viernes, 27 de marzo de 2020

POBREZA DEL CRISTIANISMO, CRISTIANISMO DESDE LA POBREZA



1. ¿QUÉ FUE DE LOS PROFETAS?

Me preguntan por los problemas del cristianismo. Creo que en esencia sólo hay uno, todo lo demás son circunstancias, facilitadoras unas, inconvenientes otras. Pero el problema del cristianismo, al menos de este cristianismo occidental, desdentado y obeso del que formo parte, somos nosotros los cristianos porque hemos perdido la capacidad profética y, aún peor, hemos perdido la voluntad profética. Dicho de manera gráfica, nuestro cristianismo: “tiene oro y tiene plata pero el cojo ya no anda”[1] (Alex Sampedro).

En alguna medida ese ha sido siempre el problema del cristianismo. Ya el apóstol Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo a “militar y sufrir penalidades” por causa del Evangelio (2ªTim.2,3ss), a través de una carta que el anciano apóstol escribía desde una celda a la espera de su ejecución precisamente por causa del Evangelio. Las epístolas del Nuevo Testamento están llenas de amonestaciones similares porque, asombrosamente, ya en el primer siglo, entre dentelladas de los leones y amenazas de espada, algunos intentaban servirse del Evangelio como fuente de “ganancia deshonesta” (Tito 1,11), verdaderos “enemigos de la cruz de Cristo … cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza” (Filipenses 3,18-19). Y muchos se conformaban con una vivencia cristiana que era una pose desprovista de vida, tanto que se hacía necesario recordar aún lo más obvio (“el que hurtaba, no hurte más”, Efesios 4,28), porque no pocos creían como cristianos pero vivían como paganos.

Es fácil rastrear ese mismo exhorto a un vivir cristiano auténtico, generación tras generación. Sin necesidad de buscar en pasados remotos podemos recordar las amargas diatribas de Kierkegaard contra la “cristiandad” desde las páginas de su diario El Instante: “ha triunfado bajo el nombre de cristianismo una formidable canallada”[2] Aún los títulos elegidos para algunos textos son reveladores: La cristiandad difunta (Emmanuel Mounier), El malentendido de la Iglesia (Emil Brunner), La subversión del cristianismo (Jacques Ellul). En ellos y en tantos otros se llora el mismo pecado: la ausencia de profetas, hombres y mujeres que proclamen el reino de Dios encarnándolo en sus propias vidas, creando con su vivir una cultura que no puede ser otra cosa que contra-cultura, en medio de un mundo rebelde para con Dios y cainita para con el semejante. Demasiada gracia barata en los templos, volvería a lamentar D. Bonhoeffer desde la elevada plataforma de su patíbulo.

Y en eso llegó Mounier. A unos meses de cumplir veintitrés años, escribe a su hermana: “¡Oh, los espíritus limitados, las personas sentadas en una cátedra, en la tribuna [en el púlpito], en sus butacas, las personas satisfechas, los inteligentes, los u-ni-ver-si-ta-rios …! Ya ves, es necesario a cualquier precio que hagamos algo por nuestra vida. No lo que los demás ven y admiran, sino la proeza que consiste en imprimir el infinito en ella.”[3] Vivir, pues, la fe cristiana como una vida profética, encarnacional, un vivir expuesto al modo de Abraham quien no sólo tuvo que salir de su tierra y salir de su familia sino, sobre todo, salir de sí mismo para lanzarse a una vida arriesgada, saliendo sin saber adónde aunque sí con Quien, al sólo impulso de la sola fe.

La trayectoria intelectual y, sobre todo vital, de Mounier está cargada de esa espiritualidad dinámica, tejida con hondas raíces interiores y abundantes frutos en el exterior; una insatisfacción con el “desorden establecido” aún dentro del cristianismo que le resulta insoportable tal como escribe en Octubre de 1932, a los veintisiete años: “aunque estuviéramos seguros del fracaso, nos pondríamos en marcha de todas formas, porque el silencio se ha convertido en intolerable.”[4] Con un rechazo total del vivir cristiano aburguesado, camuflado en forma de falsa espiritualidad: “El cristiano había llegado a ser un hombre que no iba ya a prisión. (…) El cristiano se había instalado en la seguridad general. Era bueno lo que no perturbaba los ritos, malo lo que introducía una pizca de inquietud, fuera para mal o para bien.”[5] Con una perspectiva nítida que le acompañará toda su vida: “centrar mi acción en el testimonio y no en el éxito”.[6] Su testimonio desvela el abismo que separa un seguimiento de Jesús arriesgado, de un cristianismo que se traiciona a sí mismo y nos fuerza a preguntarnos cómo librarnos de la muerte dulce que provoca el monóxido de carbono espiritual, esa somnolencia mortal del alma cristiana.


2. EL IMPULSO DEL VIENTO

Es de todos conocida la afirmación de K. Rahner, en una conferencia de 1966: “el cristiano del futuro será místico o no será”. Merece la pena recordar la cita completa: “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales. Para tener el valor de mantener una relación inmediata con Dios, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana.”[7] Experiencia, vivencia personal. Efectivamente, como diría A. Camus: “nunca he visto a nadie morir por el argumento ontológico”[8]. El vivir cristiano será dinámico, arriesgado, comprometido, sostenido en el tiempo, sólo si una fuerza interior le conmueve y le mueve, si un Viento poderoso impulsa las velas de su alma: el Viento de la persona del Espíritu Santo, regenerador y movilizador, moldeador del carácter de Jesús en las entrañas de sus discípulos. En esta vivencia pensamos cuando pensamos en un cristiano místico: “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor” (2ª Corintios 3,18b).

No, no se trata de “mermelada espiritual”, ni de una “piedad bovina”[9], nada que tenga que ver con “un pietismo sin alma y sin acento”[10]. Como advertía Teresa de Jesús: “de devociones a bobas nos libre Dios”[11]. Sin embargo, un cristianismo desprovisto de su naturaleza sobrenatural será apenas un humanismo mediocre. El desafío de todo discípulo de Jesús que se quiere profeta para consigo mismo y ante los otros es descubrir y participar de la misma experiencia del apóstol Pablo: “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª Corintios 2,4-5). Porque, en definitiva: “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1ªCorintios 4,20).

Don´t panic. Toda espiritualidad cristiana genuina, toda vitalidad del Espíritu, si es auténtica, no es autocancelante, no se diluye en fuegos de artificio interior sino que se vierte hacia afuera, al encuentro comprometido, responsable, con el semejante. No podría ser de otra manera porque esa es la peculiaridad del Evangelio de Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10,27). No hay trato íntimo con Dios o liturgia pública genuina, que no nos acerque a la vez al prójimo, sobre todo al más pobre. Así lo advertía ya la Ley en el Antiguo Testamento y así lo recordaron una y otra vez los profetas antiguos: “¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e ira tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.” (Isaías 58,5-8). Conviene recordar, para hacer justicia, que Rahner, al tiempo que hablaba de un “cristiano místico” insistía en otro rasgo propio del cristiano del futuro: “el servicio al mundo como espiritualidad”. Dicho a la manera del apóstol Juan: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1ª Juan 4,21).


3. SI QUIERES EVANGELIO, VIVE LA POBREZA

Volvemos a Mounier porque su convicción intelectual y su compromiso social le fueron llevando no sólo al descubrimiento de los pobres, si no al desafío de la vivencia cristiana en términos de despojamiento personal y de pobreza material, asumidas personalmente. Dos días antes de fallecer escribió al sacerdote André Depierre, “no estaremos totalmente al lado de Cristo mientras no tengamos roce con estos marginados (….) No se crea que al pedirle esto quiero pagar el diezmo de una buena conciencia; pero querría, junto con mi mujer, dar al menos un poco y prepararme para el día en que quizás los acontecimientos nos empujen a darlo todo”[12]

Los gitanos son ladrones, los que duermen en la calle, borrachos que no les gusta dormir en albergues, los emigrantes quieren vivir de la caridad, los refugiados son terroristas infiltrados, los drogadictos no se quieren rehabilitar, …Todos son “galileos”, de ellos no puede venir nada bueno (Jn.1,46), todos “huelen mal” (película Parásitos, de Bong Joon-ho, 2019). Así nos cobijamos en un cristianismo que es como el agua: incolora, inodora, insípida. Así nos negamos al cristianismo que Jesús nos reclama: ser como Él, misericordiosos como Él, a quien reprochaban precisamente ser galileo y juntarse con “galileos”: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lc.15,2). ¿Cómo no escuchar junto a Jesús el grito de “los hombres que están en los basureros de la historia”[13]? Y no, no es suficiente ayudar a los pobres, es necesario hacerse pobre entre los pobres, miserable en medio de la miseria, porque sólo en ese locus theologicus crece la auténtica misericordia.

¿Problemas del cristianismo? Yo soy un problema del cristianismo mientras no responda arriesgadamente a la invitación de Jesús: “sígueme, tú” (Juan 21,22), mientras reduzca mi supuesta autocrítica a una forma sutil de vanidosa presunción, falsa modestia que se agota en su propia exhibición autocomplaciente. Yo, más sacerdote que profeta, más franciscano de apariencia que de corazón, que poco sabe de vivir por fe porque recibe su sustento de una comunidad que renunciaría a cualquier cosa antes que faltar a su compromiso económico en mi favor. He cumplido sesenta y un años, muy tarde para perder tiempo, pero aún a tiempo para algunos cambios si son de calado y no cosméticos, tarde para experimentos adolescentes pero urgido por la urgencia del tiempo que se agota. Hacer algo con la vida que se me dona y que merezco donándola, algo que lleve el sello de lo eterno “en medio de un mundo que parece estremecerse” (Amalia Martín), en lugar de sucumbir a la vagancia del alma. “Que nos tiemblen las piernas, pero allá donde nos tengan que temblar”, suele repetir Carlos Díaz. ¿Dónde me han de temblar a mí? ¿Me podrá más la pereza que la conciencia? ¿el miedo más que el abrazo de la pobreza? To be continued …


ORACIÓN FINAL. “Arrástranos [Señor] con el fuego del Espíritu a las mismas huellas de tu encarnación. Aliéntanos a bajar a las partes más bajas de la tierra, a las tiendas de campaña en donde peregrinan los pobres. Aliéntanos a despojarnos de todo lo que tenemos, para compartir el gesto de tu gracia, que te arrastró a hacerte pobre, para enriquecernos con tu pobreza. Y condúcenos, Señor, más abajo todavía. Arrástranos a vaciarnos en el rostro de los pobres y crucificados, desde la hondura, la anchura y la altura de tu amor, ejercido en tu forma de ser siervo.”[14]




[1] Cfr. Hechos de los Apóstoles 3,6. Los textos bíblicos que citaremos están tomados de la versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y revisada finalmente en 1960. Es la versión más popular entre el protestantismo de habla hispana.
[2] Soren Kierkegaard: El Instante. Madrid: Editorial Trotta, 2006. Pg. 65.
[3] Emmanuel Mounier: carta a su hermana Madeleine Mounier, el 12 de Enero de 1928. Mounier y su generación. Correspondencia, conversaciones. In Obras Completas, tomo IV. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1988. Pg. 486.
[6] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. In Obras Completas, tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 381.
[7] Karl Rahner: “Espiritualidad antigua y nueva”. In Escritos de Teología, VII. Madrid: Editorial Taurus, 1967. Pg. 25.
[8] Albert Camus: El mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial, 1999. Pg. 13.
[9] Carlos Díaz: Memorias de un escritor transfronterizo. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2019. Pgs. 40, 259.
[10] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. In Obras Completas, tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 441.
[11] Teresa de Jesús: Libro de la Vida (V 13,16). In Obras Completas. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2000. Pg. 77.
[12] Emmanuel Mounier: carta del 20 de Marzo de 1950. Mounier y su generación. Correspondencia, conversaciones. In Obras Completas, tomo IV. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1988. Pg. 941.
[13] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 296.
[14] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 323.