Una palabra inicial de ARREPENTIMIENTO. Pastores y ministros del Evangelio en general necesitamos
preguntarnos por la naturaleza y el perfil de nuestro ministerio. No faltan mil
y una sugerencias al respecto pero tal vez por ello con más urgencia, debemos
mirarnos detenidamente en el espejo de Jesús, el Buen Pastor quien “su vida da
por las ovejas” (Jn.10,11). Cuando éramos niños aprendimos a calcar de un
original pasando el lápiz sobre una hoja de papel cebolla; no hay ministerio
cristiano genuino que no resulte de reproducir el perfil del carácter y del
vivir del Señor Jesucristo. Cuando lo hacemos y dejamos que el Espíritu Santo
examine e ilumine nuestras vidas, el primer resultado es un sentir de
quebrantamiento y arrepentimiento. ¡Qué fácilmente olvidamos nuestro Modelo!
MI RELOJ
Sobre la mesa mis intenciones, sobre tus manos mi
temor
Sobre las cosas que me enseñaste, dame mas valor
Sobre millones de verdades, quiero oír tu voz
Unos se cuelgan las medallas de la experiencia, como
si no tuvieran ya nada que hacer
Otros se ahogan con pequeñas diferencias, derramando
ante el espejo la paciencia
Algunos oran que Jesús es el camino, pero se olvidan
de salir a caminar
Y otros presumen de su fe y que bla, bla, bla, desde
el momento en que dejaron de escuchar
Unos predican y luego cuentan corazones, convertidos
ya por novena vez
Otros se empeñan intentando convencerte, que vales
tanto como se escuche tu voz
Algunos oyen voces un día tras otro, en el mismo
silencio que oyen los demás
Y otros que firman donde se lea bien su nombre,
porque sus manos nadie las verá jamás
Y yo que a veces me sumerjo en la memoria, de todo
aquello que al final no supe dar
Ahora se que mi reloj no estaba en hora, será mejor
partir de cero que sumar.
Algunos miden la importancia de sus obras, por si un
día las tienen que comparar
Otros te observan y al final te ponen nota, son los
maestros con suspenso en amar
Algunos sirven como sirven los esclavos, deseando
que les den la libertad
Y otros que van contando todo lo que han hecho, pero
se vuelven si les toca preguntar
Y yo que a veces me sumerjo en la memoria, de todo
aquello que al final no supe dar
Ahora se que mi reloj no estaba en hora, que mis
palabras no llegaron a sonar
Y me deshago como espuma dando vueltas, me desvivo
por volver a comenzar
Tu sabes que hace tiempo que perdí la cuenta, será
mejor partir de cero que sumar
Sobre las cosas que
me enseñaste, dame más valor
Alfonso de Dios
Seguramente no hará falta partir de cero pero a buen
seguro hay elementos básicos del ministerio cristiano que tienden a
desdibujarse en medio de las prisas, las presiones y depresiones. Merece la
pena, pues, considerar al menos unos pocos y considerarnos a nosotros mismos a
la luz del modelo de Jesús y la enseñanza del Evangelio.
Como referencia general puede servirnos este análisis
de Hechos cap. 20, que debemos a la reflexión de Richard Baxter, pastor inglés
del siglo XVII:
a.
La tarea en
general: “… sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas”
(v.19).
b.
La obra en
particular: “por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño” (v.28)
c.
La doctrina:
“…acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor
Jesucristo” (v.21)
d.
El lugar y la
manera de enseñar: “… nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros,
públicamente y por las casas” (v.20)
e.
La diligencia,
seriedad y amor: “… de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a
cada uno” (v.31)
f.
La fidelidad:
“porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (v.27)
g.
La falta de
interés propio y la abnegación por el Evangelio: “ni plata ni oro ni vestido de
nadie he codiciado: antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario
a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he
enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar a sí
las palabras del Señor Jesús, que dijo: más bienaventurado es dar que recibir”
(v.33-35)
h.
La paciencia y
perseverancia: “pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para
mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del
Señor Jesús” (v.24)
i.
La oración: “… os
encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros
y daros herencia con todos los santificados” (v.32)
j.
La limpieza de
conciencia: “por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la
sangre de todos” (v.26)[1]
1. Ministerio
enamorado. La fe en Jesús sólo puede vivirse como des-vivirse, como
des-vestirse, renunciar a todo por Jesús y su voluntad. Tal proceso sólo es
posible como fruto de un corazón enamorado: una persona comprometida es una
persona prometida (enamorada) con alguien. La entrega genuina e ilimitada a una
causa sólo es posible cuando anida en el corazón una pasión poderosa: “nada
grande se hizo nunca sin una gran pasión” (Hegel).
Los apóstoles y discípulos de Jesús de todas las
generaciones nos hablarían con sus vidas de un seguimiento apasionado del Señor
motivado por el impacto del amor de Dios en sus vidas (2ªCor.5,15). Baste como
ejemplo la figura del Conde Zinzendorf (s.XVIII) cuyo lema era: “Sólo tengo una
pasión: Él y sólo Él”. Heredero del Pietismo del s.XVII, fue líder de los
Hermanos Moravos, impulsor de las Misiones en Guayana, Islas Vírgenes, Suramérica,
Africa, India y muchos otros países, a los que partían misioneros tan sólo con
su pasaje de ida y lo equivalente a unos U$10 para cubrir sus gastos mientras
organizaban el nuevo campo misionero; además, encontró tiempo para escribir,
predicar y gobernar; escribía sobre todo de la pasión y el sufrimiento de
Jesucristo a nuestro favor y para que la celebración de la mesa del Señor no
fuera acompañada por canto rutinario, escribía nuevos himnos cada semana.
El
amor a las personas puede agotarse, el amor al ministerio puede acabarse, pero
“el alma enamorada” de Dios (S.Juan de la Cruz) jamás
sufrirá decepción. Jesús pone ante nosotros una expectativa sublime: conocerle
a Él, en un conocimiento transformador. Ese era el anhelo del apóstol Pablo
(Filip.3,8-14). Y sólo ese conocimiento, ese “trato de amistad” (Teresa de
Jesús) con el Señor, impulsa nuestros corazones en el ministerio al que nos
llame, sin condiciones ni reservas.
El profeta Hageo llama al Mesías “el Deseado de
todas las naciones” (2,7). La novia de Cantares llama a su prometido “deseado”
(2,3), y su novio expresa su sentir por ella en términos de deseo. Este anhelo
intenso aparece habitualmente en la Biblia como “celo”: Elías sentía un “vivo
celo por Dios” (1ºR.19,10), y Pablo animaba a los gálatas a mostrar siempre “celo
en lo bueno” (4,18). Si nuestro interés por Jesús (y no sólo sus favores) no va
más allá de los tratados de cristología, si no hay un anhelo intenso, como el
“bramar” de un ciervo sediento por el agua, si nuestras almas no tienen sed del
Dios vivo (Sal.42,1-2), … tampoco nuestros ministerios irán muy lejos ni
resistirán mucho tiempo la presión que ineludiblemente implican. Sólo de ese
impulso enamorado, apasionado, brota un corazón rendido en servicio
incondicional a Jesús:
Vuestra soy, para
Vos nací
Vuestra soy, para
Vos nací:
¿qué mandáis hacer
de mí?
(….)
Vuestra
soy, pues me criastes,
vuestra,
pues me redimistes,
vuestra,
pues que me sufristes,
vuestra,
pues que me llamastes.
Vuestra,
porque me esperastes,
vuestra,
pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer
de mí?
(….)
Dadme
muerte, dadme vida;
dad
salud o enfermedad,
honra
o deshonra me dad;
dadme
guerra o paz crecida,
flaqueza
o fuerza cumplida,
que
a todo digo que sí:
¿qué queréis hacer
de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad
consuelo o desconsuelo,
dadme
alegría o tristeza,
dadme
infierno o dadme cielo,
vida
dulce, sol sin velo,
pues
del todo me rendí,
¿qué mandáis hacer
de mí?
Si
queréis, dadme oración;
si
no, dadme sequedad,
si
abundancia y devoción,
y
si no esterilidad.
Soberana
Majestad,
sólo
hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer
de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o,
por amor, ignorancia;
dadme
años de abundancia,
o
de hambre y carestía.
Dad
tiniebla o claro día,
revolvedme
aquí y allí:
¿qué mandáis hacer
de mí?
Si queréis que esté holgando
quiero
por amor holgar;
si
me mandáis trabajar,
morir
quiero trabajando:
decid
dónde, cómo y cuándo,
decid
dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer
de mí?
(….)
Haga
fruto o no lo haga,
esté
callando o hablando,
muéstrame
la ley mi llaga,
goce
de Evangelio blando;
esté
penando o gozando,
sólo
Vos en mí vivid.
¿Qué mandáis hacer
de mí?
Vuestra soy, para
Vos nací:
¿Qué mandáis hacer
de mí?
Teresa de Jesús
2. Ministerio
espiritual. ¡Cuántos profesionales atienden hoy con resultados notables a necesidades
de las personas que hasta hace poco parecían propias del ministerio pastoral
(¿coaching?)! Y qué fácil derivar el ministerio cristiano en esas direcciones.
Y qué error. Dejemos al psicólogo que lo sea, al terapeuta que ejerza su labor,
al especialista que ayude según sus habilidades. El ministerio cristiano es un
ministerio espiritual, sobrenatural.
Rechacemos también la tentación del espectáculo, de
lo aparatoso, lo grandilocuente que trae aplauso al hombre y niega la
dependencia de Dios. Lo sobrenatural no tiene por qué ser espectacular pero
evidencia la realidad de Dios que obra milagros “pequeñitos” en la vida de las
personas. En esa dependencia del poder divino se cifra la esencia del
ministerio cristiano (2ªCor.10,3-5; 1ªP.4,11)
¡Qué
interesante el testimonio de Johann Christoph Blumhardt (1805-1880)! Pastor alemán, formado en la teología liberal, sufrió la decepción de no poder ayudar
a una joven con problemas psico-físicos; después de varios años de fracasos se
abrió a la posibilidad de que fuera un problema espiritual, demoníaco, y que
hacía falta la intervención directa de Jesús. Aquella primera experiencia con
la joven Gottliebin Dittus dio un giro a su entendimiento de su fe y del poder
de Dios; mientras oraban le dijo a la joven: “Ora: ¡Señor Jesús, ayúdame!
¡Bastante tiempo hemos visto lo que saber hacer el diablo, pero ahora también
queremos ver lo que puede hacer el Señor Jesús!”. Blumhardt quiso ver la gloria de Dios a
través de Jesús. La joven sanó y comenzó un tiempo de avivamiento: su comunidad
en Möttlingen primero y después en Bad Boll (Würtemberg) fue epicentro de
conversiones, sanidades y de una vivencia del evangelio que impactó en la
sociedad. Su lema fue: “Jesús es Vencedor”
Dado que fácilmente caemos de un extremo a otro,
recordamos también que la vida en el Espíritu, la verdad del poder de Dios, se
discierne a la luz de la Palabra de Dios. La Escritura no es para el cristiano
una mera “referencia”, es autoridad necesaria y suficiente. Todo y todos
estamos sujetos al veredicto de la Escritura para toda acción, toda práctica,
toda experiencia.
Somos enteramente dependientes del poder y la gracia
de Dios. Esta, que es nuestra mayor debilidad ante cualquier profesional titulado
es también nuestra mayor garantía de capacitación porque: “La voluntad de Dios no te
llevará donde Su gracia no te puede sostener.” (Jim Elliot)
3. Ministerio
precioso, … de precio.
Entre tanto viajero de primera clase por causa del
Evangelio (?), recordamos que nuestro Modelo no tenía donde recostar su cabeza
(Mt.8,20). Todos nosotros tenemos mucho más que Él, gracias a Él, pero no
deberíamos perder la perspectiva de que somos “jornaleros del Evangelio”
(Francis Arjona), dispuestos a pagar el precio inevitable del ministerio
cristiano (2ªTim.1,8; 2,3; 2,10). Al fin y al cabo, seguimos a Alguien que “se
pringó por nosotros” (J.L. Panete), que renunció a todo por nosotros, que lo
perdió todo por nosotros (Filip.2,5-8). ¿Llamaron a Jesús hijo de Satanás y
queremos que todos admiren nuestro ministerio? “Bástale al discípulo ser como
su maestro, y al siervo como su señor” (Mt.10,25). Si miramos a los
“triunfadores” nos ganará el desaliento pero si miramos al Crucificado podremos
mantener la perspectiva ministerial correcta con el ánimo necesario.
Entre los héroes de la fe (Heb.11) hallamos algunos
que “evitaron filo de espada” (v.34) mientras que otros, en cambio, fueron
“muertos a filo de espada” (v.37). Más llamativo aún: sabemos quiénes son los que
“triunfaron” (v.32) pero de los que sufrieron y murieron no nos llega ni aún
sus nombres, siquiera como un mínimo homenaje. Tal contradicción sólo se
comprende a la luz del llamado a ser sepultado (Rom.6,4), crucificado
(Gál.2,20) por Cristo y en Cristo. Habiendo muerto, ¿qué más da “triunfar” o
“fracasar”, ser reconocido o quedar en el anonimato? El Señor mismo debe ser
nuestra única garantía, nuestra única seguridad: “El que sabe que sirve a un
Dios que nunca dejará que salga perdiendo por su causa no ha de temer los
riesgos tomados en ella.”[2]
Que más allá de todo motivo de desaliento prevalezca
la invitación del Señor, a través de su siervo Pablo: “cumple tu ministerio”
(2ªTim.4,5b). Es una invitación especialmente valiosa porque nos llega de un
siervo de Dios, anciano, sólo, preso, cercano a la muerte, quien, sin embargo,
mantenía viva la pasión por su Señor y, por causa de Él, por el ministerio.
4.
Ministerio edificador/liberador. Las
personas no nos pertenecen, no son de nuestra propiedad; la meta no es que nuestro
ministerio prospere sino que el reino de Dios se extienda en la vida de los hijos
de Dios. No hay lugar para paternalismos ni delirios de grandeza porque la
tarea que nos ha encomendado el (único y suficiente) Señor de la iglesia es
“perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Ef.4,12), acompañarles
en su propio proceso de madurez “a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a
todo hombre” (Col.1,28).
Así entendido, el
ministerio respecto de las personas consiste en ayudarlas a ser cada vez más
dependientes de Dios y menos dependientes de nosotros mismos. No estamos
llamados a cultivar admiradores ni menos aún adeptos o seguidores. Ser de Pablo
o de Apolos o de Pedro es pecado; y fomentar esas actitudes también es pecado.
Nuestro galardón es ver cómo las personas que ministramos crecen, maduran en
santidad y en su propia intimidad con el Señor, nutridas en alguna medida por
nuestra labor: “sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con
tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en
tablas de corazón” (2ªCor.3,3)
¿Y de la autoridad?
Lamentablemente en ocasiones los ministros del Evangelio ceden a la tentación
de querer “cobrar” de algún modo su labor en términos de poder, dominio. “Auctoritas”
tiene que ver en última instancia con una práctica de servicio, mientras que
“potestas” apunta al mando. ¿Quién manda? Cristo. ¿Quién sirve? Nosotros.
Olvidar esa ecuación sólo traerá confusión y dolor al pueblo de Dios y sus
ministros (Mt.20,25-28).
5.
Ministerio retador. “El acontecimiento será nuestro maestro
interior” (E. Mounier). Porque el ministerio pastoral se realiza a ras de
suelo, respondiendo a las circunstancias concretas que rodean a las personas,
hay que señalar precisamente en este tiempo un nuevo y numeroso grupo humano
que requiere atención pastoral preferente: la “plataforma de afectados por la
caída del espíritu pequeño-burgués de la clase media”. La Iglesia de Jesucristo en Occidente sufre en
buena medida esa “moderación respetable tan alejada de la locura del Cristo
crucificado” (Kierkegaard), el espejismo de un cristianismo incoloro, inodoro e
insípido. Las consecuencias de todo tipo que la crisis económica ha descargado
sobre el apocado espíritu pequeño-burgués de la clase media, suponen un nuevo
desafío y una nueva oportunidad para un ministerio pastoral que se quiera a sí
mismo fiel al Evangelio de Jesucristo, que se atreva a desenmascarar la mentira
de un cristianismo barato, a restaurar en el alma de los cristianos el precio
de ser discípulos de Jesús, el desapego de los valores del mundo, vivir en
Cristo y para Cristo, no para nosotros (2ªCor.5,15). De esta forma, las amenazas
de la crisis se convierten en oportunidades de regeneración de la Iglesia de
Jesucristo, única manera de que aporte un mensaje (encarnado) relevante para
este generación que de la crisis sólo ve su aspecto dramático.
Las exigencias internas de la vida comunitaria de la
iglesia pueden absorber fácilmente el tiempo, la atención, y robar la
perspectiva del ministerio pastoral así como de la misión de la iglesia que,
según la voluntad de su Señor Jesucristo, consiste en: “que se predicase en su
nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones”
(Lc.24,47). Reducir la iglesia a un fin en sí mismo y procurar su autosatisfacción
en sus actividades es pervertir su naturaleza de instrumento de bendición para
el mundo, anunciando y encarnando el mensaje de salvación y reconciliación de
los hombres con Dios por medio de la cruz de Jesucristo. El pastor es el primer
responsable de mantener la visión de la iglesia centrada en su verdadera
misión, haciendo que su propio ministerio responda a esa perspectiva.
Una palabra final de ALIENTO.
Algunos de nosotros no podemos presentar un
curriculum ministerial impoluto. Hemos sido usados por Dios para traer
bendición a algunas personas pero hay otras a quienes hemos decepcionado. Cualquier
reflexión sobre el ministerio cristiano deviene en motivo de desaliento a
cualquier siervo consciente de sus muchas limitaciones salvo que, como el
apóstol Pablo, diluya su insuficiencia en la perfecta suficiencia divina:
“nuestra competencia proviene de Dios” (2ªCor.2,16; 3,5).
Esa perspectiva esperanzadora nos permite servir al
Señor con alegría siempre, pese a todo (Sal.100,2; Heb.13,17; 1ªP.5,2). “Nuestro gozo es un gozo
asediado, pero siempre será impertérrito por el triunfo de Cristo. Y nuestro
gozo es un gozo lleno de lágrimas, pero nuestras lágrimas son las lágrimas de
gozo centrado en Dios …. La paz y la satisfacción de nuestras almas doloridas
(…), no se derivan de las ventajas de la excelencia profesional, sino de los
deleites de la comunión espiritual con el Cristo crucificado y resucitado.”[3]
Él es la meta, Él es la recompensa.
Emmanuel Buch
Madrid, Junio 2.015
Conferencia
presentada en el Encuentro nacional de pastores de la Iglesia
Evangélica Cuadrangular. Guadarrama, 6 de junio de 2.015