miércoles, 14 de febrero de 2024

JUSTICIA SOCIAL Y GRACIA CRISTIANA

 1. GRACIA DIVINA. No conozco religión que no pudiera suscribir la declaración del salmista bíblico: “Dios es justo y ama la justicia” (cfr. Salmo 11,7) y que, por tanto, en una manera u otra no aliente a sus fieles a procurar la justicia en todos los ámbitos, también la justicia social.

Este quehacer ético exige responder a cuestiones derivadas: qué hacer y cómo hacerlo. El cristianismo responde a estas preguntas empapado en un concepto de carácter existencial y no sólo teológico: la gracia (un término particularmente aprecio por el cristianismo protestante). “La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”, dice el Evangelio (Juan 1,17b). Bien podríamos decir que, desde una perspectiva cristiana, “la gracia es la verdad”. Gracia de Dios, no como limosneo sino como ofertorio de amor ni siquiera imaginado, ni pedido ni menos aún merecido por parte del ser humano (cfr. Romanos 5:8,20).

El Dios de Jesucristo se da a conocer en términos de gracia, descrita en esta declaración: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3,16). Esta afirmación uncial para el cristianismo perfila la gracia en términos de, al menos, tres valores: universalidad, donación (apertura al otro) y acogida.


UNIVERSALIDAD. El amor divino es de carácter expansivo, para toda la humanidad sin excepción. Repetidamente leemos en el texto bíblico: “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10,34; Romanos 2,11; Gálatas 2,6; Efesios 6,9; Colosenses 3,25).

DONACIÓN, APERTURA AL OTRO. El amor divino se manifiesta como donación sacrificial, salida de sí mismo para ofrecerse costosa y gratuitamente en la Cruz de Jesús.

ACOGIDA. El amor divino tiene carácter universal, ilimitado, sin acepción de personas, siempre sacrificial y, por tanto, no rechaza a nadie. Denuncia el mal pero se resiste a desesperar de nadie, a descalificar a nadie como enemigo irreconciliable.

 

2. GRACIA HUMANA. La vida cristiana es la vida de Cristo; vivir “a lo cristiano” es vivir a la manera del carácter de Cristo, no a golpes de voluntarismo sino esculpido por la acción de la persona del Espíritu Santo. Es un des-vivirse gratuitamente a impulsos de la gracia recibida. Tal es la demanda de Jesús a sus discípulos “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10,8b) y, por tanto, la enseñanza de sus apóstoles: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Santiago 2,1). La vida del discípulo de Jesús es un vivir responsabilizado por el prójimo, requerido en última instancia, no por su rostro (E. Lévinas), sino ante el rostro del Crucificado.

En consecuencia, amar la justicia social, procurar la justicia social “a lo cristiano”, sólo alcanza su carácter peculiar cuando se empapa de la gracia y de sus expresiones concretas, tal como muestra sencillamente la parábola del buen samaritano con la que Jesús mismo ilustró a sus discípulos (Lc.10,25-37).[1]

 

UNIVERSALIDAD. Procurar la justicia para mí y para los míos, todavía es nada, apenas egoísmo disfrazado con nobles palabras, atado a estadios preconvencionales y convencionales. Reivindicar la justicia para mi prójimo cuando sólo reconozco como prójimo a los ciudadanos de mi misma nacionalidad, de mi mismo idioma, o los fieles de mi misma religión, es un ejercicio de exclusivismo supremacista que la gracia enseñada y vivida por Jesús de Nazaret no permite a sus discípulos.

DONACION, APERTURA AL OTRO. Vivir a impulsos de la gracia es un vivir des-centrado de uno mismo para centrarse en Jesucristo y, en su nombre, centrarse sacrificialmente en el prójimo, sin excepción alguna. Sin la dimensión sacrificial, toda invocación de justicia (social) es mero formalismo de corazones pequeño burgueses con mala conciencia. En palabras de Martin Luther King, comentando la parábola del buen samaritano la noche antes de ser asesinado: “La primera pregunta que hizo el levita fue: ‘Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me pasará a mí?’. Pero luego pasó el Buen Samaritano e invirtió la pregunta: ‘Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué le pasará a él?’.”[2]

ACOGIDA. La aspiración del cristiano es destruir el mal sin dejar de amar al malo, para no emponzoñarse uno mismo; construir la justicia social, ganando para la causa al injusto (cfr. Mateo 5,38-48). Este ejercicio de vida paradójicamente combativo demanda la capacidad de encajar el mal sin devolverlo y es posible por la acción del Espíritu de Dios en las entrañas del ser humano.

 

3. UN CAMINO NUEVO: GRATUIDAD. Las excusas para negar la posibilidad de luchar por la justicia en estos términos son múltiples; también desde las filas de la cristiandad (entendida a la manera peyorativa con que lo hacía Kierkegaard). Pero tampoco faltan ejemplos prácticos de acciones, concretas unas y más estructuradas otras, que brotan de la convicción consecuente de que “la gracia es la verdad”.

“Forzosamente [el cristiano] habrá de estar al lado de los ‘humillados y ofendidos’, de los pequeños, de los pobres, y ello por vocación, por exigencia de Cristo, para seguir el ejemplo del Señor y para situarse en el orden del amor [frente al orden de la necesidad, que siempre es violento]. No hay otro lugar para el cristiano en el mundo, no le queda otro camino al amor (….) ello jamás deberá implicar el uso personal de la violencia ni siquiera el justificar sin reservas esas acciones.”[3]

Esta “mansedumbre implacable”[4] no es una mera estrategia, es la expresión más peculiar del carácter cristiano de resistencia y oposición activa a la injusticia social. Dicho en palabras de Denis Mukwege, médico congoleño, pastor evangélico (pentecostal) y premio Nobel de la Paz 2018 por su dedicación a mujeres víctimas de violaciones y mutilaciones genitales: “A menudo digo que lo único que puede vencer a la violencia es el amor. Amor y más amor.”[5]

En la memoria de todos están las prácticas de Martin Luther King, premio Nobel de la Paz y pastor evangélico (bautista). No sólo por sus acciones no violentas sino, especialmente, por su negativa a considerar a ningún semejante como enemigo, aspirando por el contrario a ganarle como amigo reconciliado.

Amigos, hemos seguido durante demasiado tiempo el camino que se llama práctico y nos ha llevado inexorablemente al mayor desorden y al caos. El tiempo está lleno de las ruinas de comunidades que se abandonaron al odio y a la violencia. Para la salvación de nuestra nación y para la salvación de la humanidad, debemos seguir otro camino. Esto no quiere decir que hayamos de abandonar nuestros esfuerzos por la justicia. Cada partícula de nuestra energía debe servir para librar a esta nación de la pesadilla de la segregación. Pero mientras dure esta tarea no olvidaremos nuestro privilegio ni nuestra obligación de amar. Aún detestando la segregación, amaremos a los segregacionistas. No existe otro camino para crear una comunidad de amor.

 

Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento, opondremos la nuestra para soportar el sufrimiento. A vuestra fuerza física responderemos con la fuerza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos. En conciencia, no podemos obedecer vuestras leyes injustas, porque la no-cooperación con el mal es, igual que la cooperación con el bien, una obligación moral. Metednos en la cárcel, y aun os amaremos. Arrojad bombas en nuestras casas, aterrorizad a nuestros hijos, y os amaremos todavía. Enviad en plena noche a nuestras comunidades a vuestros bandoleros para que nos apaleen y nos dejen medio muertos, y aún os amaremos. Pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día, ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros. Lanzaremos a vuestros cuerpos y a vuestras conciencias un grito que os superará y nuestra victoria será una doble victoria.

 

El amor es el poder más duradero del mundo.[6]

En términos más estructurados, es necesario recordar que la llamada “justicia restaurativa”, de relevancia creciente en estos años, tiene como padre fundador, reconocido unánimemente, al evangélico (menonita) Howard Zehr. A diferencia de nuestro sistema legal, que se preocupa de que los victimarios reciban su justo merecido, la justicia restaurativa se centra en el daño ocasionado a las personas y las comunidades, en las necesidades y roles de las víctimas. Siendo esa su principal preocupación, procura atender también al daño sufrido por los victimarios, las causas que dieron origen al delito. La justicia restaurativa trata, pues, de reparar el daño (de forma concreta o simbólica) sufrido por las víctimas, que los victimarios comprendan el daño ocasionado y asuman la responsabilidad de repararlo en lo posible, y todo esto en un proceso participativo que involucre en alguna manera a la comunidad entera. En definitiva: “El objetivo de la justicia restaurativa es generar una experiencia que sea sanadora para todos los involucrados.”[7]

III Jornadas interreligiosas “Espíritu de Córdoba”

Córdoba, 13 Febrero 2024



[1] Vernard Eller escribe unas páginas sugerentes a propósito de la relación entre justicia, libertad y gracia, desde una perspectiva que denomina “anarquía cristiana”. Cfr. Christian Anarchy. Jesus’ Primacy over the Powers. Eugene, Oregon: Wipf and Stock Publishers, 1987. Pgs. 249-258.

[2] Martin Luther King: “He estado en la cima de la montaña”. In Textos y discursos radicales. Introducción y edición de Cornel West. Buenos Aires: Tinta Limón, 2022. Pg. 294.

[4] Jacques Ellul: Contra los violentos. Madrid: SM Ediciones, 1980. Pgs. 161.

[5] Denis Mukwege: Un manifiesto por la vida. Barcelona: Ediciones Península, 2019. Pg. 31.

[6] Martin Luther King: La fuerza de amar. Barcelona: Aymá Editora, 1968. Pg. 49.

[7] Howard Zehr: El pequeño libro de la justicia restaurativa. New York, NY:  Good Books, 2007. Pg. 28.

domingo, 11 de febrero de 2024

AROMA DE CRISTO (2ª Corintios 2,14-17)

 1. Nosotros, los hijos de Dios, somos la esperanza de nuestros semejantes. (v.14a). “Nos lleva siempre en triunfo en Cristo”. La imagen hace referencia al desfile triunfal de un general romano victorioso que va seguido de su ejército y de sus prisioneros. “Con pompa y gloria, coronado de laurel, montado en su carruaje, precedido por el senado, magistrados, músicos, botín, y cautivos encadenados, el orgulloso vencedor ascendía a la Colina del Capitolio a la cabeza de sus huestes triunfadoras. Nubes de incienso llenaban el aire con sus aromas. Los pobres cautivos eran separados para la muerte, en tanto que las multitudes aclamaban al vencedor en medio del tronar de los aplausos.”[1] (Sea como soldado o como prisionero) Pablo se ve a sí mismo participando del triunfo de Dios en Jesús.

(v.14b). “Por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el (grato) olor (lit. fragancia) de Cristo.” No es sólo nuestra predicación del Evangelio, son nuestras vidas, somos nosotros mismos quienes esparcimos por donde pasamos el aroma a Jesús. Olemos a Jesús. “Pablo no es sólo el instrumento por medio del cual el perfume se expande; él mismo es ‘grato olor de Cristo’; porque Cristo vive en el apóstol al igual que el apóstol vive en Cristo, y a través de Pablo se difunde el conocimiento salvador de Dios.”[2] (v.15-16a). Ese olor, (lit. aroma) es aroma a vida para quienes hacen suyo a Jesús. Termina siendo olor a muerte para todos aquellos que lo desprecian.

El Nuevo Testamento abunda en imágenes para ilustrar esta verdad, aparentemente cargada de soberbia. Somos cartas vivas en las que las personas pueden leer a Cristo (3,3). Somos sal y luz del mundo (Mt.5,13-14). Aunque no lo saben, nuestros semejantes claman por nuestra manifestación como hijos del reino (Rom.8,19).

En definitiva, somos la esperanza del mundo. Siendo lo que somos, siéndolo de verdad. Poco visibles (sal, luz, grano de mostaza, …) pero influyentes. Nos equivocamos cuando queremos lo contrario: ganar visibilidad a costa de perder en testimonio. Y nos equivocamos también cuando nos conformamos con ser parte de la masa y no fermento en la masa (Luis Alfredo Díez).


2. Por el Espíritu. La semilla de Dios plantada en nosotros. (v.16b). “¿Para estas cosas quien es suficiente?” Pablo dice: “yo soy suficiente”. Esa suficiencia, desde luego, no procede de sí mismo, sino de la acción del Espíritu de Dios en su vida (3,5-6). “Por lo que a él respecta, la única condición que cumple es la de una honestidad a toda prueba”[3] (Eso no pueden decirlo todos. Ya en el siglo I había sinvergüenzas y vividores a costa del Evangelio). Este perfume no puede ser fabricado en un laboratorio, no hay plantas aromáticas que lo produzcan. No es fruto de la voluntad humana ni de la humana sabiduría. Es resultado de la acción de Dios por su Espíritu en el espíritu humano.

Así lo afirma de manera explícita un poco después. Somos cartas vivas en las que las personas pueden leer a Cristo, …. “escritas no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo” (3,3). Desde el momento que abrimos nuestra vida a Jesús como Salvador y Señor, Él viene a nuestras vidas de una manera real, por el Espíritu Santo, quien planta la semilla de la nueva vida (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9).

Esa vida “no procede de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1,13). Porque “lo que es de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn.3,6); “la carne para nada aprovecha; el espíritu es el que da vida” (cfr.Jn.6,63).

Es verdad, no podemos controlar la acción del Espíritu en nuestras vidas, en nuestra iglesia: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn.3,8). Pero, a cambio, en sus manos experimentamos el poder de Dios, como aquel ciego en tiempos de Jesús: “una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Jn.9,25). Ahí está la fuerza del cristiano, de la iglesia: en el testimonio de la acción de Dios por el Espíritu en nuestras vidas.

¡Cuánto nos cuesta claudicar ante la verdad de nuestra absoluta dependencia de Dios para caminar los caminos del reino, y no fiados en nuestra sabiduría o recursos humanos, naturales! Aunque una y otra vez nos advierte el Señor a través de la Escritura: “Estos confían en carros, y aquellos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová tendremos memoria” (Sal.20,7). “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y que vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.” (Sal.127,12).  “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4,6). Y de muchas maneras insiste el Nuevo Testamento: “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios” (2ªCor.10,4).

¡Cuánto nos cuesta aprender a escuchar (a Dios) más que hablar (nosotros)! Aún no hemos explorado todo lo que significa el dicho de que “Una iglesia (y una persona) de rodillas es más poderosa que un ejército de pie”.


3. Vasos de barro. “Dios (…) resplandeció en nuestros corazones, para iluminación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (4,6). Dios “nos ilumina en nuestro ser interior, de manera que nosotros (los creyentes) podamos difundir la luz”[4] ¡Qué prodigio! ¡Qué privilegio! Pero a continuación, el apóstol recuerda: “tenemos este tesoro en vasos de barro” (4,7). La “excelencia del poder” (lit. “el poder extraordinario”) es de Dios. Nosotros en Él y Él en nosotros hace posible el milagro. Sin la plenitud del Espíritu en nosotros (Ef.5,18), la vida personal, el matrimonio, el ministerio de la iglesia, ofrecen frutos tan pobres como los de cualquier persona meramente bienintencionada.

Y además debemos estar atentos y conscientes que “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1ªP.5,8).

Por eso, para participar de la nueva vida del reino de Dios y para extender en otros la vida abundante del reino de Dios, necesitamos atender a diario la exhortación del apóstol: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef.6,10). Se trata de abrir la vida al Espíritu de Dios, sin reservas y con profundo anhelo, para real en nosotros y en otros a través nuestro la vida abundante de Jesús.



[1] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pgs. 35-36.

[2] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pg. 36.

[3] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pg. 37.

[4] S. Kistemaker: 2 Corintios. Grand Rapids, MI.: Libros Desafío, 2004. Pg. 165.

martes, 6 de febrero de 2024

EVANGELIO DE JESÚS: LA VERDAD QUE TRANSFORMA

¿Qué es el Evangelio?

Una mujer atea, blasfema, que hoy está enamorada de Jesús y le saltan las lágrimas en la alabanza. Eso es el Evangelio.

Una mujer de vida absolutamente desordenada, en muchos sentidos, que hoy es una sierva de Dios cuya vida bendice a muchos. Eso es el Evangelio.

Un hombre que sufrió intentos de suicidio, que hoy tiene una vida equilibrada y en orden. Eso es el Evangelio.

Un hombre mujeriego y entregado a excesos de todo tipo, que hoy bendice a Jesús por cómo ha transformado su vida. Eso es el Evangelio.

Una mujer que cambiaba sexo por droga, que hoy tiene una vida siempre gozosa en Jesús. Eso es el Evangelio.

No he tenido que buscar esas historias en los libros. Esos hombres y mujeres forman parte de mi comunidad. Y tantas otras historias similares, de ruina y de restauración. Me conmuevo cuando veo en los tiempos de alabanza cómo sus rostros muestran qué es el Evangelio: poder de Dios para salvación, salvación integral, salvación en términos pasados, presentes y futuros. En cuanto al pasado, por el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios en Jesús. En cuanto al futuro, por una expectativa esperanzada que alcanza hasta la eternidad. En cuanto al presente, por una nueva vitalidad, un nuevo estilo de vida. Todo esto y más es el Evangelio de salvación. Un pasaje del Nuevo Testamento ilustra la magnitud del Evangelio de Jesucristo, como la verdad transformadora: Efesios 3,14-21.


1. “EN EL HOMBRE INTERIOR POR SU ESPÍRITU” (v.16b). Desde el momento que abrimos nuestra vida a Jesús como Salvador y Señor, Él viene a nuestras vidas de una manera real, por el Espíritu Santo, quien planta la semilla de la nueva vida (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9). Esa vida “no procede de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1,13). Porque “lo que es de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn.3,6); “la carne para nada aprovecha; el espíritu es el que da vida” (cfr.Jn.6,63). 

 

2. “QUE HABITE CRISTO”: VIDA NUEVA, LA VIDA DE JESÚS (v.17a). ¿En qué consiste esa vida nueva que el Espíritu desarrolla en nuestro espíritu? En la vida misma de Jesús: “que habite Cristo por [medio de] la fe en vuestros corazones”. “El poder (sobrenatural) no es para milagros, sino para el mayor de los milagros, el milagro continuado de la morada de Cristo en sus corazones mediante la fe. (…) Él [Dios] desea llenarnos de su presencia, lo que debe significar con su propia naturaleza, su santidad, amor, y gracia.”[1]


Dos palabras en griego pueden traducirse como “habitar”. Una, “paroikeó”, implica habitar un lugar como extraño, alguien que está de paso, como un extranjero fuera de su hogar (2,19). La otra, “katoikeó”, que usa el apóstol en 3,17 se refiere a una residencia fija, permanente, a quien habita un hogar del que es propietario[2]. Nadie puede arrebatarnos la semilla de Su presencia. Más aún esa pequeña semilla de mostaza está llamada a crecer: “y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mt.13,32). El Padre desea que Jesús sea formado en nosotros (Gál.419) por su Espíritu (2ªCor.3,18). Es un proceso lento porque somos “vasijas de barro” pero Él ha empeñado su palabra de hacerlo posible.


3. PARA CONOCER Y CRECER EN EL AMOR (v.17b-19). Esa vida nueva nos arraiga (árbol) y nos cimenta (edificio) en el amor (v.17b). Y genera un estilo de vida anclado y expresado en amor, amor ágape, sacrificado, abnegado, gratuito, cada día un poco más lejos de una “confortable mediocridad”[3] meramente religiosa. La presencia interior de la Trinidad del amor en nosotros, nos permite “comprender” (v.18) y “conocer” (v.19) de forma experimental el amor de Jesús, el amor de la Trinidad. Y nos permite entrar en la verdad, porque sólo se entra a la verdad por el amor (San Agustín). Y esto, no como una vivencia cerrada a los demás, sino junto con todos los santos (v.18), en un camino compartido, de mutua edificación.


4. SABER y SABER SABER (en el Espíritu). Es importante saber estas verdades pero más importante aún, saber como hay que saberlas: no en la mente sino enseñadas por el Espíritu divino en las entrañas. El Evangelio es verdad pero la letra de la verdad no transforma, lo hace el Espíritu dentro de nosotros. Como alguien dijo: necesitamos teología, conocimiento de las verdades de Dios, pero necesitamos aún más teofanía, manifestación de Dios. 

Emil Brunner, un teólogo protestante suizo, escribió un libro central en su obra que tituló: “La verdad como encuentro”. No conceptos, sino encuentro personal, relacional con la persona de Jesús; no palabras sino vida, vida nueva en Jesús. En el caso de E. Brunner no se trataba de teoría: escribió también un libro sobre la esperanza cristiana, después de la muerte de dos de sus hijos.

Siglos antes, los pietistas alemanes del siglo XVIII se rebelaron contra una ortodoxia protestante, cierta pero carente de vida, buscando que esas verdades fueran vivificadas en ellos por la enseñanza del Espíritu Santo.

En el siglo XVII  lo dejó escrito Blas Pascal en una pequeña nota cosida al forro de su levita: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo.”

También en los siglos XVII y XVIII los primeros cuáqueros recuperaron la verdad central de que el Evangelio es un “conocimiento vivo”[4], para no caer en la triste condición de ser “sabios en la letra pero extraños para la vida”[5] 

Podríamos retroceder en la historia de la Iglesia hasta llegar a los textos del Evangelio que enseñan esta verdad a menudo olvidada: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt.11,25). Resuenan los pasajes bíblicos en este escrito: “Los mansos, los humildes, los quebrantados de corazón, los débiles, los pobres, los bebés, los niños pequeños, estos son a los que el Padre enseña. Estos tienen esa preservación e instrucción que pierden las mentes sabias, conocedoras y juiciosas (según la consideración del hombre). De ahí que lo insensato de Dios sea más sabio que el hombre, y lo débil de Dios más fuerte que el hombre. Dios ha escogido en cada hombre lo que no es, para llevar a nada todo lo que está en él, de modo que la carne no se glorifique en Su presencia, ni ningún hombre se jacte delante del Señor de la salvación de su alma”[6]

¿Por qué éstos? Porque tienen menos prejuicios, menos prevenciones en su sabiduría humana, una confianza “inocente” en Dios, un dejarse moldear humildemente por el Espíritu de Dios.

El apóstol Pablo fue un gran intelectual de su tiempo, en filosofía y teología. Pero recordaba a los cristianos corintios que “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ªCor.2,4-5). “La verdadera religión consiste en Espíritu, poder, virtud, vida, no en la antigüedad de ninguna forma que pasa, sino en la novedad del Espíritu que permanece para siempre. Consiste en ser nacido del Espíritu, en permanecer en el Espíritu, en vivir, caminar y adorar en el Espíritu. Sí, en llegar a ser y crecer en el Espíritu y en la vida eterna, porque ‘lo que es nacido del Espíritu, espíritu es’.”[7]


Mi respuesta. El Evangelio es verdad transformadora, poder de Dios para salvación en el sentido más amplio de la palabra. “Si a partir del caos, Su omnipotencia ha producido tantas maravillas en la creación del mundo, ¿qué no hará Él en tu alma (creada a su propia imagen y semejanza) si te mantienes constante, quieto y rendido a Él, bajo un verdadero sentido de tu propia nadedad?”[8] De hecho, puede hacer “todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (v.20).

Espíritu Santo, muéstranos a Jesús, vivifica la Palabra en mí. Espíritu Santo, dame en mi espíritu la vida de Jesús. 



[1] Stanley Horton: El Espíritu Santo. Miami: Editorial Vida, 1992. Pg. 227.

[2] Cfr. John Stott: La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Illinois: Ediciones Certeza, 1987. Pg. 131.

[3] André Trocmé: Jesus and the nonviolent revolution. Herald Press, Scottdale, Pa.: Herald Press, 1973. Pg. 168.

[5] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 95.

[6] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 284.

[7] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 215.

[8] Anónimos: Guía a la paz verdadera. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 58.


martes, 16 de enero de 2024

VITALIDAD INTERIOR EN JESUCRISTO

La práctica clínica tiene tres momentos: diagnóstico, pronóstico y tratamiento. El diagnóstico es “dar nombre al sufrimiento del paciente”. El pronóstico es un juicio clínico de la dolencia (leve, grave, reservado, …). El tratamiento vendrá dado por los dos elementos anteriores para procurar la curación o el alivio del mal. Ese esquema para sanar el cuerpo vale también para la salud del alma, de los individuos y de las sociedades.


1. DESESPERANZA (diagnóstico)

VIDA[1]

 

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

 

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

 

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

Este poema desesperanzado, escrito al final de la vida del poeta, es una ilustración del desánimo de muchos hombres y mujeres de nuestra sociedad. Una desesperanza que es más dolorosa entre los jóvenes porque ellos deberían ser la encarnación del entusiasmo. Los datos indican lo contrario: el 63’7% cree que no cobrará pensión de jubilación, el 52’9% piensa que nunca tendrá vivienda en propiedad.[2] El 61’8% de los jóvenes no se plantea tener hijos, al menos a corto plazo[3] (de hecho, la primera mitad de 2023 arroja la cifra más baja de nacimientos de la serie histórica).


2. EL PROBLEMA DEL CORAZÓN (pronóstico). El diagnóstico es claro: desesperanza (recordemos que cada dos horas una persona se quita la vida en España). Y el pronóstico es muy grave porque una vida des-corazonada, des-alentada (sin aliento) no puede sobrevivir.

Habréis oído decir que el corazón del problema es el problema del corazón. En términos anímicos y espirituales es completamente cierto. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” (Prov.4,23). Salvo excepciones dramáticas (que las hay), en la vida cotidiana no es “cómo nos van las cosas” las que quitan o dan vitalidad, ánimo, gozo, … porque estás disposiciones no vienen de fuera sino que brotan (o no) de dentro [prefiero hablar de ánimo, tono vital, que no de gozo, porque algunos asocian esa palabra con una actitud de jijijaja, que no se corresponde a la intención del texto bíblico]. Lo dice la sabiduría bíblica: “Todos los días del afligido son difíciles; mas el de corazón contento tiene un banquete continuo” (Prov.15,15) – “Para el abatido, cada día acarrea dificultades; para el de corazón feliz, la vida es un banquete continuo” (NTV) La Biblia enseña que no se trata de buscar estímulos para el corazón sino que del corazón brota el estímulo, la vitalidad, el gozo: “El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos” (Prov.17,22) Ahí tenéis el centro del problema, ese el diagnóstico de la radiografía espiritual: el espíritu triste, “el ánimo decaído” (NVI). Y el pronóstico es de suma gravedad porque no hay tratamiento posible “desde fuera”.


3. EL GOZO DEL SEÑOR ES NUESTRA FUERZA (tratamiento). “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”[4]. ¿Qué tratamiento será eficaz para hacer posible esta salud del alma? ¿Qué leña puede mantener el fuego del ánimo encendido? Muchos “se automedican, se autorecetan”: mayores dosis de sexo, de fiesta, mayores dosis de las cosas que el dinero compra. Jesús de Nazaret nos invita a buscar el ánimo, la vitalidad profunda, permanente, y resistente a las circunstancias en otro camino: en Él. “El gozo del Señor es vuestra fuerza” (Neh.8,10); “Regocijaos en el Señor siempre” (Filip.4,4). ….

…. En Él, más exactamente: “en toda bendición espiritual que viene de Dios a través de Él” (cfr.Ef.1,3),  las bendiciones espirituales con las que Dios Padre nos ha bendecido y bendice en Jesús: nuestros pecados han sido perdonados, somos hijos de Dios, tenemos la vida eterna, Cristo por el Espíritu está dentro de nosotros, podemos vivir una vida con propósito … Nuestro ánimo cobra vitalidad alimentado de estas bendiciones permanentes, presentes y eternas.

De ahí la exhortación del apóstol Pablo: “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2ªCor.4,18). “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col.3,2). Dicho a la manera de Jesús: No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mt.6,19-21). ¡De nuevo el corazón! Llenar el corazón de las verdades gozosas eternas para que alimenten el ánimo en todo tiempo. Además, nuestro Padre nos dará lo que necesitamos para esta vida, … cuando hallamos quitado nuestro corazón de ellas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mt.6,33)


4. ENFERMEDAD ESPÍRITUAL, TRATAMIENTO DEL ESPÍRITU. Hay muchas formas de creer en las promesas de Dios. Pero no todas afectan al vivir. Un síntoma claro de que esas verdades no han calado dentro de nosotros es el negativismo, que es una forma de incredulidad; ese tono negativo, derrotado de antemano. Sí, “el gozo es el resultado de nuestras certezas”[5]; en nuestro caso, las certezas de las promesas del Padre, de su presencia fiel en nuestras vidas. Pero a veces sufrimos “la enfermedad del olvido de las promesas de Dios” (Daniel Bores), una enfermedad contra la que nos advierte la Escritura: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Sal.103,2). Olvido, luego me angustio. Me angustio, luego desespero (desesperanza).

Hay muchas formas de creer en las promesas de Dios. Pero no todas afectan al vivir. Para que empapen el alma, el ánimo (y no sólo la mente), y nos llenen de vitalidad y esperanza, necesitamos ser enseñados por el Espíritu Santo: “… no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1ªCor.2,13).

Cuando por el Espíritu estas verdades calan en nuestro corazón, podemos soportar los tiempos difíciles sin desesperar: “En Él se alegrará nuestro corazón porque en su santo nombre [carácter] hemos confiado” (Sal.33,21).

Cuando por el Espíritu estas verdades calan en nuestro corazón, podemos disfrutar aún de las cosas más sencillas y cotidianas (y quien no sabe hacerlo, nunca tendrá bastante con nada): un paseo por el jardín, el rumor de los árboles bajo la brisa, un amanecer, una conversación relajada con un amigo, juntarse con la familia alrededor de la mesa la final del día, … “La vida resulta fascinante cuando podemos descubrir su romance y su belleza en lo sencillo, que tantas veces pasa desapercibido.”[6] Vivir en el gozo del Señor significa que en Él, muchos momentos y circunstancias “insignificantes” alimentan nuestra dicha. Y esa es nuestra fortaleza ante la vida.

Dicho con respeto a los dolientes severos: Nadie te amarga la vida, tú te la amargas. “No hay desgracia más grande que sentirse uno mismo desgraciado”[7]. Peter Handke escribió de los “ladrones de la ilusión”[8] pero a menudo somos nosotros mismos quienes cubrimos nuestra vida de oscuridad. Muchas personas no saben sufrir lo malo y sucumben ante el dolor; es comprensible. Pero lo dramático es ver a personas que tampoco saben disfrutar de lo bueno. Si ven una rosa, no contemplan su color ni respiran su aroma: sólo se fijan en la espina. Pero si las promesas eternas del Padre sustentan nuestra vida, podemos disfrutar de todo lo bueno que Él nos regala. “Disfruta de la prosperidad mientras puedas, pero cuando lleguen los tiempos difíciles, reconoce que ambas cosas provienen de Dios. Recuerda que nada es seguro en esta vida.” (Ecl.7,14 -NTV)


Mi respuesta. Vivir en el gozo del Señor significa que cuando toca llorar, lloramos, pero no convertimos la vida en una llorera. Vivir en el gozo del Señor significa que su Espíritu vivifica sus promesas en nuestro interior, que Él mismo siembra gozo, su gozo peculiar, ánimo vital en el interior (Gál.5,22). Y esa es nuestra fortaleza ante la vida: la vida de fe: “por la fe estáis firmes” (2ªCor.1,24). “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1ªJn.5,4).

Creer ¿no es albergar

un mediodía dentro,

luz que borra nostalgias,

hace frente al misterio,

abate pesadumbres,

y siega desalientos?[9]

Así como no todos los enfermos son conscientes de su dolencia física, no siempre somos conscientes de nuestros males del alma. Jesús nos muestra una magnífica herramienta para ver el estado anímico del corazón: nuestra manera de hablar. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc.6,45b). No creo en el sentido mágico de las palabras pero ese tono negativo con el que algunas personas se expresan, esa manera oscura, siempre derrotada de antemano, señala un “espíritu triste” y, lo que es peor, retroalimenta para mal el corazón. Por eso, hermano:

Renuncia a la incredulidad, el derrotismo, el negativismo.

Renuncia al Engañador, al enemigo de nuestras almas.

Cree, en la sabiduría del Espíritu Santo, las promesas eternas del Padre, que nada ni nadie nos puede robar. Anclados en los regalos eternos del Padre, que nada ni nadie nos puede robar, somos fuertes. Como dice el salmista: “tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco” (Sal.92,10); “el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (Sal.103,5); “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is.40,31). Como dice Alfredo Ramón: “vamos adelante, alentados en el Señor”. Sí, Espíritu Santo, refresca en nuestras almas la fe viva en todas las bendiciones eternas del Padre, que nada ni nadie nos puede robar.

Madrid, 14 Enero 2024



[1] José Hierro: “Vida”. Cuaderno de Nueva York. Poesías completas (1947-2002). Madrid: Visor Libros, 2022. Pg. 781. (poema epílogo de su último libro «Cuaderno de Nueva York», dedicado a su nieta Paula Romero).

[4] Ernesto Sábato: La resistencia. Madrid: Alianza Editorial, 2014. Pg. 108.

[5] Eduardo Delás: 30 días con Jesús en el camino. Valencia: 2022. Pg. 124.

[6] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Madrid: Sociedad Bíblica, 1996. Pg. 35.

[7] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Madrid: Sociedad Bíblica, 1996. Pg. 104.

[8] Peter Handke: La noche del Morava. Madrid: Alianza Editorial, 2013. Pg. 170.

[9] José Hierro: “Fuegos de artificio en honor de Don Pedro Calderón de la Barca”. Poemas no recogidos en libro. Poesías completas (1947-2002). Madrid: Visor Libros, 2022. Pg. 786.

 

sábado, 13 de enero de 2024

ORACIÓN DE ESCUCHA


1. Reivindicación del silencio cristocéntrico

“En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación; sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra. (…) Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo.”[1]

El filósofo Byung-Chul Han reivindica el reposo contemplativo, la inactividad contemplativa, como “una forma de esplendor de la existencia humana”[2] frente a una vida percibida únicamente en términos de trabajo y productividad, en la que aún el “tiempo libre” es sólo un factor vinculado a la producción, descanso necesario para seguir produciendo, bien distinto al reposo creativo y relacional del Sabbat.

El silencio no es cualquier cosa. En palabras de Francesc Torralba: “El silencio no es la ausencia de lenguaje, sino otro tipo de lenguaje. Lo que los demás ignoran y ni siquiera imaginan en el silencio aflora. El silencio es un ácido cáustico que revela nuestras carencias y debilidades, por eso no lo aguantamos, aunque la persona trabajada en lo espiritual lo busca y convive con él. El silencio es una escuela, un aprendizaje: uno tiene que aprender a tolerarlo, a amarlo.”[3]

Ceñidos al ámbito religioso y espiritual, es evidente que no todos los silencios son iguales porque no todas las espiritualidades son iguales.  La meditación cristiana, a la que representamos, tiene características propias, diferentes a las llamadas espiritualidades postmodernas, puesto que su objetivo es introducir al cristiano en una intimidad vivida con el Dios de Jesucristo. Este es el aspecto que nos interesa: “el silencio como sensibilidad para la presencia de Dios y como reposo integral en Dios.”[4]

La Biblia alienta la práctica del silencio de manera expresa en diversas ocasiones y contextos, ya desde el Antiguo Testamento: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él” (Sal.37,7); “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: en descanso y en reposo seréis salvos; en quietud [silencio] y en confianza será vuestra fortaleza.” (Is.30,15); “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lam.3,26). Es cierto que las páginas del Antiguo Testamento presentan una prevalencia de la palabra; Dios habla, se da a conocer (“dijo Dios”). Pero a la vez el silencio aparece como “hermano de la escucha” (“Shema”, Deut.6,4ss). Y esa llamada a la escucha obediente a Dios está presente en la biografía de muchos personajes veterotestamentarios: Samuel (1ºSam.3), Salomón (1ºR.3), Elías (1ºR.18-19), Isaías (siervo sufriente, cap.53).

A menudo el silencio aparece referido en los Salmos incluso a Dios mismo como un paradójico silencio ante el dolor del inocente (83,1), del mismo modo que en Job, pero también encontramos el silencio en su valor positivo, por ejemplo, como una alabanza silenciosa del cosmos (19). Y, por supuesto, es fundamental la referencia al descanso sabático que, entre otras funciones, se ofrece al ser humano como un momento privilegiado del silencio.

En el Nuevo Testamento la oración aparece a menudo relacionada con el silencio, en una huida de la palabrería, buscando la auténtica densidad de cada palabra (Mt.6,5ss). El ejemplo de Jesús es definitivo: cuando inició su ministerio pasó cuarenta días en silencio, retirado en el desierto (Mt.4), antes de escoger a sus discípulos pasó toda la noche retirado en silencio (Lc.6,12), se fue a un lugar retirado al conocer la muerte de Juan el Bautista (Mt.14,13), hizo lo mismo después de alimentar a la multitud (Mt.14,23) o después de una jornada de trabajo (Mr.1,35). Habitualmente, Jesús: “se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc.5,16). En “silencio” realiza Jesús su ministerio (“secreto mesiánico”, Mr.3,12), e incluso en Jesús hallamos de nuevo el estupor ante el silencio del Padre, en el Calvario (Mt.27,46).

El silencio cristiano no es un silencio entendido como pérdida de identidad, como negación de la dimensión personal, como pérdida de conciencia, porque, bien al contrario, su propósito es la unificación amorosa con Jesucristo.  Toda experiencia de escucha y encuentro con Dios en el silencio, si es genuinamente cristiana desemboca en transformación personal en semejanza de Jesús y en compromiso de amor con el semejante a imagen de Jesús.


2. Oración contemplativa - Oración de escucha

Esta clase de oración “es obviamente más una experiencia del corazón que de la cabeza. (…) [pero se trata de una realidad más profunda que meras emociones] Al usar el lenguaje de los sentimientos, los contemplativos se refieren a una percepción de Dios experimentada profundamente: una clase de voz interior”[5]

Richard Foster señala tres pasos básicos en la oración contemplativa[6]. Así como hablamos de RCP en medicina (Reanimación Cardio Pulmonar), podemos en este contexto hablar de RCE (Recogimiento, Contemplación, Escucha).

1. RECOGIMIENTO (estar presentes en el lugar donde estamos). “El recogimiento incluye recogernos hasta que estemos unificados o completos. La idea es hacer salir todas las distracciones que compiten dentro de nosotros hasta que lleguemos a estar verdaderamente presentes donde estamos [a lo que estamos].

“En Dios solamente está acallada mi alma” (Sal.62,1).  “Si quieres oír en ti la palabra paterna, misteriosa y confidencial, que se te dice en un secreto susurro en lo más íntimo del alma, es preciso que en ti y a tu alrededor se haya calmado toda tormenta: que seas una oveja dulce, tranquila, sumisa; que pierdas tus furores y escuches con tranquila dulzura esta voz amable.”[7]

En ocasiones, anclar nuestra mente a una frase o un pasaje breve de la Biblia ayuda al recogimiento.”[8] Se trata, pues, de poner toda la atención en Dios. Para ello es importante encontrar una postura corporal que facilite esa actitud, así como dejar marchar todas los pensamientos y otras distracciones que nos impiden “estar verdaderamente presentes donde estamos”.

A menudo, el primer fruto de esta actitud de recogimiento es un espíritu de arrepentimiento y confesión. El Espíritu Santo nos hace conscientes de miserias y pecados en una manera que las excusas o las autojustificaciones se hacen superfluas y somos llevados a un sentir de confesión primero y de gozoso perdón después. En realidad, el verdadero silencio y la verdadera escucha de Dios son imposibles sin este tiempo inicial.

2. CONTEMPLAR (DENTRO) AL SEÑOR. Dicho en términos habituales de los primeros cuáqueros: “vueltos internamente al Señor”[9]. “Contemplar al Señor habla de una mirada del corazón constante y hacia adentro, enfocada hacia Dios, el centro divino. Nos complacemos en la calidez de la presencia de Dios. Nos sumergimos en el amor y el cuidado de Dios.”[10] Estas indicaciones pueden parecer sospechosas de esoterismo a oídos poco acostumbrados pero lo cierto es que venimos cantando de esta práctica desde hace décadas: “No busques Cristo en lo alto, ni tampoco en la oscuridad; muy dentro de ti, en tu corazón, puedes alabar a tu Señor” (Luis Alfredo Díaz). En otras palabras: “… acercarse a Dios, que sólo puede ser hallado en lo profundo del interior, en el centro de nosotros mismos que es el Sancta Sanctorum donde Él habita.”[11]

3. ESCUCHA DE DIOS (prestar atención hacia adentro). Estamos propiamente ahora en la oración de escucha. El recogimiento y la contemplación hacen posible que “mi casa está siendo acallada”, en palabras de San Juan de la Cruz, para discernir la voz de Dios. Esa voz se distingue por varios factores[12].

El primero es la “calidad” es esa voz: “La calidad de la voz de Dios es más un asunto del peso o impacto que una impresión sobre nuestra conciencia. Cierta fuerza calma y tranquila con la cual las comunicaciones de Dios impactan nuestras almas nos inclina hacia la aceptación e incluso hacia la conformidad activa.”[13]

El segundo es el “espíritu” de la voz de Dios. “Es un espíritu de paz y confianza exaltada, de gozo, de sensatez y de buena voluntad. (…) En pocas palabras, es ‘el espíritu de Jesús’, y con esa frase me refiero al tono y a la dinámica interna en general de su personalidad como un todo.”[14] (Cfr. Stg.3,17).

El tercero es el contenido de la voz de Dios: “el contenido de una palabra que es verdaderamente de Dios siempre estará de acuerdo y será consecuente con las verdades sobre la naturaleza y el Reino de Dios que son claras en la Biblia.”[15]

Desde luego, es posible confundir la voz de Dios con nuestra propia voz, o la del Enemigo. Pero como toda relación personal, también la relación con Dios y la escucha de su voz deben cultivarse con el tiempo y la práctica.

 Madrid, 19 Noviembre 2023



[1] Alain Corbin: Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días. Barcelona: Acantilado, 2019. Pgs. 7-8.

[2] Byung-Chul Han: Vida contemplativa. Barcelona: Taurus, 2023. Pg. 12.

[4] Anselm Grün: Elogio del silencio. Santander: Editorial Sal Terrae, 2004. Pg. 54.

[5] Richard Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994. Pg. 198.

[6] Cfr. Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pgs. 49-73. A menudo, Foster (o el traductor) habla de meditación cuando es más exacto hablar de contemplación, para diferenciar esta práctica de la reflexión bíblica.

[7] Johannes Tauler: Sermones. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2010. Pg. 111. Tauler, dominico renano del siglo XIV, que tuvo gran influencia en Lutero.

[8] Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 52.

[9] Robert Barclay: Esperando en el Señor. La Biblioteca de los Amigos: www.bibliotecadelosamigos.org. Pg. 38.

[10] Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 59.

[11] Madame Guyón: El modo breve y muy sencillo de orar … Madrid: Marronyazul, 2021. Pg. 28.

[12] Cfr. Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pgs. 260-266.

[13] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 262.

[14] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 264.

[15] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 266.