hemos sido usados por Dios para traer bendición a algunas personas pero hay otras a quienes hemos decepcionado. Cualquier reflexión sobre el ministerio cristiano deviene en motivo de desaliento a cualquier siervo consciente de sus muchas limitaciones salvo que, como el apóstol Pablo, diluya su insuficiencia en la perfecta suficiencia divina: “nuestra competencia proviene de Dios” (2ªCor.2,16; 3,5).

Esa perspectiva esperanzadora nos permite servir al Señor con alegría siempre, pese a todo (Sal.100,2;  Heb.13,17; 1ªP.5,2). “Nuestro gozo es un gozo asediado, pero siempre será impertérrito por el triunfo de Cristo. Y nuestro gozo es un gozo lleno de lágrimas, pero nuestras lágrimas son las lágrimas de gozo centrado en Dios …. La paz y la satisfacción de nuestras almas doloridas (…), no se derivan de las ventajas de la excelencia profesional, sino de los deleites de la comunión espiritual con el Cristo crucificado y resucitado.”[3] Él es la meta, Él es la recompensa.


Emmanuel Buch
Madrid, Junio 2.015

 Conferencia presentada en el Encuentro nacional de pastores de la Iglesia Evangélica Cuadrangular. Guadarrama, 6 de junio de 2.015


[1] Richard Baxter: El pastor renovado. Edimburgo: El Estandarte de la Verdad, 2009. Pgs. 202-203.
[2] Richard Baxter: El pastor renovado. Op. Cit. Pg. 204.
[3] John Piper: Hermanos, no somos profesionales. Terrassa: Editorial Clie, 2010. Pg. 13.