viernes, 25 de julio de 2014

UN CAMINO MÁS EXCELENTE: Notas sobre 1ª Corintios 13




I. UN AMOR DE MILAGRO (v.1-3)

A veces pedimos a Dios milagros que no hace pero también hay milagros que Dios quiere hacer y nosotros no le dejamos: el mayor es dejarnos transformar en Su amor. Es casi una blasfemia contra 1ª Corintios 13, reducirlo a un poema nupcial “bonito” cuando, en realidad, es el criterio para la vida más subversivo que podamos imaginar. Creo que hacemos esto por miedo; vivir en el amor al que Dios nos llama y que Él mismo nos regala produce un vértigo que difícilmente podemos resistir; asusta, por ejemplo, tomar en serio Mt.5,38-44. Pero sólo vivir en ese amor nos sana, nos reconcilia con Dios, con el semejante y con el Universo entero.

1. Un camino aún más excelente: “agápe”. “Procurad, pues, los dones mejores” (12,31a); “desead” (imperativo) los dones “superiores”. ¿Por qué exhorta Pablo a buscar los dones más excelentes cuando antes (12,11) ha enseñado que los dones son repartidos por el Espíritu “como él quiere”? La exhortación aparece en el contexto de la enseñanza sobre el lugar del don de lenguas respecto de los demás dones, que traen edificación a toda la iglesia. En ese punto, Pablo se sube a una plataforma mucho más alta para analizar con mejor perspectiva el debate sobre dones, ministerios, actividades, relaciones fraternales, sentido y vida de la iglesia: “¿Buscáis lo mejor? Está bien pero yo os mostraré lo mejor de lo mejor”, “un camino aún más excelente” (12,31b): “Pablo presenta su exposición sobre el amor como un intermedio en su discusión sobre los dones. Enseña que el amor no es un don sino un modo de vida. Muestra que fuera del contexto del amor, a un don espiritual le es imposible funcionar y no vale nada.”[1]

2. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablamos de un prodigio, un milagro sobrenatural, porque no está en la condición humana, porque “tiene su raíz en Dios.”[2] Resuena la enseñanza de Jesús acerca de un amor “extraño”, diferente al amor “lógico” (Mt.5,46-47).

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablamos de “agápe”. Nada tiene que ver con el erotismo, la simpatía o el afecto natural; es un amor que tiene estricta y absolutamente origen divino. “El verdadero amor se da a conocer amando lo que no merece ser amado, porque eso es lo que Dios hace. Nos muestra su amor en la muerte de su Hijo cuando todavía éramos pecadores (Rom.5,8; 8,32-39; 2ªCor.5,18-21; Ef.1,4-5; 2,4-7). Dios siempre viene a nosotros en amor antes de que nosotros vayamos a él en arrepentimiento y fe. (1ªJn.4,10)”[3] Dios nos amó y ofreció su perdón aún antes de nosotros pedirle perdón; ese perdón se hace efectivo cuando lo pedimos pero Dios nos lo ha ofrecido en Jesús de antemano. Es un amor excesivo, que desborda cualquier concepto de justicia, todo sentido de equilibrio, de reciprocidad, es pura des-mesura, pura generosidad pura, pura gracia (Jn.3,16). Es “la pura gratuidad que hace patente el amor puro y absoluto”[4]

Pablo nos exhorta a vivir en el amor divino porque esta forma de vida es la más excelente. Este amor se derrama en el cristiano por el Espíritu Santo (Rom.5,5) y se convierte en el motor de su vida (2ªCor.5,14-15). “Las barreras caen: porque Dios me perdona cuando todavía era un enemigo (Rom.5,10), tengo que perdonar también a mi prójimo, mientras él es todavía mi enemigo (Mt.5,43-48); porque Dios me ha dado sin cálculo y medida hasta el total abandono de sí mismo (Mt.27,46), yo tengo que renunciar a todo cálculo entre limosna y recompensa, entendida de forma terrena (Mt.6,1-4; 19-34); la medida de Dios, que él emplea, se convierte en medida que yo he empleado y por la cual seré medido: esto no es una sentencia de ‘pura justicia’, sino la lógica del amor absoluto”[5]

3. ¿De qué no hablamos cuando hablamos de amor? Aún los dones espirituales deben ser ejercidos en el contexto de ese amor. Y Pablo lo explica con ejemplos tan claros que nos desarman; ejemplos que explican el amor por lo que NO es:

- “Lenguas humanas y angélicas”. En la perspectiva del reino de Dios, cuando digo algo sin amor, aunque sea una gran verdad y dicha con gran elocuencia, no es nada. Porque la única verdad, en última instancia, es el amor mismo.

- “Profecía”. En la perspectiva del reino de Dios, una profecía/verdad que se pronuncia fuera del contexto del amor es en vano, no sirve de nada.

- “Fe”. En la perspectiva del reino de Dios: La fe debe actuar de la mano del amor; de otra manera no sirve de nada.

- “Repartir”. En la perspectiva del reino de Dios, las acciones caritativas sin el impulso de la “caritas” no son nada. Quien ama dona, pero además se dona y por eso siempre per-dona (Per- denota intensidad o totalidad)

4. El trabajo del amor. Desde la perspectiva del reino de Dios: “La mayor interpretación del otro es el amor” (Carlos Díaz). A la luz de la verdad esencial del amor, el desafío más retador para el discípulo de Jesús que ha sido traspasado por el amor de Dios en Jesús no es la pobreza o el martirio sino la práctica misma del amor, de este amor, en la relación con uno mismo, en el matrimonio, la familia, la iglesia y todo prójimo.

¿Qué debe “hacer” el cristiano? Amar, al modo del amor de Dios. Pablo reconoce y exhorta “al trabajo del amor” (1ªTes.1,3), “las obras del amor” (Kierkegaard). En este sentido podemos decir: “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín). “Mucho hace el que mucho ama” (Tomás de Kempis: Imitación de Cristo. Libro I, XV.2). Tan definitivo es el amor al modo divino que es el cumplimiento y el resumen de la ley (Rom.13,10)

¿Quieres oír la “receta” de Dios a todos tus quebrantos en tus relaciones?: sólo el amor; dispuesto a “sufrir el agravio” (1ªCor.6,7). Sólo el amor, que es razón única y suficiente porque: “El amor cubrirá todas las faltas” (Prov.10,12), “el amor cubrirá multitud de pecados” (Stg.5,20, 1ª P.4,8).


II. ÁGAPE: DISFRUTA, CULTIVA, REPRODUCE (v.4-7)

¿Qué amor es ese ágape? ¿Cómo es? El apóstol  explica primero qué NO es (v.1-3): no tiene que ver con acciones caritativas si no son impulsadas por verdadera “caritas”. Pablo tampoco define la “esencia” de ese amor si no algunas de sus manifestaciones visibles (v.4-7)

1. AGÁPE: descúbrelo, disfrútalo. La primera conclusión sobre esta manera de entender y practicar el amor es que: ¡así nos ama Dios! Es el modelo de la cruz que resume Jn.3,16: amor como generosidad, como pura dádiva, como gracia (inmerecida). Es el modelo de la cruz, es el modelo del crucificado: escupido, abofeteado, humillado, avergonzado, su dignidad pisoteada entre burlas, expuesto ante todos en la cruz sin ropas. Es el modelo de la “kénosis de sí mismo”, el auto-anonadamiento de Jesús del que leemos en Filip.2,5-8.

Nos gusta la figura de la cruz desnuda que recuerda al resucitado, como le gustaba a A. Machado: “¡Oh, no eres tú mi cantar! / No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”[6]  Pero no podemos cerrar los ojos al crucificado: ese era el eje de la predicación de Pablo (1ª Cor.1,23). El amor que Jesús pone ante nosotros se ejemplifica con el grano de trigo que sólo lleva fruto si cae a tierra y muere (Jn.12,24), cuya única dirección es “hacia el suelo (humilis)”, (humus-humilis-humildad).

Ese amor prodigioso, de origen necesariamente divino, es el que Dios nos regala a todos en Jesucristo (1ª Jn.4,8b-10). Las banderas representan esencias: de naciones, ideologías, sentimientos … ¿Qué bandera puede representar lo que Dios siente hacia todos los seres humanos sin excepción? ¡“Su bandera sobre mí fue amor”! (Cant.2,4b) “Sobre mí enarboló su bandera de amor” (NVI).

2. ÁGAPE: cultívalo. La experiencia de este amor, la experiencia de saberse, sentirse, amado gratuitamente por Dios no es un instante único; como toda relación puede/debe cuidarse, cultivarse, enriquecerse a diario.

Un medio de gracia esencial que alimenta esa vivencia del amor es la meditación, la adoración ante la presencia de Aquel que tanto nos ama. Ninguna acción caritativa sustituye el valor esencial de la meditación en la “caritas” de Dios, el valor esencial de la adoración personal, íntima, cotidiana (Sal.63,1-3) “Quien no conoce el rostro de Dios por la contemplación, no lo podrá volver a reconocer en la acción, ni siquiera cuando se ilumine frente a él en el rostro de los humillados y las víctimas.”[7]

Otro medio de gracia que alimenta esa vivencia del amor es la participación en el gesto simbólico y comunitario de la Santa Cena. El Memorial de la Mesa del Señor ilustra el amor que nos salvó, así como nos recuerda el regreso victorioso de Jesús, que será a la vez la victoria del amor sobre toda maldad. Pero la Santa Cena no es sólo una mirada al pasado y al futuro sino también una mirada de “examen” del presente (1ªCo.11,28): nos anima a refrescar, profundizar en nuestra experiencia del amor de Jesús, acercándonos más al Padre y alejándonos más del pecado. Ese examen es un examen en el amor.

3. ÁGAPE: reprodúcelo. La experiencia del amor con que Dios nos ama, despierta “el deseo de amar un día como sólo se puede amar cuando uno se acerca al Hijo de Dios.”[8] Por el Espíritu Santo tenemos la posibilidad de vivir en el milagro de este amor, “el camino más excelente” para uno mismo y de más bendición para todos.

Los discípulos de Jesús estamos llamados a amar “en el amor del Señor” (Jn.13,34-35). No es una forma piadosa de decir: “No te soporto de ninguna manera pero me aguanto porque Dios lo manda”. Al contrario, es introducirse en la experiencia siempre milagrosa de un amor capaz de sobre-ponerse a los propios derechos y demandas, renunciar a ellas sin amargura, y ofrecerse a un ejercicio cotidiano de gracia.

No es una cuestión de ética sino el fruto propio aunque siempre imperfecto de vivir uno mismo bañado en el amor de Dios en Jesucristo. “Cuanto más profundos penetren los rayos del amor de Dios justificador como ‘santidad’ en nuestro ser, nuestra libertad será más incondicionalmente entrenada e invitada al amor, y se producirá en nosotros, en una especie de ‘generación original’, una respuesta al amor.”[9] Sólo puedo amar más al otro cuando entro más en el amor de Dios por mí; el mismo Espíritu que me revela ese amor para mí, lo reproduce en mí para otros. Quien se sabe amado gratuitamente puede/debe reproducir ese mismo trato recibido en su trato hacia sus “consiervos” (Mt.18,33). Al fin y al cabo, la promesa del Señor Jesús es que ese amor mora en nosotros por el Espíritu (Ef.3,17s.). Sólo en el “abandono a/en Dios” es posible un amor por el prójimo que no se desalienta aunque humanamente diríamos una y otra vez: “no hay nada más que hacer”. Sólo ese amor divino en nosotros nos permite “no desesperar de nadie” (E.Mounier)


III. EL AMOR NUNCA FALLA (v.8-13)

1. No todo es “perseguir el viento”. “No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.” (Ecl.1,11). Así decía A. Machado: “Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar” (Campos de Castilla). “Todo pasa”. Sin embargo, hay algo que permanece para siempre (v.13), que nunca deja de ser (v.8): el amor.

“El amor nunca deja de ser” (v.8). Con esta frase resume el apóstol el párrafo anterior (v.4-7) e introduce el que sigue: los dones espirituales (profecía, lenguas, ciencia, …) pasarán; incluso la fe y la esperanza pasarán, porque cuando estemos ante la presencia de Dios, ya no tendrán sentido. Sólo el amor permanecerá eternamente, en comunión eterna con Dios, quien es amor. En el presente necesitamos de los dones, de la esperanza, de la fe, porque nuestro conocimiento de Dios sólo es en parte, es imperfecto como el conocimiento de un niño (v.11), es imperfecto como la imagen que refleja un espejo (del siglo I). En cambio, sólo el amor –y así todo lo que nace del amor- permanece: sólo el amor permanece en esta vida, sólo el amor permanecerá en la eternidad (“cuando venga lo perfecto” v.10). Y nosotros sólo permaneceremos en la medida que permanezcamos en el amor.

2. Amor subversivo, por gratuito. Cuando decimos “amor” hablamos del amor de Dios, del amor entendido al modo en que Dios ama y es. El amor del Evangelio de Jesús, el amor con que Dios nos ama, el amor con el que somos llamados a amar, es un amor subversivo porque dinamita todos los valores miserables de este mundo egoísta, interesado, mezquino:

Es un amor que ama a quien no lo merece, a quien no es digno de ser amado; ama a quien ignora que está siendo amado, que ni siquiera reclama ser amado.

Es un amor que ama a quien no corresponde con amor, es un amor no correspondido, no recompensado, no reconocido ni apreciado.

Es un amor que ama a quien no “mejora”, a quien no avanza a su vez en el camino del amor, a quien parece un pozo sin fondo en el que se pierde todo empeño de amor ofrecido.

3. Amor que permanece (vence). A los ojos humanos este amor parece pérdida; no falta razón a este juicio humano porque este amor, en efecto, “no busca lo suyo”. Pero porque no busca lo suyo, paradójicamente, este amor permanece.

Este amor permanece, nunca deja de ser, porque viene de Dios y Dios es amor (1ªJn.4,8). Jesucristo es la encarnación de ese amor (Jn.1,17), la cruz es el testimonio de ese amor (Jn.3,16), el Espíritu Santo planta la semilla de ese amor en las entrañas del cristiano (Rom.5,5). La visión humana de la existencia es amarga: “No hay hombre que no sea un malcosido saco de porquería.”[10] Pero la perspectiva que ofrece el Evangelio de Jesús de la existencia y del ser humano es otra bien distinta, compasiva, nunca desesperada respecto de nadie porque nace del amor, y el amor permanece: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cant.8,7).

Este amor permanece, vence, porque Dios es soberano sobre todo poder humano o sobrenatural. “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc.21,5).

La esperanza de Apocalipsis es la esperanza cierta de la victoria del amor, de modo que si permanecemos en el amor hay consuelo y ánimo para nosotros: “Pues si el amor permanece, entonces no puede caber ninguna duda de que estará en lo futuro, si es éste el consuelo que necesitas, y que está en lo presente, si es éste el consuelo que necesitas. A todos los espantos de lo futuro opón este consuelo: el amor permanece; a toda la angustia y cansancio de lo presente opón este consuelo: el amor permanece.”[11]


 ¿Cómo nos recordarán? ¿Qué huella dejaremos que haya hecho “merecer la pena” nuestra existencia? Desde la perspectiva del Reino, sólo quedará lo que hayamos amado, lo que haya procedido del amor (al modo en que Dios entiende el amor). “¡Oh, más bienaventurado que cualquiera que fuera la hazaña que algún ser humano haya realizado y más bienaventurado que si los espíritus le hubieran sido sumisos, más bienaventurado es ser recordado por el amor!”[12] Más aún: “A la tarde te examinarán en el amor”[13]

 

[1] S. Kistemaker: 1 Corintios. Libros Desafío, 1998. Pg. 485.
[2] VVAA: Biblia comentada. VI (2º). Profesores de Salamanca. Madrid: B.A.C. 1975. Pg. 83.
[3] S. Kistemaker: 1 Corintios. Op. Cit. Pg. 493.
[4] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Sígueme, 2011. Pg. 103.
[5] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 114.
[6] Antonio Machado: Poesías completas. Madrid: Espasa-Calpe, 1980. Pg. 209.
[7] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 111.
[8] Romano Guardini: El Señor. Buenos Aires: Lumen, 2000. Pg. 333.
[9] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg. 106.
[10] Rafael Chirbes: En la orilla. Barcelona: Editorial Anagrama, 2013. Pg. 134.
[11] S. Kierkegaard: Las obras del amor. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Pg.362.
[12] S. Kierkegaard: Las obras del amor. Op. Cit. Pg.361.
[13] San Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor. 59.

jueves, 24 de julio de 2014

ESCUCHAR A DIOS, HABLAR CON DIOS (el Dios de Jesucristo)



¿Habla Dios?
El Dios cristiano es un Dios que habla: está en su naturaleza, se comunica con el ser humano, desea hacerlo: “[Dios] La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas; clama en los principales lugares de reunión; en las entradas de las puertas de la ciudad, dice sus razones.” (Prov.1,20-22)[1] El Dios cristiano no es un enigma oculto que la intrepidez humana conquista y desvela, es Dios mismo quien se revela, se auto-revela. Nos habla en la naturaleza (“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” -Sal.19,1), y nos habla de manera diáfana en Jesús de Nazaret, el Verbo de Dios (Jn.1,1), de quien la Biblia ofrece testimonio inspirado (2ªTim.3,16). “El cristianismo es esencialmente una religión histórica, basada en la afirmación de que la encarnación de Dios en Jesucristo fue un evento histórico que tuvo lugar en Palestina cuando Augusto era emperador de Roma. (…) En Jesús de Nazaret Dios tomó la naturaleza humana una vez y por todo y para siempre; su encarnación en Jesús fue decisiva, permanente e irrepetible, el momento decisivo de la historia humana y el principio de una nueva era.”[2]

Dicho en las palabras del texto bíblico: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos potreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.” (Heb.1,1-4)

Esta verdad puede ilustrarse con una imagen muy descriptiva, que vincula Antiguo y Nuevo Testamento. Cuando una persona se acercaba al Tabernáculo en el Antiguo Testamento (Ex.26-40) se encontraba en primer lugar con el atrio, donde ofrecía una víctima inmolada en un altar de bronce. Se lavaba en una fuente de bronce y entraba en el lugar santo, alumbrado tan sólo por un candelabro de siete brazos y donde se guardaban la mesa de los panes y el altar de oro donde se quemaba incienso continuamente. Otro velo separaba este espacio del lugar santísimo donde se hallaba el arca del pacto y sobre su tapa (propiciatorio) se manifestaba la gloria de Dios. Sólo el sumo sacerdote podía entrar en aquel lugar, sólo una vez al año, el día de la Expiación, y sólo después de un sacrificio por sus propios pecados y los de todo el pueblo (Lev.16). Como narran los tres Evangelios sinópticos, el equivalente de ese velo en el templo de Jerusalén se rasgó en dos tras la muerte expiatoria de Jesús en la cruz (Mt.27,51; Mr.15,38; Lc.23,45). Mateo y Marcos precisan que el velo se rasgó “de arriba abajo”, una precisión significativa para sus primeros lectores, de cultura hebrea: sólo Dios podía romperlo. El sacrificio expiatorio de Jesús, la Palabra de Dios, destruye para siempre la barrera de incomunicación entre Dios y los hombres; por medio de su sangre es definitivamente posible el diálogo (“[Cristo] por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” Heb.9,12); por medio de la fe en su sacrificio es definitivamente posible un diálogo entre Dios y los hombres, adoptados como hijos (Gál.4,5-6) y reconciliados, por medio de la fe en el sacrificio de Jesús: “teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Heb.10,19).


Habla Dios. ¿Y a mí, qué?
La cuestión no es sólo si Dios existe o si Dios habla; la cuestión más pertinente es saber si su existencia y palabras tienen relevancia para los seres humanos y para mí. De hecho, a propósito de hablar y escuchar, una de las razones de la indiferencia actual hacia Dios es que parece una “hipótesis irrelevante”, no sólo para la ciencia sino para la vida, que sus supuestas verdades carecen de interés. Sin embargo la palabra que Dios habla, la auténtica sana doctrina (1ªTim.1,10), tiene efectos higiénicos (lit.) para la persona. Dios anuncia en el Verbo la completa restauración del ser humano a su verdadera humanidad, a imagen de Jesús, el Hijo del Hombre; la plenitud humana presente y eterna. Dios se da a conocer en Jesucristo como “el verdadero tú del verdadero yo en el hombre. (…) La autoconciencia del hombre se concreta y se constituye en la ‘relación con Dios’, en esa relación irrumpe por primera vez la realidad personal del hombre y llega el yo a su vida plena, que es una vida del espíritu.”[3]

El Verbo de Dios dice desvelarnos en Él nuestro auténtico valor, nuestras verdaderas posibilidades. La presentación que el Evangelio hace del Verbo no corresponde a la tradición de la sabiduría griega sino a través de su manifestación en la carne; el Verbo es en sí mismo anuncio de gracia (Jn.1,14), de “camino, verdad, y vida” (Jn.14,6), anuncio de libertad (Jn.8,31-32). El Verbo nos anuncia que Dios, el benefactor, nos agracia porque le hemos caído en gracia. De manera que: “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn.1,12). El Verbo nos anuncia que nada hay que temer: “Dios es amor” (1ªJn.4,8). La voz de Dios encarnada en el Verbo es amistosa, cargada de ternura, de amor incondicional: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer.31,3). En consecuencia, si Dios habla y lo hace en semejantes términos, nada puede ser más relevante para el ser humano.

Todos, además, podemos oír la voz de Dios porque no está lejos de nosotros: “Ciertamente [Dios] no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch.17,27-28). La Palabra pronunciada por Dios en Jesucristo se ofrece a todos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn.3,16)

Esta palabra verdadera se nos ofrece como “encuentro”, dado su carácter personal, relacional[4]. Ese es el sentido del Memorial de Pascal, haciéndose eco de un encuentro vital con Dios más allá del Dios abstracto elaborado tan sólo a golpes de riñón filosófico: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre. Certidumbre. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo”. Esa palabra que se  nos ofrece como encuentro es, por tanto, de carácter personal y de número singular: Dios se acerca a cada hombre, a quien conoce por su nombre. “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal.8,3-4). Bien podemos decir, pues, que “el hombre es el ser de quien Dios se acuerda siempre. (…) El hombre es el ser de quien Dios nunca se olvida.”[5] Dios nos ofrece su palabra, audible en Jesucristo, llamándonos a cada uno por nuestro nombre para invitarnos a entrar en su intimidad. De hecho, podría decirse también a la inversa, que Él viene a nosotros porque somos el “topos tou theou” (el sitio de Dios), “el lugar en el que Dios ha elegido establecer su morada.”[6] “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc.3,20)


¿Dónde podemos escuchar a Dios?
Podemos oír a Dios en la Naturaleza, podemos vivir experiencias subjetivas conmovedoras, pero definitivamente Dios ha hablado a través de Jesús, el Hijo del hombre y no podemos conocer a otro Jesús que el que se nos da a conocer en el texto bíblico. Esa palabra escrita es sencilla, accesible a todos al menos en su significado esencial; su verdad sólo se resiste a gnosticismos pedantes y elitistas porque la intención de Dios es hacerse oír por todos y no fundar el club exclusivista de los que miran a la humanidad por encima del hombro y del hombre, que se creen titanes, a medio camino entre el resto de los mortales y la divinidad. Al contrario: “Basta con que la palabra de Dios penetre y haga su morada en nosotros tal como nos llega al leerla y comprenderla. De la misma manera que María ‘guardaba en su corazón’ la palabra de los pastores (…), así también la palabra de Dios intenta penetrar y permanecer en nosotros, para actuar en nuestro corazón.”[7]

Oímos la voz de Dios en las páginas de la Biblia cuando, por el Espíritu, la “graphé” se convierte en “rhema”: palabra de Dios para mí. Otros pueden acercarse a la misma palabra como historiadores, filólogos, o poetas, pero sólo quien recibe la palabra como “rhema” puede percibir el verdadero valor existencial de declaraciones como: “El Señor es mi pastor; nada me faltará” (Sal.23,1). Sólo desde este acercamiento a la palabra comprobamos vivencialmente que: “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Heb.4,12).


¿Cómo es posible escuchar a Dios?
QUEBRANTAMIENTO. “Sólo los que se ahogan pueden ver a Jesús” (“Suzanne” - L. Cohen). Aquí se halla la puerta de entrada y el obstáculo mayor para el presunto yo soberano de los hombres, que gusta decirse a sí mismo “seré como Dios” (Gén.3,5). Ese es el pecado original: anhelo de suficiencia, de emancipación, de sueño prometéico: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma” (“Invictus”, de W. E. Henley). Sin embargo, el reino de Dios es (sólo) de los “pobres en espíritu”(Mt.5,3), los que reconocen su “bancarrota espiritual”[8] (Sal.51,17).

Algunos se resisten a este camino de quiebra de la autosuficiencia como si fuera un intento divino por humillarnos, empobrecernos: “hay almas que, en vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estorban a Dios por su indiscreto obrar o repugnar, hechas semejantes a los niños que, queriendo sus madres llevarlos en brazos, ellos van pateando y llorando, porfiando por se ir ellos por su pie, para que no se pueda andar nada, y si se anduviere, sea al paso del niño.”[9] Pero, bien al contrario,  nada debemos temer de las intenciones de Dios hacia todos los hombres, guiado por su amor incondicional: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal” (Jer.29,11). Esto vale incluso para la experiencia del quebrantamiento: “la tristeza según Dios produce arrepentimiento para salvación” (2ªCor.7,10), y arrepentimiento es esencialmente “cambiar de dirección”, reemprender la vida con un rumbo distinto, ahora hacia la plena humanidad de la mano del Hijo del Hombre.

FE. “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb.11,6). En la vivencia personal de diálogo espiritual con Dios, la línea que separa la realidad de los esperpentos subjetivos es muy sutil. Por eso la confianza en Dios según la verdad de las Escrituras resulta el mejor antídoto contra las ocurrencias particulares, de cualquier signo. “Por fe andamos, no por vista” (2ªCor.5,7). Ese es el valor de la llamada “teología arrodillada” (von Balthasar), dispuesta humildemente a la escucha y la acogida en la fe de la revelación de Dios.

OBEDIENCIA. No hay diálogo posible con Dios concebido como investigación forense de parte humana, ni como tertulia de sobremesa entre iguales. Dios sólo se deja oír de aquellos que están atentos para obedecer. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn.10,27). A la altivez humana, Dios responde con su silencio. Tal fue la experiencia de Job interpelando a Dios, protestando, argumentando, hasta rendirse desfallecido, y sólo entonces encontrarse de cerca con Dios (42,5-6). La escucha de Dios sólo es posible para el hombre que ha vuelto sobre sus pasos, obediente a Dios. De ahí que la prueba que certifica la verdadera escucha de Dios sea la transformación del diario vivir, en semejanza al carácter de Hijo del Hombre. Cuando Moisés descendió del Sinaí, “la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios (…) y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente” (Ex.34:29,35). El encuentro con Dios, la escucha auténtica de su voz a través del Verbo, tiene un efecto vital transformador, renovador, o no es auténtico. El apóstol Pablo no tiene reparos en advertir contra aquellos que: “profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan” (Tito 1,16).


¿Dios escucha?
Escribe San Juan de la Cruz: “si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella.”[10] Ismael significa: “Dios escucha”. Un ángel dijo a Agar, esposa de Abraham: “He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Ismael, porque el Señor ha oído tu aflicción” (Gén.16,11). No se trata de un caso excepcional. Esta es la promesa comprometida de Dios: “Cercano está el Señor a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras” (Sal145,18). “Me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer.29,12-13).

¿Cómo se hace eso de hablarle a Dios y ser escuchado por Él? A la luz de los textos anteriores sólo hay una condición esencial: sencillez, naturalidad y humildad de corazón: “Derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor” (Lam.2,19). “Debemos acostumbrarnos a tener una conversación continua con Él, con total libertad y de una manera sencilla. Para dirigirnos a Dios en cada momento solo necesitamos reconocer que está presente de manera íntima con nosotros. Que podemos pedir su ayuda para conocer su voluntad con respecto a las cosas dudosas o inciertas, y las que claramente vemos que Él requiere de nosotros.”[11]

Es verdad que, en ocasiones, Dios guarda silencio, parece ausente,  y esa es una experiencia devastadora para el creyente que le invoca. “Tú eres Dios que te encubres” (Is.45,15). A menudo los salmistas protestan contra ese silencio divino: “¿Por qué estás lejos, oh Señor, y te escondes en el tiempo de la tribulación?” (Sal.10,1); “¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?” (Sal.13,1); “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo.” (Sal.22,1-2). Pero todos estos lamentos son reemplazados al final de cada salmo con una declaración de confianza: “[Dios] no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó.” (Sal.22,24).


“¿Y qué de éste?” (Jn.21,21)
La experiencia del diálogo con Dios no es auto-cancelante o enclaustrada, no aboca al angelismo ni al escapismo. Todo lo contrario, así como la llamada divina se expresa en acción dadivosa (Jn.3,16), así también el hombre, respondiendo, se hace responsable; no de Dios, que no lo necesita (“Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud”, Sal.50,12) sino, por causa de Dios, responsable de sus semejantes, en especial de los más débiles, de los que carecen de voz: “Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso” (Prov.31,8-9). “… En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”, Mt.25,40).

La genuina espiritualidad cristiana nada tiene que ver ni nada quiere saber de beaterías, sean rancias o de un rosa cursi, se niega a servir de coartada a ninguna forma de indiferencia hacia el prójimo, sabe que pretender acercarse a Dios dando la espalda al semejante (ese “original cristianismo sin prójimo”[12]) es una forma de tomar el nombre de Dios en vano. Por su parte, aspira a un diálogo “militante” con Dios (L. Capilla), un diálogo extrovertido y valiente (Mt.11,12 –R-V, 1909), un diálogo íntimo con Dios que comienza en las entrañas de cada persona, “caballero solitario de la fe” (Kierkegaard), se extiende hasta lo divino y se vuelve, cargada de eternidad, hacia los semejantes, en plena disponibilidad ministerial. No puede ser de otro modo si tal espiritualidad es genuina: “Si alguno dice: yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1ªJn.4,20-21). Allá dónde aún la más noble filantropía se agota, la intimidad con Dios renueva la apertura al otro, por causa del Hijo de Dios: “sólo la fuerza de este diálogo [entre Dios y el hombre por medio de la oración] impide que desaparezca por el desaliento el cuidado humano por el prójimo, allí donde ‘no hay nada más que hacer’, porque en el abandono a Dios actúa el amor que es capaz de soportar lo más duro del sufrimiento y la impotencia por encima de la acción autosuficiente.”[13]


 Conferencia pronunciada en la XXIV Aula de verano del Instituto Emmanuel Mounier. Burgos, 20 de Julio de 2.014

 


[1] Todas las referencias bíblicas tomadas de la versión Reina-Valera, 1960.
[2] John Stott: The Contemporary Christian. Inter-Varsity Press, 1992. Pgs. 308-309.
[3] Ferdinand Ebner: La palabra y las realidades espirituales. Madrid: Caparrós Editores, 1995. Pgs. 32, 47
[4] Emil Brunner: La verdad como encuentro. Barcelona: Editorial Estela, 1967. Dicho a la manera de León Felipe: “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy. / Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol … / y un camino virgen / Dios. “Versos y oraciones de caminante”. In Poesías completas. Madrid: Visor Libros, 2010. Pg. 61.
[5] Olegario González de Cardedal: Madre y muerte. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1993. Pg. 63.
[6] Henri J.M. Nouwen: Mi diario en la abadía Genesee. Madrid: PPC, 1999. Pg. 81.
[7] Dietrich Bonhoeffer: Vida en comunidad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982. Pg. 65.
[8] John Stott: Contracultura cristiana: el Sermón del Monte. Buenos Aires: Certeza, 1984. Pg. 43.
[9] San Juan de la Cruz: Noche oscura de la subida del Monte Carmelo. Prólogo. 2. Obras Completas. Madrid: B.A.C., 1994. Pg. 255.
[10] San Juan de la Cruz: Llama de amor viva. Canc.3.28. Obras Completas. Madrid: B.A.C., 1994. Pg. 987.
[11] Hermano Lorenzo: La práctica de la presencia de Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2006. Pg. 26. (Carmelita Descalzo, 1605-1691). La “oración de Jesús” es un modelo sencillo que aporta la ortodoxia rusa: “Jesús mío, ten misericordia de mí”Anónimo: El peregrino ruso. Madrid: Editorial de espiritualidad, 1999. Pg. 53.
[12] Miguel Delibes: Madera de héroe. Barcelona: Ediciones Destino, 1992. Pg. 150.
[13] Hans Urs von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2011. Pg. 116.