martes, 24 de septiembre de 2024

ELOGIO DE LA INOCENCIA

 

Ofelia, transparencia de la lúcida inocencia

 

1. NOSTALGIA DE INOCENCIA

Luis Eduardo Aute: “El niño que miraba el mar”

https://youtu.be/wHYQG9PPdR0?si=y6r6h2gV7v21C2KT

 

Como Aute, a menudo los adultos sentimos nostalgia de la inocencia de la (nuestra) infancia, de no haber podido retener en nuestro corazón esa transparencia del alma. Pero, paradójicamente, al mismo tiempo expulsamos la inocencia de nuestras vidas como una virtud imposible, nada práctica. Bien al contrario, acostumbramos a vivir y relacionarnos obedientes a la sentencia que afirma: “piensa mal y acertarás”; y así vamos desarrollando un sentido íntimo de prevención, que acaba siendo anticipo de malicia, como una manera inevitable de defendernos. Definitivamente, la inocencia no tiene buena reputación en nuestra cultura. La inocencia y sus sinónimos como ingenuidad o candidez se perciben con una carga semántica negativa, peyorativa. De hecho, nuestra sociedad parece empeñada en robar cuanto antes la inocencia a nuestros niños.

 

2. SABIDURÍA DE LA INOCENCIA. Como en tantas otras cosas, el Evangelio de Jesucristo nos invita a una percepción bien diferente. En primer lugar, por nuestro propio bien como personas. “Piensa mal y acertarás” suele ser verdad a menudo pero a ese refrán le falta otra parte que también es verdad: “piensa mal y acertarás, … pero envenenarás tu alma”. Vale la pena ser engañado de vez en cuando con tal de no dejarse envenenar por el mal, por no envilecer el corazón. Aún los filósofos griegos clásicos afirmaban, y algunos lo encarnaron en sus vidas, que es preferible moralmente ser víctimas antes que verdugos.

Pero aún más importante, es precisamente por su inocencia, esa capacidad transparente para creer, para confiar sin atisbo de duda, que advierte Jesús: “el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mr.10,15). Y para humillación de la sabiduría adulta, que es “magisterio de la sospecha”, añade: “escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt.11,25). No es un canto a la ignorancia sino a la inocencia; no es rechazo de la madurez sino de la malicia, tal como a menudo exhorta el apóstol Pablo: “quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Rom.16,19b); “sed niños en la malicia” (1ªCor.14,20).

 

3. NACER A LA LÚCIDA INOCENCIA. A menudo tenemos que lamentar dolorosamente hacernos adultos lejos de Dios, porque esa es una manera torcida de crecer, que abre la vida al pecado que tanto daño nos hace y con el que tanto dañamos a otros.

El pecado es una perversión del estado adulto cuando es vivido lejos de Dios. Entonces el alma se llena de oscuridad y no tenemos por más que confesar a la manera de Tolstoi: “Hay todavía demasiado fango en el fondo de mi alma”. Entonces la nostalgia de la inocencia perdida se hace dolorosa. Nos gustaría poder cambiar elementos de nuestra biografía, volver atrás para hacer muchas cosas de otra manera. “Hemos cometido errores, ¿verdad?” me decía una “vieja” amiga.

 La chilena Violeta Parra escribió un poema que la argentina Mercedes Sosa popularizó, “Volver a los 17”: Volver a los diecisiete, / Después de vivir un siglo / Es como descifrar signos / Sin ser sabio competente / Volver a ser de repente / Tan frágil como un segundo / Volver a sentir profundo / Como un niño frente a Dios / Eso es lo que siento yo / En este instante fecundo.

Jesús nos invita, no a volver a los 17, sino volver a nacer si queremos recuperar la inocencia, la posibilidad de comenzar de nuevo para ver el reino de Dios (Jn.3,3); recuperar la inocencia para ser de otra manera. Para ser como Él. Y ser puros, “limpios de corazón”: éstos verán a Dios (Mt.5,8).

Crecemos de verdad, nos hacernos verdaderamente adultos, cuando en lugar de crecer decrecemos en nuestra condición natural y, desde las entrañas, desde el interior, nacemos y crecemos de nuevo a semejanza de Jesús: “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor” (2ªCor.3,18)

“…. Por el Espíritu del Señor”. Esto es muy importante. El vivir cristiano no consiste en un esfuerzo agotador de la voluntad, moldeándonos a nosotros mismos; consiste en el descubrimiento asombrado de ver cómo diariamente el Espíritu Santo va formando el carácter de Cristo en nosotros (Gál.4,19), como Jesús dice de la semilla que “brota y crece sin que él [el hombre que echa la semilla] sepa cómo” (Mr.4,27). Así es el crecimiento del reino de Dios en nosotros, “porque de suyo lleva fruto la tierra” (Mr.4,28), “inevitablemente” poderoso si crece a impulsos del Espíritu Santo.

Como recordaban los primeros cuáqueros, Dios siembra en quienes abren a Él sus vidas a la manera confiada de un niño pequeño, una Semilla divina (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9), a Jesús mismo por el Espíritu Santo: “… fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Ef.3,16-17). Así es posible nacer de nuevo, volver a esa inocencia ajena a lo sucio, lo perverso, lo injusto. No es una inocencia boba, es lúcida inocencia, es pureza de corazón que sana el alma. Y así ser adultos sin dejarnos envilecer por el mal.

Dios mismo, como Padre bueno vela por sus hijos, nos defiende, para que viviendo como ovejas en medio de lobos, éstos no nos devoren (Mt.10,16). Podemos confiar; en el contexto de esa enseñanza, Jesús nos deja también una promesa: “¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre. Él os tiene contados aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengáis miedo, vosotros valéis más que muchos gorriones” (Mt.10,29-31 -NVI). Este es el desafío de la fe, no sólo confesar las verdades del Credo sino poner esas convicciones en acción: el Padre que nos invita a vivir como ovejas, puede ejercer de Pastor de manera suficiente para protegernos de los lobos. Y así vivir como adultos la manera del reino de Dios, ser plenamente hombres a la manera del Hijo del Hombre.

 

Mi respuesta. Damos gracias a Dios por cada niño que nace porque es imagen viva de esa lúcida inocencia que estamos llamados a reproducir por el Espíritu, no importa cuántos años hayamos cumplido, cuantos títulos académicos acumulado, o cuánto prestigio social hayamos alcanzado.

Damos gracias a Dios porque en Jesús podemos recuperar la verdadera y sana condición de adultos. Si tu vivir como adulto ha dejado entrar en tu alma demasiado fango, acércate a Jesús para que puedas nacer a otra vida; una vida limpia porque todos tus pecados son perdonados en la Cruz; una vida nueva en semejanza al carácter de Jesús; una vida eterna porque el compromiso de amor de Dios para con sus hijos es un compromiso que va más allá de la muerte.