domingo, 30 de noviembre de 2014

SOY ENCONTRADO POR LA ALEGRÍA, LUEGO EXISTO (Homenaje a Carlos Díaz)


Carlos Díaz es cristiano: “Hallándome, pues, en la convicción de que nada encuentro más racional que creer razonablemente en el Logos de Dios –que se ha adelantado creyendo en mí-, y no explicándome tampoco (a pesar de haberlo intentado fervientemente muchas veces: lo siento) cómo sería posible creer en Dios pero pensar como si no creyera en Dios, por todo ello me considero anima naturaliter christiana.”[1]. Pero siendo contundente, esa declaración no es suficiente para descubrir y describir la verdad más propia de una fe personal.

“¿En qué crees tú verdaderamente, Carlos?”[2] La dificultad de la respuesta nace en buena medida de la formulación desenfocada de la pregunta porque en última instancia, ¿creemos, como un logro consolidado, definitivo, o más bien estamos a diario aprendiendo a creer y en ese proceso vital vamos conociendo vitalmente al Jesús en quien creemos? El apóstol Pablo en una de sus últimas epístolas, décadas después de su conversión, afirma que sigue inmerso de pies a cabeza en el apasionante empeño de conocer mejor a Jesús (Filipenses 3,8ss). El creer de Carlos Díaz responde a este perfil procesual común a todo verdadero creyente[3] pero que pocos como él viven, padecen y celebran de cara al público a través de sus escritos.

El creer de Carlos Díaz es (¿sólo el suyo?) un creer difícil: “percibo por paradoja con meridiana claridad que amanece, que aun siendo de todo punto necesario que yo crea en Dios, lo verdaderamente fundante y primero está en persuadirme de que es Dios quien cree en mí y en empaparme de que –antes de que yo le invocase a él- él ya había susurrado quedamente mi nombre al crearme”[4] La fe de Carlos Díaz responde a la historia de una tensión nunca resuelta del todo entre la confesión intelectual de la verdad y la vivencia personal de dicha verdad: la verdad gozosamente encarnada y celebrada del amor incondicional de Dios hacia todos a través de su Hijo Jesucristo. “¡A mí al menos me cuesta tanto, tanto, ponerme en las manos de Dios, permitirle (a duras penas, sin lograrlo nunca) ser mi abogado, fiarme absoluta e incondicionalmente y sin contrapartida de él!”[5]

Demasiado a menudo el Dios-Padre revelado en Jesucristo, Dios de misericordia entrañable, es sustituido en la percepción humana por un Dios-Juez de modo que la invocación de su nombre sólo inspira un miedo enfermizo que puede apoderarse de la percepción de todas las cosas, sobre todo de Dios mismo. En tales condiciones la fe se vive como condena, como una responsabilidad culpable ante todo, huyendo de Dios en esta vida y temiendo ser rechazado por Él en la eternidad. A impulsos del miedo o de un sentido desequilibrado del deber, la relación con Dios queda reducida a un esfuerzo torturante y tortuoso por “satisfacer” a Dios, aplacar su ira, un esfuerzo que en último grado acaba por decantarse en cualquier forma de neurosis obsesiva que ya no es religión en absoluto sino malsana superstición.

Confiesa Santa Teresa de Jesús que por veinte años su creer estuvo basado en el temor del castigo y el anhelo de los premios eternos, pero no en el amor agradecido a Dios. Para algunos de nosotros también, crecer en el conocimiento del Dios auto-revelado en Jesucristo es en buena medida un ejercicio de desaprender: de la avergonzada huida adánica (Génesis 3,8) a la gozosa entrega en los brazos del Padre perdonador (Lucas 15,20) al amparo del Crucificado. Ese proceso podría ser menos angustioso, mucho más gozoso, festivo, de no ser por la necia tozudez humana: “porque hay almas que, en vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estorban a Dios por su indiscreto obrar o repugnar, hechas semejantes a los niños que, queriendo sus madres llevarlos en brazos, ellos van pateando y llorando, porfiando por se ir ellos por su pie, para que no se pueda andar nada, y si se anduviere, sea al paso del niño.”[6] Pero, “gracias a Dios”, mayor que nuestra torpeza es su paciente amor, que nunca desespera. “Mas Vos, Señor mío, quisisteis ser –casi veinte años que usé mal de esta merced- el agraviado, porque yo fuese mejorada.”[7]

Dios derrota nuestros miedos, nos conquista con su amor perdonador, gratuito, y todo porque a Dios le hemos caído “en gracia” y en Jesús nos ha agraciado a todos sin excepción. Las tinieblas de la culpa, la vergüenza, todas ellas bien fundadas por cierto pero insoportables, se diluyen a la luz de Cristo, “la estrella resplandeciente de la mañana”[8] (Apocalipsis 22,16). El ser humano no es fruto del azar; cualquiera haya sido el “procedimiento” de su creación, procede en última instancia del aliento y de las manos de Dios: “Ha sido pensado, querido y producido directamente por Dios con un amor personal. Todos los hombres y cada hombre han sido amados por Dios en la creación. El Señor Dios se hace responsable de la más perfecta realidad creada, la identidad humana, una identidad traída a la realidad para siempre y desde siempre por el infinito querer divino. Desde el primer instante Dios mira su futuro creatural con un amor infinito. Al crearle, le salva, y al salvarle le crea.”[9]

La revelación de Dios acerca del hombre incluye la verdad de nuestra culpa pero, sobre todo, la verdad del perdón (“cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” –Romanos 5,20) y la invitación a la reconciliación a través de su Hijo Jesucristo: “os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2ª Corintios 5,20). Es, pues, el Evangelio buena nueva, “buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2,14), dádiva divina que precede a cualquier iniciativa o mérito humano: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5,8); es un amor tan poderoso que ni aún la muerte puede impedir que Dios nos siga amando (Romanos 8,38-39). Es un amor que ama a quien no lo merece, a quien no es digno de ser amado; que ama a quien ignora que está siendo amado, que ni siquiera reclama ser amado. Es un amor que ama a quien no corresponde con amor, es un amor no correspondido, no recompensado, no reconocido ni apreciado. Es un amor que ama a quien no “mejora”, a quien no avanza a su vez en el camino del amor, a quien parece un pozo sin fondo en el que se pierde todo empeño de amor ofrecido. A los ojos humanos este amor se percibe como pérdida, como exceso, como valioso perfume que podría ser vendido y dado a los pobres, en lugar de ser derramado gratuitamente; no le falta razón a ese juicio porque este amor, en efecto, “no busca lo suyo” (1ªCorintios 13,5). Pero porque no busca lo suyo, paradójicamente, este amor permanece; nunca deja de ser (1ª Corintios 13,8) porque viene de Dios y Dios es amor (1ªJuan 4,8). Jesucristo es la encarnación de ese amor (Juan 1,17), la cruz es el testimonio de ese amor (Juan 3,16), el Espíritu Santo planta la semilla de ese amor en las entrañas del cristiano (Romanos 5,5).

Tal amor divino perdonador, fundante de la plena humanidad de los humanos, ha ido abriéndose paso progresivamente en la obra y, mejor aún, en la vida de Carlos Díaz, quien ha convertido en bandera epistemológica el  festivo “Soy amado, luego existo” o, en expresión menos frecuente: “Soy encontrado por la alegría, luego existo.”[10] Así es cómo crece en vida y obra de Carlos Díaz el gozo sobre la agonía, el perdón sobre la culpa, el amor sobre el temor, porque, en definitiva, a la luz del Evangelio “Sólo el amor es digno de fe” (H. von Balthasar). Desde esta perspectiva luminosa, no hay mejor proyecto vital e intelectual en el que invertirse y desvivirse que dejarse convencer y dejarse transformar por este amor: “No hay porque temer a quien tan perfectamente nos ama. Su perfecto amor elimina cualquier temor. Si alguien siente miedo es miedo al castigo lo que siente, y con ello demuestra que no está absolutamente convencido de su amor hacia nosotros” (1ª Juan 4,18 –paráfrasis La Biblia al día). Desde esta perspectiva liberadora y vivificante se afirma una declaración de fe esencial, esenciada, suficiente, plena de sentido en sí misma: “Sólo creo en Jesucristo, crucificado y resucitado.”[11]

Dado que el ágape del Nuevo Testamento es de origen divino, su carácter es expansivo; no es posible dejarse impregnar de él sin que se traduzca en acción enamorada y amante hacia Dios, hacia los semejantes y, tal vez con más dificultad, para con uno mismo. El amor expansivo de Dios en Cristo, recibido como humilde semilla de mostaza, renueva la voluntad humana que ahora quiere agradecidamente por saberse querida anteriormente: “Afirmándose como voluntad que quiere, se sabe la voluntad personalista afirmada como voluntad querida, es decir, como agraciada por la gracia de una Gratuidad que le ha agraciado queriéndola de antemano y sin concurso de mérito propio, a partir de la cual ella misma quiere ya agradecidamente, por cuanto que se sabe favorecida antecedente y consecuentemente, lo cual la convierte a la par en fuerte (por recibir de Otro la fortaleza) y en débil (por no tenerla en sí misma más que a través de la recepción del don), y todo ello no desde arriba sino al lado de los rostros concretos y a su misma altura, porque solamente hay rostro humano cuando existe altura compartida y distancia justa.”[12] Y como diría Carlos Díaz: “el que esté libre de culpa que arroje el primer Kierkegaard.”


Publicado en AAVV: Carlos Díaz, Testimonio y Pensamiento. Madrid: Instituto Emmanuel Mounier, 2014.



[1] Carlos Díaz: Razón cálida. La relación como lógica de los sentimientos. Madrid: Escolar y Mayo Editores, 2010. Pg. 147.
[2] Carlos Díaz: Para venir a serlo todo. Madrid: Editorial San Pablo, 1995. Pg. 7.
[3] “Por lo general no se cree de una vez por todas, antes al contrario se gana y se pierde insensiblemente a lo largo de toda la existencia, y en ese proceso vital el no ganar puede resultar una forma de enquistarse, en tanto que el no perder ciertas convicciones puede impedir otras ganancias más verdaderas y más puras.” Carlos Díaz: Para venir a serlo todo. Op. Cit. Pg. 15.
[4] Carlos Díaz: Para venir a serlo todo. Op. Cit. Pg. 17.
[5] Carlos Díaz: Para venir a serlo todo. Op. Cit. Pg. 22.
[6] San Juan de la Cruz: Noche oscura de la subida del Monte Carmelo. Prólogo.3.
[7] Teresa de Jesús: Libro de la vida. 4.3.
[8] Las citas bíblicas están tomadas de la versión Reina- Valera, 1960.
[9] Carlos Díaz: La virtud de la humildad. México D.F.: Editorial Trillas, 2002. Pg. 16.
[10] Carlos Díaz: “Las buenas manos de la alegría”. In El protestantismo en España: pasado, presente y futuro. Madrid: Consejo Evangélico de Madrid, 1997. Pg. 126.
[11] Declaración pública de Carlos Díaz en las Aulas del Instituto Emmanuel Mounier. Burgos: Julio de 2013.
[12] Carlos Díaz: Yo quiero. Salamanca: Editorial San Esteban, 1991. Pg. 140.

viernes, 25 de julio de 2014

UN CAMINO MÁS EXCELENTE: Notas sobre 1ª Corintios 13




I. UN AMOR DE MILAGRO (v.1-3)

A veces pedimos a Dios milagros que no hace pero también hay milagros que Dios quiere hacer y nosotros no le dejamos: el mayor es dejarnos transformar en Su amor. Es casi una blasfemia contra 1ª Corintios 13, reducirlo a un poema nupcial “bonito” cuando, en realidad, es el criterio para la vida más subversivo que podamos imaginar. Creo que hacemos esto por miedo; vivir en el amor al que Dios nos llama y que Él mismo nos regala produce un vértigo que difícilmente podemos resistir; asusta, por ejemplo, tomar en serio Mt.5,38-44. Pero sólo vivir en ese amor nos sana, nos reconcilia con Dios, con el semejante y con el Universo entero.

1. Un camino aún más excelente: “agápe”. “Procurad, pues, los dones mejores” (12,31a); “desead” (imperativo) los dones “superiores”. ¿Por qué exhorta Pablo a buscar los dones más excelentes cuando antes (12,11) ha enseñado que los dones son repartidos por el Espíritu “como él quiere”? La exhortación aparece en el contexto de la enseñanza sobre el lugar del don de lenguas respecto de los demás dones, que traen edificación a toda la iglesia. En ese punto, Pablo se sube a una plataforma mucho más alta para analizar con mejor perspectiva el debate sobre dones, ministerios, actividades, relaciones fraternales, sentido y vida de la iglesia: “¿Buscáis lo mejor? Está bien pero yo os mostraré lo mejor de lo mejor”, “un camino aún más excelente” (12,31b): “Pablo presenta su exposición sobre el amor como un intermedio en su discusión sobre los dones. Enseña que el amor no es un don sino un modo de vida. Muestra que fuera del contexto del amor, a un don espiritual le es imposible funcionar y no vale nada.”[1]

2. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablamos de un prodigio, un milagro sobrenatural, porque no está en la condición humana, porque “tiene su raíz en Dios.”[2] Resuena la enseñanza de Jesús acerca de un amor “extraño”, diferente al amor “lógico” (Mt.5,46-47).

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablamos de “agápe”. Nada tiene que ver con el erotismo, la simpatía o el afecto natural; es un amor que tiene estricta y absolutamente origen divino. “El verdadero amor se da a conocer amando lo que no merece ser amado, porque eso es lo que Dios hace. Nos muestra su amor en la muerte de su Hijo cuando todavía éramos pecadores (Rom.5,8; 8,32-39; 2ªCor.5,18-21; Ef.1,4-5; 2,4-7). Dios siempre viene a nosotros en amor antes de que nosotros vayamos a él en arrepentimiento y fe. (1ªJn.4,10)”[3] Dios nos amó y ofreció su perdón aún antes de nosotros pedirle perdón; ese perdón se hace efectivo cuando lo pedimos pero Dios nos lo ha ofrecido en Jesús de antemano. Es un amor excesivo, que desborda cualquier concepto de justicia, todo sentido de equilibrio, de reciprocidad, es pura des-mesura, pura generosidad pura, pura gracia (Jn.3,16). Es “la pura gratuidad que hace patente el amor puro y absoluto”[4]

Pablo nos exhorta a vivir en el amor divino porque esta forma de vida es la más excelente. Este amor se derrama en el cristiano por el Espíritu Santo (Rom.5,5) y se convierte en el motor de su vida (2ªCor.5,14-15). “Las barreras caen: porque Dios me perdona cuando todavía era un enemigo (Rom.5,10), tengo que perdonar también a mi prójimo, mientras él es todavía mi enemigo (Mt.5,43-48); porque Dios me ha dado sin cálculo y medida hasta el total abandono de sí mismo (Mt.27,46), yo tengo que renunciar a todo cálculo entre limosna y recompensa, entendida de forma terrena (Mt.6,1-4; 19-34); la medida de Dios, que él emplea, se convierte en medida que yo he empleado y por la cual seré medido: esto no es una sentencia de ‘pura justicia’, sino la lógica del amor absoluto”[5]

3. ¿De qué no hablamos cuando hablamos de amor? Aún los dones espirituales deben ser ejercidos en el contexto de ese amor. Y Pablo lo explica con ejemplos tan claros que nos desarman; ejemplos que explican el amor por lo que NO es:

- “Lenguas humanas y angélicas”. En la perspectiva del reino de Dios, cuando digo algo sin amor, aunque sea una gran verdad y dicha con gran elocuencia, no es nada. Porque la única verdad, en última instancia, es el amor mismo.

- “Profecía”. En la perspectiva del reino de Dios, una profecía/verdad que se pronuncia fuera del contexto del amor es en vano, no sirve de nada.

- “Fe”. En la perspectiva del reino de Dios: La fe debe actuar de la mano del amor; de otra manera no sirve de nada.

- “Repartir”. En la perspectiva del reino de Dios, las acciones caritativas sin el impulso de la “caritas” no son nada. Quien ama dona, pero además se dona y por eso siempre per-dona (Per- denota intensidad o totalidad)

4. El trabajo del amor. Desde la perspectiva del reino de Dios: “La mayor interpretación del otro es el amor” (Carlos Díaz). A la luz de la verdad esencial del amor, el desafío más retador para el discípulo de Jesús que ha sido traspasado por el amor de Dios en Jesús no es la pobreza o el martirio sino la práctica misma del amor, de este amor, en la relación con uno mismo, en el matrimonio, la familia, la iglesia y todo prójimo.

¿Qué debe “hacer” el cristiano? Amar, al modo del amor de Dios. Pablo reconoce y exhorta “al trabajo del amor” (1ªTes.1,3), “las obras del amor” (Kierkegaard). En este sentido podemos decir: “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín). “Mucho hace el que mucho ama” (Tomás de Kempis: Imitación de Cristo. Libro I, XV.2). Tan definitivo es el amor al modo divino que es el cumplimiento y el resumen de la ley (Rom.13,10)

¿Quieres oír la “receta” de Dios a todos tus quebrantos en tus relaciones?: sólo el amor; dispuesto a “sufrir el agravio” (1ªCor.6,7). Sólo el amor, que es razón única y suficiente porque: “El amor cubrirá todas las faltas” (Prov.10,12), “el amor cubrirá multitud de pecados” (Stg.5,20, 1ª P.4,8).


II. ÁGAPE: DISFRUTA, CULTIVA, REPRODUCE (v.4-7)

¿Qué amor es ese ágape? ¿Cómo es? El apóstol  explica primero qué NO es (v.1-3): no tiene que ver con acciones caritativas si no son impulsadas por verdadera “caritas”. Pablo tampoco define la “esencia” de ese amor si no algunas de sus manifestaciones visibles (v.4-7)

1. AGÁPE: descúbrelo, disfrútalo. La primera conclusión sobre esta manera de entender y practicar el amor es que: ¡así nos ama Dios! Es el modelo de la cruz que resume Jn.3,16: amor como generosidad, como pura dádiva, como gracia (inmerecida). Es el modelo de la cruz, es el modelo del crucificado: escupido, abofeteado, humillado, avergonzado, su dignidad pisoteada entre burlas, expuesto ante todos en la cruz sin ropas. Es el modelo de la “kénosis de sí mismo”, el auto-anonadamiento de Jesús del que leemos en Filip.2,5-8.

Nos gusta la figura de la cruz desnuda que recuerda al resucitado, como le gustaba a A. Machado: “¡Oh, no eres tú mi cantar! / No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”[6]  Pero no podemos cerrar los ojos al crucificado: ese era el eje de la predicación de Pablo (1ª Cor.1,23). El amor que Jesús pone ante nosotros se ejemplifica con el grano de trigo que sólo lleva fruto si cae a tierra y muere (Jn.12,24), cuya única dirección es “hacia el suelo (humilis)”, (humus-humilis-humildad).

Ese amor prodigioso, de origen necesariamente divino, es el que Dios nos regala a todos en Jesucristo (1ª Jn.4,8b-10). Las banderas representan esencias: de naciones, ideologías, sentimientos … ¿Qué bandera puede representar lo que Dios siente hacia todos los seres humanos sin excepción? ¡“Su bandera sobre mí fue amor”! (Cant.2,4b) “Sobre mí enarboló su bandera de amor” (NVI).

2. ÁGAPE: cultívalo. La experiencia de este amor, la experiencia de saberse, sentirse, amado gratuitamente por Dios no es un instante único; como toda relación puede/debe cuidarse, cultivarse, enriquecerse a diario.

Un medio de gracia esencial que alimenta esa vivencia del amor es la meditación, la adoración ante la presencia de Aquel que tanto nos ama. Ninguna acción caritativa sustituye el valor esencial de la meditación en la “caritas” de Dios, el valor esencial de la adoración personal, íntima, cotidiana (Sal.63,1-3) “Quien no conoce el rostro de Dios por la contemplación, no lo podrá volver a reconocer en la acción, ni siquiera cuando se ilumine frente a él en el rostro de los humillados y las víctimas.”[7]

Otro medio de gracia que alimenta esa vivencia del amor es la participación en el gesto simbólico y comunitario de la Santa Cena. El Memorial de la Mesa del Señor ilustra el amor que nos salvó, así como nos recuerda el regreso victorioso de Jesús, que será a la vez la victoria del amor sobre toda maldad. Pero la Santa Cena no es sólo una mirada al pasado y al futuro sino también una mirada de “examen” del presente (1ªCo.11,28): nos anima a refrescar, profundizar en nuestra experiencia del amor de Jesús, acercándonos más al Padre y alejándonos más del pecado. Ese examen es un examen en el amor.

3. ÁGAPE: reprodúcelo. La experiencia del amor con que Dios nos ama, despierta “el deseo de amar un día como sólo se puede amar cuando uno se acerca al Hijo de Dios.”[8] Por el Espíritu Santo tenemos la posibilidad de vivir en el milagro de este amor, “el camino más excelente” para uno mismo y de más bendición para todos.

Los discípulos de Jesús estamos llamados a amar “en el amor del Señor” (Jn.13,34-35). No es una forma piadosa de decir: “No te soporto de ninguna manera pero me aguanto porque Dios lo manda”. Al contrario, es introducirse en la experiencia siempre milagrosa de un amor capaz de sobre-ponerse a los propios derechos y demandas, renunciar a ellas sin amargura, y ofrecerse a un ejercicio cotidiano de gracia.

No es una cuestión de ética sino el fruto propio aunque siempre imperfecto de vivir uno mismo bañado en el amor de Dios en Jesucristo. “Cuanto más profundos penetren los rayos del amor de Dios justificador como ‘santidad’ en nuestro ser, nuestra libertad será más incondicionalmente entrenada e invitada al amor, y se producirá en nosotros, en una especie de ‘generación original’, una respuesta al amor.”[9] Sólo puedo amar más al otro cuando entro más en el amor de Dios por mí; el mismo Espíritu que me revela ese amor para mí, lo reproduce en mí para otros. Quien se sabe amado gratuitamente puede/debe reproducir ese mismo trato recibido en su trato hacia sus “consiervos” (Mt.18,33). Al fin y al cabo, la promesa del Señor Jesús es que ese amor mora en nosotros por el Espíritu (Ef.3,17s.). Sólo en el “abandono a/en Dios” es posible un amor por el prójimo que no se desalienta aunque humanamente diríamos una y otra vez: “no hay nada más que hacer”. Sólo ese amor divino en nosotros nos permite “no desesperar de nadie” (E.Mounier)


III. EL AMOR NUNCA FALLA (v.8-13)

1. No todo es “perseguir el viento”. “No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.” (Ecl.1,11). Así decía A. Machado: “Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar” (Campos de Castilla). “Todo pasa”. Sin embargo, hay algo que permanece para siempre (v.13), que nunca deja de ser (v.8): el amor.

“El amor nunca deja de ser” (v.8). Con esta frase resume el apóstol el párrafo anterior (v.4-7) e introduce el que sigue: los dones espirituales (profecía, lenguas, ciencia, …) pasarán; incluso la fe y la esperanza pasarán, porque cuando estemos ante la presencia de Dios, ya no tendrán sentido. Sólo el amor permanecerá eternamente, en comunión eterna con Dios, quien es amor. En el presente necesitamos de los dones, de la esperanza, de la fe, porque nuestro conocimiento de Dios sólo es en parte, es imperfecto como el conocimiento de un niño (v.11), es imperfecto como la imagen que refleja un espejo (del siglo I). En cambio, sólo el amor –y así todo lo que nace del amor- permanece: sólo el amor permanece en esta vida, sólo el amor permanecerá en la eternidad (“cuando venga lo perfecto” v.10). Y nosotros sólo permaneceremos en la medida que permanezcamos en el amor.

2. Amor subversivo, por gratuito. Cuando decimos “amor” hablamos del amor de Dios, del amor entendido al modo en que Dios ama y es. El amor del Evangelio de Jesús, el amor con que Dios nos ama, el amor con el que somos llamados a amar, es un amor subversivo porque dinamita todos los valores miserables de este mundo egoísta, interesado, mezquino:

Es un amor que ama a quien no lo merece, a quien no es digno de ser amado; ama a quien ignora que está siendo amado, que ni siquiera reclama ser amado.

Es un amor que ama a quien no corresponde con amor, es un amor no correspondido, no recompensado, no reconocido ni apreciado.

Es un amor que ama a quien no “mejora”, a quien no avanza a su vez en el camino del amor, a quien parece un pozo sin fondo en el que se pierde todo empeño de amor ofrecido.

3. Amor que permanece (vence). A los ojos humanos este amor parece pérdida; no falta razón a este juicio humano porque este amor, en efecto, “no busca lo suyo”. Pero porque no busca lo suyo, paradójicamente, este amor permanece.

Este amor permanece, nunca deja de ser, porque viene de Dios y Dios es amor (1ªJn.4,8). Jesucristo es la encarnación de ese amor (Jn.1,17), la cruz es el testimonio de ese amor (Jn.3,16), el Espíritu Santo planta la semilla de ese amor en las entrañas del cristiano (Rom.5,5). La visión humana de la existencia es amarga: “No hay hombre que no sea un malcosido saco de porquería.”[10] Pero la perspectiva que ofrece el Evangelio de Jesús de la existencia y del ser humano es otra bien distinta, compasiva, nunca desesperada respecto de nadie porque nace del amor, y el amor permanece: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cant.8,7).

Este amor permanece, vence, porque Dios es soberano sobre todo poder humano o sobrenatural. “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc.21,5).

La esperanza de Apocalipsis es la esperanza cierta de la victoria del amor, de modo que si permanecemos en el amor hay consuelo y ánimo para nosotros: “Pues si el amor permanece, entonces no puede caber ninguna duda de que estará en lo futuro, si es éste el consuelo que necesitas, y que está en lo presente, si es éste el consuelo que necesitas. A todos los espantos de lo futuro opón este consuelo: el amor permanece; a toda la angustia y cansancio de lo presente opón este consuelo: el amor permanece.”[11]


 ¿Cómo nos recordarán? ¿Qué huella dejaremos que haya hecho “merecer la pena” nuestra existencia? Desde la perspectiva del Reino, sólo quedará lo que hayamos amado, lo que haya procedido del amor (al modo en que Dios entiende el amor). “¡Oh, más bienaventurado que cualquiera que fuera la hazaña que algún ser humano haya realizado y más bienaventurado que si los espíritus le hubieran sido sumisos, más bienaventurado es ser recordado por el amor!”[12] Más aún: “A la tarde te examinarán en el amor”[13]

 

[1] S. Kistemaker: 1 Corintios. Libros Desafío, 1998. Pg. 485.
[2] VVAA: Biblia comentada. VI (2º). Profesores de Salamanca. Madrid: B.A.C. 1975. Pg. 83.
[3] S. Kistemaker: 1 Corintios. Op. Cit. Pg. 493.
[4] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Sígueme, 2011. Pg. 103.
[5] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 114.
[6] Antonio Machado: Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe, 1980. Pg. 209.
[7] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 111.
[8] Romano Guardini: El Señor. Buenos Aires: Lumen, 2000. Pg. 333.
[9] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 106.
[10] Rafael Chirbes: En la orilla. Barcelona: Editorial Anagrama, 2013. Pg. 134.
[11] S. Kierkegaard: Las obras del amor. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Pg.362.
[12] S. Kierkegaard: Las obras del amor. Op. Cit. Pg.361.
[13] San Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor. 59.