jueves, 1 de diciembre de 2016

FA VINT ANYS QUE TINC VINT ANYS ....i aviat vint anys més

Para Jesús Millán,
compañero del alma, compañero.


He cumplido cincuenta y ocho años. Mi cabeza conserva todo el cabello, sin apenas canas. Eso sí, he perdido vista al punto que sin gafas soy prácticamente un topo, padezco una sordera nada incipiente, una dentadura arrasada por el “bruxismo”, modesta hernia de hiato, problemas de cervicales, niveles amenazantes de colesterol, alguna alergia y el cartílago de una rodilla en estado agónico.

¿Qué me cabe esperar? No hace falta ser profeta para anticipar que el futuro vendrá acompañado de un deterioro progresivo, a menos que una enfermedad cruel acelere el proceso.

Con todo, ahora me preocupa más otra cuestión: ¿Qué queda atrás? En otras palabras, ¿Para qué he vivido? ¿De qué me ha servido? ¿Qué ha resultado? ¿Cuál es el balance? ….

Pero, ¿Según quién? ¿Según yo mismo? ¿Según mi esposa o mis hijos? ¿Según las iglesias y las personas a las que he servido –no sólo por las que he trabajado? ….

¿Según Dios? ¿Le pregunto a Dios? ¿Me atrevo? ¿Me asusta? ¿Resultaría un balance más amable que el de otros, o infinitamente más desolador?

¿Y si la evaluación que Dios hace no dependiera del resultado, de una calificación al final del camino, sino del proceso vivido y que me vive? ¿Y si, como Abraham, llevo dentro de mí la tierra prometida?[1] ¿Y si acaso lo que yo considero sólo un trayecto recorrido con los ojos puestos en la meta, para Dios fuera la verdadera meta? ¿Y si más allá de opiniones humanas, de corrillos de comentarios favorables o críticos, más allá de todo ruido o aplauso humanos, lo que glorifica a Dios es el proceso, no el resultado? ¿Y si este que soy, pese a que aún no soy del todo yo (Joan Bautista Humet), lo soy por la gracia de Dios (1ªCor.15,10)? ¿Y si es (sólo) por Su gracia que soy aprobado pese a cualquier juicio de otro, aún del más despiadado que es mi propio juicio (1ªCor.4,3-5)? ¿Y si al atardecer de la vida fuera examinado en el amor (San Juan de la Cruz), si fuera examinado sólo por el amor de Dios manifestado en su Hijo Jesús?

 

[1] “Caminó Abraham hasta su muerte / sin saber a dónde iba / en busca de la Tierra Prometida. / Y llevaba consigo a cuestas / la Tierra Prometida …” Francisco Loidi: Mar Rojo. Bilbao: Desclee de Brouwer, 1980. Pg. 12-13. Mi amiga Ally Barnreuther me advierte que O. Chambers escribe en el mismo sentido: cfr. Oswald Chambers: En pos de los supremo. 28 Julio. Varias ediciones.