martes, 18 de junio de 2024

¿CONVENCIDOS DE SU AMOR? 1ª Juan 4,16b-21

 

Como un perrito que, asustado, huye del abrazo de quienes le aman cuando le sobresalta un estruendo, así nos sucede a algunos de nosotros con nuestro Padre celestial: no confiamos del todo en su abrazo, en el abrazo incondicional del padre al hijo pródigo, al que mira como hijo mientras éste se siente como un cerdo. Es comprensible: qué difícil entender que Dios nos ama de manera perfecta, cuando las relaciones humanas dan motivo para temer y desconfiar y son causa de decepciones y desengaños. Pese a todo, podemos alcanzar una comprensión más honda y viva del amor de Dios, que nos llene de confianza y de paz, ante el presente y ante la eternidad.

 

1. LA VIDA EN EL AMOR. Muchos traductores y estudiosos inician un nuevo párrafo a partir del v.16b. “La razón de esta forma de dividir el capítulo es que hay cierto paralelismo en cuanto a la palabra amor en 4:7, 4:11 y 4:16b. Estos versículos, y las secciones que representan, desarrollan el tema del amor.”[1]

“Dios es amor” (v. 16b). Esa declaración ya ha sido dicha varias veces antes. Un amor gratuito, universal y eterno, ofrecido en Jesucristo a todos sin excepción (Jn.3,16; 1ªTim.2,4; Tit.2,11) Ahora tiene el propósito de afirmar la confianza en la ternura del Padre, echar fuera toda forma de miedo (para con Dios y con la vida) y exhortar a reproducir ese amor para con los semejantes.

“Se ha perfeccionado el amor en nosotros” (v. 17). El amor de Dios se ha manifestado en plenitud entre nosotros. ¿Cómo? En que Dios “nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (v.10). Esa es la base de nuestra confianza plena en el favor de Dios, ante el juicio y ante la vida: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom.8,31-32). La convicción del amor de Dios está en la Cruz de Jesucristo en favor de todos nosotros. No puede estar en las circunstancias que componen nuestra biografía porque el marco de esta vida terrenal es un marco de dolor por causa del pecado que la contamina: “Todos los días tienen su pena grande o su preocupación pequeña.”[2] Dicho por Jacob: “pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Gén.47,9). O en palabras de Job: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores” (14,1)

“El que ama a Dios, ame también a su hermano” (vv.19-21). El verdadero entendimiento de esta verdad no conduce a la autojustificación perezosa como algunos temen: una vida convencida, sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, “inevitablemente” (aunque imperfectamente) extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8). Amar es cumplir la Ley, cumplir la voluntad de Dios: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Rom.13,10). Dicho en términos poéticos: “el amor es la belleza del alma”[3].

 

2. ¿TEMOR EN EL AMOR?

“El que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (v. 18). ¿Qué significa esa frase tan enigmática? Algunas versiones enfatizan que debemos llegar a amar a Dios perfectamente: “Por eso, el que teme, no ha llegado a amar perfectamente” (Dios habla hoy); “La por i el càstig van junts; per això només té por el qui no estima Déu plenamente” (Biblia interconfesional, català).

La mayoría de las versiones, sin embargo, enfatizan la necesidad de entender plenamente el perfecto amor que Dios nos tiene. Ese es el énfasis más preciso considerando los versículos anteriores, en particular el v.17. Esta es la traducción (libre) que más me gusta: “No hay por qué temer a quien tan perfectamente nos ama. Su perfecto amor elimina cualquier temor. Si alguien siente miedo es miedo al castigo lo que siente, y con ello demuestra que no está absolutamente convencido de Su amor hacia nosotros” (v.18 paráfrasis: “La Biblia al día”).

“Juan nos dice cómo puede comprobar cada uno cómo ha progresado en el amor; mejor dicho, cómo el amor ha progresado en él”[4]. Porque: “cuanto más dentro penetra el amor, más fuera es arrojado el temor”[5]. Si temo, si dudo del perdón divino, de su plena aceptación, incondicional y universal, es que, aún no estoy plenamente convencido de su amor.

¿Cómo es posible que algunos (que son hijos de Dios) sigan teniendo miedo del Padre? ¿Cómo es posible que algunos duden de la aceptación, del abrazo del Padre, quien es amor? ¿Por qué permanece alguna medida de temor, de desconfianza práctica acerca de lo que Dios siente por mí? ¿Acaso no lo sabemos? ¿Acaso no lo creemos? Sí, pero todavía no como debemos saberlo y creerlo: en/por el Espíritu.

 

3. DEJARNOS CONVENCER POR EL ESPÍRITU.

En un ejercicio reflexivo podemos entender, creer, en el amor gratuito de Dios para con todos nosotros en Jesucristo; incluso la afirmación según la cual: “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom.5,20b). Pero si esa verdad no termina de calar en nuestras entrañas, sigue quedando un poso de desconfianza: “quizás Dios ame así a otros, ¿pero a mí? No lo puedo creer porque yo no lo merezco.”. Y es que, como alguien dijo, la distancia más grande es la que va de la cabeza al corazón, de la comprensión a la vivencia. Quizás por eso el Salmo 136 insiste machaconamente que “para siempre es su misericordia”.

Comprendo y experimento el amor que Dios me tiene, no por vías intelectuales, sino espirituales, por la manera en que somos enseñados y convencidos por el Espíritu Santo: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1ªCor.2,13), Y es que las cosas que son del Espíritu de Dios “se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,14b).

Por eso el apóstol Pablo ora al Padre para que “nos fortalezca con poder en el hombre interior por su Espíritu” y así comprendamos debidamente el amor que Dios tiene por nosotros (cfr. Ef.3,14-17). “Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios” (Ef.3,18-19) (Biblia interconfesional).

Este es uno de los ministerios de la persona del Espíritu Santo en nuestras vidas, del Ayudador (parakletós, Jn.14,16): “él os enseñará todas las cosas” (Jn.14,26), “él os guiará a toda la verdad” (Jn.16,13). El Espíritu Santo es “la unción” que “os enseña todas las cosas” (1ªJn.2,27). Hay un tiempo para estudiar y hay un tiempo para dejarse enseñar, convencer en las entrañas (Teresa de Jesús): esa es labor del Espíritu Santo. Y nada ni nadie más puede hacerlo como Él lo hace. Por eso debemos aprender a callar y esperar confiadamente en Él y su acción en nuestro interior.


Mi respuesta. Una buena manera de medir nuestra comprensión real del amor gratuito de Dios es comprobar si podemos reproducir alguna medida de ese carácter en nuestra relación con los demás. El apóstol lo enseña a Tito (3,3-8): la experiencia del amor recibido tiene un impacto transformador como ningún otro estímulo puede producir (sea miedo, responsabilidad, etc). “Me di cuenta que era cristiana porque podía perdonar”, me dijo una hermana. Como decíamos al principio, una vida sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8).

Pero mucho más importante que este fruto es cuidar su raíz, su origen: la enseñanza del Espíritu Santo en nuestras entrañas, del universal, incondicional y gratuito amor de Dios en Jesucristo para con todos nosotros. No te apresures para pensar, razonar, o hacer: toma tiempo, todo el tiempo necesario, para venir delante del Espíritu del Señor, en silencio, confiadamente, para dejarte enseñar, para dejarte convencer por Él, para dejarte cautivar de su mano por el amor acogedor del Padre. El creciente “entendimiento espiritual” de esa verdad transformará tu vida de forma creciente: 1) te acercará en amor al Padre, 2) te acercará en amor a tus semejantes, y 3) te afirmará en Él ante las exigencias de la vida.



[1] S. Kistemaker: Santiago y 1-3 Juan. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1992. Pg. 386.

[2] Victor Hugo: Los miserables. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Volumen 2. Pg. 180.

[4] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 160.

[5] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 163.