sábado, 22 de junio de 2024

DE HIELES Y MIELES EN EL MINISTERIO CRISTIANO

Placer verdadero es servir al Señor,

no hay obra más noble

ni paga mejor

(Himnario de las iglesias evangélicas)

 

“Servid a Jehová con alegría”. Esto dice la Biblia. Esta es la invitación de Dios a sus siervos. Habrá que servirle, pues, con integridad, abnegación, renuncia y sacrificio, aún hasta la muerte si fuera necesario. Pero también con alegría, con agrado, de buen grado, “de buena gana” (1ªP.5,2 -Dhh).

 

1. ¿POBRE DE MÍ?

No comparto el tono victimista con que hablamos en ocasiones del ministerio cristiano, del ministerio pastoral en concreto. No es fácil el ministerio, bien lo sé tras casi cuarenta años de dedicación pastoral “a tiempo completo”. En iglesias pequeñas que no pueden sostener económicamente a su pastor, el esfuerzo se multiplica porque los pastores deben ser bi-empleados (bi-vocacionales es una expresión fallida: las personas podemos tener dos empleos pero sólo tenemos una vocación). En iglesias grandes que sostienen a su pastor, éste se siente en la permanente necesidad de justificar con mucho esfuerzo propio el esfuerzo económico de la iglesia. En estas iglesias grandes el cuidado de todos sus miembros resulta agotador por inabarcable. En las iglesias pequeñas no hay límite a la atención de los pocos miembros en sus necesidades. Podríamos seguir mencionando exigencias, desafíos, conflictos, …

Y con todo, el Padre celestial nos invita a servir con alegría. No hacerlo así lleva al agotamiento, la renuncia y, aún peor, la amargura o el cinismo que son, en última instancia, frutos de la incredulidad.

Quizás haya algo aún más lamentable: la imagen negativa que proyectamos a otros del ministerio pastoral. Cuando todo son lamentos, suspiros o quejas, ¿cómo pretendemos alentar a quienes comienzan a preguntarse si el Señor Jesucristo les llama a servirle en el ministerio pastoral? Deberíamos preguntarnos si la impresión que ofrecemos de nuestra experiencia ministerial alienta a otros o más bien les desanima.

 

2. NO ES EL COMPROMISO, ES EL ENTUSIASMO

De la percepción negativa de nuestro ministerio no nos librará por sí solo el sentido de compromiso, la severa responsabilidad. Ese es un estímulo insuficiente, se agota más o menos pronto. Algunos pastores “están comprometidos pero ya no ilusionados”. Sólo nos sostendrá el entusiasmo, la alegría.

Y el entusiasmo no lo alimentan la admiración o parabienes de quienes nos rodean. Todo eso es pasajero, fluctuante. A veces, simplemente tampoco los merecemos. El fuego del entusiasmo sólo lo aviva la intimidad personal con Jesús. No, no es una frase hecha ni un recurso fácil, ni una verdad elemental: es la esencia misma de la motivación ministerial si ha de ser sostenida en el tiempo, en todo tiempo. “En este mundo donde los hombres nos olvidan, cambian sus actitudes hacia nosotros según les dicten sus intereses privados, y revisan su opinión acerca de nosotros por la causa más banal, ¿no es acaso una fuente de maravillosa fortaleza el saber que el Dios con el que tenemos que ver no cambia, que su actitud hacia nosotros ahora es la misma que tenía en la eternidad pasada, y tendrá en la eternidad por venir?”[1]

Aún podemos ir un poco más lejos, sin faltar a la verdad: esencialmente, nuestro único ministerio es Jesús mismo. Él, conocerle a Él, ser transformados por Él, a semejanza suya, permaneciendo ante Él, centrados en Él; Él, única meta, único propósito y única y suficiente recompensa de todo ministerio. Cualquier otra motivación será como una llamita que el viento apagará al menor soplido. Por eso, una vez más merece la pena considerar la respuesta de la madre Teresa de Calcuta al periodista que le preguntó: “¿Dé dónde le viene su vocación por los pobres?” Aquella mujer menuda respondió sin vacilar: “No, mi vocación no son los pobres; mi vocación es pertenecer a Cristo …. y el trabajo que hago por los pobres es mi amor por Jesucristo puesto en acción.”[2]

“Cristo es mi pasión, Él es mi recompensa”, cantamos en nuestras iglesias. Este fue el lema del conde Zinzendorf y los hermanos moravos, allá por el siglo XVIII: “Solo tengo una pasión, es Él y sólo Él”. Eso es todo y es suficiente para mantener avivar la llama del entusiasmo, para mantener vivo el gozo de servirle a Él, cualquiera sea el ministerio que nos haya encomendado.

 



[1] A.W. Tozer:El conocimiento del Dios santo. Miami: Editorial Vida, 1996. Pg. 61.