1.
“RESPETO”. La etimología de la palabra “respeto” es muy sugerente: el
latín “respectus” deriva del verbo “respicere”, que significa re-mirar, mirar
atentamente. “Respicere” tiene la misma raíz que “spectare”: ver, mirar,
contemplar. El respeto, pues, como mirada atenta: “es una actitud ética que nos
vincula directamente con las cosas, con el mundo.”[1]
La palabra “miramiento” puede servir como fiel sinónimo de respeto. En cambio,
“apartar la mirada”, la “indiferencia” en el mirar es su antítesis.
2.
RESPETO EN LA BIBLIA. Desde su primera página, la Biblia demanda respeto
de cada ser humano hacia todos sus semejantes sin excepción puesto que todos
son “icono de Dios” (Gén.1,26-27). Y porque Dios a todos respeta: “Dios no hace
acepción de personas” (Deut.10,17; Hch.10,34; Rom.2,11; Gál.2,6; Ef.6,9; cfr.
Job 31,13-15; 34,19). Emmanuel Lévinas, filósofo judío de raíz bíblica, ha
construido una ética alrededor de la figura del rostro del otro, del respeto
que merece y de la responsabilidad que ese rostro reclama de mí. El respeto no
es una actitud pasiva sino que como virtud va acompañada siempre de una
respuesta activa, un responder responsablemente en favor del otro. Y tanto más
cuanto más frágil sea el rostro del semejante delante de mí, más respeto aún
por los últimos de la fila, los desahuciados de la sociedad que son “lugar
teológico”. El llamado exigente de Jesús a la práctica del respeto por parte de
sus discípulos hacia todos y en particular a los invisibles, a los más
ignorados, lo resume esta declaración de Mª Jesús, una hermanita de la familia
de Foucauld: “se trata de vivir en Nazaret, en los círculos de donde parece que
no puede salir nada bueno, nada valioso, nada digno; pero Jesús es Jesús de/en
Nazaret”.
3.
AL RESPETO, POR EL TESTIMONIO. Por supuesto, respeto o responsabilidad
son valores invocados en nuestros días por eruditos de toda condición e invocados
en foros de todo color político. Pero demasiado a menudo, esos valores son
enunciados por “dialólogos” en jornadas, congresos, cumbres y deslumbres que,
pese a toda su retórica, apenas son diálogos verborreicos de salón que a lo más
mueven bolsillos pero no conmueven conciencias ni, menos aún, voluntades ni
conductas.
Necesitamos
reivindicar el valor del respeto, esencial para la convivencia en una sociedad
plural como la nuestra, pero por encima de todo necesitamos referentes,
modelos, voluntades comprometidas con la práctica de ese valor. La medida de
respeto que los cristianos puedan aportar a la sociedad viene determinada, no
por la fidelidad creída sino por la fidelidad vivida a este valor, como a los
demás valores del reino de Dios. Si en
alguna forma podremos hablar de relevancia de la ética cristiana será por su medida
encarnacional: “No hay revelación conocible fuera de la vida y el testimonio de
quienes la transmiten. Lo que testimonia quién es Dios y el sentido de la
revelación es la vida de los cristianos.”[2].
Porque el cristiano no se define meramente por lo que cree sino por cómo vive
aquello que cree; no meramente por los dogmas en los que se asienta sino en los
valores con los que camina.
4.
AL RESPETO, POR RESPETO A JESÚS. La aportación de los cristianos en la
promoción del respeto sólo vendrá por la incorporación de este valor a su vida
cotidiana modelando así, junto a otros valores del reino de Dios, un estilo de
vida alternativo que, por respeto, no se impone sino que se propone a los demás
desde la sola autoridad (“auctoritas”: promover, hacer progresar; no “potestas”:
poder, dominio) de la práctica vital, de un respeto responsable hacia nuestros
semejantes, sin exclusión alguna.
Gerhard
Lofink, al hablar de la comunidad de los cristianos que viven según los valores
del reino de Dios, define la “paroikia” en términos de “sociedad de contraste”[3].
Sólo entonces la comunidad de los discípulos de Jesús se ofrece visiblemente
como sal de la tierra, luz del mundo, ciudad en lo alto de la montaña
(Mt.5,13-16), como fermento pacífico y paciente de los valores del reino.
Si
respeto es responder activa y responsablemente en favor del otro al modo del buen
samaritano de la parábola (Lc.10,25-37), bien podemos decir que el vivir
cristiano sólo puede ser un des-vivirse por el semejante, según el modelo de
Jesús: “Vé, y haz tú lo mismo” (Lc.10,37)
Si
el llamado de Jesús a todos y cada uno de sus discípulos es “Sígueme”
(Jn.21,19), bien podemos decir que el cristiano vive el respeto a sus
semejantes por respeto a Jesús, su señor y maestro.
5.
AL RESPETO, POR RESPETO A MÍ MISMO. A los cristianos se nos hace urgente
la denuncia pero sobre todo la renuncia a un cristianismo aburguesado, inocuo, de
efecto placebo, adormecedor de conciencias, que aparta con indiferencia su
mirada del prójimo o la vuelve con desprecio sobre los diferentes. Contra esos
“cristianos domingueros” advirtió Kierkegaard en el siglo XIX: “la tontería en
la que vivimos como si fuera ser cristiano no es en absoluto lo que Cristo y el
Nuevo Testamento entienden por ser cristiano. (…) creer es aventurarse tan
decisivamente como sea posible para un hombre, rompiendo con todo lo que él
naturalmente ama, para salvar su vida, rompiendo con aquello en lo que
naturalmente tiene su vida.”[4]
Contra ese cristianismo anticristiano advirtieron en el siglo XX el protestante
Jacques Ellul ya citado, o el católico Emmanuel Mounier: “Amplios sectores del
mundo cristiano están hoy conquistados por un paganismo del espíritu”[5],
amigos ambos de un socialismo de aroma libertario. Contra ese cristianismo
irrespetuoso por indiferente al prójimo sigue advirtiendo hoy el filósofo Carlos
Díaz, reclamando una razón y una ética uto-profética radicalmente cristiana:
“una razón cálida (razón que no excluye calidez, calidez que no deja fuera la
razón), esto es, profética, desenmascaradora, disensuadora, y si es menester
que cierre sus oídos a los cantos de sirena que intentan arrastrar a la
tripulación de Ulises al fondo del abismo donde se les convertirá en Cerdos del
rebaño de Epicuro. Tal es la tarea de hoy: la construcción desde el rostro del
otro [de una Crítica de la Razón Profética.”[6]
En
base al seguimiento comprometido de Jesús por el que sus discípulos nos hemos
decidido, bien podemos decir igualmente que la vivencia práctica del respeto al
prójimo, por respeto a Jesús, es también una exigencia de respeto del cristiano
para consigo mismo, una demanda interior de no defraudarme a mí mismo en mi ser
cristiano, un desafío exigente y exigido a un vivir coherente con el Evangelio
y sus valores, “por respeto a mí mismo”. Un vivir, por más humano y más
cristiano, menos egoísta; por más humano y más cristiano, menos materialista; por
más humano y más cristiano, más solidario, más fraterno; por más humano y más
cristiano, más respetuoso, con todo y con todos.
Una
breve ilustración, dramáticamente bella, ejemplificará mucho mejor que mis
palabras, qué quiero decir cuando digo “por respeto a mí mismo”. La narra Imre
Kertész, superviviente de Auschwitz (y premio Nobel de Literatura en 2002).
Sucedió durante el traslado de enfermos de un campo a otro, en invierno, en un
sucio tren de ganado, con una sola ración de comida fría al día. A la hora del
reparto, Kertész, enfermo y tumbado en una camilla no puede alcanzar su ración,
que va a parar a otro hombre esquelético a quien llaman “señor maestro”,
mientras a él le llevan en volandas a otro vagón. La desaparición de su ración
reduce aún más sus posibilidades de sobrevivir a la vez que duplican las del otro.
“Pero ¿qué veo al cabo de unos minutos? Al ‘señor maestro’ que se me acerca,
gritando y buscando con mirada angustiada, con mi ración fría en la mano, y
cuando me ve en la camilla, me la pone con un gesto rápido sobre la barriga.
Quiero decir algo, y tengo por lo visto el asombro dibujado en la cara, porque
él, si bien vuelve corriendo a su sitio -pues de lo contrario lo zurrarían a
muerte-, porque él, digo, pregunta con indignación claramente perceptible en
ese rostro pequeño y ya preparado para la muerte: <¿Tú qué te creías …?>”[7]
Hillel,
en el siglo I, expresaba así esta exigencia de respeto por uno mismo y por los
valores “libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso
responsable y una constante conversión”[8]:
“Si algo debe hacerse, ¿quién lo hará? Si no lo hace nadie, ¿por qué no lo hago
yo? Y si yo no lo hago, ¿quién soy yo?” Si yo, discípulo de Jesús, no
reivindico, viviéndolo, el respeto para con todos mis semejantes sin excepción,
“¿quién soy yo?”
[1] Josep M. Esquirol: El respeto o la mirada atenta. Barcelona:
Editorial Gedisa, 2006. Pg. 10.
[2] Jacques Ellul:
La subversión del cristianismo. Buenos Aires: Ediciones Carlos
Lohlé, 1990. Pg. 14.
[3] Gerhard Lohfink: El sermón de la montaña ¿para quién? Barcelona: Editorial Herder,
1989.
[4] Soren Kierkegaard: El Instante.
Madrid: Editorial Trotta, 2006. Pg. 104.
[5] Emmanuel Mounier: La cristiandad
difunta. In Obras completas, vol. III. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1990.
Pg. 578.
[6] Carlos Díaz: De la razón dialógica
a la razón profética. Móstoles: Madre Tierra, 1991. Pg. 74.
[7] Imre Kertész: Kaddish por el hijo
no nacido. Barcelona: Acantilado, 2001. Pg. 55.
[8] Emmanuel Mounier: Manifiesto al
servicio del personalismo. Obras, vol. I. Salamanca: Ediciones Sígueme,
1992. Pg. 625.