miércoles, 26 de junio de 2024

CAÍDOS EN LA GRACIA, PARA AGRACIAR

1. LA HISTORIA DE “LOS MISERABLES”: JEAN VALJEAN y JAVERT. Jean Valjean fue huérfano siendo un niño, adoptado por unos familiares cargados de niños y sumidos en la pobreza. Robó un pan para darles de comer y fue llevado a prisión. Durante 19 años se sucedieron prisiones y fugas. Acogido por un obispo piadoso (“No estudiaba a Dios; dejaba que lo deslumbrase”[1]) para pasar una noche, le robó unos cubiertos de plata y huyó. Fue detenido y llevado a presencia del obispo que afirmó no sólo que le había regalado los cubiertos, sino que le recordó que “se había olvidado” dos candelabros de plata y se los entregó también. Aquel gesto de gracia comenzó a quebrarle por dentro y aunque poco después robó a un niño, a los pocos instantes se quebró para siempre: el impacto de la gracia le transformó: “Andando el tiempo, me salvaron la indulgencia y la bondad, igual que me había perdido la severidad.”[2]

Javert en cambio era un hombre justo. Para consigo mismo y para con los demás sin excepción. Encarnaba la expresión: “Fiat iustitia, pereat mundus” (“Hágase la justicia aunque perezca el mundo”). Una interpretación benévola de la frase la ofreció Kant[3] pero a menudo se ha interpretado como un ejercicio inflexible, implacable, de la ley. Así era el inspector de policía Javert: un hombre de una “honradez implacable”[4], un hombre convencido de que: “ser bueno es muy fácil; lo difícil es ser justo”[5]. “El ideal de Javert no era ser humano, ser grande, ser sublime; era ser irreprochable.”[6] Javert persiguió a Jean Valjean toda la vida y le dañó todo lo que pudo. Pero cuando Jean Valjean pudo matar a Javert, le perdonó la vida. Esa gracia recibida era incomprensible para Javert: “Prefiero que me mate.”[7] Poco más tarde, aturdido por el impacto de la gracia recibida también Javert dejó escapar a Jean Valjean pero aquellos dos gestos eran “para su conciencia rectilínea, algo semejante al descarrilamiento de trenes”[8]: “Su alma presenciaba la aparición de todo un mundo nuevo: la buena obra aceptada y devuelta; la abnegación; la misericordia; la compasión violentando a la austeridad; la aceptación de personas; no más condenas definitivas; no más condenados a los infiernos; la posibilidad de una lágrima en los ojos de la justicia, una justicia no sabida, una justicia según Dios, en sentido inverso de la justicia de los hombres. Divisaba entre las tinieblas el amedrentador amanecer de un sol ético desconocido; lo espantaba y lo deslumbraba. Búho forzado a mirar con ojos de águila.”[9] Finalmente, no pudo soportar el colapso que la gracia había producido en él y desesperado, se quitó la vida lanzándose al río Sena.

 

2. LA HISTORIA DE LOS DOS HERMANOS (Lucas 15,11-32). Esta historia la contó Jesús: la historia del hijo pródigo que volvió a la casa del padre y, a pesar de sus muchas culpas, fue amparado por el abrazo acogedor de su padre, a quien no le importó manchar su ropa con el barro que cubría a su hijo. Esa historia tiene un segundo protagonista, que me recuerda mucho a Javert: el hermano mayor. 

El hermano mayor era impermeable a la gracia que reinaba en el hogar. No percibía la gracia que le rodeaba, no se daba cuenta que también era amado con generosidad: “Hijo, tú siempre estás conmigo [y yo contigo], y todas mis cosas son tuyas.” (Lc.15,31). ¡Qué triste! Sumergido en una atmosfera de misericordia no era capaz de percibirla, ni tampoco de disfrutarla. Era un agraciado desgraciado porque ignoraba que lo era.

Puesto que no la percibía, tampoco la ofrecía a otros. No compartía la alegría del padre, era un agraciado sin gracia, un legalista implacable. Y ante el regreso del hermano “que ha consumido tus bienes con rameras” (v.30), su actitud fue de enojo y a pesar de los ruegos de su padre se negó a participar de aquella fiesta, que a su parecer era a todas luces excesiva, injusta, inmerecida (v.28). “Hay mucho resentimiento entre los ‘justos’ y los ‘rectos’. Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los ‘santos’.”[10]


3. ¿QUÉ DE NOSOTROS? Nosotros nos movemos entre la gravedad y la gracia: “Todos los movimientos naturales del alma están regidos por las leyes análogas a las de la gravedad material. La gracia es la única excepción.”[11] Sólo la gracia no “cae”, la gracia eleva y nos eleva.

Vivimos tiempos de confusión moral y ese clima despierta un anhelo de firmeza, rotundidad, “al pan, pan”. La misericordia no tiene buena prensa, tampoco en la Iglesia, donde se la descalifica a menudo como “buenismo”, debilidad, falta de amor a la verdad. Pero nosotros somos hijos de la gracia, llamados a agraciar a nuestros semejantes en nombre de la gracia recibida de Dios en su hijo Jesucristo.

Todos nosotros hemos sido agraciados por Dios en su Hijo Jesucristo. Vivimos a diario de su gracia, misericordia, perdón, compasión. Dios nos libre de olvidar sumergirnos a diario en esta asombrosa verdad para que, siempre conscientes, podamos desarrollar “la disciplina de la gratitud”[12], la disciplina de la alegría, para con nosotros mismos y para con los demás.

Dios nos libre de convertir el anhelo de pureza en una actitud de crudeza (Troadec). Dios nos libre de un legalismo que destruya a las personas, al viejo grito del “cúmplase la ley aunque perezca el mundo”. Dios nos libre de hacernos culpable del reproche que Dostoyveski pone en labios de un personaje: “No tiene usted ternura. Sólo busca la verdad y por ello se vuelve injusto.”[13]. Dios nos libre de confundir la gracia con el tiro de gracia.

Los hombres y mujeres de esta sociedad son culpables de muchas cosas pero nuestra mirada sólo puede ser compasiva, a la manera de Jesús, quien las veía “como ovejas que no tienen pastor” (Mt.9,36); a la manera de Jesús que compartía mesa con pecadores porque estaba interesado en los enfermos y no en los sanos, y que reclamaba a sus discípulos: “aprended lo que significa: misericordia quiero, y no sacrificio” (cfr. Mt.9,11-11).

Qué terrible verdad: “El número de personas que han huido de la iglesia debido a que es demasiado paciente o compasiva es insignificante; el número de personas que han huido porque les resulta demasiado implacable, es trágico.”[14]

 

Mi respuesta. Si tuviera que dejar a la iglesia un mensaje final de mi ministerio sería éste: el ejercicio de la misericordia para con nuestros semejantes, a impulso de la misericordia recibida de Dios en su Hijo Jesús. Jean Valjean siempre llevó consigo hasta el final de sus días los dos candelabros de plata que le regaló el obispo, para no olvidar la gracia recibida que cambió su vida. Nosotros debemos tener presente a diario la cruz donde la gracia de Dios se ha derramado sobre todos nosotros.

Como iglesia nos hallamos ante un tremendo desafío: “Vivir en la sabiduría de la ternura [de Dios]aceptada [por mí].”[15] En otras palabras: ser una comunidad restauradora, una iglesia-hospital, aceptar a las personas en transición, respetar el proceso de cada persona con Dios, mirar el rostro del otro como lo miraría Jesús.



[1] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 73.

[2] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 311.

[3] Immanuel Kant: “La paz perpetua” In: Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Barcelona: Taurus, 2019. Pg. 63. “Y dicha frase es un principio jurídico muy valiente, principio que corta todo camino sinuoso trazado por la astucia o la fuerza. Es, sin embargo, necesario que se la entienda bien, no interpretándola como un permiso que se nos otorgue para que hagamos uso de nuestro derecho con el mayor de los rigores (cosa que contradiría todo deber ético), sino como la obligación que tienen los poderosos de no negar o disminuir a nadie su derecho por compasión o antipatía.”

[4] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 199.

[5] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 241.

[6] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 539.

[7] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 442.

[8] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 541.

[9] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 539.

[10] Henri Nouwen: El regreso del hijo pródigo. Madrid: PPC Editorial, 2011. Pg. 78.

[11] Simone Weil: La gravedad y la gracia. Madrid: Caparrós Editores, 1994. Pg. 23.

[12] Henri Nouwen: El regreso del hijo pródigo. Madrid: PPC Editorial, 2011. Pg. 93.

[13] F. Dostoyevski: El idiota. Barcelona: Editorial Juventud, 2007. Pg. 516.

[14] Brennan Manning: El impostor que vive en mí. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2019. Pg. 165.

[15] Brennan Manning: El impostor que vive en mí. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2019. Pg. 89.

sábado, 22 de junio de 2024

DE HIELES Y MIELES EN EL MINISTERIO CRISTIANO

Placer verdadero es servir al Señor,

no hay obra más noble

ni paga mejor

(Himnario de las iglesias evangélicas)

 

“Servid a Jehová con alegría”. Esto dice la Biblia. Esta es la invitación de Dios a sus siervos. Habrá que servirle, pues, con integridad, abnegación, renuncia y sacrificio, aún hasta la muerte si fuera necesario. Pero también con alegría, con agrado, de buen grado, “de buena gana” (1ªP.5,2 -Dhh).

 

1. ¿POBRE DE MÍ?

No comparto el tono victimista con que hablamos en ocasiones del ministerio cristiano, del ministerio pastoral en concreto. No es fácil el ministerio, bien lo sé tras casi cuarenta años de dedicación pastoral “a tiempo completo”. En iglesias pequeñas que no pueden sostener económicamente a su pastor, el esfuerzo se multiplica porque los pastores deben ser bi-empleados (bi-vocacionales es una expresión fallida: las personas podemos tener dos empleos pero sólo tenemos una vocación). En iglesias grandes que sostienen a su pastor, éste se siente en la permanente necesidad de justificar con mucho esfuerzo propio el esfuerzo económico de la iglesia. En estas iglesias grandes el cuidado de todos sus miembros resulta agotador por inabarcable. En las iglesias pequeñas no hay límite a la atención de los pocos miembros en sus necesidades. Podríamos seguir mencionando exigencias, desafíos, conflictos, …

Y con todo, el Padre celestial nos invita a servir con alegría. No hacerlo así lleva al agotamiento, la renuncia y, aún peor, la amargura o el cinismo que son, en última instancia, frutos de la incredulidad.

Quizás haya algo aún más lamentable: la imagen negativa que proyectamos a otros del ministerio pastoral. Cuando todo son lamentos, suspiros o quejas, ¿cómo pretendemos alentar a quienes comienzan a preguntarse si el Señor Jesucristo les llama a servirle en el ministerio pastoral? Deberíamos preguntarnos si la impresión que ofrecemos de nuestra experiencia ministerial alienta a otros o más bien les desanima.

 

2. NO ES EL COMPROMISO, ES EL ENTUSIASMO

De la percepción negativa de nuestro ministerio no nos librará por sí solo el sentido de compromiso, la severa responsabilidad. Ese es un estímulo insuficiente, se agota más o menos pronto. Algunos pastores “están comprometidos pero ya no ilusionados”. Sólo nos sostendrá el entusiasmo, la alegría.

Y el entusiasmo no lo alimentan la admiración o parabienes de quienes nos rodean. Todo eso es pasajero, fluctuante. A veces, simplemente tampoco los merecemos. El fuego del entusiasmo sólo lo aviva la intimidad personal con Jesús. No, no es una frase hecha ni un recurso fácil, ni una verdad elemental: es la esencia misma de la motivación ministerial si ha de ser sostenida en el tiempo, en todo tiempo. “En este mundo donde los hombres nos olvidan, cambian sus actitudes hacia nosotros según les dicten sus intereses privados, y revisan su opinión acerca de nosotros por la causa más banal, ¿no es acaso una fuente de maravillosa fortaleza el saber que el Dios con el que tenemos que ver no cambia, que su actitud hacia nosotros ahora es la misma que tenía en la eternidad pasada, y tendrá en la eternidad por venir?”[1]

Aún podemos ir un poco más lejos, sin faltar a la verdad: esencialmente, nuestro único ministerio es Jesús mismo. Él, conocerle a Él, ser transformados por Él, a semejanza suya, permaneciendo ante Él, centrados en Él; Él, única meta, único propósito y única y suficiente recompensa de todo ministerio. Cualquier otra motivación será como una llamita que el viento apagará al menor soplido. Por eso, una vez más merece la pena considerar la respuesta de la madre Teresa de Calcuta al periodista que le preguntó: “¿Dé dónde le viene su vocación por los pobres?” Aquella mujer menuda respondió sin vacilar: “No, mi vocación no son los pobres; mi vocación es pertenecer a Cristo …. y el trabajo que hago por los pobres es mi amor por Jesucristo puesto en acción.”[2]

“Cristo es mi pasión, Él es mi recompensa”, cantamos en nuestras iglesias. Este fue el lema del conde Zinzendorf y los hermanos moravos, allá por el siglo XVIII: “Solo tengo una pasión, es Él y sólo Él”. Eso es todo y es suficiente para mantener avivar la llama del entusiasmo, para mantener vivo el gozo de servirle a Él, cualquiera sea el ministerio que nos haya encomendado.

 



[1] A.W. Tozer:El conocimiento del Dios santo. Miami: Editorial Vida, 1996. Pg. 61.

martes, 18 de junio de 2024

¿CONVENCIDOS DE SU AMOR? 1ª Juan 4,16b-21

 

Como un perrito que, asustado, huye del abrazo de quienes le aman cuando le sobresalta un estruendo, así nos sucede a algunos de nosotros con nuestro Padre celestial: no confiamos del todo en su abrazo, en el abrazo incondicional del padre al hijo pródigo, al que mira como hijo mientras éste se siente como un cerdo. Es comprensible: qué difícil entender que Dios nos ama de manera perfecta, cuando las relaciones humanas dan motivo para temer y desconfiar y son causa de decepciones y desengaños. Pese a todo, podemos alcanzar una comprensión más honda y viva del amor de Dios, que nos llene de confianza y de paz, ante el presente y ante la eternidad.

 

1. LA VIDA EN EL AMOR. Muchos traductores y estudiosos inician un nuevo párrafo a partir del v.16b. “La razón de esta forma de dividir el capítulo es que hay cierto paralelismo en cuanto a la palabra amor en 4:7, 4:11 y 4:16b. Estos versículos, y las secciones que representan, desarrollan el tema del amor.”[1]

“Dios es amor” (v. 16b). Esa declaración ya ha sido dicha varias veces antes. Un amor gratuito, universal y eterno, ofrecido en Jesucristo a todos sin excepción (Jn.3,16; 1ªTim.2,4; Tit.2,11) Ahora tiene el propósito de afirmar la confianza en la ternura del Padre, echar fuera toda forma de miedo (para con Dios y con la vida) y exhortar a reproducir ese amor para con los semejantes.

“Se ha perfeccionado el amor en nosotros” (v. 17). El amor de Dios se ha manifestado en plenitud entre nosotros. ¿Cómo? En que Dios “nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (v.10). Esa es la base de nuestra confianza plena en el favor de Dios, ante el juicio y ante la vida: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom.8,31-32). La convicción del amor de Dios está en la Cruz de Jesucristo en favor de todos nosotros. No puede estar en las circunstancias que componen nuestra biografía porque el marco de esta vida terrenal es un marco de dolor por causa del pecado que la contamina: “Todos los días tienen su pena grande o su preocupación pequeña.”[2] Dicho por Jacob: “pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Gén.47,9). O en palabras de Job: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores” (14,1)

“El que ama a Dios, ame también a su hermano” (vv.19-21). El verdadero entendimiento de esta verdad no conduce a la autojustificación perezosa como algunos temen: una vida convencida, sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, “inevitablemente” (aunque imperfectamente) extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8). Amar es cumplir la Ley, cumplir la voluntad de Dios: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Rom.13,10). Dicho en términos poéticos: “el amor es la belleza del alma”[3].

 

2. ¿TEMOR EN EL AMOR?

“El que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (v. 18). ¿Qué significa esa frase tan enigmática? Algunas versiones enfatizan que debemos llegar a amar a Dios perfectamente: “Por eso, el que teme, no ha llegado a amar perfectamente” (Dios habla hoy); “La por i el càstig van junts; per això només té por el qui no estima Déu plenamente” (Biblia interconfesional, català).

La mayoría de las versiones, sin embargo, enfatizan la necesidad de entender plenamente el perfecto amor que Dios nos tiene. Ese es el énfasis más preciso considerando los versículos anteriores, en particular el v.17. Esta es la traducción (libre) que más me gusta: “No hay por qué temer a quien tan perfectamente nos ama. Su perfecto amor elimina cualquier temor. Si alguien siente miedo es miedo al castigo lo que siente, y con ello demuestra que no está absolutamente convencido de Su amor hacia nosotros” (v.18 paráfrasis: “La Biblia al día”).

“Juan nos dice cómo puede comprobar cada uno cómo ha progresado en el amor; mejor dicho, cómo el amor ha progresado en él”[4]. Porque: “cuanto más dentro penetra el amor, más fuera es arrojado el temor”[5]. Si temo, si dudo del perdón divino, de su plena aceptación, incondicional y universal, es que, aún no estoy plenamente convencido de su amor.

¿Cómo es posible que algunos (que son hijos de Dios) sigan teniendo miedo del Padre? ¿Cómo es posible que algunos duden de la aceptación, del abrazo del Padre, quien es amor? ¿Por qué permanece alguna medida de temor, de desconfianza práctica acerca de lo que Dios siente por mí? ¿Acaso no lo sabemos? ¿Acaso no lo creemos? Sí, pero todavía no como debemos saberlo y creerlo: en/por el Espíritu.

 

3. DEJARNOS CONVENCER POR EL ESPÍRITU.

En un ejercicio reflexivo podemos entender, creer, en el amor gratuito de Dios para con todos nosotros en Jesucristo; incluso la afirmación según la cual: “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom.5,20b). Pero si esa verdad no termina de calar en nuestras entrañas, sigue quedando un poso de desconfianza: “quizás Dios ame así a otros, ¿pero a mí? No lo puedo creer porque yo no lo merezco.”. Y es que, como alguien dijo, la distancia más grande es la que va de la cabeza al corazón, de la comprensión a la vivencia. Quizás por eso el Salmo 136 insiste machaconamente que “para siempre es su misericordia”.

Comprendo y experimento el amor que Dios me tiene, no por vías intelectuales, sino espirituales, por la manera en que somos enseñados y convencidos por el Espíritu Santo: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1ªCor.2,13), Y es que las cosas que son del Espíritu de Dios “se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,14b).

Por eso el apóstol Pablo ora al Padre para que “nos fortalezca con poder en el hombre interior por su Espíritu” y así comprendamos debidamente el amor que Dios tiene por nosotros (cfr. Ef.3,14-17). “Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios” (Ef.3,18-19) (Biblia interconfesional).

Este es uno de los ministerios de la persona del Espíritu Santo en nuestras vidas, del Ayudador (parakletós, Jn.14,16): “él os enseñará todas las cosas” (Jn.14,26), “él os guiará a toda la verdad” (Jn.16,13). El Espíritu Santo es “la unción” que “os enseña todas las cosas” (1ªJn.2,27). Hay un tiempo para estudiar y hay un tiempo para dejarse enseñar, convencer en las entrañas (Teresa de Jesús): esa es labor del Espíritu Santo. Y nada ni nadie más puede hacerlo como Él lo hace. Por eso debemos aprender a callar y esperar confiadamente en Él y su acción en nuestro interior.


Mi respuesta. Una buena manera de medir nuestra comprensión real del amor gratuito de Dios es comprobar si podemos reproducir alguna medida de ese carácter en nuestra relación con los demás. El apóstol lo enseña a Tito (3,3-8): la experiencia del amor recibido tiene un impacto transformador como ningún otro estímulo puede producir (sea miedo, responsabilidad, etc). “Me di cuenta que era cristiana porque podía perdonar”, me dijo una hermana. Como decíamos al principio, una vida sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8).

Pero mucho más importante que este fruto es cuidar su raíz, su origen: la enseñanza del Espíritu Santo en nuestras entrañas, del universal, incondicional y gratuito amor de Dios en Jesucristo para con todos nosotros. No te apresures para pensar, razonar, o hacer: toma tiempo, todo el tiempo necesario, para venir delante del Espíritu del Señor, en silencio, confiadamente, para dejarte enseñar, para dejarte convencer por Él, para dejarte cautivar de su mano por el amor acogedor del Padre. El creciente “entendimiento espiritual” de esa verdad transformará tu vida de forma creciente: 1) te acercará en amor al Padre, 2) te acercará en amor a tus semejantes, y 3) te afirmará en Él ante las exigencias de la vida.



[1] S. Kistemaker: Santiago y 1-3 Juan. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1992. Pg. 386.

[2] Victor Hugo: Los miserables. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Volumen 2. Pg. 180.

[4] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 160.

[5] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 163.


martes, 11 de junio de 2024

SOÑAR LOS SUEÑOS DE DIOS (Joel 2,12-32)

 

El gran peligro del bienestar es la autocomplacencia, que se diagnostica por un síntoma definitivo: se pierde la capacidad de soñar. A veces en el contexto evangélico se invita a “visualizar” como una experiencia mágica; no comparto esa idea pero imaginar, soñar, son prácticas legítimas, si están bien orientadas. Yo quiero animaros a soñar sueños para vuestro futuro personal y, sobre todo, para el futuro de la iglesia; no cualquier sueño sino los sueños de Dios.


1. SOÑAR SUEÑOS, VER VISIONES. “Vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2,28b).

El libro de Joel 1) describe un tiempo de grave necesidad del pueblo, en su caso por causa del pecado, 2) llama a clamar intensamente a Dios a toda la comunidad unida en asamblea, ancianos, bebés, niños y jóvenes, pueblo y liderazgo, y 3) promete de parte de Dios un tiempo futuro espléndidamente bendecido: “… hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite. Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, …” (2,23-25).

Las promesas de bendición no sólo son para restaurar en el presente lo perdido en el pasado sino que se extienden al futuro: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.” (2,28). Y sigue una enorme relación de prodigios y bendiciones futuras.

 

2. ATRÉVETE A SOÑAR. La Ilustración del siglo XVIII acuñó la expresión “sapere aude”: atrévete a saber, atrévete a pensar. Yo os animo: “atrévete a soñar”; de otro modo, perder la ilusión es comenzar a morir. Atrévete a soñar, a imaginar, realidades magníficas. Lo bueno de los sueños, de la imaginación, es que no conoce límites. “No tenemos sueños pequeños”, decía un anuncio de la lotería; es verdad.

“I have a dream”, gritó Martin Luther King: “Yo os digo hoy que, aun cuando nos enfrentamos a las dificultades de hoy y mañana, yo todavía tengo un sueño. (…) Yo tengo el sueño de que un día, en las rojas montañas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos podrán sentarse juntos a la mesa de la hermandad. (…) Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su personalidad. (…) Yo tengo el sueño de que, un día, todo valle será elevado, todo cerro y montaña será aplanado. Los lugares ásperos serán alisados, los torcidos serán enderezados. (…)” (Washington, 28 Agosto 1963)

Yo os animo a soñar un futuro magnífico para nuestra iglesia. Es la virtud de la imaginación, que hace parecer posible lo que aparentemente es imposible, más allá de las limitaciones presentes. Por eso la capacidad de soñar es pariente cercano de la fe, se alimentan mutuamente.

 

3. SOÑAR LOS SUEÑOS DE DIOS. Hay un límite a nuestros sueños para la iglesia, como para los sueños más personales, como hijos de Dios. Si queremos que nuestros sueños se hagan realidad, deben ser los mismos sueños que sueña Dios.

“Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; más tú, teme a Dios” (Ecl.5,7). “Hablar no cuesta nada, es como soñar despierto y tantas otras actividades inútiles. Tú, en cambio, teme a Dios” (NTV). En ocasiones confundimos los sueños con los antojos, los caprichos, la imitación a otros, la reproducción de estrategias leídas en un libro o escuchadas en una conferencia, …No queremos esos sueños, queremos hacer nuestros los sueños específicos que el Señor de la iglesia tiene para nosotros. “Queremos sumarnos a lo que Dios está haciendo y quiere hacer”.

Aquí Joel tiene también enseñanza para nosotros: esa actitud de búsqueda intensa, comunitaria, compartida por todos los círculos de la iglesia, búsqueda de la voluntad del Señor para nosotros, para hoy y para mañana.

Esa es nuestra parte, imprescindible en actitud y en intensidad: estar a la escucha de la dirección del Viento, para izar las velas en la posición adecuada para que el Viento impulse la nave. Y así “discernir los signos de los tiempos”: cambiar la orientación de las velas conforme cambie la dirección del Viento; de otro modo, si perdemos el impulso del Viento, la nave iría perdiendo velocidad y rumbo hasta quedar detenida en medio del océano.

 

4. EL SUEÑO PARA EL QUE LO TRABAJA (EN EL ESPÍRITU). Los sueños no son ensoñaciones que se agotan en suspiros melancólicos pero no mueven la voluntad; al contrario, se traducen en “acción que de forma activa llevan el sueño a su despertar” (Carlos Díaz).

Acción, sí, pero a impulsos del Espíritu Santo, no confiados en capacidades humanas. Desde la perspectiva del reino de Dios: “nadie será fuerte por su propia fuerza” (1ºSam.2,9). La presencia activa del Espíritu Santo en medio de la Iglesia, desde Pentecostés hasta hoy, marca la diferencia entre una organización humana y un organismo poderoso que manifiesta el poder de Dios.

 

Mi respuesta. “Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones: grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres.” ( Salmo 126,1-3)

No, no tenemos sueños pequeños. Los sueños de Dios para nosotros son grandes. Es tiempo de alentarnos a buscar el rostro del Señor, estar activamente a la escucha de Su voz para hacer nuestros esos sueños y conquistarlos en el poder del Espíritu. Amén.


miércoles, 22 de mayo de 2024

¿DE QUIÉN SON LAS OVEJAS?


Jesús libera a las personas. Algunos pastores pretenden esclavizarlas. El único Señor de las personas es Jesús, el Príncipe de los pastores (1ªP.5,4). A los pastores nos corresponde cuidarlas en Su nombre; cuidarlas sin apropiarnos de ellas, ni de su voluntad. En palabras de Agustín de Hipona, comentando el texto del Evangelio de Juan capítulo 21, 15 ss: “Si me amas, dice Jesús a Pedro, no pienses en apacentarte a ti, sino a mis ovejas como mías. Apaciéntalas como mías, no como tuyas, busca mi gloria en ellas, no tu gloria; mi dominio, no tu dominio; mis intereses, no los tuyos.”[1]

 

¿QUÉ MINISTERIO?

Dicho a la manera de Juan el bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn.3,30). ¿A quién nombra la gente cuando recibe mi ministerio? ¿El mío? ¿Acaso robo protagonismo y gloria a Jesús? Sin falsas épicas, reivindicamos una práctica ministerial del pastorado como una disposición cotidiana a morir a lo propio, en donación de uno mismo a los demás; un ejercicio cotidiano y generoso de “mayordomía del afecto”[2].

El carácter y el ministerio del pastor se modela a la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn.10,11), por el poder de la persona del Espíritu Santo. El apóstol Pedro llama a Jesús “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1ªP.2,25), y a la luz del ejemplo de Jesús describe las características del ministerio pastoral (1ªP.5,2-3). De hecho, advierte que dicho ministerio de cuidado de las personas se ejerce sobre todo inspirándolas con el ejemplo del propio vivir (1ªP.5,3b), por más que siempre sea imperfecto. Las recomendaciones del apóstol Pedro ofrecen una sugerente clave ética, una ética bíblico-pastoral del cuidado pastoral que hacen del ejercicio del ministerio, del privilegio de servir en el nombre de Jesús y para la gloria de Jesús, su recompensa más propia.

El liderazgo servicial de Jesús se ofrece como modelo a los pastores y a partir de esa luminosidad el apóstol describe un ministerio centrado en “apacentar”, cuidar de las personas, en primer lugar de forma “voluntaria”, benevolente, de buena voluntad, con voluntad afectuosa; en segundo lugar “con ánimo pronto”, con buena disposición, ánimo cordial, no a impulsos del propio interés y menos aún interés económico; en tercer lugar siendo ejemplo humilde de toda la verdad que se enseña y anuncia. Y todo, hecho con una sola expectativa: el (sólo) reconocimiento del Señor Jesucristo, su “bien, buen siervo y fiel” (Mt.25,21). “El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos (Mr.10,43). Jesús ha unido así la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen; es totalmente profano y envenena a la comunidad. (…) Autoridad pastoral sólo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.[3]

 

¿QUÉ AUTORIDAD?

El sustantivo latino auctoritas (bien distinto de “potestas” -poder), procede del verbo augeo (conferir auge, aupar, elevar), cuyo pretérito perfecto es auxi (de donde deriva auxiliar, ayudar) y cuyo supino es auctum (convertirse en autor responsable) de donde procede la palabra autoridad. “La autoridad será buena, pues, cuando auxilie, cuando sirva, cuando aupe, cuando eleve al otro sobre los propios hombros.”[4]

La autoridad acompaña al pastor como la sombra a cualquier figura. Y el poder, como influencia, es vecino cercano de la autoridad. Y la influencia puede utilizarse de manera abusiva, manipuladora. En el caso del pastor, la autoridad viene dada por su posición en medio de la comunidad de fe. Sus predicaciones, sus consejos, tienen un a priori de credibilidad. Y fácilmente el pastor puede pervertir esa posición usándola en un ejercicio manipulador y abusivo de poder sobre los miembros de la congregación.

“Cuando el poder no se utiliza para hacer crecer a las personas sobre las que tenemos ascendente, sino para nuestro propio beneficio estamos haciendo un uso inadecuado del poder [influencia], por mucho que no haya clara intención de quererse aprovechar o aunque la otra persona consienta en ello. No pretendemos asustar a nadie, pero sí darnos cuenta de la inmensa responsabilidad que implica tener influencia sobre otros y de las fronteras poco claras que pueden llevarnos, fácilmente y no siempre con plena consciencia, a comportamientos de tipo abusivo.”[5]

El concepto cristiano de autoridad para el ministerio pastoral no puede ser otro que el claramente enseñó Jesús con sus palabras (Mt.20,25-28; 23,8-12; Mr.10,42-45; Lc.22,24-27), así como con su mismo ejemplo práctico con el lavamiento de los pies de sus discípulos (Jn.13,12-16) que, por cierto, no fue sólo un gesto de humildad sino la expresión visible de un concepto determinado de autoridad, que es normativo para sus siervos. “Nosotros somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Él. Desde esta realidad del Nuevo Testamento es imposible inferir que el liderazgo cristiano sea jerárquico, sino que es la continuidad delegada de un carácter, de una manera de hacer, de ejercer un don, en un ámbito de igualdad fraterna con todos. (…) No sólo es impensable la jerarquía, sino que hay un imperativo de igualdad y mutualidad.”[6]

Ese perverso sentido caudillista del ministerio que a veces se muestra, nada tiene que ver con el Evangelio y sí mucho en común con la vieja enfermedad de la “reverenditis”, que describía jocosamente un antiguo folleto evangélico: “La reverenditis es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación.”[7] Bien al contrario: “En la iglesia el culto solo se le debe a Dios, no al líder. Nuestras armas son espirituales; la manipulación, el control de las conciencias, el uso de represalias y del miedo, la condena al ostracismo de los disidentes, etc. son armas ilícitas que solo utilizan los que no saben nada del Buen Pastor de las ovejas, a quien estas siguen porque conocen su voz, la voz de aquel que las cuida y las mima, al punto de estar dispuesto a dar su vida por ellas.”[8]

La psicología y la consejería pastoral nos previenen contra la relación de dependencia que se establece en ciertos modelos de liderazgo. Toda forma de dependencia es psicológicamente nociva porque impide el proceso de madurez y de autonomía de la persona. El ministerio cristiano se ejerce como responsabilidad delante Dios por los creyentes y tiene como propósito alentar su crecimiento en la verdad y en madurez, animándoles a ser cada vez menos dependientes de los hombres y más dependientes (sólo) de Dios. “Cuando se enseña que uno ha de someterse al dominio de otro ser humano, hay que llamarlo por su nombre, esto es, control sectario.”[9] En palabras de Agustín de Hipona: “Mientras vaya retrasado respecto a ti, está en tu escuela; mientras sea ignorante, te necesita; tú pareces su maestro y él tu discípulo. Tú eres superior, pues eres su maestro, y él es inferior porque es tu discípulo. Si no quieres que sea igual a ti, es que pretendes que sea siempre tu discípulo. Y si quieres que sea siempre tu discípulo, es que eres un maestro envidioso. Y si eres un maestro envidioso, ¿eres realmente un maestro?”[10]



[1] Citado por Marcelino Legido: Contemplación. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2022. Pg. 116.

[2] Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la iglesia. El Paso, Tx.; Editorial Mundo Hispano, 2006. Pg. 72.

[3] Dietrich Bonhoeffer: Vida en comunidad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982. Pgs. 86-87.

[4] Carlos Díaz: “Autoridad”. In Vocabulario de formación social. Valencia: DIM Ediciones, 1995. Pg. 44.

[5] Ianire Angulo Ordorika: “Ir más allá de la noticia. Asomarnos a la complejidad de los abusos en la Iglesia” In ACONTECIMIENTO, nº 150, 2024/1. Pg. 50.

[6] Juan Solé: “La renovación del liderazgo”. In ALETHEIA: Nº 60, 2/2021. Pgs. 60-61. El artículo fue publicado inicialmente en la misma revista en 1996.

[7]David Orea Luna: Reverenditis: estudio de una enfermedad vieja. Opúsculo. Pág. 2. El autor era presidente de la Iglesia Luterana de México y el texto apareció también en la revista “El Predicador Evangélico”, de Buenos Aires, de Junio de 1959.

[8] José Mª Baena: Pastores para el siglo XXI. Viladecavalls: Editorial CLIE, 2018. Pg. 169.

[9] Denny Gunderson: La paradoja del liderazgo. Una invitación al liderazgo servicial en un mundo hambriento de poder. Tyler, Tx: Editorial JUCUM, 2006. Pg. 84.

[10] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 148.