sábado, 30 de marzo de 2024

MORIR PARA VIVIR EN JESÚS, POR SU ESPÍRITU

 

Jesús quiere hacerse entender por todos de modo que sus enseñanzas están llenas de ilustraciones. Pero pensadas para sus primeros oyentes, hace 2000 años, en una sociedad muy familiarizada con la agricultura. Nosotros conocemos la dinámica de la semilla que se siembra y produce fruto … pero muchos no lo hemos visto con nuestros ojos. Es un proceso prodigioso: una semilla diminuta, aparentemente si vida, es enterrada para que, aparentemente, ahí quede definitivamente olvidada. Pero poco después brota de la tierra un tallo y poco después del tallo hojas y poco más tarde frutos llenos de vida. Al menos, muchos podemos recordar que pasamos por la carretera junto a campos yermos que, cuando pasamos de nuevo meses después, están repletos de cereales llenos de fruto. Esa imagen quiere trasladarnos Jesús para hablar de una realidad espiritual análoga: Juan 12, 20-26.


1. LA GLORIFICACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE. “Ha llegado la hora” (v.23). Jesús se refiere a su Pasión, muerte y resurrección. Es la hora de su glorificación, paradójicamente, por medio del sufrimiento. “El grano de trigo” (v.24): Grano o semilla, la idea es la misma. La muerte e incluso la descomposición de la semilla es el camino, único camino, para que produzca fruto, vida.

Tal como anticipaban gráficamente los sacrificios de la Ley, tal como anticiparon los profetas (Is.53), y tal como Jesús mismo anunció (Jn.3,16): su muerte ganó nuestra reconciliación con Dios: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1ªP.3,18). Nuestra culpa ante el Dios santo debía ser pagada; Jesús lo hizo en nuestro lugar y el Padre le levantó de los muertos para dar fe que su sacrificio fue válido y fue suficiente: “Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” (Rom.4,25)


2. REGENERACIÓN Y SANTIFICACIÓN DE LOS HIJOS DE LOS HOMBRES. “La solemne verdad contenida en el versículo 24 se aplica a Cristo, y sólo a él. Sólo él muere como sustituto, y al hacerlo así produce mucho fruto. Sin embargo, hay un principio análogo que actúa en la esfera de los hombres. Es el que se afirma en los versículos 25, 26.” [1]


2.1. Salvación, reconciliación. “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr.1,14-15) La salvación, la reconciliación con Dios pasa por el arrepentimiento y la fe, el reconocimiento quebrantado de nuestros pecados y la confianza en el sacrificio de Jesús para el perón de nuestros pecados. En otras palabras, la muerte a toda forma de confianza en nosotros mismos, el reconocimiento de nuestra “bancarrota espiritual” (J. Stott), para confiar sólo y enteramente en Jesús. Esa es la condición de los “pobres en espíritu” (Mt.5,3): y (sólo) “de ellos es el reino de los cielos” (Mt.5,3).

Este “morir” a nosotros mismos y este “resucitar” en Jesús, no produce sólo reconciliación con Dios, salvación, sino que sus frutos son mucho más abundantes. Mencionaremos sólo dos más:


2.2. Adopción. “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál.3,26); “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gál.4,6) No sólo “escapamos de las llamas del infierno”, somos y seremos por la eternidad, ¡hijos de Dios, adoptados como hijos por el Dios de amor!


2.3. Regeneración. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración [palingenesías -renacimiento] ...” (Tito 3,5). ¿En qué consiste la regeneración, este “nuevo nacimiento” (Jn.3,3)? “El pecador, en su estado natural, está espiritualmente muerto en sus delitos y pecados. En la regeneración lo que era muerto recobra vida. (…) por el nuevo nacimiento, el pecador justificado se transforma en una nueva creación[2]


3. REGENERACIÓN Y SANTIFICACIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO Esa nueva vida, una semilla de Dios (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9), está llamada a desarrollar el carácter del Hijo del Hombre en nosotros. Y más importante aún: nada de todo lo dicho pasa por nuestra vida natural sino por la acción del Espíritu Santo morando en nosotros. La vieja naturaleza con sus pecados y también con sus capacidades, debe morir para dejar lugar a la semilla de Dios, la vida del Espíritu Santo en nosotros. Morir para vivir. No hay otro modo.


3.1. Arrepentimiento y fe. “La experiencia de conversión es, de comienzo a fin, obra del Espíritu Santo. (…) Comienza ‘redarguyendo’ (o convenciendo) al mundo en cuanto al ‘pecado, a la justicia y al juicio’ (Juan 16.8-10). (…) Habiéndonos hecho ver nuestro pecado, y habiéndonos mostrado nuestro Salvador, el Espíritu Santo nos impulsa a arrepentirnos y a creer, y de este modo a experimentar el nuevo nacimiento.”[3] Y esa conciencia de pecado que despierta el Espíritu Santo no es sólo una experiencia inicial, está llamada a ser continua para hacernos cada vez más sensibles a toda forma de pecado en nuestro vivir como hijos de Dios.


3.2. Regeneración, nuevo nacimiento. Regeneración, nuevo nacimiento, … son expresiones que describen esa realidad espiritual que ninguna voluntad humana hace posible, porque es sólo acción de la persona del Espíritu Santo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Jn.3,6). “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración [palingenesías -renacimiento] y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3,5). “Nuestra regeneración es un acto creador de parte de Dios, no un proceso reformador de parte del hombre.”[4] Dicho a la manera de los primeros cuáqueros: “La regeneración es el cambio de hombre que ocurre mediante el nacimiento que es del Espíritu. La criatura se desnuda de su propia naturaleza, de su propio entendimiento, de su propia voluntad y se forma de nuevo en el vientre del Espíritu. La vieja criatura pasa y surge una nueva, la cual crece diariamente en la nueva vida hacia la plenitud de Cristo.”[5]


3.3. Santificación. “La verdadera religión (…) Consiste en ser nacido del Espíritu, en permanecer en el Espíritu, en vivir, caminar y adorar en el Espíritu. Sí, en llegar a ser y crecer en el Espíritu y en la vida eterna, porque ‘lo que es nacido del Espíritu, espíritu es’.”[6] “… transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor” (2ªCor.3,18).

“La verdadera santificación consiste en el crecimiento de la Semilla y en su propagación sobre el corazón y sobre todo el hombre, tal como sucede con la levadura. Cristo es formado por la fe en el corazón y según crece esta Semilla, según se propaga esta Levadura, según crece este Hombre, así hace santa a la persona en quien Él crece.”[7]


Mi respuesta. Comenzamos la nueva vida por el Espíritu Santo y crecemos en esa vida nueva por el Espíritu Santo: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar en la carne?” (Gál.3,3)

Para ese nuevo vivir debemos crucificar el yo. “Lo viejo debe ser eliminado, realmente eliminado, y lo nuevo debe ocupar su lugar. La carne y el yo deben ser absolutamente destruidos.”[8]

Para ese nuevo vivir debemos aprender a esperarlo todo de Dios. “Basta ya de su propia voluntad, basta ya de su propia marcha, basta ya de su propio deseo de saber o de ser algo. Sumérjase en la Semilla que Dios sembró en el corazón; deje que crezca en usted, que sea en usted, que respire en usted, que actúe en usted, (…) Cuando usted tome la cruz para sí y permita que la Semilla se esparza y se convierta en un yugo sobre usted, será renovado, disfrutará la vida y la herencia eterna en la Semilla.”[9] “En realidad esta es la verdadera religión: La experiencia del Espíritu de Dios que comienza algo en el corazón, la espera del corazón en Él por más de su Espíritu, y caminar con Él en Su espíritu conforme le place avivar, conducir, extraer y fortalecer.”[10]

¡Ve! ¡Corre! ¡Saca al Espíritu Santo de la celda oscura donde le encerraste tanto tiempo, sácale del fondo de tu alma donde le olvidaste! ¡muere tú, déjale a Él vivir en ti! 

Madrid, 31 Marzo 2024

Domingo de Resurrección



[1] W. Hendriksen: El Evangelio según San Juan. Grand Rapids, MI.: Libros Desafío, 1981. Pg. 357.

[2] Billy Graham: El Espíritu Santo. El Paso, Tx.: Casa Bautista de Publicaciones, 1980. Pg. 60.

[3] John Stott: Sobre la Roca. Cómo crecer en la vida cristiana. Buenos Aires: Certeza Unida, 2007. Pgs. 114-115.

[4] William Evans: Las grandes doctrinas de la Biblia. Grand Rapids, Mi.: Editorial Portavoz, 1974. Pg. 155.

[7] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 54.

[8] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 28.

[9] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pgs. 224-225.

[10] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 227.


martes, 12 de marzo de 2024

VIDAS SIN MANCHA NI CONTAMINACIÓN (Filipenses 2,15)


Nací en Puerto Sagunto (Valencia), junto al mar Mediterráneo. Hoy su playa tiene premios europeos pero hace unas décadas era un desastre: el puerto que servía a la siderúrgica cercana recibía y despedía barcos mercantes que ensuciaban la playa sin ningún rubor. Era frecuente salir del agua manchado de todo tipo de porquería, sobre todo alquitrán que no se despegaba del cuerpo ni aún frotando con lejía. Todos hemos visto imágenes similares en televisión: cómo las rocas, las gaviotas, se manchan de petróleo y la vida se hace imposible.

Esa contaminación ensucia los cuerpos pero existe otro tipo de contaminación que mancha el alma humana; manchas que arruinan la vida espiritual. De esa contaminación y de esas manchas nos advierte la Palabra de Dios; nos enseña a identificarlas, evitarlas y limpiarlas.

 

1. UNA GENERACIÓN MALIGNA. “Una generación torcida” (NVI) “Un mundo lleno de gente perversa y corrupta” (NTV). Es imposible asomarse a la calle sin que nos golpeen por todos los medios noticias de suciedad y contaminación moral: políticos corruptos (y quienes disculpan la corrupción si son “nuestros corruptos”, que más corruptos son los otros), famosos que alardean de sus “relaciones abiertas” que no son sino adulterios e infidelidades, opositores que falsean sin rubor sus curriculum para ganar puestos en las oposiciones de méritos, …y por supuesto, asesinatos, robos, violaciones, …

¿Qué hace un cristiano como tú en una sociedad como esta? Así como quien vive junto a un vertedero termina por no percibir el mal olor, el discípulo de Jesús corre peligro de dejar de percibir contaminación alrededor y llegado ese punto, mancharse también su alma sin darse cuenta de su propia suciedad espiritual. El Señor en su Palabra nos exhorta a un llamado inexcusable: “llevar una vida limpia” (NTV).


2. HIJOS DE DIOS SIN MANCHA (deshacer una excusa). Parece que el pensamiento de algunos es: “dado que todo es un asco, seamos todos asquerosos, revolquémonos todos en la suciedad”. Pero no todo es un asco. Ni todos asquerosos. En el mismo periódico que leo de miserias morales y corrupción leo de un matrimonio madrileño que en 9 años ha recibido en acogida a 14 bebés tutelados por la Comunidad de Madrid. Un matrimonio cincuentón, él empleado de banca y ella ama de casa, padres de tres hijos propios. Un matrimonio en el que uno al menos debe teletrabajar para atender los bebés y en el que ambos asumen las renuncias propias de la paternidad y la maternidad, además de no pocas limitaciones como no poder viajar fuera de España[1].

No, no todo es un asco ni es inevitable chapotear en la porquería moral que nos rodea, ni menos aún dejarnos contaminar el alma. Todo lo contrario: la Palabra de Dios nos exhorta a alimentar el alma, a pensar en: “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; …” (Filip.4,8). En otras palabras: alimentar el alma con todo lo que sea inspirador, donde quiera que sea que lo veamos. Y dicho a la inversa: cerrando el corazón a toda forma de suciedad moral, venga de donde venga.

Esta primera medida nos debe llevar a examinar de qué ingredientes nos alimentamos espiritualmente. ¿Qué serie estás viendo? ¿Qué novela estás leyendo? ¿De qué amistades te rodeas? ¿Cómo son tus conversaciones? ¿Qué paginas de youtube visitas? … ¿Qué te aportan? ¿Qué pensamientos despiertan? ¿Qué emociones, qué deseos te producen?

Cuando entras en el mar las olas te salpican inevitablemente. Si el agua es limpia, limpia tu cuerpo y ayuda a cicatrizar tus heridas, … Si el agua está sucia de alquitrán, te llevarás el alquitrán a tu casa. Si dejas salpicar tu alma de porquería, la porquería se apoderará de ti. Así como aquellos que tienen que limpiar de suciedad las playas se cubren con ropaje protector, el cristiano debe aprender a vivir cada día cubierto con “toda la armadura de Dios” (Ef.6,11).

 

3. POR AMOR DE CRISTO (3,8) (deshacer otra excusa). Demasiado a menudo vemos que la maldad tiene éxito en nuestra sociedad. Ya lo registraba el salmista: “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde” (Sal.37,35). ¿Cómo negarlo? ¿Para qué debería estudiar una joven y acabar con un trabajo mal pagado cuando puede ganar más dinero del que podemos imaginar apareciendo desnuda en only fans, o ofreciéndose como sugar baby? ¿ Por qué tendría que madrugar un joven para ir al trabajo y ganar apenas nada si puede hacerse millonario trampeando de mil maneras? ¿Por qué ser virtuoso y no un miserable moral?

Pablo, que escribe desde la cárcel, que tiene que ver cómo otros, “cuyo dios es el vientre” (3,19), tienen “éxito” entre algunos cristianos, escribe a pesar de todo: “para mí el vivir es Cristo” (1,21), “cuantas cosas eran para mí [y lo siguen siendo para otros] ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (3,7). Sólo la fascinación por Jesús, sólo un corazón atrapado por el amor con que Dios nos trata en Jesús, será riqueza suficiente para resistir la tentación de “otras riquezas”. Sólo quien está convencido de haber hallado en Jesús una perla preciosa está dispuesto a renunciar a todo por Él (Mt.13,45-46).

 

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Esto mismo repetía mi abuela materna. Una mujer sencilla, de vida humilde en una masía de Lleida, que lo perdió todo en la guerra civil y después sufrió no sólo la pobreza sino el estigma de ser protestante. Pero decía a menudo: “aunque no hubiera cielo, ha merecido la pena obedecer al Señor”.

Dios es santo, puro, sin mancha. Y Suya será la última palabra. Por eso: “No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades. (…) Mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores. Porque los brazos de los impíos serán quebrantados; mas el que sostiene a los justos es Jehová.” (Sal.37: 7,16-17). “Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” (Sal.37,3-4). Creo a Jesús cuando dice que la puerta ancha lleva a la pérdida de humanidad en el presente y a la ruina completa en la eternidad; creo a pesar de todo que la puerta estrecha que Él aconseja lleva a la vida (Mt.7,13-14)

 

4. “BRILLAR COMO LUCES RADIANTES” (NTV): “brillar como antorchas en el mundo” (La Biblia al día). Jesús se nombraba a sí mismo “el Hijo del Hombre”. Sólo podemos ser plenamente humanos a imagen de Jesús. Las gentes necesitan urgentemente que se les recuerde que necesitan a Jesús para ser plenamente humanos. ¿Quién les enseñará a serlo? Los discípulos de Jesús si vivimos como tales. Trayendo esperanza de plenitud de vida para esta vida y para la eternidad. Pero poca esperanza le queda a esta sociedad si también los cristianos damos por buena la sociedad, poca esperanza si la sal (nosotros) pierde su sabor.

Hemos sido salvados por Dios para ser cada uno de nosotros “sin mancha” (Ef.1,4) y para ser juntos una iglesia sin mancha (Ef.5,27). Para presentarnos sin mancha delante de su gloria (Judas 24). Para traer luz a este mundo de oscuridad.

 

Mi respuesta. Suplico al Espíritu Santo que me ilumine a mí, delante de la Palabra, con su luz poderosa, deslumbrante, para que yo pueda ver cada mancha en mi alma por pequeña que sea. Suplico al Espíritu santo que venza todas mis excusas para que pueda reconocer todas las fuentes de suciedad que permito que salpiquen mi alma y me de valor para cerrar esas puertas. Suplico al Espíritu Santo que me permita ver a Jesús como “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apoc.22,16), el tesoro por el que gozosamente merece la pena venderlo todo a cambio (Mt.13,44). Espíritu Santo, muéstranos a Jesús en la hermosura de su gloria, “la hermosura del Dios nuestro” (Is.35,2b).



AMAR A LA MANERA DE JESÚS


Vivir “a lo cristiano” es vivir a la manera de Jesús, amando a la manera del amor de Jesús, amar costosamente, ministerialmente. A la manera, por ejemplo, de Albert Schweitzer (ver anexo al final del texto).


1. AMOR DE DIOS EN JESUCRISTO. Vidas como la de A. Schweitzer no se fundamentan en ideologías humanas. No las necesitan. Brotan del impacto del Evangelio de Jesucristo, resumido en esta expresión: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3,16). Esta declaración es mucho más que una receta para ir al cielo, es toda una comprensión del corazón amoroso de Dios y de la existencia cristiana, entendida en términos de apertura amorosa, que se expresa, al menos, en tres valores: universalidad, donación (apertura al otro) y acogida.

1.1. UNIVERSALIDAD. El amor divino es de carácter expansivo, para toda la humanidad sin excepción. Repetidamente leemos en el texto bíblico: “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10,34; Romanos 2,11; Gálatas 2,6; Efesios 6,9; Colosenses 3,25).

1.2. DONACIÓN. El amor divino se manifiesta como donación sacrificial, salida de sí mismo para ofrecerse costosa y gratuitamente en la Cruz de Jesús.

1.3. ACOGIDA. El amor divino tiene carácter universal, ilimitado, sin acepción de personas, siempre sacrificial y, por tanto, no rechaza a nadie. Denuncia el mal pero se resiste a desesperar de nadie, a descalificar a nadie como “un caso perdido” (Ez.18: 23, 32).

 

2. AMOR CRISTIANO EN JESUCRISTO. La vida cristiana es la vida de Cristo; vivir “a lo cristiano” es vivir a la manera del carácter de Cristo, vidas des-centradas, en donación, en apertura costosa a nuestros semejantes, guiados por Jesús y sus proyectos concretos para cada uno de nosotros. Capacitados por la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas.

A la luz de Jn.3,16 podemos decir que amar a la manera de Jesús es amar sin negar el amor a nadie, cualquiera sea su condición, color de piel, o nacionalidad (universalidad): “Nuestra patria es el mundo, nuestros conciudadanos toda la humanidad” (W. Garrison, s. XIX). Amar a la manera de Jesús es amar costosamente, no porque “me viene de paso” sino renunciando a la propia agenda (donación). Amar a la manera de Jesús es amar sin desesperar, pacientemente (acogida).

¡Cuánto nos cuesta amarnos/cuidarnos un poco menos a nosotros mismos y amar/cuidar un poco más a los demás! Quizás por eso nos gusta complicarlo todo. Durante siglos los estudiosos de la Biblia discuten las implicaciones de la “kénosis” (vaciamiento) de Jesús (Filip.2,5-8): cuántos, cuánto y por cuánto tiempo perdió Jesús algunos de sus atributos divinos al asumir la naturaleza humana. Pero olvidamos a menudo la enseñanza más evidente: la negación de uno mismo en favor de los otros.

En su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz (1979), la madre Teresa de Calcuta dijo: “El amor para ser verdadero tiene que doler. (…) Amar hasta que duela[1]. Su modelo era el amor de Dios; por eso comenzó su discurso citando Jn.3,16. “Porque me dueles te amo” (Carlos Díaz). Dicho en otras palabras: amar a la manera de Jesús no tiene como meta la satisfacción personal; es, al contrario, un ejercicio de donación servicial: amar como ministerio.

Para amar así no hay necesidad de ir a Lambarene o a Calcuta: “Hay Calcutas por todas partes si tienes ojos para verlas. Encuentra tu Calcuta”[2]. Tu Lambarene, tu Calcuta puede ser tu padre, tu madre, que son ancianos y frágiles. Puede ser tu hijo, rebelde, sufriendo y haciendo sufrir por su rebeldía. Tantas realidades exigentes, porque nos exigen esfuerzo y renuncia. Si puedes vivirlas como ministerio, de la mano de Jesús, con la fortaleza del Espíritu, estarás amando como Jesús.

Para amar así no hay necesidad de ir a Lambarene o a Calcuta. Pero quizás tú sí debes ir a Lambarene, o Calcuta, o Nepal, o las favelas de Sao Paulo. Guiado por Jesús y sus proyectos concretos para ti. Guiada por Jesús y sus proyectos concretos para ti. Ir … pero no como un privilegiado, como un señorito, como un rico entre los pobres sino “abrazando la pobreza para poder comprender a los pobres”[3].

 

Mi respuesta. Nada de todo lo dicho hasta aquí tiene que ver con el compromiso sino con el entusiasmo (“si quieres que te ayuden a construir un barco no les enseñes los planos, llévales a ver el mar); no entusiasmo con los necesitados sino entusiasmo con Jesús. Es la vivencia agraciada de ser amados por Él la que modela nuestra vida para amar como Él nos ama.


ANEXO

ALBERT SCHWEITZER[4]

Inicios

Albert Schweitzer nació en 1875 en Kaysersberg, en la región de Alsacia y Lorena que entonces era parte del Imperio alemán, hoy Francia. Además del problema fronterizo, de las dos nacionalidades que tuvo y de los dos idiomas que utilizó, un hecho curioso que lo impresionó de niño es que en su pueblo la mayoría católica compartía la iglesia con los protestantes luteranos, a los que él pertenecía. Schweitzer creció en el seno de una familia que por generaciones valoró mucho la educación, la música y la religión. En 1899 obtuvo en la Universidad de Estrasburgo un doctorado en Filosofía con las mejores calificaciones, y luego otro en Teología con una tesis que versó en la vida y las convicciones de Jesucristo.

 

Teólogo y músico

Como joven teólogo protestante Schweitzer se volvió un experto en el Nuevo Testamento, lo que le dio gran reputación. La visión del mundo de Schweitzer se basaba en la veneración por la vida. Percibía una decadencia en la civilización occidental, debido a un paulatino abandono de las raíces éticas y la afirmación de la vida. Valoraba como principio más alto el respeto a la vida. Por eso, algunos compararon su filosofía con la de San Francisco de Asís. Schweitzer fue muy respetado por poner en práctica estas teorías en su propia vida.

Desde niño, disfrutó la música y así se convirtió en un organista famoso. Se interesó especialmente por la música de Bach. Inclusive aprendió a construir órganos, lo que hacía muy bien. Su música fue grabada y está disponible. Años después, al partir a África, llevó un piano a pedal preparado para que sirviera en el trópico, el cual usó hasta antes de morir.

 

Medicina

En 1905 tomó la decisión de trabajar en África, pero no como pastor sino como misionero médico. Para ello tenía que ser médico, así que volvió a la universidad para empezar a estudiar Medicina. Tuvo que escuchar las protestas de amigos, familiares y colegas. Entonces ya tenía 30 años. Con mucho esfuerzo y dedicación logró graduarse de médico en 1911. Su tesis trató sobre el estudio psiquiátrico de Jesús. En 1912 se casó con Helene Bresslau, hija de un germanista alemán judío.

 

Su primer viaje al África

En 1913, ya como médico, viajó con su esposa a una colonia francesa en África Ecuatorial (hoy Gabón), específicamente al pueblo de Lambaréné, donde fundó un pequeño hospital para la población nativa. Durante los primeros 9 meses, él y su esposa atendieron a unos 2000 pacientes; algunos habían viajado días y cientos de kilómetros hasta el hospital. Su esposa, Helene, era anestesista y lo ayudó mucho. Tenían que atender enfermedades tropicales y parasitarias, lepra, cirugías, algunas de emergencia, además de tener que resolver problemas de fetichismo, temores y hasta canibalismo, entre otros. Un tiempo después hicieron el primer hospital con ambientes de examen, de cirugía, de espera, un dispensario y un cuarto para esterilizar materiales. Schweitzer era allí médico-cirujano, pastor de la congregación, administrador de la villa, supervisor de las construcciones, escritor de libros educativos, músico y anfitrión de visitantes. En la Primera Guerra Mundial, por ser él y su esposa alemanes, fueron capturados, pero por presión popular se les permitió seguir trabajando.

 

1918 y el regreso a Europa

Al inicio de 1918 fueron trasladados a Francia y a mediados de año retornaron libres y como ciudadanos franceses a Alsacia, poco antes de que su esposa diera a luz a su única hija. Por motivos de salud de ambos pasaron algunos años en Europa. Trabajó como médico asistente y con el pastor en Estrasburgo, y daba recitales de órgano, lo que le permitió pagar sus deudas y juntar fondos para la misión en África.

 

De vuelta en África en 1924

En 1924 volvió a Lambaréné, sin su esposa que, por motivos de salud, permaneció en Europa. Allí estuvo, salvo por algunas pausas cortas, hasta el final de su vida. Tuvo a nuevos asistentes y enfermeras y contó con sustancias como el salvarsán para las úlceras por sífilis. Construyeron un nuevo hospital más grande y funcional. Viajó muchas veces a Europa para dar conferencias en instituciones educativas, y cada vez fue ganando más reconocimiento internacional. De 1939 a 1948 y debido a la II Guerra Mundial, permaneció en Lambaréné, sin poder viajar a Europa. Recién en 1948 pudo hacerlo, para seguir divulgando los logros y necesidades en África.

 

Reconocimientos y legado

Escribió muchas obras de valioso contenido filosófico y humanista. En 1952 obtuvo el Premio Nobel de la Paz. [Prize motivation: “for his altruism, reverence for life, and tireless humanitarian work which has helped making the idea of brotherhood between men and nations a living one”. Albert Schweitzer received his Nobel Prize one year later, in 1953.] Los fondos los destinó al leprosorio de Lambaréné. Se opuso a las pruebas nucleares junto con Albert Einstein, Otto Hahn y Bertrand Russell. En 1928 recibió en Frankfurt el Premio Goethe, en 1948 la Legión de Honor y en 1955 la Orden del Mérito de la Reina Isabel II, además de doctorados honorarios de muchas universidades. En 1940 se creó el Albert Schweitzer Fellowship (ASF) que, actualmente apoya a unos 250 graduados de Medicina y ciencias de la salud a desarrollar vidas de servicio. Esta red tiene más de 2000 miembros y cada año sirve a más de 150 por 3 meses en Lambaréné, como parte de su último año de estudios médicos.

Albert Schweitzer falleció un 4 de septiembre de 1965 y fue enterrado en Lambaréné.

 



[1] AAVV.: Construir la paz. Los discursos de las mujeres Premio Nobel de la Paz. Altamarea Ediciones, 2023. Pg. 83.

[2] Shane Claiborne: Irresistible Revolution. Grand rapids, MI.: Zondervan, 2006. Pg. 89.

[3] AAVV.: Construir la paz. Los discursos de las mujeres Premio Nobel de la Paz. Altamarea Ediciones, 2023. Pg. 81.

[4] Cfr. https://www.galenusrevista.com/?Albert-Schweitzer Consultado 23 Febrero 2024.

miércoles, 14 de febrero de 2024

JUSTICIA SOCIAL Y GRACIA CRISTIANA

 1. GRACIA DIVINA. No conozco religión que no pudiera suscribir la declaración del salmista bíblico: “Dios es justo y ama la justicia” (cfr. Salmo 11,7) y que, por tanto, en una manera u otra no aliente a sus fieles a procurar la justicia en todos los ámbitos, también la justicia social.

Este quehacer ético exige responder a cuestiones derivadas: qué hacer y cómo hacerlo. El cristianismo responde a estas preguntas empapado en un concepto de carácter existencial y no sólo teológico: la gracia (un término particularmente aprecio por el cristianismo protestante). “La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”, dice el Evangelio (Juan 1,17b). Bien podríamos decir que, desde una perspectiva cristiana, “la gracia es la verdad”. Gracia de Dios, no como limosneo sino como ofertorio de amor ni siquiera imaginado, ni pedido ni menos aún merecido por parte del ser humano (cfr. Romanos 5:8,20).

El Dios de Jesucristo se da a conocer en términos de gracia, descrita en esta declaración: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3,16). Esta afirmación uncial para el cristianismo perfila la gracia en términos de, al menos, tres valores: universalidad, donación (apertura al otro) y acogida.


UNIVERSALIDAD. El amor divino es de carácter expansivo, para toda la humanidad sin excepción. Repetidamente leemos en el texto bíblico: “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10,34; Romanos 2,11; Gálatas 2,6; Efesios 6,9; Colosenses 3,25).

DONACIÓN, APERTURA AL OTRO. El amor divino se manifiesta como donación sacrificial, salida de sí mismo para ofrecerse costosa y gratuitamente en la Cruz de Jesús.

ACOGIDA. El amor divino tiene carácter universal, ilimitado, sin acepción de personas, siempre sacrificial y, por tanto, no rechaza a nadie. Denuncia el mal pero se resiste a desesperar de nadie, a descalificar a nadie como enemigo irreconciliable.

 

2. GRACIA HUMANA. La vida cristiana es la vida de Cristo; vivir “a lo cristiano” es vivir a la manera del carácter de Cristo, no a golpes de voluntarismo sino esculpido por la acción de la persona del Espíritu Santo. Es un des-vivirse gratuitamente a impulsos de la gracia recibida. Tal es la demanda de Jesús a sus discípulos “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10,8b) y, por tanto, la enseñanza de sus apóstoles: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Santiago 2,1). La vida del discípulo de Jesús es un vivir responsabilizado por el prójimo, requerido en última instancia, no por su rostro (E. Lévinas), sino ante el rostro del Crucificado.

En consecuencia, amar la justicia social, procurar la justicia social “a lo cristiano”, sólo alcanza su carácter peculiar cuando se empapa de la gracia y de sus expresiones concretas, tal como muestra sencillamente la parábola del buen samaritano con la que Jesús mismo ilustró a sus discípulos (Lc.10,25-37).[1]

 

UNIVERSALIDAD. Procurar la justicia para mí y para los míos, todavía es nada, apenas egoísmo disfrazado con nobles palabras, atado a estadios preconvencionales y convencionales. Reivindicar la justicia para mi prójimo cuando sólo reconozco como prójimo a los ciudadanos de mi misma nacionalidad, de mi mismo idioma, o los fieles de mi misma religión, es un ejercicio de exclusivismo supremacista que la gracia enseñada y vivida por Jesús de Nazaret no permite a sus discípulos.

DONACION, APERTURA AL OTRO. Vivir a impulsos de la gracia es un vivir des-centrado de uno mismo para centrarse en Jesucristo y, en su nombre, centrarse sacrificialmente en el prójimo, sin excepción alguna. Sin la dimensión sacrificial, toda invocación de justicia (social) es mero formalismo de corazones pequeño burgueses con mala conciencia. En palabras de Martin Luther King, comentando la parábola del buen samaritano la noche antes de ser asesinado: “La primera pregunta que hizo el levita fue: ‘Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me pasará a mí?’. Pero luego pasó el Buen Samaritano e invirtió la pregunta: ‘Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué le pasará a él?’.”[2]

ACOGIDA. La aspiración del cristiano es destruir el mal sin dejar de amar al malo, para no emponzoñarse uno mismo; construir la justicia social, ganando para la causa al injusto (cfr. Mateo 5,38-48). Este ejercicio de vida paradójicamente combativo demanda la capacidad de encajar el mal sin devolverlo y es posible por la acción del Espíritu de Dios en las entrañas del ser humano.

 

3. UN CAMINO NUEVO: GRATUIDAD. Las excusas para negar la posibilidad de luchar por la justicia en estos términos son múltiples; también desde las filas de la cristiandad (entendida a la manera peyorativa con que lo hacía Kierkegaard). Pero tampoco faltan ejemplos prácticos de acciones, concretas unas y más estructuradas otras, que brotan de la convicción consecuente de que “la gracia es la verdad”.

“Forzosamente [el cristiano] habrá de estar al lado de los ‘humillados y ofendidos’, de los pequeños, de los pobres, y ello por vocación, por exigencia de Cristo, para seguir el ejemplo del Señor y para situarse en el orden del amor [frente al orden de la necesidad, que siempre es violento]. No hay otro lugar para el cristiano en el mundo, no le queda otro camino al amor (….) ello jamás deberá implicar el uso personal de la violencia ni siquiera el justificar sin reservas esas acciones.”[3]

Esta “mansedumbre implacable”[4] no es una mera estrategia, es la expresión más peculiar del carácter cristiano de resistencia y oposición activa a la injusticia social. Dicho en palabras de Denis Mukwege, médico congoleño, pastor evangélico (pentecostal) y premio Nobel de la Paz 2018 por su dedicación a mujeres víctimas de violaciones y mutilaciones genitales: “A menudo digo que lo único que puede vencer a la violencia es el amor. Amor y más amor.”[5]

En la memoria de todos están las prácticas de Martin Luther King, premio Nobel de la Paz y pastor evangélico (bautista). No sólo por sus acciones no violentas sino, especialmente, por su negativa a considerar a ningún semejante como enemigo, aspirando por el contrario a ganarle como amigo reconciliado.

Amigos, hemos seguido durante demasiado tiempo el camino que se llama práctico y nos ha llevado inexorablemente al mayor desorden y al caos. El tiempo está lleno de las ruinas de comunidades que se abandonaron al odio y a la violencia. Para la salvación de nuestra nación y para la salvación de la humanidad, debemos seguir otro camino. Esto no quiere decir que hayamos de abandonar nuestros esfuerzos por la justicia. Cada partícula de nuestra energía debe servir para librar a esta nación de la pesadilla de la segregación. Pero mientras dure esta tarea no olvidaremos nuestro privilegio ni nuestra obligación de amar. Aún detestando la segregación, amaremos a los segregacionistas. No existe otro camino para crear una comunidad de amor.

 

Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento, opondremos la nuestra para soportar el sufrimiento. A vuestra fuerza física responderemos con la fuerza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos. En conciencia, no podemos obedecer vuestras leyes injustas, porque la no-cooperación con el mal es, igual que la cooperación con el bien, una obligación moral. Metednos en la cárcel, y aun os amaremos. Arrojad bombas en nuestras casas, aterrorizad a nuestros hijos, y os amaremos todavía. Enviad en plena noche a nuestras comunidades a vuestros bandoleros para que nos apaleen y nos dejen medio muertos, y aún os amaremos. Pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día, ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros. Lanzaremos a vuestros cuerpos y a vuestras conciencias un grito que os superará y nuestra victoria será una doble victoria.

 

El amor es el poder más duradero del mundo.[6]

En términos más estructurados, es necesario recordar que la llamada “justicia restaurativa”, de relevancia creciente en estos años, tiene como padre fundador, reconocido unánimemente, al evangélico (menonita) Howard Zehr. A diferencia de nuestro sistema legal, que se preocupa de que los victimarios reciban su justo merecido, la justicia restaurativa se centra en el daño ocasionado a las personas y las comunidades, en las necesidades y roles de las víctimas. Siendo esa su principal preocupación, procura atender también al daño sufrido por los victimarios, las causas que dieron origen al delito. La justicia restaurativa trata, pues, de reparar el daño (de forma concreta o simbólica) sufrido por las víctimas, que los victimarios comprendan el daño ocasionado y asuman la responsabilidad de repararlo en lo posible, y todo esto en un proceso participativo que involucre en alguna manera a la comunidad entera. En definitiva: “El objetivo de la justicia restaurativa es generar una experiencia que sea sanadora para todos los involucrados.”[7]

III Jornadas interreligiosas “Espíritu de Córdoba”

Córdoba, 13 Febrero 2024



[1] Vernard Eller escribe unas páginas sugerentes a propósito de la relación entre justicia, libertad y gracia, desde una perspectiva que denomina “anarquía cristiana”. Cfr. Christian Anarchy. Jesus’ Primacy over the Powers. Eugene, Oregon: Wipf and Stock Publishers, 1987. Pgs. 249-258.

[2] Martin Luther King: “He estado en la cima de la montaña”. In Textos y discursos radicales. Introducción y edición de Cornel West. Buenos Aires: Tinta Limón, 2022. Pg. 294.

[4] Jacques Ellul: Contra los violentos. Madrid: SM Ediciones, 1980. Pgs. 161.

[5] Denis Mukwege: Un manifiesto por la vida. Barcelona: Ediciones Península, 2019. Pg. 31.

[6] Martin Luther King: La fuerza de amar. Barcelona: Aymá Editora, 1968. Pg. 49.

[7] Howard Zehr: El pequeño libro de la justicia restaurativa. New York, NY:  Good Books, 2007. Pg. 28.

domingo, 11 de febrero de 2024

AROMA DE CRISTO (2ª Corintios 2,14-17)

 1. Nosotros, los hijos de Dios, somos la esperanza de nuestros semejantes. (v.14a). “Nos lleva siempre en triunfo en Cristo”. La imagen hace referencia al desfile triunfal de un general romano victorioso que va seguido de su ejército y de sus prisioneros. “Con pompa y gloria, coronado de laurel, montado en su carruaje, precedido por el senado, magistrados, músicos, botín, y cautivos encadenados, el orgulloso vencedor ascendía a la Colina del Capitolio a la cabeza de sus huestes triunfadoras. Nubes de incienso llenaban el aire con sus aromas. Los pobres cautivos eran separados para la muerte, en tanto que las multitudes aclamaban al vencedor en medio del tronar de los aplausos.”[1] (Sea como soldado o como prisionero) Pablo se ve a sí mismo participando del triunfo de Dios en Jesús.

(v.14b). “Por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el (grato) olor (lit. fragancia) de Cristo.” No es sólo nuestra predicación del Evangelio, son nuestras vidas, somos nosotros mismos quienes esparcimos por donde pasamos el aroma a Jesús. Olemos a Jesús. “Pablo no es sólo el instrumento por medio del cual el perfume se expande; él mismo es ‘grato olor de Cristo’; porque Cristo vive en el apóstol al igual que el apóstol vive en Cristo, y a través de Pablo se difunde el conocimiento salvador de Dios.”[2] (v.15-16a). Ese olor, (lit. aroma) es aroma a vida para quienes hacen suyo a Jesús. Termina siendo olor a muerte para todos aquellos que lo desprecian.

El Nuevo Testamento abunda en imágenes para ilustrar esta verdad, aparentemente cargada de soberbia. Somos cartas vivas en las que las personas pueden leer a Cristo (3,3). Somos sal y luz del mundo (Mt.5,13-14). Aunque no lo saben, nuestros semejantes claman por nuestra manifestación como hijos del reino (Rom.8,19).

En definitiva, somos la esperanza del mundo. Siendo lo que somos, siéndolo de verdad. Poco visibles (sal, luz, grano de mostaza, …) pero influyentes. Nos equivocamos cuando queremos lo contrario: ganar visibilidad a costa de perder en testimonio. Y nos equivocamos también cuando nos conformamos con ser parte de la masa y no fermento en la masa (Luis Alfredo Díez).


2. Por el Espíritu. La semilla de Dios plantada en nosotros. (v.16b). “¿Para estas cosas quien es suficiente?” Pablo dice: “yo soy suficiente”. Esa suficiencia, desde luego, no procede de sí mismo, sino de la acción del Espíritu de Dios en su vida (3,5-6). “Por lo que a él respecta, la única condición que cumple es la de una honestidad a toda prueba”[3] (Eso no pueden decirlo todos. Ya en el siglo I había sinvergüenzas y vividores a costa del Evangelio). Este perfume no puede ser fabricado en un laboratorio, no hay plantas aromáticas que lo produzcan. No es fruto de la voluntad humana ni de la humana sabiduría. Es resultado de la acción de Dios por su Espíritu en el espíritu humano.

Así lo afirma de manera explícita un poco después. Somos cartas vivas en las que las personas pueden leer a Cristo, …. “escritas no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo” (3,3). Desde el momento que abrimos nuestra vida a Jesús como Salvador y Señor, Él viene a nuestras vidas de una manera real, por el Espíritu Santo, quien planta la semilla de la nueva vida (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9).

Esa vida “no procede de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1,13). Porque “lo que es de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn.3,6); “la carne para nada aprovecha; el espíritu es el que da vida” (cfr.Jn.6,63).

Es verdad, no podemos controlar la acción del Espíritu en nuestras vidas, en nuestra iglesia: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn.3,8). Pero, a cambio, en sus manos experimentamos el poder de Dios, como aquel ciego en tiempos de Jesús: “una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Jn.9,25). Ahí está la fuerza del cristiano, de la iglesia: en el testimonio de la acción de Dios por el Espíritu en nuestras vidas.

¡Cuánto nos cuesta claudicar ante la verdad de nuestra absoluta dependencia de Dios para caminar los caminos del reino, y no fiados en nuestra sabiduría o recursos humanos, naturales! Aunque una y otra vez nos advierte el Señor a través de la Escritura: “Estos confían en carros, y aquellos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová tendremos memoria” (Sal.20,7). “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y que vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.” (Sal.127,12).  “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4,6). Y de muchas maneras insiste el Nuevo Testamento: “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios” (2ªCor.10,4).

¡Cuánto nos cuesta aprender a escuchar (a Dios) más que hablar (nosotros)! Aún no hemos explorado todo lo que significa el dicho de que “Una iglesia (y una persona) de rodillas es más poderosa que un ejército de pie”.


3. Vasos de barro. “Dios (…) resplandeció en nuestros corazones, para iluminación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (4,6). Dios “nos ilumina en nuestro ser interior, de manera que nosotros (los creyentes) podamos difundir la luz”[4] ¡Qué prodigio! ¡Qué privilegio! Pero a continuación, el apóstol recuerda: “tenemos este tesoro en vasos de barro” (4,7). La “excelencia del poder” (lit. “el poder extraordinario”) es de Dios. Nosotros en Él y Él en nosotros hace posible el milagro. Sin la plenitud del Espíritu en nosotros (Ef.5,18), la vida personal, el matrimonio, el ministerio de la iglesia, ofrecen frutos tan pobres como los de cualquier persona meramente bienintencionada.

Y además debemos estar atentos y conscientes que “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1ªP.5,8).

Por eso, para participar de la nueva vida del reino de Dios y para extender en otros la vida abundante del reino de Dios, necesitamos atender a diario la exhortación del apóstol: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef.6,10). Se trata de abrir la vida al Espíritu de Dios, sin reservas y con profundo anhelo, para real en nosotros y en otros a través nuestro la vida abundante de Jesús.



[1] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pgs. 35-36.

[2] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pg. 36.

[3] Ch. Erdman: La segunda epístola de Pablo a los corintios. Philadelphia, PA.: The Westminster Press, 1974. Pg. 37.

[4] S. Kistemaker: 2 Corintios. Grand Rapids, MI.: Libros Desafío, 2004. Pg. 165.