miércoles, 25 de abril de 2018

MATRIMONIO CRISTIANO: un misterio que se desvela como ministerio de amor

“Nadie es indiferente al amor”
Gloria Bioque


Presentar el matrimonio cristiano en un molde único, con roles y jerarquías únicas, como el único modelo aprobado por Dios, sólo trae frustración y sufrimiento a muchos matrimonios, forzados a encajar en un esquema que no pueden reproducir y que no tienen por qué reproducir.[1] En lugar de una fórmula cerrada, la Palabra de Dios nos ofrece excelentes mimbres con los que construir creativamente cada matrimonio en singular. Mencionamos algunos de estos mimbres, a partir de la definición de matrimonio como “misterio que se desvela como ministerio de amor”.


1. MISTERIO. Una manera de reconocer la elevada dignidad del matrimonio es señalarlo como “misterio”. Las realidades vitales más hondas del ser humano como el nacimiento, el amor, o la muerte, las llamamos “misterios” porque nos implican en todas las dimensiones de nuestro ser, nos envuelven, y no se pueden solucionar por medio de una técnica u otra.[2] Un problema se resuelve pero un misterio nos absorbe. En este sentido, el matrimonio es un misterio (Ef.5,31-32). Podemos expresar lo mismo diciendo que el matrimonio es un “tabú”. El tabú tiene a menudo un sentido peyorativo como prejuicio, pero también tiene un sentido positivo, como respeto absoluto de principios y realidades que no se pueden tocar porque son las vigas maestras donde descansa la solidez de la sociedad entera y son por tanto sagradas: el respeto a la vida, la dignidad humana, la igualdad de derechos de todas las personas, etc. Si rompemos esos tabúes, la sociedad se deshumaniza. En este sentido, el matrimonio es un tabú.

1.1. Honroso. “Tened todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal” (Heb.13,4). El matrimonio es una relación única y exclusiva de intimidad, tal como enseña Cantares con la imagen del “huerto cerrado” (4,12): “una renuncia a conocer de forma íntima a otras personas.”[3] La exhortación de Jesús a los cónyuges: “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mt.19,6) no es una frase ingeniosa para la ceremonia nupcial; si uno de los cónyuges o una tercera persona atenta contra esa unión, bien podemos decir que comete “sacrilegio” contra una unión que para Dios es sagrada.

1.2. Diseñado por Dios. El matrimonio no es una institución humana; pertenece al orden de la creación, antes del pecado, y responde a la voluntad ideal de Dios (Gén.2,24) como la unión de un hombre y una mujer, para compartir un mismo proyecto de vida, con vocación de permanencia. En otras palabras: “Génesis 2,24 implica que la unión matrimonial es exclusiva (‘el hombre … su mujer’), de reconocimiento público (´dejará … a su padre y a su madre’), permanente (‘se unirá a su mujer’) y se consuma en la relación sexual (‘serán una sola carne’).”[4]

1.3. Misterio creativo. A menudo se presenta el matrimonio como una relación estándar: la unión complementaria de dos personas incompletas, en la que las características masculina y femenina están fijadas, los roles claramente repartidos, y la jerarquía firmemente establecida. La experiencia muestra que del énfasis en la jerarquía nacen relaciones como luchas de poder; sean de forma grosera, o con apariencia de santidad, el resultado siempre deja vencedores y vencidos. En cambio, del énfasis en el respeto nacen relaciones creativas de cooperación, y el matrimonio resulta en una “poligamia en serie”[5], una poligamia monogámica porque matrimonio y cónyuges están en permanente transformación. En ese proceso siempre inacabado, el matrimonio resulta “un viaje común de mutuo crecimiento en un proceso de desarrollo.”[6]

En cierto sentido, cada matrimonio es igual que todos pero, a la vez, cada matrimonio es una creación única en la historia de la humanidad. El matrimonio maduro no se construye como una relación egoísta, ni reivindicativa, ni aún paralela, sino entrelazada: “dos vidas enlazadas en una danza”[7]: una relación dinámica en la que prevalece el encuentro, el “nosotros”, donde se comparten funciones, trabajando hombro a hombro, nunca deudores de protocolos ni reglamentos.


2. MINISTERIO. El matrimonio cristiano es una realidad sobrenatural: nace de la voluntad perfecta del Padre, se hace comprensible en el modelo del Cristo crucificado, y se hace (imperfectamente) posible por el poder del Espíritu Santo. Todos los matrimonios de la Biblia fueron imperfectos; todos los matrimonios presentes son imperfectos; pero hay una expectativa caragada de esperanza para todo matrimonio vivido en la voluntad de Dios y con los recursos de la gracia de Dios.

2.1. Glorificar a Dios. “… a fin de que seamos para alabanza de su gloria” (Ef.1,12).  En último sentido, las promesas matrimoniales no se hacen al cónyuge; se hacen a Dios, respecto del cónyuge. Es con Dios con quien cada cónyuge se compromete en primera instancia; es a Dios a quien debe agradar y honrar primeramente en la vida conyugal. Dios también se compromete con los cónyuges para proveerles de los ilimitados recursos de su gracia. Por eso, el consejo esencial para los cónyuges de un matrimonio cristiano es: honra a Dios con tus aportes cotidianos a tu matrimonio. En otras palabras: “Ame a Jesucristo más que lo que ama a su cónyuge, y de esa manera ustedes se amarán el uno al otro más de lo que de otra manera se amarían.[8]

2.2. Ministrar al otro. Ministerio asimétrico. Para referirnos al misterio, no valen conceptos, necesitamos metáforas.[9] Cuando la Biblia enseña acerca del misterio del matrimonio tal como fue diseñado en la voluntad de Dios, lo compara a un Pacto, una Alianza. En términos sociales el matrimonio es un pacto simétrico entre un hombre y una mujer más o menos igual de atractivos, de ricos, o de sanos, cuya falta de equilibrio justifica su ruptura. Sin embargo, el matrimonio cristiano está basado en el modo en que Dios hace las Alianzas: un pacto asimétrico basado en su fidelidad incondicional, una actitud que se resume en la palabra “gracia” (Rom.5,8)

Dios hizo un pacto con Israel y aun cuando Israel menospreció su parte, Él siempre fue fiel al pacto. Dios ha hecho un pacto con todos los hombres en Jesucristo y aún cuando éstos son inconstantes, Dios sigue siendo fiel al pacto. Aun cuando la iglesia, esposa de Jesús, es rebelde, Jesucristo permanece fiel. “Cristo ve en la imperfecta, orgullosa, fanática o tibia Iglesia terrena a la Esposa que un día estará ‘sin mancha ni arruga’, y se esfuerza para que llegue a ser (…).”[10] Jesús enseña amar con un amor que no mide si da más de lo que recibe. Jesús enseña que no se ama esperando recompensa, sino que “amar” es la recompensa. Jesús encarna ese amor gratuito desde la cruz, dando su vida por todos los seres humanos como si fueran diamantes cuando en realidad eran enemigos (Rom.5,8-10).  Aunque la expresión está tomada de otro contexto, bien puede ilustrarse el matrimonio cristiano como una “donación nupcial desinteresada”[11].

2.3. Crecer en el carácter de Cristo. El propósito de Dios para sus hijos en esta vida es conformarles a la semejanza de Jesús. Y (sólo) en ese sentido es que “todas las cosas ayudan a bien” (Rom.8,28-29). Desde esa perspectiva el matrimonio ofrece un ámbito único para experimentar el crecimiento en el carácter del nuevo hombre en Cristo, con sus frutos de amor. “¿Quieres ser feliz o quieres ser mejor? ¿Quieres ser feliz o quieres parecerte más a Jesús?” Las tensiones en el matrimonio pueden ser una oportunidad para crecer en madurez personal y espiritual, para ejercer el principio bíblico según el cual: “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch.20,35). Así, cada vez que un cónyuge se vuelve a Dios para pedirle por el otro: “¡cámbiale!”, puede oírle responder: “¡cambia tú, …hazlo por mí!” Esta manera de amar sólo es posible bajo el impacto que produce en el corazón humano saberse amado de la misma manera por Jesús (2ªCor.5,14), sólo viviendo “en el Espíritu” (Ef.5,18), cuyo fruto es inestimable para la convivencia matrimonial: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, confianza mansedumbre, dominio propio (Gál.5,22-23).


3. AMOR. El matrimonio cristiano pertenece al ámbito del asombroso reino de Dios, al reino del amor, al reino del peculiar amor descrito en 1ª Corintios 13 que invita a entender la vida y vivirla como: “respuesta absoluta al amor absoluto como finalidad en sí misma”[12], un amor que se dice de muchas maneras:

3.1. Respeto. La etimología de la palabra “respeto” es muy sugerente: “El latín respectus deriva del verbo respicere, que significa ‘mirar atrás’, ‘mirar atentamente’, ‘remirar’. Respicere tiene la misma raíz que spectare, ver, mirar, contemplar. Evidentemente, nos encontramos en el universo de la mirada: spectaculum, es lo que se mira; respicio, sería miro atentamente; y respectus, el resultado de la mirada atenta.”[13] La esencia del respeto tiene que ver con una actitud ética que se expresa como mirada atenta, respetuosa. La palabra “miramiento” puede servir como fiel sinónimo de respeto. En sentido distinto, “apartar la mirada” significa indiferencia hacia el otro; y una mirada celosa implica posesión y consumo. En todos los casos se pone de manifiesto, positiva o negativamente, la significación ético-moral de toda mirada. “El movimiento del respeto es un acercarse que guarda la distancia, una aproximación que se mantiene a distancia. (…) sólo con la aproximación percibo su singularidad [de las personas, de las situaciones y de las cosas]; sólo con el acercamiento percibo su valor: al acercarme, todo crece, y no sólo de tamaño, pues la ‘grandeza’ que puedo llegar a percibir en alguien nada tiene que ver con su altura ni con su volumen.”[14] Por eso, la mirada respetuosa siempre es humilde: “Ver las cosas desde abajo, o de cerca, no por encima del hombro ni simplemente como encajes de un conjunto indistinto … ver a cada uno de los seres en su singularidad, ésta es la aportación epistemológica de la humildad”[15]

3.2. Responsabilidad. La mirada atenta descubre al semejante como “vulnerabilidad extrema” (E. Lévinas). Su sola presencia nos re-clama, como Job a sus amigos: “¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí!” (19,21). Su rostro ante mí me exige: “favorézcame”, “cuando me mires, compadécete de mí”. Su ruego nos obliga, se convierte en “exigencia de auxilio”[16], en mi responsabilidad: debo “hacerme cargo” de él. La palabra “responsabilidad” proviene del latín “responsum”, que es una forma de ser considerado sujeto de una deuda u obligación y que es tan cercana a la palabra “responder”. Se trata de deponer la soberanía por parte del yo, sustituida por un ser-para-el-otro.[17] El otro tiene prioridad sobre mí porque el otro es mi responsabilidad.

Por esto, el matrimonio es responsabilidad de ambos cónyuges; marido y mujer deben responder responsablemente el uno por el otro y ambos por su matrimonio, no faltando ninguno del timón conyugal. Ese timón no le pertenece a uno u otro, es una responsabilidad compartida a la que ninguno le es dado desertar.

3.3. Renuncia. “No busca lo suyo”. La convivencia matrimonial demuestra que los aspectos del otro que dificultan la relación no están ahí porque no los quiera cambiar sino porque no puede hacerlo. ¿Cómo abordar esa realidad? Viviendo el amor conyugal como un ministerio al modo del amor ministerial de Cristo por su iglesia, una manera de amar ilustrada con trazos gruesos por el amor ministerial de Oseas por su esposa: un amor que ni aún el mayor desamor pudo apagar.

Oseas se casó con Gomer, que le dio dos hijos y una hija, a los que puso nombres simbólicos, advirtiendo del juicio de Dios contra su pueblo. Gomer abandonó a Oseas por un amante, participó de las orgías que se ofrecían a dioses como Baal y Astarot, y terminó en esclavitud. El poema de 2,4-25 es uno de los más bellos del Antiguo Testamento: “poema del amor malparado y vivo a pesar de todo; apasionado, dolorido, pero fuerte para vencer el desvío y recobrar a la infiel.”[18] Ese poema resume las diversas respuestas posibles a la infidelidad de la mujer. Las más justas-recíprocas eran dos: impedir que se fuera (v.8-9), o castigarla públicamente y con dureza (v.10-15). Sin embargo, Dios señaló a Gomer con el dedo y dijo a Oseas: “ámala; ese será tu ministerio”. Oseas la amó, la perdonó y se dispuso a comenzar de nuevo (v.16-25). Pese a su infidelidad, Oseas pagó por ella el precio de una esclava, compró su libertad (3,2) y la volvió al hogar. El texto no menciona un arrepentimiento previo de la mujer, el énfasis está en la compasión, el amor gratuito de Oseas (14,4): como su esposa no cambiaba, ni con prohibiciones ni amenazas, cambió él: “de un amor despechado a un amor comprensivo y generoso.”[19]  Sólo el amor puede enjugar todos los defectos: “El amor cubrirá multitud de pecados” (Stg.5,20; 1ªP.4,8). El matrimonio, así costosamente concebido, sólo se sostiene en el tiempo a través de la experiencia del perdón: el perdón recibido a diario de Dios en Jesucristo, que impulsa a ejercitar el perdón hasta “setenta veces siete” (Mt.18,22).[20]




[1] Cfr. Emmanuel Buch: “Autoridad y sujeción conyugal”.
 http://emmanuelbuch.blogspot.com.es/2018/04/autoridad-y-sujecion-conyugal.html
[2] Cfr. E. Fernández: “Gabriel Marcel”. In M. López, A. López, E. Fernández: Personalismo existencial. Berdiáev, Guardini, Marcel. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2006. Pgs. 108-110.
[3] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Andamio, 2009. Pg. 36.
[4] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1999. Pg. 310.
[6] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg. 17.
[8] R.T. Kendall: El aguijón en la carne. Editorial Vida, 2006. Pg. 137.
[9] Cfr. Margareth Brepohl: “Matrimonio: problema y misterio”. In Jorge Maldonado (ed.): Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia. Buenos Aires: Nueva Creación, 1995. Pgs. 124-126.
[10] C.S. Lewis: Los cuatro amores. Rialp, 2008. Pg. 117.
[11] Hans Urs von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2011. Pg. 110.
[14] Josep M. Esquirol: El respeto o la mirada atenta. Op. Cit. Pg. 58.
[15] Josep M. Esquirol: El respeto o la mirada atenta. Op. Cit. Pg. 157.
[17] Cfr. Emmanuel Lévinas: Etica e infinito. Op. Cit. Pgs. 50-51.
[19] L. Alonso Schokel y J. L. Sicre: Profetas, II. Op. Cit. Pg. 877.
[20] Traemos como ejemplo de amor compasivo el testimonio de Juan Solé, líder evangélico español de finales del siglo XX y cuya experiencia recogemos porque es pública (como público fue su fiel testimonio cristiano y su poderoso ministerio espiritual a pesar de todo). “Desde antes de casarse, Juan ya había detectado rasgos en el comportamiento de Luisa [su esposa] que le preocupaban, los primeros brotes de una enfermedad que marcaría el resto de su vida. Escribe Antonio Ruíz [el párrafo que sigue está tomado de la reseña biográfica que hace Antonio Ruíz de Juan Solé, al inicio de Cristianismo vital, libro póstumo de este último]: La enfermedad psíquica de Luisa es mucho más que una anécdota, pues ya no se recuperaría jamás, aunque oscilase hacia la mejoría en muchas ocasiones. El amor nos obliga a ser discreto en los detalles, pero hemos de citar a Juan mismo quien dijo en ocasiones: ‘Sin Luisa, yo hubiera sido muy distinto’. Los que lo conocimos damos fe de ello. Su ministerio comenzó en su propio hogar. Fue una prueba que le acompañaría hasta su muerte. Hubo de aceptar los tratos de Dios con él.” (S. Stuart Park: “Juan Solé Herrera. Apunte biográfico” In Alétheia. Barcelona: Alianza Evangélica Española. Núm. 32. 2/2007. Pg. 50). También resulta conmovedora, la historia de Vincent van Gogh (1853-1890): En 1882 se unió a una mujer, que sería modelo de sesenta de sus dibujos y acuarelas: Sien Hoornik. Sien era una mísera prostituta, madre de una niña y embarazada cuando van Gogh la conoció: picada de viruela, con enfermedades venéreas, alcohólica. Van Gogh la amó, la recogió en su taller y se dedicó a ella y sus hijos por más de dos años hasta que su hermano le ayudó a terminar una relación que le llevó al límite de sus fuerzas. Se entregó a una mujer que no le podía corresponder ni ofrecer apenas nada a cambio de su amor. Pero él lo hizo. Años después (1888), escribió a su hermano: “cuanto más reflexiono en ello, tanto más siento que lo supremamente artístico es amar a la gente.” (van Gogh: Cartas a Theo. Barcelona: Paidós, 2004. Pg. 295).

¿AUTORIDAD Y SUJECION CONYUGAL?

El matrimonio sufre un tiempo de crisis en nuestra sociedad. Para fortalecerlo, una corriente significativa en el ámbito evangélico en los últimos años enfatiza la enseñanza de un modelo bien determinado de relación matrimonial, con roles claramente diferenciados entre los cónyuges, que incluye una cierta “subordinación funcional” de la esposa. Otros, sin embargo, advierten que ni el texto bíblico ni la experiencia humana justifican una concepción tan fija del matrimonio y de los roles de los cónyuges; entienden que la Biblia ofrece otros mimbres más evidentes y sólidos con los que conseguir el propósito de fortalecer la relación matrimonial. Dada su relevancia, merece la pena una aproximación detenida a esta cuestión.


I. AUTORIDAD, SOMETIMIENTO

1. CABEZA: ROL DE AUTORIDAD. Un sector evangélico, en base a su entendimiento de la enseñanza bíblica, sostiene que la defensa del matrimonio y de la familia pasan por una clara definición de los roles de ambos cónyuges. El texto que acostumbra a ser crucial en este asunto es Efesios 5,22ss. pero si queremos tener una perspectiva más completa debemos comenzar por los relatos de la Creación. La comprensión mayoritaria de esos textos pasa por afirmar primero la “igualdad ontológica” entre el hombre y la mujer, para enfatizar después su complementariedad, la diferenciación de sus roles, y un principio de “subordinación funcional de la mujer a su marido [Gén.2,21-23]”[1], un principio de autoridad del varón sobre la mujer que, eso sí, debería ejercerse a la amorosa manera de Jesús para con su iglesia. En ocasiones se afirma incluso que “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[2] Aunque cada autor refleja matices particulares, vamos a mencionar los argumentos generales de este punto de vista.

El principio de autoridad y subordinación se extrae del relato de la Creación de Génesis 2: “Este segundo relato de la creación revela que si bien Dios hizo al hombre y a la mujer iguales, también los hizo diferentes. (…) Debido a la igualdad del hombre y la mujer (por creación y en Cristo), queda descartada la posibilidad de que un sexo sea inferior a otro. Pero por su complementariedad, queda descartada la mutua identidad. Es más, esta doble verdad echa luz sobre los roles sexuales y las relaciones entre los sexos.”[3] Génesis 2 aportaría elementos suficientes para fundar esa conclusión: “Pablo llamó la atención de sus oyentes a la precedencia en la creación (‘Adán fue formado primero, después Eva, 1ªTim.2,13), al procedimiento de la creación (‘el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón’ 1ªCor.11,8), y al propósito de la creación (‘y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón’, 1ªCor.11,9). Así pues, según las Escrituras, aunque ‘el varón nace de la mujer’ y los sexos son interdependientes (1ªCor.11,11ss), la mujer fue creada después del hombre, a partir del hombre y para el hombre.”[4]

1. La prioridad temporal. La conclusión sería que Adan, al ser creado primero, lo fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia judía por el primogénito.

2. La mujer como ayuda idónea. “Aunque el modo en el que la mujer fue creada no denota inferioridad, sí indica una diferencia en cuanto a las funciones. La mujer fue creada para ayudar a su marido; su función depende de él. Al igual que le siguió en la Creación, debe seguir el liderazgo que él ejerce como marido.”[5]

3. La imposición de nombres como acto de autoridad. “Hay otro elemento que apunta a que Adán debe tener autoridad sobre la mujer. Adán le dio un nombre. Cuando Adán dio nombres a los animales, está claro que estaba ejercitando el poder que Dios le había dado sobre ellos. Darle un nombre a alguien está asociado con la autoridad que se tiene sobre la persona a la que se le da el nombre.”[6]

4. Masculinidad y Autoridad. A partir de esta diferenciación sería posible fijar un modelo bien concreto de masculinidad bíblica, una identidad masculina según el diseño de Dios: “Dios crea al hombre [varón] de la tierra, del polvo de la tierra, dotándole de su propia imagen y semejanza, mientras que la mujer es creada del varón. ‘Tierra y carne’ marcan ya desde el principio una impronta bien diferente en cada uno, que podríamos resumir en esta frase: El hogar del hombre es el mundo, mientras que el mundo de la mujer es el hogar. (…) La necesidad de conquista y la necesidad del hogar, ‘raíces y alas’ son energías ancestrales ancladas en el alma de cada hombre y de cada mujer. No las podemos negar, porque en su complementariedad, conforman la estabilidad de la estructura familiar.”[7] Sería posible afirmar igualmente que Dios mismo ha puesto una semilla de liderazgo en el corazón de todo hombre: “Algo que responde a un latido ancestral que nos conecta con lo primario, con la creación, con los latidos de la tierra, con lo indómito y salvaje, y que tiene que ver con espíritu de conquista, liderazgo, riesgo y afán de explorar, viviendo aventuras que nos hagan sentir latentes y activos. Se trata de nuestra hombría y es un legado directo de la imagen de Dios en nosotros. No hay que negarlo, solo canalizarlo de forma adecuada, no hay que reprimirlo, solo dirigirlo dentro del marco ético apropiado.”[8] En tal sentido, las tres características que definen la esencia de un hombre dentro de la familia son: proveedor, protector, procreador, y los atributos propiamente masculinos, “que nacen de la profunda esencia del corazón del Padre: Guerrero, Rey, Sacerdote, Amante y Amigo.”[9]

Desde esta perspectiva, el argumento fuerte en esta diferenciación y caracterización de los géneros es que esta es la voluntad expresa de Dios. Los hombres “necesitan un entendimiento más profundo de por qué añoran aventuras, y batallas y a una belleza … y por qué Dios los hizo sencillamente así. Además necesitan una profunda comprensión de por qué las mujeres anhelan que se luche por ellas, que las lancen a la aventura, y ser la Bella. Dios también las hizo así.”[10] Adán, se dice, fue creado fuera del huerto, sólo después fue llevado al Edén; “nació en zona deshabitada. Fue creado en la parte indómita de la creación (…) La aventura, con todos sus requisitos de peligro y locura, es un profundo anhelo espiritual en el alma del hombre. (…) Es el miedo lo que mantiene a un hombre en casa, donde las cosas están limpias y en orden, y todo está bajo su control. (…) Lo esencial del sufrimiento de Cristo en el desierto fue una prueba de su identidad.”[11] La naturaleza de todo varón respondería a esta descripción: “en el corazón de todo hombre hay un anhelo desesperado por una batalla que pelear, una aventura que vivir y una bella que rescatar.”[12] Del mismo modo, hay tres deseos esenciales en el corazón de toda mujer: “Toda mujer necesita saber que es exquisita, exótica y preferida. Este es el núcleo de su identidad, el modo en que lleva la imagen de Dios. ¿Irás tras de mí? ¿Te deleitarás en mí? ¿Pelearás por mí?[13] La mujer “castra” al varón y le feminiza cuando le limita en su naturaleza salvaje y apasionada[14]. La iglesia hace lo mismo a menudo con su enseñanza desenfocada[15]

Jesús sería modelo de la auténtica masculinidad, que puede describirse de esta manera gráfica: “Sea sincero ahora, ¿cuál es su imagen de Jesús como un hombre? Un amigo comentó: ‘No es Jesús del tipo sumiso y apacible? Quiero decir, las representaciones que tengo de Él muestran un tipo amable, con niños a su alrededor. Así como la Madre Teresa’. Sí, esas son las imágenes que he visto en muchas iglesias. Es más, esas son las únicas imágenes que he visto de Jesús. Como expresé antes, estas me dejan con la impresión de que fue el individuo más agradable del mundo. El señor Rogers con barba. Decirme que sea como Él es como si me dijeran que sea flojo y pasivo; que sea agradable; que sea magnífico; que sea como la Madre Teresa. Preferiría que me dijeran que fuera como William Wallace [Braveheart].”[16]

Desde esta perspectiva también, la falta de claridad en la asignación de roles masculino y femenino, para el esposo y la esposa sólo puede tener resultados negativos, contrarios a la voluntad de Dios: “Hablamos de una profunda desorientación, de una grave crisis de la masculinidad, de un ataque sin precedentes al corazón del hombre y a la institución de la familia. Recordamos la frase El hombre tiene miedo de ser hombre y la mujer con ser mujer no tiene bastante, que resume de forma acertada el cambio de papeles, los nuevos paradigmas donde para muchos, el hombre ya es el nuevo sexo débil y un rival superado.”[17] En este sentido cabría aventurar que “la mujer fue un instrumento en manos de la serpiente para anular al hombre y su papel de cabeza”[18] y que detrás de la distorsión actual de los roles queridos por Dios estaría una acción deliberada con origen en la Escuela de Frankfurt, y desarrollada por el marxismo cultural con el apoyo de la banca internacional y los lobbys económicos.[19]

2. CABEZA: ROL DE RESPONSABILIDAD. John Stott afirma con rotundidad la igual dignidad entre hombre y mujer que se desprende del primer relato creacional: “De manera que desde el principio el ‘hombre’ fue ‘varón y hembra’, y el hombre y la mujer por igual fueron beneficiarios de la imagen de Dios y del mandato de gobernar la tierra. En el texto no hay ninguna sugerencia de que uno de los dos sexos se asemeje más a Dios que el otro, ni de que uno de los dos sexos tenga mayor responsabilidad sobre la tierra que el otro. De ninguna manera. La imagen de Dios y la mayordomía de la tierra (las cuales no deben confundirse, si bien están íntimamente ligadas entre sí) fueron compartidas por igual, ya que ambos sexos fueron creados por Dios y a semejanza de Dios.”[20] Y añade: “Así pues, la igualdad sexual, establecida en la creación pero pervertida con la caída, fue recuperada mediante la redención en Cristo. Con la redención se remedia la caída, y se recupera y restablece la creación. Hombres y mujeres disfrutan, pues, de absoluta igualdad de valor delante de Dios: por igual han sido creados por Dios y a su imagen, justificados por gracia por medio de la fe, y regenerados por el Espíritu que les fue derramado.”[21]

Quizás por este énfasis en la igualdad, John Stott prefiere introducir el concepto de “responsabilidad” para aliviar las implicaciones del ser “cabeza” del esposo: “El concepto de ‘ser cabeza’ implica, sin duda, algún tipo de ‘autoridad’, que requiere sumisión (…) Pero debemos tener cuidado de no distorsionar esta noción. (…) En el Nuevo Testamento no se emplea la palabra ‘autoridad’ para describir el rol del marido, ni ‘obediencia’ para el rol de la mujer. Ni tampoco creo que ‘subordinación’ sea el término apropiado para describir la sumisión de ella.  (…) En cambio, pienso que el término ‘responsabilidad’ transmite con mayor precisión la idea de ‘ser cabeza’ que Pablo tenía en mente. (…) En el mundo antiguo no se pensaba en la relación de la cabeza y el cuerpo en los términos neurológicos modernos, pues no se tenía conocimiento del sistema nervioso central. Se pensaba en la integración y el sustento del cuerpo por medio de la cabeza. De ahí que en otra parte Pablo describiese a Cristo como cabeza de la iglesia, por quien ‘el cuerpo entero se ajusta y se liga bien’ y ‘va creciendo’ (Ef.4,16VP; Col.2,19). En consecuencia, ‘ser cabeza’ de su esposa significa para el marido cuidado y no dominio; responsabilidad y no autoridad. Como ‘cabeza’, se entrega a sí mismo por amor a ella, tal como lo hizo Cristo por su cuerpo, la iglesia, y la cuida, como todos cuidamos de nuestro propio cuerpo. Su interés no es oprimirla, sino liberarla. Tal como Cristo se dio a sí mismo por su esposa, con el finde presentársela a sí mismo radiante y sin culpa, así también el marido se da a sí mismo por su esposa, con el fin de crear las condiciones adecuadas para que ella pueda crecer hasta la plenitud de su femineidad.”[22] ¿En qué consiste esa femineidad? Stott la rastrea a partir del concepto de “vaso más frágil” (1ªP.3,7) que vincula a su vez a un cierto sentido de “debilidad” bajo el que, a su vez, incluye “… aquellos rasgos característicamente femeninos: suavidad, ternura, sensibilidad, paciencia y devoción. Se trata de plantas delicadas, que fácilmente son pisoteadas, y que se marchitan y mueren si el clima no es favorable. No creo que sea degradante para la mujer decir que el rol de ‘cabeza’ que tiene el hombre es el medio provisto por Dios para proteger su femineidad y ayudar a que florezca.”[23]

John Piper, por su parte, ilustra la función del esposo como “cabeza”, entendido en términos de liderazgo, con una doble figura: “valiente como un león y manso como un cordero”[24] Reconoce que ambos cónyuges están llamados a someterse mutuamente (Ef.5,21), pero subraya que la manera de hacerlo es distinta en cada caso: el esposo a través del liderazgo amoroso y la esposa a través del sometimiento voluntario. Desde luego, el ejercicio de ambos roles debe practicarse a la manera de relación entre Cristo y su Iglesia: “el liderazgo no da derecho a controlar, a abusar o a descuidar (el sacrificio de Cristo es el modelo). Mejor dicho, es la responsabilidad de amar como Cristo a liderar, proteger y sustentar a nuestras esposas y familias. La sumisión no es servil o forzada o amilanada. Esa no es la manera en que Cristo quiere que la Iglesia responda a su liderazgo, protección y provisión. Él quiere que la sumisión de la Iglesia sea libre, dispuesta, alegre, perfeccionadora y fortalecedora.”[25] Y advierte: “Confundir o desechar estas diferencias diseñadas por Dios da como resultado más desilusión, más divorcios y más devastación.”[26] Merece la pena subrayar que Piper introduce una expresión significativa cuando se refiere al ejercicio del liderazgo y autoridad del esposo: “responsabilidad principal”[27]. Al esposo le corresponde un rol de liderazgo de servicio, protección, provisión y cuidado para su hogar, en términos físicos así como espirituales, a semejanza de Cristo respecto de la Iglesia; esto significa para Piper que la función del esposo es “tomar la iniciativa” respecto de estos compromisos. Pero, del mismo modo, advierte que en cada una de esas esferas, el esposo tiene la responsabilidad principal pero no la responsabilidad exclusiva y abre así lugar para que la esposa aporte también en todos los niveles citados sus dones y su colaboración. Por ello insiste en el respeto que la esposa merece; su sumisión: “no significa dejar su cerebro o su voluntad en el altar de bodas”[28]. Insiste también en que el esposo ejerza un liderazgo amoroso y servicial al modo de Jesús. Con todo, insiste en las implicaciones prácticas de dicho liderazgo y supone que ninguna esposa cristiana debe estar incómoda con un esposo que asuma la responsabilidad principal del liderazgo; por eso, si llega el momento de tomar una decisión en el ámbito de la familia que a ella le parece imprudente y después de un diálogo no hay un criterio común, “si después de hablar al respecto todavía no estamos de acuerdo, ella respetará la decisión de su esposo.”[29]

En coherencia con estos planteamientos, ¿qué debería decirse de las mujeres solteras, ya independientes de sus padres, pero que no tienen una “cabeza protectora”[30] como las mujeres casadas tienen en el marido?: “Sería mucho más propicio para el desarrollo pleno de su femineidad que pudieran experimentar el cuidado y el apoyo masculino en algún contexto, ya sea entre parientes o amigos, en el trabajo, o (si son cristianas) en la iglesia. Es cierto que ‘no es bueno que el hombre esté solo’, sin el compañerismo de la mujer, pero tampoco es bueno que la mujer esté sola, sin ‘cabeza’ masculina.”[31] ¿Qué decir en cuanto al ministerio en la iglesia? Las posiciones desde esta perspectiva pasan en general por demandar silencio a las mujeres en la iglesia (1ªCor.14,34-37) y negarles la posibilidad de enseñar o ejercer cualquier forma de autoridad (1ªTim.2,8-15)[32]. John Stott, sin embargo, considera aceptable que las mujeres desarrollen aquellos dones espirituales que Dios mismo les ha dado y que la iglesia sea enriquecida con su labor, siempre que lo hagan “sin atribuirse el rol de ‘cabeza’ que no les corresponde”[33]. Por ello: “Todavía no considero bíblicamente aceptable que una mujer llegue a ser párroco u obispo”[34]. Sin embargo, considera aceptable “la participación de la mujer en ministerios de equipo, liderados por hombres”[35].


II. OTRA EXÉGESIS ES POSIBLE

1. RELATOS DE LA CREACIÓN. No siempre se repara en el valor teológico fundante del primer relato de la Creación del ser humano (Génesis 1,26-28), que fija algunos principios esenciales:

1. El hombre y la mujer fueron hechos de forma igual, a imagen de Dios, tienen el mismo sello divino.
2. Dios le dio al hombre y a la mujer responsabilidades idénticas:
a. Sed fecundos y multiplicaos (ninguno puede hacer eso sin el otro).
b. Llenad la tierra y sojuzgadla (Sojuzgar sin duda implica responsabilidad y liderazgo).
c. Ejerced dominio sobre todos los seres vivos (dominar, como sojuzgar, implica autoridad)[36]

Es importante destacar algunos aspectos fundamentales que desvela el original hebreo. “Hagamos al hombre” (v.26) debe traducirse como “hagamos al ser humano” (NVI) ya que el término “hombre” puede corresponder a un nombre propio pero también se usa como una forma genérica para referirse al ser humano. Esto vale para Génesis 2,7 también. El término hebreo “adam” (hombre) está relacionado con “adamá” (tierra) e igualmente corresponde al nombre propio “Adán” (Gén.4,25). El elemento esencial del relato es la evidencia de que Dios, cuando crea al ser humano, “varón y hembra los creó” (v.27). Así aparece de nuevo en Génesis 5,2 aún con más claridad. En cuanto a las expresiones “varón” y “varona” de Gén.2,23 debemos señalar que es la manera de hacerse eco del original, dado que en hebreo la palabra que significa “mujer” (‘ishah) suena como la palabra que significa “hombre” (‘ish).

1. La prioridad temporal. Del relato de la Creación de Génesis 2 suele extraerse la conclusión de que Adan, al ser creado primero, lo fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia judía por el primogénito. Es una exégesis que tropieza con la evidencia ya que el proceder de Dios se mueve en dirección contraria: escogió a Jacob (el gemelo menor) en lugar de Esaú, a Moisés en lugar de Aarón su hermano mayor, a David que era el hijo menor. En el Nuevo Testamento, Jesús enseñó que quien quisiera ser grande en su reino tenía que hacerse el menor, el menos poderoso.

2. La mujer como ayuda idónea. “La palabra ‘ezer (que traducimos por ‘ayuda’) nunca se usa en la Biblia para referirse a una relación de subordinación. En el Antiguo Testamento aparece 21 veces y, en 17 de ellas, ¡se refiere a Dios como nuestra ayuda!  Dios no es menos que importante que nosotros ni es nuestro subordinado. Las 3 veces restantes (junto con el versículo de Génesis) se refieren a un aliado militar. Cuando se habla de Dios como nuestro ‘ayudador’, es porque Él es nuestra fuerza y nuestro poder.”[37]

3. La imposición de nombres como acto de autoridad. Tampoco es cierto que Adán pusiera nombre a Eva como muestra de su posición más elevada, puesto que tal cosa sucedió después de la caída (3,20); lo que hizo con anterioridad fue reconocer la diferencia entre varón y mujer con el juego de palabras ‘ishshala e ‘ish.[38]

4. Autoridad. En los dos primeros capítulos de Génesis sólo se mencionan dos tipos de relaciones que implican autoridad jerárquica: la de Dios sobre Adán y Eva al imponerles la prohibición del árbol y la de éstos sobre animales y tierra (1,28). Nada se dice de una relación de autoridad del hombre sobre la mujer. “Debido a la importancia de sus consecuencias, si tal estructura de autoridad hubiera sido parte del diseño de la creación, habría sido claramente definida junto con los otros dos mandatos de autoridad. La ausencia total de tal comisión indica que no formaba parte de la intención de Dios.”[39] Esto es aún más evidente cuando consideramos que la dominación masculina es uno de los frutos perversos del pecado, según el propio texto bíblico: “tu deseo será para tu marido [tu voluntad será sujeta a tu marido], y él se enseñoreará de ti” (Gén.3,16b). “Por esta razón corresponde considerar tanto a la dominación masculina como a la muerte como opuestas a la intención original de Dios en la creación. Ambas son el resultado del pecado instigado por satanás. Su origen es satánico.”[40]

2. CABEZA (KEPHALE). El punto de vista estudiado al principio de esta exposición insiste en que “cabeza” siempre significa gobierno, dominio o autoridad. Un análisis detenido de dicho término no permite semejante conclusión.[41] El léxico más reconocido del griego del periodo neotestamentario recoge hasta veinticinco significados posibles de “kephale” que se usaban en el griego secular; en esa lista no aparece el uso de “kephale” como “autoridad sobre”, “líder”, “rango superior” o similar; más bien era usada en el mundo secular y religioso con el significado de “fuente”, “origen” o “primero”, en términos de posición, pero no con el sentido de jefe o gobernante. Y, en sentido inverso, entre los muchos términos griegos equivalentes a “jefe”, “autoridad” o “líder”, no se menciona a “kephale”. En cuanto al uso de “kephale” en la Septuaginta (traducción en griego koiné del Antiguo Testamento, usada por los judíos de la Diáspora y la Iglesia cristiana primitiva de cultura griega), hay que destacar algunos elementos importantes. La palabra hebrea “rosh” (cabeza) que aparece unas seiscientas veces en el Antiguo Testamento se usa a menudo con el sentido de “autoridad” o “líder”: casi en cuatrocientas ocasiones se refiere a la cabeza física de una persona o un animal pero en 180 oportunidades se refiere a un líder o autoridad dentro de un grupo. Ahora bien, ese significado que era común en el hebreo del Antiguo Testamento, no era habitual en el griego del Nuevo Testamento y así se comprueba al analizar las palabras griegas que utilizaron los traductores de la Septuaginta cuando el término hebreo “rosh” significaba maestro o jefe. En 109 de las 180 ocasiones en que “rosh” significaba líder o jefe, los traductores no usaron “kephale” sino “archon”, que significa “comandante” o “jefe”, al igual que otros términos semejantes; sólo en 18 de las 180 veces usaron la palabra “kephale” y en 4 de ellas para referirse a metáforas de cabezas y colas, en las que ningún otro término tendría sentido, y en 6 de las otras ocasiones tienen lecturas variantes, con lo que quedan solamente 8 de las 180 ocasiones. Su escasa utilización muestra que los traductores sabían que “kephale” no tenía normalmente esa significación. Los traductores de la Septuaginta fueron muy rigurosos en la traducción y diferenciaron cuidadosamente cuándo se usaba la palabra “rosh”  para significar “cabeza física” y cuando se usaba para referirse al “jefe de un grupo”. Siempre que “rosh” significaba “cabeza física” la tradujeron por “kefale”, pero cuando “rosh” significaba “jefe” o “gobernante”, lo tradujeron como “arché” u otro derivado de esta palabra.[42]

En el griego del Nuevo Testamento no se usa “kefalé” para referirse en términos de autoridad en una comunidad, si no “arché” y sus derivados. Así “archiereus” para Sumo Sacerdote (Lc.3,2), “archipoimen” para Príncipe de los pastores (1ªP.5,4), archisunagogos para los altos dignatarios de las sinagogas (Hch.13,15), architelones para jefe de los publicanos (Lc.19,2), architriklinos para encargado del banquete (Jn.2,8), etc.  Cuando hace referencia al “cabeza de familia” el Nuevo Testamento tampoco usa “kefalé”, sino oikodespotes (Lc.13,25; 22,11). De hecho, Pablo usa la forma verbal de esa palabra cuando recomienda a las viudas jóvenes que se casen, críen hijos y “gobiernen su casa” (1ªTi.5,14) que, por cierto, muestra que lo aplica también a mujeres. Por lo demás, en las siete oportunidades en las que Pablo utiliza “kephale” en referencia a Cristo, si damos a esa palabra su significado griego habitual como fuente de vida de la Iglesia, como su cúspide o como su progenitor y perfeccionador, aparece más exaltado que si le damos el significado de “autoridad sobre”.

3. EFESIOS 5,18-33[43]. El versículo 21 sirve de bisagra entre dos secciones. La primera (v.18-20) consta de una serie de exhortaciones a todos los cristianos, de cualquier condición. Dejándose llenar del Espíritu Santo, las relaciones entre ellos y con Dios fluyen con amor y gozo, y así se someten unos a otros en el temor de Dios. “Sometimiento” es una expresión que indica habitualmente subordinación salvo que un modificador cambie su significado necesariamente. Es el caso del versículo 21: “unos a otros” hace imposible la subordinación porque ésta requiere de una posición de autoridad individual y el sometimiento mutuo excluye diferencias jerárquicas porque implica, al contrario, líneas horizontales de interacción entre iguales. Más coherente con el sometimiento mutuo al que exhorta Pablo resulta esta otra exhortación: “servíos por amor los unos a los otros” (Gál.5,13b), que indica una dinámica de relaciones de servicio recíproco bajo la autoridad única de Jesucristo.

La segunda sección (v.22-33) se abre literalmente con la declaración: “esposas a sus esposos como al Señor” (v.22); la oración carece de verbo en el texto original y lo deriva del versículo anterior: “someteos unos a otros”. En tal caso, el versículo 21 presenta las relaciones entre esposos bajo el criterio del sometimiento mutuo y, a la luz del texto creacional (Gén.2,24) citado en los versículos 31-32, el principio de autoentrega mutua, la subordinación de cada uno a los intereses del otro. Esta es también la dinámica de la relación entre Cristo y su Iglesia (v.24-25). En efecto, “grande es este misterio … respecto de Cristo y de la iglesia” (v.32): la relación matrimonial así entendida, como sometimiento mutuo del esposo y la esposa, es el contexto donde puede mostrarse con más claridad la verdad revelada (misterio) del amor sacrificial de Cristo por la iglesia. La esposa no se “somete” al esposo en los mismos términos absolutos como a Jesucristo porque en tal caso tendría dos señores. La respuesta al amor servicial del Salvador es un amor servicial recíproco; de la misma manera, la esposa se somete a su esposo en la misma clase de servicio amoroso, respondiendo con amor al amor recibido.

El versículo 23 invoca al marido como “cabeza” de la esposa. Ya nos hemos ocupado de la significación de este término. Efesios 1,22; 4,15; así como sus relacionados en Colosenses 1,18; 2:10,19 muestran a Jesús como proveedor de plenitud a la Iglesia, como su fuente de vida y crecimiento. Es llamativo que en 5,23 Jesús, siendo cabeza, no aparezca como Señor sino como Salvador, no como autoridad sino como servidor. Por parte de la Iglesia, el sometimiento es su respuesta al servicio salvador de su Señor (v.24). Lo que encontramos en esa relación y, por tanto, en la relación entre esposos, no es una estructura de autoridad jerárquica sino un equilibrio de donación amorosa recíproca.

A partir del versículo 25 encontramos instrucciones para el esposo. Si el contexto fuera de sometimiento como autoridad y jerarquía, estos versículos instruirían al esposo acerca de cómo ejercer dicha autoridad pero, bien al contrario, la única indicación es un llamado a la autoentrega servicial en amor de la misma dimensión absoluta con la que Cristo amó y se entregó por su Iglesia, tomando forma de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz (Filip.2,5-8). Los versículos 26 y siguientes insisten en este llamado para que el esposo, al modo de Cristo mismo, entienda su función como vocación de servicio a su esposa, engrandeciéndola, dignificándola, honrándola, “dándole honor” (1ªP.3,7).

“En conclusión, podemos decir que en este pasaje el apóstol Pablo exhorta, tanto a los maridos como a las mujeres, a poner las necesidades del otro por delante de las propias, a no buscar cada uno el bienestar de sí mismo, sino el de la otra persona. El tema es la sumisión mutua. A ambos los exhorta a hacer una autodejación de sí mismos en favor del otro, ya que tanto la sumisión que demanda a las mujeres, como el amor sacrificial que le exige a los maridos, llevan implícitos este concepto. Es en respuesta al amor sacrificial de los maridos, que las esposan deben hacer auto-dejación de ellas mismas. Se trata de las dos caras de una misma moneda.”[44]


III. ALGUNAS CONSIDERACIONES PERSONALES

En mi opinión, la afirmación según la cual “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[45] es más que cuestionable: si la diferencia es de “esencia”, hombres y mujeres no representarían géneros distintos sino especies distintas. Es cuestionable cuáles sean esas diferencias, es cuestionable cual sea el grado de tales diferencias, y es cuestionable que la Biblia sancione esas diferencias.

En mi opinión, es un planteamiento tramposo demandar la sujeción de la esposa como un deber concreto, cotidiano, mientras que el ejercicio de la autoridad del esposo al modo de Cristo se plantea como un ideal, un futurible[46]. Es jugar con dos barajas distintas. A menudo, la relación que se crea bajo esta tensión: “Es más bien un juego de dos tipos de poder: el frontal que se hace visible como dominación; el encubierto es menos visible, pero por lo general es mucho más poderoso.”[47] Me satisface mucho más este otro enfoque de la cuestión: “A menudo, cuando se me pregunta: ¿Quién manda en el matrimonio?, siempre respondo que la pregunta más importante no es ésta, sino ‘¿Qué puedo hacer para que la persona que amo, siga creciendo a lo largo de la vida?’ (…) Hay un juego de palabras y de conceptos en inglés que es muy adecuado para iluminar este principio: ‘power’, que significa ‘poder’, y ‘empower’, que viene a querer decir ‘dar poder’ o ‘potenciar’ (su equivalente en castellano podría ser ‘potencia’ y ‘potenciar’). Tanto el matrimonio en sí, como la persona a quien amar y la capacidad de amar son regalos que Dios Creador nos hace. Somos amantes y no propietarios de las personas a las que nos vinculamos. Este sentido de gratitud y de gratuidad ha de prevalecer hasta el final para cuidar con esmero de aquello que nos ha sido dado.”[48] Dicho en términos semejantes: “El sometimiento de la iglesia a Cristo y de la esposa a su esposo es algo más exigente y distinto que obedecer códigos, o conformarse a la autoridad, o aceptar el gobierno. Es la entrega de todo nuestro ser por el bien del otro, la adhesión al servicio completo en todas las dimensiones de la vida compartida, una orientación de vida hacia el servicio que se adopta en respuesta al amor.”[49]

En mi opinión, puede decirse con propiedad que en la Biblia “no se encuentra un patrón normativo único para todos los matrimonios, para todos los tiempos y para todas las culturas; lo que sí hallamos son los recursos esenciales para analizar y discernir cómo vivir matrimonios íntegros y saludables de acuerdo con las intenciones de Dios de posibilitar las relaciones de amor, fidelidad, esperanza y justicia.”[50] El matrimonio no es una ciencia exacta ni un patrón cerrado; es un arte creativo.

En mi opinión, la esencia del matrimonio cristiano se refleja de forma sana y bíblica con ilustraciones de este tipo: “el arte de vivir en pareja”,[51] “un viaje común de común crecimiento en un proceso de desarrollo que abarca un largo periodo”[52]. En mi opinión, cada matrimonio es un “huerto cerrado” (Cant.4,12), único, una auténtica creación única, desarrollando un equilibrio único en cada aspecto de la vida conyugal. En mi opinión, en lugar de tomar un texto específico de la Escritura para construir desde él todo un armazón teológico sobre cualquier tema, conviene recordar lo que es mucho más claro en el contexto general de la revelación de Dios en la Biblia; conviene recordar y subrayar que el matrimonio cristiano pertenece al ámbito del asombroso reino de Dios, al reino del amor, al reino del amor excéntrico y subversivo descrito en 1ª Corintios 13. Creo en sumergirnos en el amor de Dios, un amor que cubre multitud de defectos, un amor que se dice y se ejerce de muchas maneras, entre otras: respeto, responsabilidad, renuncia. Reflexionar en detalle sobre esos nombres del amor cristiano será tarea de otra exposición[53].






[1] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 76.
[2] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos del matrimonio y la familia. Barcelona: Alianza Evangélica Española, 2018. Pg. 28.
[3] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1999. Pg. 289.
[4] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pgs. 292-293.
[5] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 73.
[6] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 73.
[7] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 37.
[8] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 24.
[9] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 151.
[11] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 4-6.
[12] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 10.
[13] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 201.
[14] “La castración también ocurre en el matrimonio [además de en la iglesia] A menudo las mujeres se sienten atraídas por el lado más salvaje de un hombre, pero una vez que lo han atrapado se disponen a domesticarlo.” John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 91.
[15] “Hace poco acudió a mí un joven muy enojado y angustiado.  Estaba frustrado por el modo en que su padre, un líder de la iglesia, lo entrenaba en los deportes. Él juega baloncesto y su equipo había llegado a las finales de la ciudad. La noche del gran partido, cuando salía por la puerta, su padre prácticamente lo detuvo y le dijo: ‘Ahora no salgas allí a patear traseros, no es bueno hacer algo así’. No estoy inventando esto. Qué ridiculez decir algo así a un atleta de diecisiete años de edad. Sal allí y dales … bueno, no les des nada. Sólo se bueno. Sé el tipo más bueno que el equipo contrario haya visto alguna vez. En otras palabras, se blando. Ese es un ejemplo perfecto de lo que la iglesia dice a los hombres. Leí que alguien dijo que la iglesia podría tener un exterior masculino pero que su alma se ha vuelto femenina.” John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 90-91. La recomendación del autor para un caso similar sería bien distinta: “-La próxima vez que el bravucón te empuje, esto es lo que quiero que hagas, ¿estás escuchando, Blaine? -Sí, asintió con sus húmedos ojos fijos en mí. -Quiero que te levantes … y quiero que le pegues … lo más duro que te sea posible (…) Pues sí, sé que Jesús nos dijo que diéramos la otra mejilla. Pero hemos malinterpretado ese versículo. Usted no puede enseñar a un niño a utilizar su fuerza quitándosela. Jesús pudo tomar represalias, créame. Pero prefirió no hacerlo. ¿Y sugerimos, sin embargo, que un muchacho de quien se burlan, a quien avergüenzan delante de sus compañeros, a quien quitan todo su poder y dignidad, se quede maltratado en ese lugar porque Jesús lo quiere allí? Lo estará castrando de por vida. De ahí en adelante será pasivo y temeroso. Crecerá sin saber cómo pararse firme en tierra, sin saber si es un verdadero hombre. Ah sí, será cortés y hasta dulce, deferente, preocupado por sus modales. Podría parecer moral, tal vez parezca dar la otra mejilla, pero sólo es debilidad. Usted no puede dar otra mejilla que no tiene. Nuestras iglesias están llenas de esos hombres.” Ibid. Pg. 87.
[16] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pg. 26. “Jesús no es ‘sacerdote eunuco, ni monaguillo de rostro pálido con el cabello partido a la mitad, que habla suavemente y evita la confrontación, quien al fin logra que lo maten porque no tiene salida. Él trabaja con la madera, ordena la lealtad de los estibadores. Es el Señor de señores, el capitán de ejércitos de ángeles. Y cuando Cristo regrese, viene a la cabeza de tremenda compañía, montado en un caballo blanco, con espada de doble filo y ropas ensangrentadas (Apocalipsis 19). Ahora eso suena más a William Wallace que a la Madre Teresa. No hay duda al respecto: hay algo violento en el corazón de Dios.” Ibid. Pgs.33-34.
[17] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 28.
[18] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 126.
[19] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos del matrimonio y la familia. Op. Cit. Pg. 10.
[20] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 283.
[21] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pgs. 287-288.
[23] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 296.
[24] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 2009. Pg. 62.
[25] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 70.
[26] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit.Pg. 69.
[27] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 75.
[29] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 96.
[30] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 297.
[31] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 297.
[32] Robert D. Culver: “Una postura tradicionalista: ‘las mujeres guarden silencio’.” In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit.
[34] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pg. 303.
[35] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 302.
[37] Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 171.
[38] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pgs. 172-173.
[39] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Grand Rapids, MI: Nueva Creación, 1995. Pg. 39.
[40] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Op. Cit. Pg. 53.
[41] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pgs. 181-186. Id. Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Terrassa: Editorial Clie, 2000. Pgs. 85-87.
[42] “Esto es especialmente evidente en Jueces 11:11, donde Jefté es elegido por el pueblo para dirigir el ejército contra los amonitas. El pueblo de Galaad, según el texto hebreo, lo hizo ‘caudillo’ (qatsin) y ‘cabeza’ (rosh). La Septuaginta traduce esto como archegon  (gobernante) y kefalé (primero en la posición de batalla). En este sentido no hacía referencia a uno que daba órdenes a las tropas desde una distancia segura; por el contrario, hacía referencia a aquél que iba a la cabeza, que era el primero en entrar en la batalla. En el relato de Jueces vemos que el pueblo está buscando a alguien que comience la batalla. El que lo haga será su caudillo (Jue. 10:18). En este verso  kefalé se usa para la primera persona, pero no para la segunda, aunque en este caso, esta persona se convertiría en su gobernante, es decir, sería su archegon,  y no solo su kefalé.” Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg. 86.
[44] Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg. 107.
[46] Cfr. Emmanuel Buch: “Malos tratos: hombre, mujer y Palabra de Dios”. In En la brecha: revista de información y opinión sobre maltrato y violencia familiar. Madrid, Noviembre-Diciembre, 1999.
[47] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Miami: Editorial Betania, 1994. Pg. 135.
[48] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2009. Pg. 166.
[49] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Op. Cit. Pg. 167.
[50] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg.32. “A lo largo del matrimonio cada miembro de la pareja debe estar dispuesto al crecimiento, debe ser sensible a las necesidades, debe comprometerse a lograr al bienestar del otro tanto como el propio. De modo que cada uno se preguntará: ¿Dé que manera puedo amar al cónyuge que Dios me dio con un interés verdaderamente igual al suyo? ¿De qué manera voy a elaborar una fidelidad activa hacia la persona que Dios me ha confiado, que implique verdadera fidelidad? ¿Cómo podré ofrecer, y reclamar justicia e igualdad, a la pareja que elegí ante Dios, y garantizar que se haga realmente lo justo? ¿Cómo podré encontrar esperanza en los momentos de confusión y conflicto de modo que permitamos que nuestras vidas se forjen y reconstruyan en manos del Dios de la esperanza? ¿Si mi cónyuge eligiera la separación, cómo pudiera actuar de manera amorosa y responder con respeto a su derecho de decidir aun cuando yo no esté de acuerdo con esa elección?” Ibid. Pgs.32-33.
[51] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Op. Cit.
[52] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg. 17.
[53] Cfr. Emmanuel Buch: “Matrimonio cristiano: un misterio que se desvela como ministerio de amor”.
http://emmanuelbuch.blogspot.com.es/2018/04/matrimonio-cristiano-un-misterio-que-se.html