viernes, 13 de diciembre de 2013

MANUALES DE AUTOAYUDA: ¿MASTURBACIÓN EN CHÁNDAL?



Existe en mi opinión una forma de concebir la autoayuda, omnipresente en librerías de aeropuerto y comercios del ramo, que puede definirse como un ejercicio de masturbación en chándal.


1. Decía Woody Allen en su buena época que masturbarse le parecía una práctica respetable porque supone proporcionar placer a alguien a quien se ama mucho, a uno mismo. Me recuerda al protagonista despechado de una película que recriminaba a la novia que le había abandonado: “Te quiero mucho y sé que tú sientes lo mismo: tú también te quieres mucho”. Esto nos pasa, que nos queremos mucho, cada uno a sí mismo; por eso la autoayuda se entiende a menudo como una práctica onanista, un volverse sobre uno mismo para mirarse el ombligo o un poco más abajo, pretendiendo salir del pozo de las crisis tirándose hacia arriba de la coleta, como hacía el barón Münchhausen. Este es su mayor error y la razón de su fracaso: pretende que cada persona crezca de espaldas a las demás personas cuando en realidad sólo podemos ser plenamente personas si somos en relación, entre personas; cualquier vía de humanización personal que ignore al otro nos despersonaliza, nos deshumaniza.

Esa concepción mezquina de la autoayuda es una reedición postmoderna del viejo: “sálvese quien pueda” - y como pueda, cabría añadir. Su himno podría ser algo así como: “masturbémonos todos, en la lucha final”, porque parte del individuo mismo, apunta a sí mismo como meta y aspira a recorrer el camino por uno mismo. La autoayuda así entendida es puro reflejo del individualismo agresivo de nuestro tiempo. Si no fuera además tan inculto se diría heredero del viejo anarquismo individualista de Stirner en El Único y su propiedad (1845): “¡Cada uno es para sí mismo el prójimo! (…); mi prójimo, como todos los demás seres, es un objeto por el cual tengo o no tengo simpatía, un objeto que me interesa o que no me interesa, que puedo o no puedo utilizar.” No vivimos en la era de Acuario sino en la era de Narciso, encantado de conocerse, enamorado de sí mismo al punto de morir ahogado por embelesamiento. Narciso ha devaluado la ética en estética y ésta en dietética, ocupado en su propio bienestar a falta de mejor objeto al que dedicarse.[1] ¡”Ciencia del bienestar”, llaman algunos a la autoayuda! Semejante fascinación por uno mismo sólo puede producir un menosprecio del otro, reducido a instrumento en forzado favor del yo, cuando no percibido directamente como estorbo: “El infierno son los otros” (Jean-Paul Sartre).

Esa autoayuda egoísta ignora, repetimos, que sólo nos descubrimos a nosotros mismos en el encuentro con los otros, que el yo existe solamente en el “entre” de la relación yo-tú, que sólo la apertura al tú posibilita el reconocimiento del yo. No hay autoayuda sin apertura al tú y no hay crecimiento personal sin encuentro con el tú. El narcisismo empeñado en reducir al otro a cosa, un “ello” con precio pero sin valor, ignora que al privarse de un tú, él mismo se cosifica, aborta su crecimiento como persona, a merced de un espíritu pequeño-burgués que produce personas débiles y sociedades enfermas en las que todos “se piden” el papel de víctimas porque no quieren ser responsables de nada[2]. No es de extrañar que hasta el concepto de “resiliencia”[3] resulte extraño en nuestros días, como incómodos sus parientes menores: resistencia o valentía. Ser “hombre maduro”[4] (Romano Guardini), es decir, resistir las dificultades, superarlas creciendo personalmente en medio de las crisis se antoja un imposible para Narciso, cuyo único esfuerzo aceptado son los ejercicios del gimnasio. La auténtica resiliencia, “convertir el sufrimiento en una fuente de riqueza para su vida y para los otros”[5], es una propuesta tan incomprensible para los oídos de Narciso como sería pedirle a Paris Hilton que renunciara dos horas a su tarjeta de crédito.


2. La modalidad de autoayuda que criticamos semeja un ejercicio de masturbación “en chándal” porque se inspira en una antropología de andar por casa, con muy pobre andamiaje teórico y con una mirada “de tejas abajo” de espaldas a la trascendencia. Se nutre de tópicos de la wikipedia, no aspira a transformar el mundo sino a protegerse de él, cerrado al tú. Cualquier antología del refranero popular tiene más solidez reflexiva que algunos libros de éxito sobre autoayuda; somos herederos de una larga tradición de reflexiones morales (baste recordar los aforismos estoicos de Séneca o Marco Aurelio) pero muchos se dejan hoy deslumbrar por frasecitas ingeniosas, pálidos reflejo de aquellos.

Esa autoayuda de moda se cierra a la espiritualidad, la trascendencia o, peor aún, la reduce a un encuentro virtual con echadores de cartas frente al televisor, con un bastoncito de incienso quemando al lado. Ya lo advirtió Georges Bernanos: “un sacerdote menos, mil pitonisas más”. La apertura a la trascendencia, cuando se contempla, se reduce a un ejercicio individualista a la búsqueda de sensaciones esotéricas cuando no sexotéricas, habida cuenta del programa de algunas escuelas de “espiritualidad alternativa”.

A ese debilitamiento del espíritu oponemos una propuesta de plenificación del yo por medio del encuentro con el tú, y todos abiertos al Tú cuyo ejemplo de apertura dadivosa en Jesús de Nazaret inspira el mejor modelo para el desarrollo humano y lo hace posible. No hay autoayuda más saludable que la apertura y el encuentro con este Tú, a cuya imagen y semejanza fuimos creados. Él es “el verdadero Tú de mi verdadero yo” (Ferdinand Ebner). Esa es la propuesta del personalismo comunitario de raíz cristiana: una relación personal con Dios, una relación cálida sostenida por Su amor gratuito en Jesús de Nazaret y, desde Él, con nuestros semejantes; una relación que se expresa en la fórmula: “soy amado, luego existo”[6].


Presentación del libro “La personalidad resiliente”, de Lidia Martín. Madrid, 10 de Diciembre de 2013.




[1] Carlos Díaz: De ilustrados a Narcisos. Madrid: PPC, 2013.
[2] Lidia Martín: La personalidad resiliente. Madrid: Editorial Síntesis, 2013. Pg. 109.
[3] “El término ‘resiliencia’ se refiere en ingeniería a la capacidad de un material para volver a alcanzar su forma inicial después de soportar una presión que lo deforme y por analogía se extiende a la capacidad de una persona o grupo para volver a su estado previo a pesar de las dificultades vividas, e incluso tras [sic] salir fortalecido por la superación de la prueba.” Carlos Díaz: Valores y logoterapia. México: La Impresora, 2013. Pg. 133.
[4] “Comprende que en la vida no existe lo inmediatamente infinito, que hay límites por doquier, que en todo hay un final, que las insuficiencias son generales. La verdadera ‘infinitud’ no reside en lo cuantitativo, sino en la entrega, en la autosuperación por un propósito absoluto: una cosa, la persona amada, una idea. Asume que tampoco existe la originalidad siempre nueva, sino que en el entorno inmediato todo se gasta, que el frescor que busca tiene que estar en otra parte, en una trascendencia. Si esto sucede, entonces comienza la figura vital del ‘hombre maduro’, que asume los límites, insuficiencias y miseria de la existencia. Pero eso no significa que qdé por bueno lo malo, ruin e inauténtico; que retoque y maquille el inmenso desorden de la existencia, el sufrimiento, la falta de salidas; que dé por rico lo mísero; por auténtica la apariencia, y por plenitud lo vacío. Todo esto se conoce y se asume en el sentido de que es así y de que hay que arreglarse con ello. Tampoco abandona el trabajo, sino que lo continúa cumpliendo con las obligaciones que ha asumido, con las exigencias que le plantean la familia, la profesión, la comunidad. Y lo hace con fidelidad y exactitud, como antes, a pesar de todos los fracasos, porque el sentido de su vida está en él mismo. Aporta su esfuerzo para poner orden y ayudar una y otra vez, porque él sabe que, aunque el hombre hace constantemente cosas aparentemente inútiles, se dan en él impulsos no controlables en cada caso concreto, que mantienen la existencia humana tan profundamente amenazada. En esta actitud hay una gran disciplina y renuncia. Un coraje, que no tiene tanto de osadía como de determinación. Y además, el importante elemento de la fidelidad y la paciencia con la vida. Se completa aquí lo que se llama carácter. Es a esta clase de personas a las que se confía la existencia. Precisamente porque ya no tienen la ilusión del gran éxito, del triunfo deslumbrante, pero sí la fuerza de la resistencia; son capaces de realizar lo que tiene vigencia y perduración. De esta naturaleza debería ser, especialmente, el verdadero político, el médico, el trabajador social o el educador en todas sus formas. Es el hombre soberano, capaz de dar garantía. Y tanto la suerte humana como la cultural de una época podría valorarse por la cantidad de personas de esta clase que se dan en ella, y por el influjo que tienen en la misma.” Romano Guardini: Ética. Madrid: B.A.C., 2006. In Carlos Díaz: Valores y logoterapia. Op. Cit. Pgs. 169-170.
[5] Lidia Martín: La personalidad resiliente. Op. Cit. Pg. 13.
[6] Carlos Díaz. Soy amado, luego existo. 4 volúmenes. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1999-2000.

viernes, 29 de noviembre de 2013

DIAKONIA "TRIFÁSICA"



1. DIAKONÍA DEVALUADA. Decía el poeta Gabriel Celaya que la poesía, la palabra, es un arma cargada de futuro. Pero también se dice que las armas las carga el diablo. Lo cierto es que las palabras no son inocentes. Quienes las nombran y definen aún menos. Un ejemplo doloroso es la manipulación que ha sufrido el concepto de “diakonía” a manos de perezosos morales, profetas de la mínima ética mínima que gobierna este tiempo, en un proceso devaluador de su significado e implicaciones.

Diakonía como “materialización del amor”[1], es respuesta necesaria a la conciencia de responsabilidad mutua entre los seres humanos. Esa responsabilidad de todo ser humano hacia sus semejantes estaba recogida en la vieja reivindicación de la revolución francesa, al grito de “libertad, igualdad, fraternidad”. Aquella fraternidad reivindicada resultaba de saberse miembros de un mismo linaje humano, por encima de cualquier diferencia. En los años revolucionarios, junto con La Marsellesa, las multitudes cantaban la Oda a la Alegría de Schiller publicada en 1786, que sirvió de base a Beethoven pocos años después para componer su Novena Sinfonía, expresando el sueño de fraternidad entre todos los seres humanos: “¡Abrazaos, Millones de seres! / Que ese beso alcance al mundo entero! / ¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada / habita un Padre amoroso.”

Esa fraternidad consciente genera responsabilidad, que es disponibilidad ilimitada. Pero imperceptiblemente se ha producido el hurto de aquel anhelo, devaluando su exigencia como mera “solidaridad”. Así, la recia responsabilidad mutua entre quienes se reconocen como hermanos queda reducida a una difusa invitación a no se sabe qué ni sobre todo hasta dónde. Consecuencia de ese gesto trilero, descendiendo un peldaño más en la apología del bostezo moral, el concepto y el modelo del viejo militante ha sido sustituido por el de voluntario, un concepto difuso, confuso e inconcluso que le queda muy estrecho a corazones militantes de voluntad enamorada de la causa del semejante y demasiado grande a otros, dispuestos a dar de su dinero o su tiempo pero no a darse a sí mismos, siendo la suya una diakonía mediocre que no se complica porque no implica el corazón. Las consecuencias de semejante “descendimiento” se suceden a diario: estos días una prestigiosa entidad que hace de la “cáritas” el eje de su acción, en esta apología del mínimo esfuerzo, ha lanzado una campaña a la búsqueda de voluntarios sin voluntad al grito de: “… porque ayudar no cuesta nada”. De aquellos polvos, estos lodos: la fraternidad se diluye en vaga solidaridad, cada vez más vaga, que alumbra en un parto sin dolor un sucedáneo de responsabilidad, eso sí, clara como el agua: incolora, inodora y, sobre todo, insípida.


2. DIAKONÍA FUERTE. El cristianismo tiene una concepción muy distinta de la diakonía, de la responsabilidad fraterna de todo ser humano con sus semejantes, Concibe la diakonía como un compromiso absoluto por el otro cuyo rostro nos reclama, que se traduce en una disponibilidad ilimitada, y que nace de la propia condición humana, puestos que todos hemos sido creados a “imagen y semejanza” de Dios (Génesis 1,26). Ese igual origen funda nuestra igual dignidad y, por razón de tal origen fraterno, nuestra mutua responsabilidad. La pregunta de Dios a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” (Génesis 4,9a) nos alcanza a todos y nos hace responsables de todos. El apóstol Pablo anunció en la elitista Atenas que Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hechos 17,26). Mucho antes Job advirtió las consecuencias morales de esa dignidad igual: “Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿Y no nos dispuso uno mismo en la matriz?” (31,13-15). Sólo un corazón endurecido, deshumanizado, puede responder a Dios como lo hizo Caín: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 5,9b).

Merece la pena recordar que la noción de prójimo, exigente moralmente sin excepciones, es fruto de la Ley del Antiguo Testamento, mientras que la Grecia clásica, tan orgullosa de sí misma, sólo dio a luz al  “ciudadano”, un concepto restrictivo que excluía a mujeres, siervos o extranjeros. El Evangelio de Jesucristo convierte la diakonía, expresión práctica de la fraternidad responsable, en una cuestión de intenciones interiores además de acciones exteriores. Por eso no se deja reducir a una mero asunto de cómo, cuándo o cuánto dar sino de cómo darse, en un reflejo del modo en que Dios mismo se nos da a todos en Jesucristo, gratuita y completamente, a impulsos de una voluntad enamorada cuya única expectativa de recompensa es el hecho mismo de saber, querer y poder amar. Así cuando el apóstol Pablo celebra la generosidad de los cristianos de Macedonia a favor de los cristianos de Jerusalén en tiempo de necesidad, aprecia que a pesar de su pobreza dieran “conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas” (2ªCor.8,3) pero destaca sobre todo que se dieran primeramente a sí mismos (v.5).

Ese dar-se diakónico de los cristianos se manifiesta en varios niveles, al menos tres. El primero es el de la acción práctica ante las necesidades específicas, un “tocar pobre” de rostro y nombre concretos; el asistencialismo puede no ser suficiente pero es un primer paso necesario que, a su vez, desenmascara a quienes miran la realidad mísera de los otros desde la lejanía aséptica de sus escritorios. El segundo nivel tiene que ver con el análisis, la denuncia y transformación de las estructuras sociales que causan los males concretos; la sucesión de rostros dolientes que parece nunca acabar obliga a preguntarse por qué son tantos, por qué sucede así y cómo se podría evitar. Existe todavía otro nivel, el más propio del Evangelio de Jesucristo, más radical, que pasa por el anuncio de la miseria de la condición humana a espaldas de su Creador, del ser humano rebelde a Dios como un ser-en-pecado que se expresa con actos, hábitos y caracteres marcados por el mal; un anuncio que no es sólo denuncia sino canción porque celebra “la buena voluntad de Dios para con los hombres” (Lucas 2,14). La responsabilidad fraterno-social del cristiano sólo se ejerce de manera integral cuando es también anuncio encarnado de la voluntad benefactora de Dios en Jesucristo en quien desea reconciliar consigo al mundo (2ª Corintios 5,19), recrear a cada persona (2ª Corintios 5,17), restaurar a la humanidad, a toda la creación.


3. UN EJEMPLO. Martin Luther King y su esposa Coretta son un ejemplo notable de esta concepción de la responsabilidad diakónica cristiana. Conocida es su militancia a favor de los derechos civiles de los negros estadounidenses en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo en Estados Unidos. Es menos conocida la raíz cristiana evangélica de su militancia voluntarista o voluntariado militante.

Él era pastor evangélico, como su padre y su abuelo materno. Ella era maestra. Se conocieron en Boston (Massachusetts) donde ambos se habían trasladado para continuar sus estudios. Allí Martin Luther King se doctoró en Filosofía y en Teología Sistemática; Coretta realizó estudios universitarios de Música. Pudieron establecerse en los cómodos Estados del norte, en un ambiente muy diferente al clima social asfixiante del Sur, ya que Martin Luther King recibió ofertas de varias universidades e iglesias. Sin embargo eligieron regresar al Sur e involucrarse activamente enfrentando de manera pacífica una injusticia concreta: la segregación de los negros por causa del color de su piel. “Cualquier religión que se preocupe por los hombres  y deje de preocuparse  por las condiciones sociales  que corrompen y  las condiciones económicas  que paralizan el alma, es una religión inactiva,  falta de sangre.”[2]

En muy pocos años, Martin Luther King fue consciente que el problema que aquejaba a su país era más hondo que la falta de derechos civiles: aquella injusticia era fruto de un sistema social y económico radicalmente injusto. Para Luther King el verdadero problema era el sistema en su conjunto y en esa dirección fue dirigiendo su acción. “Estamos llamados a desempeñar el papel del Buen Samaritano, pero esto sólo será el comienzo, porque el camino de Jericó ha de ser transformado, quedando limpio de bandidos, para que ni los hombres, ni las mujeres, ni los niños vuelvan a ser robados y golpeados como lo fueron en épocas pasadas. La verdadera compasión consiste en algo más que en arrojarle una moneda al mendigo. Una sociedad que produce mendigos es indudable que necesita ser restaurada.”[3] Como era de suponer, pronto dejaron de llamarle “Gandhi negro” para insultarle como “pastor rojo”. Sus críticas siguieron creciendo en calado, denunciando la guerra de Vietnam a la que veía como “un enemigo del pobre”[4], y denunciando un capitalismo que producía discriminación en el Sur pero también ghettos en los estados del Norte (ya en 1968 afirmaba: “esta no es una guerra de razas, es ya una guerra de clases”[5]). Su denuncia se focalizó en la estructura social antihumana que flagelaba a su país: “Si las ramas ejecutivas y legislativas estuvieran interesadas en la protección de los derechos de los ciudadanos de toda la nación, … la transición de una sociedad segregada a una integrada estaría más adelantada de lo que está hoy. … La escasez de dirigentes positivos en Washington no se limita a un solo partido político. Los dos principales partidos se han quedado atrás en el servicio de la justicia.”[6]

Otras personas y movimientos compartían con Martin Luther King sus análisis y prácticas en estos dos niveles. Pero sus denuncias  y acciones estabas impregnadas de la conciencia de un tercer nivel de conflicto aún más profundo: un nivel espiritual, un anhelo de trascendencia que sin ser atendido condena al ser humano a la impotencia. Para Martin Luther King, la causa última de todas las ruinas humanas personales y sociales está en nuestra separación rebelde de Dios. Por eso, al tiempo que se daba por entero en los dos niveles citados más arriba, insistía en este tercer plano esencial: “Quisiera instaros para que concedieseis prioridad a la búsqueda de Dios. (…) Sin Dios todos nuestros esfuerzos se vuelven ceniza, y nuestros amaneceres noches oscuras. Sin Él, la vida es un drama absurdo en el que faltan las escenas decisivas. Pero, con Él, podemos levantarnos por encima de valles agitados hacia alturas sublimes de paz interior y encontrar radiantes estrellas de esperanza en las profundidades de las noches más deprimentes de la vida. Como muy bien dice San Agustín: ‘Nos habéis creado para Vos, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Vos.’ (…) ¿Dónde se encuentra este Dios? ¿En un tubo de ensayo? No. ¿Dónde, si no en Jesucristo, Señor de nuestras vidas? Conociéndole a él, conocemos a Dios. (…) Si debemos saber cómo es Dios y entender sus designios respecto a la humanidad, debemos volvernos hacia Cristo. Abandonándonos totalmente a Cristo y a su hacer,  participaremos en un maravilloso acto de fe que nos conducirá al verdadero conocimiento de Dios.”[7]

Del equilibrio de Martin Luther King en los distintos niveles de análisis y acción comprometida da cuenta este párrafo de uno de sus sermones, pronunciado pocos meses antes de ser asesinado y que fue reproducido en una cinta magnetofónica en su funeral: “Si puedo ayudar a alguien durante mi paso por la vida, si puedo alentar a alguien con una palabra o una canción, si puedo mostrar a alguien que está siguiendo un camino equivocado, entonces mi vida no habrá sido en vano. Si puedo cumplir con mi deber como debe hacerlo un cristiano, si puedo traer salvación a un mundo descarriado, si puedo difundir el mensaje enseñado por el maestro, entonces mi vida no habría sido en vano.”[8]


Sólo la ignorancia o los prejuicios impiden reconocer a la luz de la práctica diakónica cristiana que la fe en Jesús no paraliza a sus discípulos ante la vida y menos sus injusticias, que no adormece sus conciencias, que no les vuelve insolidariamente de espaldas al mundo. Al contrario, no existe fuerza transformadora tan poderosa como la que nace del Evangelio del crucificado, Señor hoy de su Iglesia y al final de los tiempos del Universo entero, cuando “… juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.” (Isaías 11,4-9)


Conferencia pronunciada en la Gala de Premios DIACONIA al voluntariado social 2013. Madrid, 28 de Noviembre de 2013.


[1] Según DIACONIA ESPAÑA, Diakonia es: “Compromiso Social, entendido como la expresión visible de la fe cristiana y  materialización del amor a Dios y al prójimo.”
[2]Luther King, Martin: La fuerza de amar. Barcelona: Aymá Editora, 1965. Pg. 102.
[3] Luther King, Martin: A dónde vamos: ¿caos o comunidad? Barcelona: Aymá Editora, 1967. Pgs. 196-197
[4] Luther King, Martin: El clarín de la conciencia. Barcelona: Aymá Editora, 1968. Pg. 45.
[5] King, Coretta S.: Mi vida con Martin Luther King. Barcelona: Plaza & Janés, 1970. Pg. 417.
[6] Luther King, Martin: Los viajeros de la libertad. Barcelona: Editorial Fontanella, 1963. Pg. 237.
[7] Luther King, Martin: La fuerza de amar. Op. Cit. Pgs. 87-89.
[8] King, Coretta S.: Mi vida con Martin Luther King. Op. Cit. Pg. 460.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

CONVERSOS, CONVERSIONES, CONVENCIONES



La Reforma protestante del siglo XVI fue plural en sus protagonistas: Lutero, Calvino o Zuinglio, pero también los anabautistas de la reforma radical, los no violentos como Menno Simons e incluso los más belicistas de Münster. La realidad plural del protestantismo actual, también en España, es un eco de aquella pluralidad de ayer.

Plurales fueron también las consecuencias de la Reforma en ámbitos sociales, políticos, culturales y, desde luego, teológicos. Por lo que hace a este último aspecto, en esencia, la Reforma no hizo sino subrayar el elemento básico de la fe cristiana: el encuentro entre cada individuo y Dios, un encuentro con proyección comunitaria pero personal en su origen. Ese encuentro, del lado divino se resume en su autorevelación, del lado humano lo llamamos conversión.

El Evangelio afirma que motor inmóvil de Aristóteles o el Dios no conocido de los griegos (Hch.17,23), irrumpe en la vida de los seres humanos, en el tiempo y el espacio, se nos da a conocer a sí mismo en Jesucristo. Cristo es el Verbo de Dios, no un sustantivo ni un mero adjetivo sino Verbo, acción divina a favor de todos los seres humanos sin excepción. “El cristianismo es esencialmente una religión histórica, basada en la afirmación de que la encarnación de Dios en Jesucristo fue un evento histórico que tuvo lugar en Palestina cuando Augusto era emperador de Roma. (…) En Jesús de Nazaret Dios  tomó la naturaleza humana una vez y por todo y para siempre; su encarnación en Jesús fue decisiva, permanente e irrepetible, el momento decisivo de la historia humana y el principio de una nueva era”[1].

Las buenas nuevas del Evangelio anuncian que Dios se acerca a los hombres y lo hace a impulsos del amor: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros … lleno de gracia y de verdad” (Jn.1,14); que el Hijo del Hombre se hace menor que el más pequeño de nosotros: “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filip.2,7-8); que todas las intenciones de Dios hacia el ser humano se resumen en esa cruz en la que el Hijo del Hombre hizo suya nuestra rebeldía contra Dios, pagó nuestras culpas, y en su resurrección garantizó nuestra reconciliación con Dios y nuestra propia resurrección. Por esto y a pesar de los asombros o las burlas, el apóstol Pablo resume el Evangelio como “la palabra de la cruz” (1ªCor.1,18) y esencia la locura de su predicación (1ªCor.1,21) en esta rotunda declaración de intenciones: “nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1ªCor.1,23).

Tal Evangelio, añade el apóstol es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom.1,16); poder para hacer nuevas todas las cosas. El diagnóstico de Eclesiastés en términos humanos es que “nada hay nuevo debajo del sol” (1,9): “Así piensa el Eclesiastés. No existe el progreso del hombre. Éste puede tener instrumentos cada vez más perfectos. Puede manipular más cosas. Puede hacer más. Pero el hombre no es más. Su vida no es distinta.”[2] Sin embargo el Evangelio es el anuncio de algo radicalmente nuevo, no mejorado ni evolucionado sino distinto, radiante: Cristo, “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apoc.22,16). Lo anuncian los profetas: “He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz” (Is.43,19). (Id. 42,9; 65,17; Ez.11,19; 18,31; 36,26). Lo anuncia Jesús: “vino nuevo y odres nuevos” (Mt.9,17; un “nuevo pacto en su sangre” (Mt.26,28); un “nuevo nacimiento del Espíritu” (Jn.3,7). Lo anuncian los apóstoles: “una vida nueva” (Rom.6,4); “el régimen nuevo del Espíritu” (Rom.7,6), ser hechos “nuevas criaturas” (2Co.5,17), ser “vestidos del nuevo hombre” (Ef.4,24).

En Jesucristo, Dios recrea todas las cosas, las hace nuevas. Jesucristo es la novedad de Dios. Por eso el apóstol Pablo proclama: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2ªCor.5,17). Dios invita en Jesucristo a todos los seres humanos a participar de esa recreación, de un nuevo nacimiento, un nacer del Espíritu (Jn.3,5) que se ofrece a todos sin excepción: “[Dios nuestro Salvador] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ªTim.2,5). Esta es la declaración cumbre del Evangelio: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn.3,16)

El Dios que se acerca a los seres humanos en Jesucristo sólo espera de cada uno de nosotros una respuesta. Dios nos ha creado con capacidad de responder y por tanto responsables de nuestra respuesta[3]. Dios espera tan sólo una respuesta de fe, entendida al modo hebreo (confianza obediente), para hacer efectiva en cada persona esa obra de restauración, de recreación, de reconciliación en todas las dimensiones de la existencia. Esa es la predicación de la Iglesia: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2ªCor.5,19-20). Esa respuesta-experiencia que salva, recrea y reconcilia la llamamos conversión.

Convertirse es convertirse a Jesús por medio de la fe, y a través de Jesús convertirse a Dios (Jn.14:1,6), y en Dios convertirse al semejante. Por medio de la conversión el ser humano queda bajo la soberanía de Dios y la vida es transformada en su totalidad de manera que adquiere un nuevo contenido y una nueva dirección. Los conceptos de arrepentimiento, penitencia y conversión están estrechamente vinculados en el Nuevo Testamento. Tres grupos de palabras caracterizan los distintos aspectos de esta realidad: “epistrépho” “metamélomai” y “metanoéo”. Los dos primeros especialmente aluden a la conversión de la persona, entendida como transformación total de la existencia humana por la acción del Espíritu Santo.[4] En su uso profano, “Epistrépho” y “metamélomai” designan un movimiento de volverse, dar la vuelta, cambiar de dirección, y por extensión cambiar de modo de pensar y de comportamiento. Calvino escribe que la verdadera conversión consiste en la “vivificación del Espíritu”[5] y es que en el contexto neotestamentario el énfasis determinante está en el protagonismo del Espíritu Santo en ese proceso, en su dimensión sobrenatural, en la intervención “tangible” de Dios a favor de la persona por el Espíritu Santo.

Por ese ingrediente esencial sobrenatural, la autorevelación de Dios al hombre y la conversión del hombre a Dios en Jesucristo se concretan no sólo en dogmas precisos sino, sobre todo, en novedad de vida, para que toda persona pueda llegar a ser en Cristo todo lo que Él diseñó en la Creación y que se completará al final de los tiempos. Todas estas declaraciones son vitales, existenciales y confirman su verdad (o mentira) por la experiencia (o su ausencia) en la vida concreta, de personas concretas, en sus vivencias concretas.

Las palabras confunden a veces e invocar conceptos como corazón, experiencia o sobrenatural, puede hacer suponer a algunos que el Evangelio de Jesucristo tiene que ver con misterios para iniciados o “fantasías espirituales animadas de ayer y hoy”. Nada más lejos de la verdad. En este sentido puede ayudarnos el modelo y el testimonio de Blas Pascal, hombre de ciencia , hombre de pensamiento, y hombre de fe. Vivió en la Francia racionalista del siglo XVII y fue un ejemplo sobresaliente de aquella época.[6] Pero Pascal señala que existen dos modos de saber y frente (además de) al “orden de la razón”, invoca el “orden del corazón”, una intuición dinámica, vital de los principios del conocimiento. La parte de la realidad que corresponde al orden del corazón se escudriña con un “espíritu de sutileza” (ésprit de finesse), una intuición viva que alcanza a la esencia misma de las cosas, en un modo propio del que la razón no participa: “El corazón tiene razones que la razón no conoce.”[7] Pascal advierte que Dios no puede ser conocido por la “razón” sino por el “corazón”: “Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. He ahí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la razón.”[8] El resultado de esta perspectiva es mucho más que una ordenada composición de dogmas teológicos, es una experiencia vital con Dios en Jesucristo por el Espíritu Santo: “El Dios de los cristianos no consiste en un Dios autor simplemente de las verdades geométricas y del orden de los elementos; esta es la parte de los paganos y de los epicuros. No consiste solamente en un Dios que ejerce su Providencia sobre la vida y sobre los bienes de los hombres, para dar una feliz sucesión de años a los que le adoran; esta es la arte de los judíos. Pero el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de los cristianos, es un Dios de amor y de consolación; es un Dios que llena el alma y el corazón de los que El posee; es un Dios que les hace sentir interiormente la propia miseria, y su misericordia infinita; que se une al fondo de su alma; que la llena de humildad, de gozo, de confianza, de amor; que les hace incapaces de otro fin que no sea El mismo.[9]

A la muerte de Pascal se encontró cosido al forro de su abrigo un sencillo Memorial que daba cuenta de su propia experiencia y que comenzaba así:

AÑO DE GRACIA DE 1654
Lunes, 23 de noviembre, día de san Clemente, papa y mártir, y otros mártires.
Víspera de san Crisógeno, mártir, y otros.
Después de las diez y media de la tarde hasta alrededor de las doce y media de la noche.

FUEGO

“Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”, no de los filósofos ni de los sabios.
Certidumbre. Certidumbre. Sentimiento. Alegría. Paz.
Dios de Jesucristo.
Deum deum et Deum vestrum
“Tu Dios será mi Dios”.
Olvido del mundo y de todo lo que no sea Dios.
Él sólo puede ser encontrado por los caminos que enseña el Evangelio.
Grandeza del alma humana.
“Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido”.
Alegría, alegría, alegría, llantos de alegría. ….[10]

La Reforma protestante supuso, entre otras cosas, la descalificación de una experiencia religiosa reducida a “letra muerta”, de un escolasticismo que después de siglos fructíferos había quedado limitado a un mero ejercicio de malabarismo especulativo, un recitado autojustificativo de autoridades humanas que citaban a otras autoridades humanas y así, de cita en cita, reduciendo la Iglesia, la teología y la experiencia cristianas a una casa de citas. Frente a semejante estado de cosas los reformadores regresaron firmemente a la autoridad de la Biblia pero también a la vitalidad del Espíritu Santo, que hace viva, eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos a la Palabra de Dios en el ser humano (Heb.4,12). Desde esta perspectiva reformada-renovada Menno Simons escribió: “La Palabra de Dios no reconoce otros cristianos sino aquellos a quienes se les ha predicado la pura doctrina de Cristo en el poder del espíritu y que la han aceptado en verdadera fe por la obra del Espíritu, y que por la vida simiente de Dios han nacido de nuevo en Cristo Jesús y que, por el poder de ese nacimiento, han sepultado en verdadera penitencia la pecaminosa vida antigua y se han levantado resucitando en Cristo.”[11]

Esta es la verdadera apuesta y propuesta del Evangelio de Jesucristo que la Reforma protestante iluminó rescatándola de reducciones humanas, demasiado humanas. Este es el verdadero Evangelio que los hijos de la Reforma protestante oscurecieron de nuevo, apenas unas décadas después de su nacimiento, al reducir sus intuiciones a una nueva escolástica, ahora luterana, reformada, pero de nuevo humana, demasiado humana. La “sana doctrina” no es ortodoxia muerta: la sana doctrina es literalmente “higiénica” (1ªTim.1,10) porque trae salud espiritual. La advertencia reformada de “ecclesia reformata semper reformanda” (que apareció probablemente por primera vez en el siglo XVII en alguna de las declaraciones de las iglesias de los Países Bajos) debe aplicarse a todos los aspectos de la fe cristiana, cuidando de mantener viva la conciencia y la experiencia de la intervención concreta de Dios en la vida de los seres humanos, en el nombre de Jesucristo por el poder del Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas. Todo lo demás son convenciones.

Una representación gráfica de estas verdades la ofrecieron un grupo de jóvenes en el Paraninfo de la Universidad de Valencia, un solemne salón del siglo XVII, una tarde de invierno a finales de los años setenta. Entonaban con más voluntad que acierto una sencilla canción. No formaban parte de una Coral ni menos aún eran intelectuales, ni siquiera estudiantes. Eran jóvenes heroinómanos ya rehabilitados. El texto de su canción estaba tomado de unos versículos conmovedores del profeta Joel: “Os restituiré [promete Dios] los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta” (2,25). El profeta anunciaba al pueblo de Judá la promesa divina de restaurarles por completo tras un tiempo ruinoso. Tal había sido también la experiencia de aquellos jóvenes, de cuerpos todavía demacrados pero ya personas restauradas. Este es en esencia el propósito del Dios de amor para todos los seres humanos a través de Jesucristo: conversión para salvación, restauración, reconciliación. Ese es el fruto de toda conversión genuina a Dios en Cristo: vida, vida abundante, vida eterna (Jn.10,10).

  
Conferencia pronunciada en la celebración del Día de la Reforma, organizada por el Consejo Evangélico de Madrid, en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense. Madrid, 31 Octubre 2013.


[1] John Stott: The contemporary Christian. Inter-Varsity Press, 1992. Pg. 308-309.
[2] Jacques Ellul: La razón de ser. Meditaciones sobre el Eclesiastés. Barcelona: Herder, 1989. Pg.72. 
[3] Emil Brunner: La verdad como encuentro. Barcelona: Editorial Estela, 1967.
[4] L.Coenen, E.Beyreuther, H.Bietenhard: Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, vol. I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1985. Pgs. 331ss.
[5] Juan Calvino: Institución de la Religión Cristiana. (III,iii,5)
[6] Físico: Siendo niño escribió un estudio sobre acústica: Tratado de los sonidos. Diez años después realizó su mayor descubrimiento como físico: los experimentos en torno al vacío. En sus Nuevos experimentos en torno al vacío afirmó que los efectos que se atribuían al “horror al vacío” se debían al peso y a la presión del aire. En el Tratado sobre el equilibrio de los líquidos y la pesadez del aire (1654) formuló la teoría del equilibrio hidrostático y desarrolló algunas aplicaciones prácticas, como la invención de la prensa hidráulica. Matemático: A los doce años, a modo de juego, descubrió el teorema treinta y dos de Euclides: “la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos ángulos rectos”. A los dieciséis años escribió un Tratado de cónicas, en el que exponía el teorema que hasta hoy se conoce con su propio nombre (o exágono místico). Creó la “geometría del azar”, contribuyó a sentar las bases del cálculo de probabilidades. En 1658 resolvió el llamado problema de la ruleta (para distraerse de un fuerte dolor de muelas) y puso las bases de lo que hoy conocemos como cálculo integral. Ingeniero: Para ayudar a su padre en su función de “comisario diputado para el impuesto”, tarea que le exigía realizar largos y trabajosos cálculos, diseñó a los dieciséis años una de las primeras calculadoras, siendo el primero en resolver las dificultades técnicas que impedían su correcto funcionamiento. Suyo fue, como ya hemos dicho, el invento de la prensa hidráulica. Urbanista: Para ayudar a los pobres organizó lo que sería la primera compañía de ómnibus de Paris. Polemista: Sus Cartas Provinciales, textos escritos en defensa del cristianismo jansenista de Port-Royal, además de su valor teológico, se convirtieron en una obra maestra de la literatura francesa, supusieron el nacimiento del francés moderno, e inauguraron un nuevo género literario: el panfleto (se llegaron a tirar diez mil ejemplares de esas cartas, repartidas por París). Apologista: Durante años fue recopilando una enorme cantidad de notas con intención de elaborar una apología en favor de la fe cristiana que moviera a los incrédulos a reconocer su necesidad de Dios. La compilación póstuma de esos apuntes fragmentarios se conoce como Pensamientos, la obra más reconocida de Pascal. Además, escribió La oración para el buen uso de las enfermedades y otros opúsculos de carácter piadoso.
[7] Blaise Pascal: Pensamientos. Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 423.
[8] Blaise Pascal: Pensamientos. Op. Cit. Pg. 131. Lafuma, 424.
[9] Blaise Pascal: Pensamientos. Op. Cit. Pg. 144. Lafuma, 449.
[10] Citado en Carmen Herrando: Blaise Pascal. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2010. Pgs. 98-99.
[11] Menno Simons: “Una patética súplica a todos los magistrados” (1552). In Textos escogidos de la Reforma radical. Compilador, John Yoder. Buenos Aires: La Aurora, 2007. Pg. 367.