martes, 6 de febrero de 2024

EVANGELIO DE JESÚS: LA VERDAD QUE TRANSFORMA

¿Qué es el Evangelio?

Una mujer atea, blasfema, que hoy está enamorada de Jesús y le saltan las lágrimas en la alabanza. Eso es el Evangelio.

Una mujer de vida absolutamente desordenada, en muchos sentidos, que hoy es una sierva de Dios cuya vida bendice a muchos. Eso es el Evangelio.

Un hombre que sufrió intentos de suicidio, que hoy tiene una vida equilibrada y en orden. Eso es el Evangelio.

Un hombre mujeriego y entregado a excesos de todo tipo, que hoy bendice a Jesús por cómo ha transformado su vida. Eso es el Evangelio.

Una mujer que cambiaba sexo por droga, que hoy tiene una vida siempre gozosa en Jesús. Eso es el Evangelio.

No he tenido que buscar esas historias en los libros. Esos hombres y mujeres forman parte de mi comunidad. Y tantas otras historias similares, de ruina y de restauración. Me conmuevo cuando veo en los tiempos de alabanza cómo sus rostros muestran qué es el Evangelio: poder de Dios para salvación, salvación integral, salvación en términos pasados, presentes y futuros. En cuanto al pasado, por el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios en Jesús. En cuanto al futuro, por una expectativa esperanzada que alcanza hasta la eternidad. En cuanto al presente, por una nueva vitalidad, un nuevo estilo de vida. Todo esto y más es el Evangelio de salvación. Un pasaje del Nuevo Testamento ilustra la magnitud del Evangelio de Jesucristo, como la verdad transformadora: Efesios 3,14-21.


1. “EN EL HOMBRE INTERIOR POR SU ESPÍRITU” (v.16b). Desde el momento que abrimos nuestra vida a Jesús como Salvador y Señor, Él viene a nuestras vidas de una manera real, por el Espíritu Santo, quien planta la semilla de la nueva vida (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9). Esa vida “no procede de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1,13). Porque “lo que es de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn.3,6); “la carne para nada aprovecha; el espíritu es el que da vida” (cfr.Jn.6,63). 

 

2. “QUE HABITE CRISTO”: VIDA NUEVA, LA VIDA DE JESÚS (v.17a). ¿En qué consiste esa vida nueva que el Espíritu desarrolla en nuestro espíritu? En la vida misma de Jesús: “que habite Cristo por [medio de] la fe en vuestros corazones”. “El poder (sobrenatural) no es para milagros, sino para el mayor de los milagros, el milagro continuado de la morada de Cristo en sus corazones mediante la fe. (…) Él [Dios] desea llenarnos de su presencia, lo que debe significar con su propia naturaleza, su santidad, amor, y gracia.”[1]


Dos palabras en griego pueden traducirse como “habitar”. Una, “paroikeó”, implica habitar un lugar como extraño, alguien que está de paso, como un extranjero fuera de su hogar (2,19). La otra, “katoikeó”, que usa el apóstol en 3,17 se refiere a una residencia fija, permanente, a quien habita un hogar del que es propietario[2]. Nadie puede arrebatarnos la semilla de Su presencia. Más aún esa pequeña semilla de mostaza está llamada a crecer: “y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mt.13,32). El Padre desea que Jesús sea formado en nosotros (Gál.419) por su Espíritu (2ªCor.3,18). Es un proceso lento porque somos “vasijas de barro” pero Él ha empeñado su palabra de hacerlo posible.


3. PARA CONOCER Y CRECER EN EL AMOR (v.17b-19). Esa vida nueva nos arraiga (árbol) y nos cimenta (edificio) en el amor (v.17b). Y genera un estilo de vida anclado y expresado en amor, amor ágape, sacrificado, abnegado, gratuito, cada día un poco más lejos de una “confortable mediocridad”[3] meramente religiosa. La presencia interior de la Trinidad del amor en nosotros, nos permite “comprender” (v.18) y “conocer” (v.19) de forma experimental el amor de Jesús, el amor de la Trinidad. Y nos permite entrar en la verdad, porque sólo se entra a la verdad por el amor (San Agustín). Y esto, no como una vivencia cerrada a los demás, sino junto con todos los santos (v.18), en un camino compartido, de mutua edificación.


4. SABER y SABER SABER (en el Espíritu). Es importante saber estas verdades pero más importante aún, saber como hay que saberlas: no en la mente sino enseñadas por el Espíritu divino en las entrañas. El Evangelio es verdad pero la letra de la verdad no transforma, lo hace el Espíritu dentro de nosotros. Como alguien dijo: necesitamos teología, conocimiento de las verdades de Dios, pero necesitamos aún más teofanía, manifestación de Dios. 

Emil Brunner, un teólogo protestante suizo, escribió un libro central en su obra que tituló: “La verdad como encuentro”. No conceptos, sino encuentro personal, relacional con la persona de Jesús; no palabras sino vida, vida nueva en Jesús. En el caso de E. Brunner no se trataba de teoría: escribió también un libro sobre la esperanza cristiana, después de la muerte de dos de sus hijos.

Siglos antes, los pietistas alemanes del siglo XVIII se rebelaron contra una ortodoxia protestante, cierta pero carente de vida, buscando que esas verdades fueran vivificadas en ellos por la enseñanza del Espíritu Santo.

En el siglo XVII  lo dejó escrito Blas Pascal en una pequeña nota cosida al forro de su levita: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo.”

También en los siglos XVII y XVIII los primeros cuáqueros recuperaron la verdad central de que el Evangelio es un “conocimiento vivo”[4], para no caer en la triste condición de ser “sabios en la letra pero extraños para la vida”[5] 

Podríamos retroceder en la historia de la Iglesia hasta llegar a los textos del Evangelio que enseñan esta verdad a menudo olvidada: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt.11,25). Resuenan los pasajes bíblicos en este escrito: “Los mansos, los humildes, los quebrantados de corazón, los débiles, los pobres, los bebés, los niños pequeños, estos son a los que el Padre enseña. Estos tienen esa preservación e instrucción que pierden las mentes sabias, conocedoras y juiciosas (según la consideración del hombre). De ahí que lo insensato de Dios sea más sabio que el hombre, y lo débil de Dios más fuerte que el hombre. Dios ha escogido en cada hombre lo que no es, para llevar a nada todo lo que está en él, de modo que la carne no se glorifique en Su presencia, ni ningún hombre se jacte delante del Señor de la salvación de su alma”[6]

¿Por qué éstos? Porque tienen menos prejuicios, menos prevenciones en su sabiduría humana, una confianza “inocente” en Dios, un dejarse moldear humildemente por el Espíritu de Dios.

El apóstol Pablo fue un gran intelectual de su tiempo, en filosofía y teología. Pero recordaba a los cristianos corintios que “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ªCor.2,4-5). “La verdadera religión consiste en Espíritu, poder, virtud, vida, no en la antigüedad de ninguna forma que pasa, sino en la novedad del Espíritu que permanece para siempre. Consiste en ser nacido del Espíritu, en permanecer en el Espíritu, en vivir, caminar y adorar en el Espíritu. Sí, en llegar a ser y crecer en el Espíritu y en la vida eterna, porque ‘lo que es nacido del Espíritu, espíritu es’.”[7]


Mi respuesta. El Evangelio es verdad transformadora, poder de Dios para salvación en el sentido más amplio de la palabra. “Si a partir del caos, Su omnipotencia ha producido tantas maravillas en la creación del mundo, ¿qué no hará Él en tu alma (creada a su propia imagen y semejanza) si te mantienes constante, quieto y rendido a Él, bajo un verdadero sentido de tu propia nadedad?”[8] De hecho, puede hacer “todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (v.20).

Espíritu Santo, muéstranos a Jesús, vivifica la Palabra en mí. Espíritu Santo, dame en mi espíritu la vida de Jesús. 



[1] Stanley Horton: El Espíritu Santo. Miami: Editorial Vida, 1992. Pg. 227.

[2] Cfr. John Stott: La nueva humanidad. El mensaje de Efesios. Illinois: Ediciones Certeza, 1987. Pg. 131.

[3] André Trocmé: Jesus and the nonviolent revolution. Herald Press, Scottdale, Pa.: Herald Press, 1973. Pg. 168.

[5] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 95.

[6] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 284.

[7] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 215.

[8] Anónimos: Guía a la paz verdadera. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 58.