sábado, 13 de enero de 2024

ESPIRITUALIDAD DE ESPIRITUALIDADES, ¿TODO ES ESPIRITUALIDAD?

INTRODUCCIÓN

Espiritualidad de espiritualidades, ¿todo es espiritualidad? Así pareciera porque muchas personas dicen vivir la espiritualidad en los aspectos más recónditos de la existencia humana, de modo que se habla por ejemplo de la espiritualidad del aficionado al fútbol, como se habla cada vez más de sexualidad tántrica como forma de espiritualidad o incluso de “ateísmo espiritual”. Nos hallamos claramente ante el modelado de la espiritualidad a manos de la ya “vieja” Postmodernidad.


1. LAS ESPIRITUALIDADES POSTMODERNAS

Son bien conocidos de todos los rasgos básicos del pensamiento postmoderno que, en esencia, podría identificarse como “la incredulidad con respecto a los metarrelatos”[1] Un poco más en extenso, podemos dibujar el perfil del pensamiento postmoderno en los siguientes términos[2]:

  1. Relativismo. “Pensamiento débil” (Gianni Vattimo) y “convencimiento débil” (Rubert de Ventós).
  2. Crepúsculo del deber y del sacrificio, con rechazo consecuente de toda noción de culpa y aún de responsabilidad personal ante nada y ante nadie. “Las gentes ya no queremos obrar porque así lo exigen deberes incondicionados, sino porque nos apetece hacerlo en un sentido u otro” (G. Lipovetsky)
  3. “Ética de náufragos” (J.A. Marina), un “sálvese quien pueda” para tiempos de crisis.
  4. Individualismo. “El individualismo es el código genético de la democracia moderna” (G. Lipovetsky), un individualismo “responsable”, por no llamarlo egoísta, que defenderá los derechos de los demás para mejorar los propios.

En ese contexto postmoderno, alérgico a los macrorrelatos, no hay lugar para la religión, que es el macrorrelato por excelencia, sustituida por las llamadas “religiones de reemplazo”, “religiones de plástico”, “religiones de supermercado”, “el retorno de los brujos” (Louis Pauwels y Jacques Bergier). Se trata a menudo de religiones y espiritualidades “transpersonalistas”, en las cuales no existe Dios o existe de forma no-personal, y que alientan la disolución de toda identidad personal, en el absoluto impersonal del nirvana, la “evaporación nirvanática de la existencia”[3]

Un perfil básico de estas espiritualidades ofrece las siguientes características[4]:

1.       Del monoteísmo al politeísmo y, por tanto, sincretismo: “hágaselo usted mismo”. Una especie de “religión a la carta”: “El concepto se explica solo: concibe los asuntos del alma como algo personalizable. En un mundo individualista, de consumismo avanzado, los fieles se comportan como clientes y meten en su carrito solo los elementos que les interesan. ‘Ahí está el inicio de la espiritualización social’, señala González-Anleo. ‘Cada vez menos productos del pack religioso entran en el carrito del consumidor espiritual y cada vez van entrando más que no estaban en el credo institucionalizado’.”[5] Bien puede hablarse en este sentido de poligamia espiritual.

  1. Menosprecio de la dimensión comunitaria y, por tanto, renuncia a cualquier forma de compromiso solidario con el semejante.
  1. Narcisismo. Búsqueda del “bienestar” privado y, por tanto, búsqueda de lo “inmanente placentero” junto al rechazo de cualquier forma de culpabilidad.

Dicho de forma aún más resumida, no pocas espiritualidades contemporáneas se orientan a la búsqueda de una creencia que[6]:

  1. Me haga sentir bien.
  2. No me exija esfuerzo ni compromiso.
  3. No limite mi libertad personal (tampoco en valores y conducta moral).

Ilustremos esta concepción de las espiritualidades contemporáneas con un testimonio cercano:

Bailes, filtros, recetas, chistes, trucos de belleza… Entre el flujo de contenido constante, adrenalínico y chillón de TikTok se cuela un vídeo sencillo que habla de la rutina monástica. ASMR para el alma. ‘He venido a pasar unos días con una de mis mejores amigas, que es monja contemplativa, en un monasterio de un pequeño pueblito euscaldún’, dice una voz en off mientras las imágenes muestran escenas del convento renacentista de la Santísima Trinidad de Bergara, en Gipuzkoa. ‘He venido a coger un poco de calma y a vivir un poco slow, un concepto que ahora está muy de moda, pero que las monjas llevan haciendo toda su vida’. Isabel Sorribas Rivera suele colgar recetas en su canal de TikTok, pero hace unas semanas decidió compartir su experiencia en este convento. No era nada muy exótico: lecturas, paseos por el campo, dar de comer a las gallinas, cuidar el huerto y escuchar a las monjas cantar. Pero el vídeo, de alguna forma, conectó con la gente y se viralizó. ‘De repente, tenía un millón de visualizaciones en un día’, recuerda en un intercambio de audios. ‘Supongo que es porque todos nos podemos identificar con ese contenido, porque todos llevamos una vida muy rápida y necesitamos un parón’, reflexiona.

Sorribas es creadora de contenido, vive en el centro de Madrid y tiene 31 años. Es espiritual, pero no religiosa. Y su caso es cada vez más común. Según el informe de laicidad de la Fundación Ferrer i Guàrdia, presentado a finales del pasado marzo, las personas aconfesionales se acercan al 40% en España, y ese porcentaje se dispara hasta rondar el 60% al centrarse en los menores de 38 años. La tendencia es clara y se ha acelerado después de la pandemia. Dios no está de moda. Pero muchos de los ritos que envuelven su figura, sí. Se han reciclado, en un exitoso rebranding litúrgico que ha sobrepasado los muros de la Iglesia. (…)

Entre la repetición de salmos católicos, de mantras budistas o respiraciones mindfulness más diferencias formales que finales. ‘Se trata de valorar las cosas más pequeñas del día a día’, explica Sorribas, que además de creadora de contenido es teóloga. ‘En ellas hay quien encuentra a Dios. Yo no lo hago, pero me encuentro a mí misma, encuentro paz’.”[7]


2. LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

La espiritualidad cristiana es profética, personalista y comunitaria. Y, por tanto, peculiar y distinta a otras en su propósito, en sus medios y en su marco[8].

  1. Distinta en su propósito. Frente al carácter introspectivo, hedonista y transpersonal de otras, el propósito de la espiritualidad cristiana es bien distinto: no busca un estado sino el cultivo de una relación personal con un Dios personal, el Dios de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo.
  2. Distinta en sus medios. En lugar de técnicas, ejercicios o mantras que permitan “vaciar la mente”, la oración cristiana es un trato despierto, activo, con Dios; una relación que se modela a la luz de la autorrevelación de Dios en la Biblia.
  3. Distinta en su marco. Lejos de “viajes transpersonales” de subida a las alturas del Cosmos o de bajada a las profundidades del ser interior, el cristiano tiene como referencia clarificadora la Escritura y como eje central a Jesucristo mismo.

También conviene destacar la peculiaridad de la espiritualidad cristiana por sus dimensiones morales y comunitarias[9]:

  1. Espiritualidad ética. Encontramos con cierta frecuencia en el libro del Génesis la expresión “caminar con Dios” para señalar la relación personal entre el individuo y Dios, así Enoc (Gén.5:22,24), Noé (Gén6,9), o Abrahm (17,1). Pero pronto se advierte que esta comunión personal requiere por parte del individuo un comportamiento moral agradable a Dios. Noé “era un hombre justo y honrado entre sus contemporáneos” (6,9 -BLPH). Y expresamente Dios lo reclama de Abraham: “anda delante de mí y sé íntegro” (17,1 -NVI). Toda la espiritualidad de Israel está impregnada de este carácter moral. El Pentateuco, los libros sapienciales y los profetas no harán sino desarrollar este mismo principio. Y otro tanto hallamos en el Nuevo Testamento: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; (…) El que me ama, mi palabra guardará” (Jn.14:21,23). “Esto está en un marcado contraste con las diferentes formas de meditación en muchas religiones del mundo. El énfasis bíblico está siempre en el cambio ético, la transformación del carácter, la obediencia a la Palabra del Señor.”[10]

Contraria a la espiritualidad cristiana es toda meditación que ignora al otro, que se agota en la autosatisfacción, una espiritualidad del yo egoísta, sin tú, sin nosotros, sin dimensión comunitaria, una meditación sin prójimo … “la meditación trascendental del propio ombligo” (Carlos Díaz)

  1. Espiritualidad comunitaria. La relación con Dios es personal pero la intención de Dios, en Jesucristo, es crear una familia, un edificio, un cuerpo, que se ofrezca ante el mundo como testimonio del reino de Dios y sus valores. El libro de los Hechos y todas las epístolas enseñan enfáticamente esta verdad.


3. DE LA BIBLIA A LA INTIMIDAD CON DIOS (Lectio divina)

La referencia primera y obligada de la espiritualidad cristiana es la Biblia. Sin ella, toda espiritualidad deviene mera subjetividad, cuerpo sin esqueleto que lo sostenga (von Balthasar). Pero no cualquier acercamiento a la Escritura alimenta la espiritualidad. No cabe la superficialidad ni basta la erudición. Es menester dar lugar a la intervención del Espíritu, para que la Escritura no sea mera suma de “cadáveres proposicionales” (E. Peterson). Es el Espíritu quien convierte el logos siempre objetivo, verdadero, de valor universal, en rhema, palabra dirigida por el Espíritu, de aplicación personal y concreta. Jesucristo, Palabra encarnada, nos llama a un “encuentro” con Él (E. Brunner) a través de la Palabra escrita, leída en el Espíritu. La verdadera meditación, por tanto, es «conocimiento que genera amor»[12]

Sería un error dramático considerar la meditación como un ejercicio meramente estético o autocomplaciente. “En la oración meditativa Dios siempre está dirigiéndose a nuestra voluntad. Cristo nos confronta y nos pide elegir. Habiendo escuchado su voz, tenemos que obedecer su Palabra. Es el llamado ético al arrepentimiento, al cambio, a la obediencia, lo que distingue más claramente a la meditación cristiana de su contraparte oriental y secular. En la oración meditativa no hay pérdida de identidad, no hay unión con la conciencia cósmica, ni ilusorios viajes astrales. Por el contrario, estamos llamados a una obediencia de vida transformadora, porque nos hemos encontrado con el Dios viviente de Abraham, Isaac y Jacob. Cristo está verdaderamente presente en medio nuestro para sanarnos, perdonarnos, cambiarnos y darnos su poder.”[13]

La Lectio divina ofrece un modo de acercamiento al texto sagrado que facilita su lectura como experiencia de diálogo personal con Dios. “No razonamos el texto sino únicamente lo usamos como medio para enfocar el espíritu, conscientes de que el ejercicio principal debe ser la presencia de Dios y de que el tema leído debe servir más bien para sujetar el espíritu que para ejercitarlo en el razonamiento.”[14] El primero en utilizar la expresión fue Orígenes (aprox. 185-254). El método más conocido de lectio divina es del monje cartujo Guigo II, del siglo XII con sus cuatro momentos de lectio, meditatio, oratio, contemplatio. Su objetivo: «entrar en íntima relación con Dios para crecer en ese conocimiento que es experiencia viva de amor».[15] No es sólo un ejercicio privado sino que debe practicarse desde una perspectiva comunitaria, para que la espiritualidad no se convierta en un castillo cerrado, alejado del resto de la comunidad cristiana y del resto de la humanidad.

Lectio. Nos preguntamos qué dice el texto. Para comprender la Palabra. Y poder descubrir lo que Jesús quiere enseñarnos a través del autor inspirado.

Meditatio. Nos preguntamos qué me/nos dice el Señor con su Palabra. Para actualizar la Palabra. Y poder interpretar la vida, conocer su sentido, mejorar nuestra misión y fortalecer la esperanza.

Oratio. Nos preguntamos qué quiero decirle al Señor después de haber escuchado su Palabra. Para dialogar la Palabra. Y poder dialogar con Dios y celebrar nuestra fe en familia o comunidad.

Contemplatio. Nos adentramos ahora en la oración contemplativa. Con este nombre, que es familiar a la tradición cristiana, se designa el momento en que la lectura de la Palabra de Dios y la reflexión sobre el misterio desembocan en la quietud admirativa, en el contacto, en la experiencia.”[16] Como cuenta Victor Hugo del obispo de Digne, personaje de Los miserables: “No estudiaba a Dios; dejaba que lo deslumbrase.”[17]

La contemplación supone disfrutar de la presencia de Dios, que nos da una nueva mirada de la realidad y nos permite encontrar Su presencia en los acontecimientos de la vida cotidiana. En esa disposición recogida y cautivada ante el Señor, cuando “mi casa está siendo acallada” (San Juan de la Cruz), se nos hace “fácil” escuchar al Señor. Esa “suave voz interior” nos guía si somos capaces de escuchar con humilde atención y disposición de obediencia. “Contemplar al Señor habla de una mirada del corazón constante y hacia adentro, enfocada hacia Dios, el centro divino. Nos complacemos en la calidez de la presencia de Dios. Nos sumergimos en el amor y el cuidado de Dios. El alma, introducida en el lugar santo, se asombra por lo que ve.”[18] Es como si entráramos al lugar santísimo, y ese lugar santísimo estuviera dentro de nosotros.

Pongamos un ejemplo de esta actitud contemplativa:

Estoy en casa solo y tengo toda la tarde por delante. Me siento en un sillón y tomo en mis manos un álbum de fotos antiguas. En una primera pasada voy mirando las fotos una tras otra, reconociendo las personas que allí aparecen y las situaciones en que nos encontrábamos.

                 De repente hay una foto que llama poderosamente mi atención. Dejo ya de pasar las hojas del álbum y me detengo en esa foto especial. Me quedo mirándola largamente. Recuerdo alguna anécdota de lo que pasó ese día en que se tomó la foto. Me fijo en los detalles, la sonrisa de uno, la cara de disgusto de otro, las modas ridículas que se usaban entonces.

              Conforme voy “meditando” en esa foto, me empieza a invadir un sentimiento de ternura y bienestar. ¡Qué bien lo pasamos! ¡Qué gente tan magnífica! ¡Qué suerte haberles conocido! ¡Cuánto tiempo sin verles! Dejo ya de fijarme en los detalles, para captar la imagen en su globalidad. Mi mente se queda en blanco y me entrego a ese vago sentimiento de añoranza que me hace sentirme en paz y alegre. He alcanzado la fase de contemplación.

   (….)

                 Pero este momento de contemplación no nos aleja de la realidad, no nos sumerge en un mundo de fantasías, sino que nos devuelve más lúcidos a la realidad, más conscientes de quiénes somos y de cuál es el sentido de nuestra vida.

                 Volviendo al ejemplo de la fotografía, es muy probable que al acabar la contemplación sienta unas ganas muy grandes de coger el teléfono y llamar a alguna de esas personas de la foto a quienes no veía hace tiempo. La contemplación me ha dinamizado y me ha cargado de motivos para entrar en contacto con ellas.[19]

 Las Palmas, 27 Octubre 2023



[1] J.F. Lyotard: La condición postmoderna. Madrid: Editorial Cátedra, 1984. Pg. 10.

[2] Cfr. Carlos Díaz: Manual de historia de las religiones. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997. Pgs. 579-583.

[3] Carlos Díaz, “Horror al confesionario”, 2023. Inédito.

[4] Cfr. Carlos Díaz: Manual de historia de las religiones. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997. Pgs. 598-601.

[6] Pablo Martínez Vila: “Características esenciales y diferenciales de la meditación cristiana frente a otras meditaciones”. In VVAA: ¿Todas las meditaciones son iguales? Barcelona: Andamio Editorial, 2022. Pg. 44.

[8] Cfr. Pablo Martínez Vila: “Características esenciales y diferenciales de la meditación cristiana frente a otras meditaciones”. In VVAA: ¿Todas las meditaciones son iguales? Barcelona: Andamio Editorial, 2022. Pgs. 47-61.

[9] Cfr. José María Martínez: “La espiritualidad evangélica hoy”. In ALETHEIA, nº 38, 2/2010. Pgs. 5-18.

[10] Richard J. Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 18.

[11] Adaptado de “Taller de Oración”. Emmanuel Buch, capítulo II.

[12] M. HERRÁIZ GARCÍA, “Oración mental (meditación)”, en C. Rossini-P. Sciadini (eds.) Enciclopedia de la oración. Madrid: San Pablo, 2014. Pg. 267.

[13] Richard Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994.  Pg. 185.

[14] Madame Guyón: El modo breve y muy sencillo de orar … Madrid: Marronyazul, 2021. Pg. 28.

[15] A. M. CÁNOPI, “Lectio divina”, en C. Rossini-P. Sciadini (eds.), Enciclopedia de la oración, San Pablo, Madrid 2014,Ibid, 331.

[16] S. Gamarra: “La oración cristiana”. In Teología espiritual. Madrid: BAC, 1994. Pg. 171

[17] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2015. Pg. 73.

[18] Richard J. Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 59.

[19] Juan Manuel Martín-Moreno: Orar con los Salmos. Bilbao: Ediciones Mensajero, 2011. Pgs. 111-112.

lunes, 8 de enero de 2024

EVANGÉLICOS, POLÍTICA, POLÍTICOS


1. NOS INTERESA LA POLÍTICA.

“La Iglesia no tiene un partido político. No hay un partido político que sea el partido de la Iglesia (…). Esperamos que nadie utilice a la Iglesia como moneda de cambio o arma arrojadiza en los debates políticos.”[1]. Estas palabras no son mías; las pronunció monseñor César García Magán, obispo auxiliar de Toledo y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, el pasado 21 de abril de 2023. Eso sí, estoy plenamente de acuerdo con estas afirmaciones y celebro escucharlas del portavoz de una Iglesia que a menudo históricamente mantuvo criterios bien distintos.

Tampoco los cristianos evangélicos tenemos un partido político que sea nuestro partido. ¿Quiere eso decir que no nos interesa la política? Todo lo contrario. Nos interesa la política porque nos interesa la vida de la polis, la vida de los ciudadanos. Nuestra fe no es escapista. Como escribió Martin Luther King, también nosotros creemos que: “cualquier religión que profesa estar preocupada por las almas de los hombres y no está preocupada por las condiciones sociales y económicas que escorian [desgarran] esa alma es una religión espiritualmente moribunda, que solo espera ser enterrada.”[2] O dicho a la manera del teólogo ecuatoriano René Padilla: “No hay lugar para estadísticas sobre ‘cuántos mueren sin Cristo cada minuto,’ que no consideren cuántos de los que así mueren son víctimas del hambre.”[3]

Nuestra preocupación por la política, por la vida en la polis, por el bienestar integral de nuestros conciudadanos y conciudadanas, nace de la Biblia: “Dios es justo, y ama la justicia” (Salmo 11,7). Por esto, Dios mismo empeña su palabra en una promesa rotunda: “La justicia engrandece a la nación” (Prov.14,34). De hecho, la recomendación de Dios a través del profeta Jeremías al pueblo de Israel, viviendo en tierra extraña, en el exilio de Babilonia, fue: “procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella al Señor; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (29,7).

Nos interesa la política, nos interesa el bienestar de toda la ciudadanía. Pero no pretendemos imponer nuestros valores morales a la sociedad. En palabras del sociólogo protestante Jacques Ellul: “Si una ética es cristiana, brota de la fe, sólo es aceptable para la fe y no es posible sino en la fe. De ahí que sea estrictamente imposible pedir a los demás que obedezcan a esa ética, que vivan como si fueran cristianos, cuando no tienen fe.”[4]

No aspiramos al poder sino al testimonio: ser fermento, levadura positiva, conciencia, sal, luz, visibles como una ciudad en lo alto de un monte (Mateo 5,13-16), en medio de nuestros conciudadanos. Dolorosamente conscientes de su quebranto, como recoge el libro del Eclesiastés: “Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.” (4,1). Conscientes y respondiendo responsablemente a su clamor, sobre todo al clamor de los últimos, de los olvidados: “Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso.” (Proverbios 31,8-9)

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, a finales del siglo XIX y principios del XX los evangélicos españoles crearon decenas de escuelas, antes incluso que sus capillas, para alfabetizar a sus conciudadanos (y facilitar el acceso de la mujer a la enseñanza superior), de modo que pudieran estos leer por sí mismos las verdades de la Biblia.

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, en los años 70 y 80 del pasado siglo los evangélicos españoles abrieron decenas de centros de rehabilitación para los jóvenes masacrados por la heroína.

Nos interesa la política, el bienestar de todas las personas más allá de su país de origen, el color de su piel o su estatus social. Por eso, en las últimas décadas los evangélicos españoles hemos levantado iniciativas de todo tipo en favor de emigrantes, refugiados, víctimas de trata para explotación sexual, …No puedo resistirme al recuerdo nostálgico de aquella sencilla “Iniciativa Evangélica” que en los años 90, en Madrid, cada vez que se producía un atentado mortal de la banda terrorista ETA, congregaba a un puñado de evangélicos en el mismo día y en el mismo lugar del atentado para arrodillarse e interceder por la paz, porque profesamos la fe en Jesús de Nazaret, quien se hizo a sí mismo víctima para que nadie más tuviera que serlo.

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, ejercemos una voz pacíficamente profética, anunciando a todos la verdad del reino de Dios y su justicia, la invitación a todos a reconciliarse con Dios a través del sacrificio de Jesucristo su Hijo en la cruz, para que todos podamos experimentar la vida abundante y eterna que nos brinda gratuitamente.


2. ¿QUÉ PEDIMOS A NUESTROS POLÍTICOS Y NUESTRAS POLÍTICAS?

Creemos en una respetuosa distinción (que no separación) entre Iglesia y Estado. Por eso, en ningún caso pedimos tratos de favor o privilegios. Sí les pedimos que nos juzguen por nuestros hechos, los hechos de la mayoría, y no por prejuicios o excesos de unos pocos.

Les pedimos ejemplaridad moral, aquello que ya reclamaba Platón hace 2.500 años: la práctica de la política como “un ejercicio de justicia y pudor” (Protágoras. 322 c-d). Les pedimos una acción basada en la justicia y la misericordia porque, como dice el libro de Proverbios: “El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra.” (21,21)

Les pedimos, en palabras del filósofo protestante Denis de Rougemont, que hagan suyo “el esfuerzo de instaurar una economía general de la vida que implique la identidad de lo espiritual y de lo temporal, y que funde sobre ella sus valores más altos y más cotidianos a la vez.”[5]

Les pedimos un empeño decidido por superar, no las diferencias ideológicas, pero sí la crispación exacerbada en su debate. Les pedimos que sean modelos de convivencia, que sean más conscientes del efecto de contagio que tienen sobre el conjunto de la sociedad. En definitiva, que conviertan la política, en palabras del filósofo personalista católico Emmanuel Mounier, en “el arte de convivir en la comunidad”.


3. ¿QUÉ OFRECEMOS A NUESTRAS POLÍTICAS Y NUESTROS POLÍTICOS?

 En primer lugar, ofrecemos nuestra completa lealtad institucional. Y esto, siempre y a todos, “por causa del Señor” (cfr. Romanos 13,1ss.; 1ªP.2,13)

Ofrecemos nuestra colaboración activa en todas aquellas iniciativas dirigidas a construir una sociedad cohesionada, justa, democrática. Y nos ofrecemos a un diálogo crítico a la vez que cordial aún en aquello que disienta con los valores del reino de Dios, con la sola condición de que se respete nuestra independencia y libertad de conciencia.

Sobre todo, les ofrecemos nuestras oraciones. Oramos en favor de su buena gestión; pedimos a Dios que guíe a los hombres y mujeres que se dedican a la política y a todos quienes protagonizan la vida de la sociedad civil, a un ejercicio diario de justicia y pudor (cfr. 1ª Timoteo 2,1-2). Pero más aún, oramos y pedimos la bendición de Dios sobre sus personas y sus circunstancias personales. La actividad política es pasajera, el personaje político deja de ser, pero la persona permanece. Pedimos a Dios que bendiga sus personas, sus familias, su presente y su futuro. Pedimos a Dios que les ayude a oír su voz llamándoles a la vida abundante que se nos ofrece a todos en Jesucristo.

Que Él nos bendiga.
Madrid, 3 Junio 2023




[1] https://www.religiondigital.org/espana/obispos-elecciones-Iglesia-arrojadiza-politicos-espana-valle-caidos-cuelgamuros-primo-rivera-politica-disney-celaa-educacion_0_2553044687.html Consultado el 31 de Mayo de 2023.

[2] Martin Luther King: “Peregrinación a la no violencia”. In Martin Luther King: textos y discursos radicales. Introducción y edición de Cornel West. Buenos Aires: Tinta Limón, 2022. Pg. 68.

[3] C. René Padilla: Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1986. Pgs. 24-25.

[4] Jacques Ellul: Contra los violentos. Madrid: Ediciones S. M., 1980. Pg. 174.

[5] Citado por Jacques Ellul: Autopsia de la revolución. Madrid: Unión Editorial, 1973. Pg. 320.

domingo, 28 de agosto de 2022

SEGUIR A JESÚS HOY (Centenario UEBE)

AGRADECIMIENTOS. Me siento enormemente honrado por vuestra invitación. Y quiero aprovechar esta oportunidad excepcional para expresar mi gratitud, una deuda de afecto para con muchos de vosotros y muchas de las iglesias aquí representadas, por lo mucho bueno que he recibido de Dios a través vuestro. Permitidme personalizar mi agradecimiento honrando a algunos pastores: Manuel Zamora, que me bautizó en Puerto Sagunto; Valentin Cueva, que me animó a estudiar la Palabra y pensar mi fe, en el CET de Dénia; José Ortega en el Cabanyal (Valencia), que me ofreció un conocimiento renovado de la persona y la obra del Espíritu Santo; Jesús Millán, compañero del alma por más de cuarenta años; y siempre, a diario, la memoria viva de Juan Luis Rodrigo, modelo para mi vida y para el ministerio pastoral. Sobre ese armazón he construido mi vida espiritual.


1. ¿QUIÉN ES EL SUJETO DEL SEGUIMIENTO? LA PARROQUIA. El título de esta ponencia es muy sugerente pero algo confuso porque la oración está incompleta: tiene verbo (seguir), complemento directo (a Jesús), e incluso complemento circunstancial de tiempo (hoy). Pero, ¿quién es el sujeto? De acuerdo a la enseñanza enfática del Nuevo Testamento, el sujeto del seguimiento no soy principalmente yo o tú, sino yo-tú, es decir, nosotros, es decir, la comunidad, la iglesia. Conviene insistir en la centralidad de la iglesia en este tiempo rabiosamente individualista, que afecta a los cristianos al punto que los hay que asisten a la iglesia pero no se sienten iglesia, que se relacionan con ella a modo de un complemento, un aderezo espiritual perfectamente prescindible. Bien al contrario: “Nuestra pertenencia a la iglesia es una consecuencia de nuestra fe en Cristo. No podemos ser cristianos y no tener nada que ver con la iglesia como tampoco podemos ser personas y no estar en una familia. ... Es parte de la trama de la redención.”[1]

Dios en Jesucristo reconcilia consigo a individuos; esa fue una verdad rescatada por la Reforma protestante del siglo XVI. Pero el Nuevo Testamento insiste en que Dios salva personas, una a una, para con todas ellas crear un pueblo, un edificio, un cuerpo, una familia que, cuando vive la verdad y los valores del reino de Dios, anuncia a todos salvación, reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. Como tantas veces nos ha recordado Samuel Escobar[2], en una sociedad amante de la narrativa no hay apologética más poderosa que la apologética del testimonio, la apologética de un vivir personal y comunitario transformado por Jesucristo y, por tanto, contrastante. “La creación de una comunidad humana en la que prevalece la paz de Cristo no es mera coincidencia, ni un resultado secundario de la obra salvadora de Cristo. La creación de una nueva humanidad en la que son superadas las hostilidades personales, sociales, económicas, en un ambiente de reconciliación, es resultado directo y principal de la muerte y la resurrección del Mesías de Dios. Esta es la iglesia que proclama, con la autoridad que surge de la autenticidad, a toda la humanidad -incluyendo a los ‘principados y potestades’- el misterio del propósito salvador de Dios en Jesucristo.”[3]

Digo “iglesia” y digo parroquia. “Iglesia local” es un término que sólo entendemos nosotros. Parroquia expresa mejor la verdad que comunica el Nuevo Testamento[4]: forman la parroquia los que “viven junto a” o “habitan en vecindad”. En otras palabras, la comunidad parroquial es expresión visible, palpable, del pueblo de Dios. Por eso el Nuevo Testamento no centra su atención en la iglesia universal, que es una categoría metafísica, sino en la parroquia, la iglesia local en Corinto, Efeso, o Tesalónica, para el seguimiento de Jesús y para la proclamación encarnacional del reino de Dios.


2. OCURRENCIAS, LAS JUSTAS. Digo iglesia, no ocurrencias acerca de la iglesia. Seguramente bienintencionadas pero, a mi parecer, desenfocadas.

Digo iglesia y digo iglesia de sana doctrina, no anunciadores de disparates más o menos interesados. Digo sana doctrina, pero no hiper-ortodoxias, estridentes en labios de quienes las gritan y astringentes en las almas de quienes las reciben, porque anuncian verdades ásperas, resecas, “cadáveres proposicionales”[5] carentes de vida y calidez. Digo sana doctrina y digo “doctrina higiénica” (lit. griego - 1ªTim.1,10; 6,3; 2ªTim.1,13; 4,3; Tito 1,9; 2,1), doctrina que sana, refresca el alma.

Digo iglesia y digo iglesia contemporánea, no un museo que deriva en mausoleo, atado a esquemas de antaño. Digo iglesia contemporánea, pero no meras reformas estéticas, cosméticas, dietéticas, que son patéticas, que cambian sillas por cojines en el suelo y fluorescentes por velitas encendidas. Así la comunidad será más hípster pero no necesariamente mejor iglesia. Digo iglesia contemporánea y digo iglesia que sabe distinguir “los signos de los tiempos”, que entiende las preocupaciones y necesidades de su generación y se hace entender cuando comparte el Evangelio de Jesucristo (1ªCor.9,20-23).

Digo iglesia y digo iglesia en diversidad reconciliada, no “unidades homogéneas”, asociaciones de iguales, sean artistas, profesionales, matrimonios jóvenes, o de la misma nacionalidad o idioma. El testimonio más poderoso que podemos ofrecer como parroquia en una sociedad que hace de las diferencias conflicto, es mostrarnos como una comunidad formada por hombres y mujeres de distintas condiciones económicas, sociales, culturales, nacionales, pero que es pese a todo familia, donde las diferencias han dejado de ser barreras, diluidas en el poder reconciliador de Jesucristo. Tal es el mensaje de la epístola a los Efesios. Viviendo así, la iglesia anticipa la reconciliación definitiva de todas las diferencias en Jesucristo (Apoc.7,9-10).

Digo iglesia y digo iglesia congregacional, no autoritarismos, cesarismos pastorales, no del verbo cesar con minúscula, sino del sustantivo César con mayúscula, al modo del César Imperator; esa vieja patología de la reverenditis: “La reverenditis es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación.”[6] Me sorprende la facilidad con que en ocasiones en las iglesias nos dejamos seducir por caudillismos contrarios al modelo de autoridad espiritual que hallamos en la Biblia, entendido siempre a la manera de Jesús, como servicio y no como dominio (Jn.13,13-15; 1ªP.5,2-3). El ministerio global de la iglesia es “ministerio de todos”[7] en una actitud general no jerárquica, sino de igualdad y servicio mutuo. “En esta hermandad no existen distintos niveles de honor ni superioridad. Hay distinciones en términos de dones y funciones, pero no en términos de superioridad e inferioridad.”[8] “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” (1ªP.5,2-3)

 

3. PARROQUIA ESCANDALIZADA Y ESCANDALOSA. La iglesia, su mensaje, su práctica y sus recursos, puede definirse en torno a una categoría, a un mismo principio: el principio “escándalo”. Dos palabras del Nuevo Testamento tienen esta traducción: próskomma y skándalon, que si bien tienen distintos significados en lo fundamental, han asumido ambos el significado uno del otro[9]. Cristo es piedra de escándalo para quienes le rechazan (Mt.13,57; 1ªP.2,7-8). Los cristianos debemos cuidarnos de no ser motivo de escándalo para los hermanos más débiles (Rom.14,13); tampoco tropiezo ni escándalo a judíos o gentiles por nuestro mal testimonio (1ªCor.10,32). Pero existe un escándalo “honroso” que va unido a Jesús y al reino de Dios, que es santo y seña del auténtico Evangelio y de la vida auténtica de la auténtica iglesia. Hacer bandera de excentricidades ridículas sería escandalizar neciamente a nuestra generación, pero silenciar el escándalo genuino de la cruz de Jesús, sería alejarles de las Buenas Nuevas que pueden reconciliarles con Dios y con sus semejantes.


3.1. Mensaje escandaloso: la Cruz. Debemos tener cuidado de no confundir los frutos del Evangelio con el Evangelio mismo, “lo que el evangelio es con lo que el evangelio hace.”[10] En esencia, el Evangelio es anuncio de salvación: “… que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc.24,47). En la centralidad del Crucificado para perdón de los pecados (Is.53) se halla también el desafío de la proclamación del Evangelio hoy: no hacer vana la cruz de Cristo ni en el púlpito ni en la plaza pública (1ªCor.1,17-23). No hay otro Evangelio. “O bien el Cristianismo apostólico, con un Cristo interpretado por los apóstoles, el Cristo resucitado quien, como Señor exaltado, permanece crucificado; o por el contrario un Cristianismo místico, con un Cristo imaginario. O bien la ‘palabra de la cruz’ que predicaban los apóstoles, el poder de Dios para los que se salvan (1ªCor.1:18); o por el contrario un misticismo incomunicable, un ‘Cristianismo gaseoso’ (como decía Kierkegaard) que no tiene poder para salvar.”[11]

Cualquier persona de buena voluntad reconoce el valor de los frutos del Evangelio, su elevada moralidad, sus efectos sociales benefactores, pero muchos se revuelven escandalizados ante el corazón del Evangelio, el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios para salvación de los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1ªTim.1,15). Baste un ejemplo notable: Gandhi asistió en Sudáfrica a las Convenciones evangelísticas y de avivamiento que presidía Andrew Murray, le escuchó atentamente, le conoció de forma personal. De él escribió: “Él tenía una fe ilimitada en el poder de la oración y estaba firmemente convencido de que Dios siempre escuchaba las plegarias pronunciadas con fervor. Solía citar ejemplos como el de George Muller, de Bristol, que dependía totalmente de la oración, incluso para satisfacer sus necesidades temporales. (…) La Convención era una asamblea de devotos cristianos. Me encantó su fe profunda. Conocí al reverendo Murray y descubrí que muchos cristianos rezaban por mí. (….) [Pero] Yo no podía creer que Jesús fuera la única encarnación del hijo de Dios, y que solamente los que creyeran en él alcanzarían la vida eterna. (…) Mi razón no aceptaba que Jesús, con su muerte y su sangre, redimiera al mundo de sus pecados. (…) Su muerte en la Cruz es un gran ejemplo para el mundo, pero mi corazón no podía aceptar que hubiera en ella nada misterioso ni ninguna virtud milagrosa.”[12]

Sin embargo: “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” [Jesús] (Hch.4,12). En Jesús, sólo en Jesús, Dios ha cumplido Su propósito de amor para con la humanidad. “Por muy incómoda que nos resulte esta confesión de que Dios ha declarado su Palabra final en un evento histórico particular, no podemos tomarnos la libertad de suavizar o moderar esta afirmación básica del cristianismo del Nuevo Testamento en aras del pluralismo religioso. Nos guste o no, el carácter absoluto de Jesucristo es esencial para la fe cristiana. Negarlo en cualquier forma convierte al Cristianismo en algo diferente del Cristianismo apostólico.”[13]


3.2. Práctica de vida escandalosa: el servicio. Desde la Cruz, Jesús nos convoca y pro-voca[14], nos llama hacia un estilo de vida, personal y comunitario, escandaloso para los anti-valores que rigen nuestra sociedad, una sociedad narcisista de individuos con un ego “patológicamente hipertrofiado”[15] en la que “no se establece ningún enlace entre mi sufrimiento y tu sufrimiento”[16]. Una sociedad que alienta una espiritualidad igualmente narcisista cuya meta es “hacerme sentir bien”, un pseudo-pietismo bostezante, incoloro, inodoro e insípido, una falsa espiritualidad sin prójimo, que ya denunciara Charles Peguy hace más de cien años: “Creen amar a Dios porque no aman a nadie”[17] En ese contexto social, nuestra práctica de vida como iglesia y como individuos, cuando vivimos a la manera de Jesús, en apertura sacrificial en favor del prójimo, sólo puede producir escándalo.

Sin embargo, no hay anuncio del Evangelio de la cruz que no pase por la encarnación de esa cruz y del desvivirse del Crucificado. La existencia cristiana es puro don, don de Dios para ser donada a otros. “Un cristianismo sin prójimo no es cristianismo. (…) Somos llamados a convertirnos a Dios en Jesucristo y, en Jesús, llamados a convertirnos a nuestros semejantes, en especial al huérfano, la viuda y el extranjero, a los más vulnerables, a los más olvidados de cada generación (Prov.31,8-9).”[18] El testimonio del cristiano es vivencial, un desvestirse de sí mismo para revestirse de Cristo, de su carácter y su estilo de vida; un vivir que es desvivirse por el prójimo en el nombre de Jesús. Y esto sólo es posible en comunidad. En palabras de Ronald Sider: “A menos que los cristianos se anclen a sí mismos en una comunidad cristiana genuina, serán incapaces de vivir la inconformidad radical exigida por la Escritura y que es esencial en nuestro tiempo. Nuestra única esperanza es regresar a la visión del cuerpo de Cristo que ofrece el Nuevo Testamento. Si esto sucede, el Señor de la iglesia podrá crear de nuevo comunidades de amor desafiante capaces de resistir y conquistar las poderosas civilizaciones paganas de Oriente y Occidente, que rinden culto en el santuario de Mamón.”[19] Nuestras iglesias serán relevantes si en su seno se levanta una marea de hombres y mujeres que se ofrendan a Jesucristo y, en su nombre, a sus semejantes, y lo hacen sin condiciones, “alocadamente” a ojos de quienes les rodeen.

Confundir el Evangelio con los frutos del Evangelio es un error, pero anunciar el Evangelio sin la evidencia de sus frutos es negar su poder. “La cruz no es sólo la negación de la validez de todo esfuerzo del hombre para ganar el favor de Dios por medio de las obras de la ley; es también la demanda de un nuevo estilo de vida caracterizado por el amor, todo lo opuesto a una vida individualista, centralizada en ambiciones personales, indiferente frente a las necesidades del prójimo. El significado de la cruz es soteriológico a la vez que ético. (…) No hay lugar para estadísticas sobre ‘cuántos mueren sin Cristo cada minuto,’ que no consideren cuántos de los que así mueren son víctimas del hambre. No hay lugar para la evangelización que, al pasar junto al hombre que fue asaltado por los ladrones mientras descendía por el camino de Jerusalén a Jericó, ve en él un alma que debe salvarse pero pasa por alto al hombre.[20]

“¿A quiénes sacaría Jesús del anonimato si hoy viniera a la Tierra? ¿A quiénes elegiría para ser sus discípulos? ¿Con quién comería y qué casa visitaría? En espacios de dolor, de necesidad, de profunda injusticia, de abuso, de acoso…allí le encontraríamos, mirando a la humanidad con compasión.”[21] Un activista evangélico norteamericano pasó unos meses como voluntario con la madre Teresa de Calcuta. Cuando terminó el tiempo de su voluntariado expresó a la madre Teresa su pesar por tener que regresar a su país. Ella le dijo: “Las Calcutas están por todas partes si sólo tienes ojos para verlas. Encuentra tu Calcuta.”[22] Esto podríamos recomendarnos a cada parroquia evangélica: encuentra tu Calcuta, encuentra tus “galileos” de entre “los hombres que están en los basureros de la historia”[23] y, si te has convertido a Jesús, viértete en ellos.


3.3. Recursos escandalosos: la persona del Espíritu Santo. Aunque suene escandaloso, para proclamar el reino de Dios y encarnar “la fe que obra por el amor” (Gál.5,6), no dependemos en última instancia de habilidades humanas sino “las delicadas unciones del Espíritu Santo[24]. Jesús nos ofrece metáforas de cosas pequeñas como la semilla de mostaza, la levadura o la sal que, sin embargo, producen un fruto incomparablemente mayor al de su apariencia insignificante. Sigue vigente la vieja revelación del profeta que a, mi parecer, aún no hemos explorado del todo: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (Zac.4,6).

El vivir cristiano es dinámico, arriesgado, comprometido, sostenido en el tiempo, sólo cuando una fuerza interior remueve, conmueve y le mueve, cuando un Viento poderoso impulsa las velas de su alma: el Viento de la persona del Espíritu Santo, regenerador y moldeador del carácter de Jesús en las entrañas de sus discípulos.[25] Esta reivindicación permanente de la transformación del vivir, de la mano del Espíritu Santo, está en el corazón de nuestra herencia teológica que, como nos recuerda Samuel Escobar, es más deudora de la Reforma radical del siglo XVI y los posteriores movimientos protestantes de santidad y avivamiento que de la, a veces, rancia ortodoxia reformada[26].

Es de todos conocida la afirmación de K. Rahner, en una conferencia de 1966: “el cristiano del futuro será místico o no será”. Merece la pena recordar la cita completa: “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales. Para tener el valor de mantener una relación inmediata con Dios, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana.”[27]

Un cristianismo desprovisto de su naturaleza sobrenatural será apenas un humanismo mediocre, será esa iglesia de la que se lamenta Alex Sampedro: “Tengo oro y tengo plata pero el cojo ya no anda”.[28] Sólo la persona del Espíritu Santo puede llevarnos de las palabras a la demostración del poder transformador del Evangelio. “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1ªCor.4,20). La enseñanza de la Escritura a vivir en el Espíritu y no en la carne, en nuestra propia capacidad, sigue siendo pertinente (Gál.3,3). Tal fue el testimonio del apóstol Pablo en su vida así como en su ministerio: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Rom.15,18-19). “… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ªCor.2,4-5).

A mi parecer, necesitamos teología pero también teofanía, estudio de Dios pero también manifestación de Dios, “experiencia de Presencia” entendida como el trato íntimo con el Abba Padre al que Jesús nos invita, llevados de la mano por el Espíritu Santo; un trato íntimo que se cultiva a diario con los recursos clásicos de las disciplinas espirituales, individuales y comunitarias (oración, estudio, meditación, silencio, ayuno, discernimiento comunitario de la voluntad de Dios, …).


4. MIMBRES: PERSONAS ESCANDALIZADAS Y ESCANDALOSAS. ¿Con qué mimbres se construyen parroquias, comunidades así, que trastornan el mundo (Hch.17,6) con el poder transformador del Evangelio de Jesucristo? Con hombres y mujeres imperfectos, pero fascinados por la locura de la Cruz, por el escándalo del amor desmedido del Crucificado y que le siguen en obediencia hasta sus últimas consecuencias. Personas que no se dejan impresionar por la sobredosis de cordura humana, de rigor humano que cuando contamina a las iglesias las reduce a una variante religiosa del “rigor mortis”. Personas con un imprescindible punto de locura porque “los santos son los locos de Dios”[29].

Un seguimiento así llevó al apóstol Pablo a perder todo lo que es de valor en términos de sensatez humana. Y, sin embargo, hacia el final de su vida, anciano y encarcelado, aún gritaba enloquecido pero no alocado: “lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filip.3,8). Ateos (Hch.26,24) y cristianos le llamaron loco a menudo, e irónicamente respondía a estos últimos: “toleradme un poco de locura” (2ªCor.11,1); sí, decía, soy “loco para Dios” (2ªCor.5,13 –“locos para darle gloria a Dios” NTV).

A la luz de su testimonio, y el de tantos otros discípulos arriesgados de Jesús, generación tras generación, a la luz de “tan grande nubes de testigos” (Heb.12,1), tiene sentido decir: “Quien ante Jesucristo no se vuelve loco es que no cree en Jesucristo.”[30] La fascinación por Jesús que nos conmueve y remueve es nada sino nos mueve también en obediencia arriesgada. El seguimiento a Jesús puede entenderse de mil maneras pero sólo una corresponde a la enseñanza del mismo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí [seguirme], niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt.16,24). Paradójicamente: “todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mt.16,25).

¿Dónde están hoy esos discípulos, esas comunidades locas por Jesús? El poeta León Felipe, casado con una metodista mexicana, escribió: “Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. (…) Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.”[31] Vivimos un tiempo amenazante, tanto que muchos advierten del desplome inevitable de nuestra civilización; fin de la civilización fósil lo llaman.[32] Podemos escondernos en una religiosidad de auto-consumo para alimentar la auto-satisfacción. O podemos levantarnos para anunciar, viviéndola, la esperanza poderosa del Evangelio. San Agustín escribió lo mejor de su producción teológica cuando los bárbaros estaban a las puertas del imperio. Teólogos alemanes como Helmut Thielicke, tras la segunda guerra mundial, predicaron desde el sermón del monte: “la vida puede comenzar de nuevo”[33]. Nosotros en esta hora tenemos la responsabilidad de pensar más en nuestra misión que en nuestra seguridad[34], la oportunidad de anunciar el Evangelio transformador de Jesucristo, encarnándolo en nuestras vidas y comunidades, mostrando así la cultura del reino de Dios, que es contra-cultura. Nosotros, en Cristo, “contra viento y marea nos tememos lo mejor” (Ani Ruiz), como los dolores de parto que alumbran una nueva vida. “Esa esperanza [contra toda esperanza] es una de las claves del mensaje de Dios para nuestro tiempo, en una generación cínica por excelencia” (Ani Ruiz).

“Lejos de ser una utopía, el reinado de Dios toma forma hoy dondequiera que su pueblo vive por fe, y bajo la unción de su Espíritu, la vida del reino. Es la vida del reino vivida una vez por Jesús de Nazaret, descrita en el Sermón del Monte, practicada por la Iglesia apostólica primitiva, e intentada por grupos de discípulos a lo largo de los siglos a pesar de las presiones diabólicas de este presente siglo malo. Es la vida del reino de Dios, ya presente entre nosotros, que un día por la gracia maravillosa de Dios abarcará a todo el universo. ¿Utopía? ¡No! Es la única forma realista de vivir hoy, a la luz del mañana glorioso que nos espera.[35]

 



[1] Eugene Peterson: The Contemplative Pastor: Returning to the Art of Spiritual Direction. Eerdmans, 1993. Pg. 8.

[2] Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la Iglesia. El Paso, Tx.: Editorial Mundo Hispano, 2006. Pgs. 11-118.

[3] Juan Driver: La obra redentora de Cristo y la misión de la iglesia. Grand Rapids, Mi.: Nueva Creación, 1994. Pg. 261.

[4] La palabra “parroquia” procede del sustantivo griego “paroikía”, o del verbo “paroikéo”, que en el griego clásico significa “vivir junto a”, “habitar cerca”; el adjetivo “paroikós” significa “próximo”; por lo tanto, forman la parroquia los que “viven junto a” o “habitan en vecindad”.

[5] Eugene Peterson: Así hablaba Jesús. Miami, Fl.: Editorial Patmos, 2012, Pg. 9.

[6]David Orea Luna: Reverenditis: estudio de una enfermedad vieja. Opúsculo. Pág. 2. El autor era presidente de la Iglesia Luterana de México y el texto apareció también en la revista “El Predicador Evangélico”, de Buenos Aires, de Junio de 1959.

[7] John H. Yoder: El ministerio de todos. Colombia: CLARA, 1995.

[8] Juan Driver: Comunidad y compromiso. Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1974. Pg. 69. “Nosotros somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Él. Desde esta realidad del Nuevo Testamento es imposible inferir que el liderazgo cristiano sea jerárquico, sino que es la continuidad delegada de un carácter, de una manera de hacer, de ejercer un don, en un ámbito de igualdad fraterna con todos. (…) La teoría de la normatividad de Jesús en el liderazgo (léase ‘servicio’), dio lugar a un experimento demostrativo en una estancia que no parecía un laboratorio, y utilizó un elemento tan sencillo como el agua y unos aparatos tan rudimentarios como una toalla y un lebrillo. (…) No sólo es impensable la jerarquía, sino que hay un imperativo de igualdad y mutualidad.” (Juan Solé: “La renovación del liderazgo”. In ALETHEIA: Nº 60, 2/2021. Pgs. 60-61. El artículo fue publicado inicialmente en la misma revista en 1996). “En la iglesia el culto solo se le debe a Dios, no al líder. Nuestras armas son espirituales; la manipulación, el control de las conciencias, el uso de represalias y del miedo, la condena al ostracismo de los disidentes, etc. son armas ilícitas que solo utilizan los que no saben nada del Buen Pastor de las ovejas, a quien estas siguen porque conocen su voz, la voz de aquel que las cuida y las mima, al punto de estar dispuesto a dar su vida por ellas.” (José Mª Baena: Pastores para el siglo XXI. Viladecavalls: Editorial CLIE, 2018. Pg. 169).

[9] Cfr. Coenen, L., Beyreuther, E., Bietenhard, H.: Diccionario teológico del Nuevo Testamento, vol. II. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1985. Pgs. 96-101.

[10] Timothy Keller: Iglesia centrada. Miami: Editorial Vida, 2012. Pg. 34.

[11] René. Padilla: “La palabra de Dios y las palabras humanas”. Pensamiento Cristiano, nº 100, 1984.

[12] Mahatma Gandhi: Mis experiencias con la verdad. Autobiografía. Madrid: Editorial Eyras, 1981. Pgs. 142-143.

[13] René Padilla: “La palabra de Dios y las palabras humanas”. In Pensamiento cristiano, nº 100, 1984.

[14] El verbo provocar procede del latín provocare (llamar para hacer salir, estimular, provocar, desafiar), compuesto del prefijo pro- (hacia adelante), y el verbo vocare (llamar).

[15] Byung-Chul Han: La expulsión de lo distinto. Barcelona: Editorial Herder, 2017. Pg. 110.

[16] Byung-Chul Han: La expulsión de lo distinto. Barcelona: Editorial Herder, 2017. Pg. 120.

[18] Emmanuel Buch: “Un cristianismo sin prójimo no es cristianismo”. In … Y a tu prójimo como a ti mismo. Valls: Ediciones Noufront, 2021. Pgs. 20-21.

[19] Ronald Sider: Rich Christians in an Age of Hunger. London: Hodder & Stoughton, 1990. Pg. 215.

[20] René Padilla: Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1986. Pgs. 24-25.

[21] Inés Parreño: trabajo de clase para la asignatura de Ética cristiana. Madrid: Centro de Estudios Teológicos Carisma, 2022. Inédito.

[22] Shane Claiborne: The Irresistible Revolution. Grand Rapids, Mi.: Zondervan, 2006. Pg. 89.

[23] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 296.

[24] San Juan de la Cruz: “Llama de amor viva”. In Obras completas. Madrid: B.A.C., 1994. Pg. 1011.

[25] “Lo espiritual está íntimamente vinculado a lo cotidiano. En Rom.8,9-11 hay una afirmación rotunda de que Dios por su Espíritu ha venido a habitar en nuestra persona humana. La señal de que uno pertenece a Cristo es que tiene dentro de su persona esta nueva vida. Esta presencia del Espíritu en nosotros es una presencia transformadora. El poder que se manifestó al resucitar a Cristo de entre los muertos se manifiesta ahora en nuestra redención moral que implica un cambio de vida.” Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la Iglesia. El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2006. Pgs.36-37.

[26] Samuel Escobar: Espiritualidad y Misión. Madrid: Facultad de Teología, UEBE. Inédito.

[27] Karl Rahner: “Espiritualidad antigua y nueva”. In Escritos de Teología, VII. Madrid: Editorial Taurus, 1967. Pg. 25.

[28] Alex Sampedro: “Sal”. In Oleluya!!, 2011.

[29] Nguyen Van Thuan, cardenal católico vietnamita, encarcelado trece años por el gobierno comunista, de ellos nueve en régimen de aislamiento.

[30] Carlos Díaz: “Para Marcelino Legido”. In ACONTECIMIENTO, nº 143, 2022/2. Pg. 22.

[31] León Felipe: “Tampoco soy el gran loco”. In Poesías completas. Madrid: Visor Libros, 2010. Pg. 517.

[32] Antoine Bret: “Un colapso es posible”. In ACONTECIMIENTO, nº 138, 2021/1. Pgs. 10-12.

[33] Helmut Thielicke: Life can begin again. Philadelphia: Fortress Press, 1963.

[34] Cfr. Emmanuel Mounier: “Revolución personalista y comunitaria”. In Obras completas. Tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 447.

[35] Juan Driver: Militantes para un mundo nuevo. Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1978. Pgs. 140-141.