Jesús quiere
hacerse entender por todos de modo que sus enseñanzas están llenas de
ilustraciones. Pero pensadas para sus primeros oyentes, hace 2000 años, en una
sociedad muy familiarizada con la agricultura. Nosotros conocemos la dinámica
de la semilla que se siembra y produce fruto … pero muchos no lo hemos visto
con nuestros ojos. Es un proceso prodigioso: una semilla diminuta, aparentemente
si vida, es enterrada para que, aparentemente, ahí quede definitivamente
olvidada. Pero poco después brota de la tierra un tallo y poco después del
tallo hojas y poco más tarde frutos llenos de vida. Al menos, muchos podemos
recordar que pasamos por la carretera junto a campos yermos que, cuando pasamos
de nuevo meses después, están repletos de cereales llenos de fruto. Esa imagen
quiere trasladarnos Jesús para hablar de una realidad espiritual análoga: Juan 12, 20-26.
1. LA GLORIFICACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE. “Ha llegado la hora” (v.23). Jesús se refiere a su Pasión, muerte y resurrección. Es la hora de su glorificación, paradójicamente, por medio del sufrimiento. “El grano de trigo” (v.24): Grano o semilla, la idea es la misma. La muerte e incluso la descomposición de la semilla es el camino, único camino, para que produzca fruto, vida.
Tal como
anticipaban gráficamente los sacrificios de la Ley, tal como anticiparon los
profetas (Is.53), y tal como Jesús mismo anunció (Jn.3,16): su muerte ganó
nuestra reconciliación con Dios: “Cristo padeció una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1ªP.3,18). Nuestra culpa
ante el Dios santo debía ser pagada; Jesús lo hizo en nuestro lugar y el Padre
le levantó de los muertos para dar fe que su sacrificio fue válido y fue
suficiente: “Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” (Rom.4,25)
2. REGENERACIÓN
Y SANTIFICACIÓN DE LOS HIJOS DE LOS HOMBRES. “La solemne verdad contenida en el versículo 24 se aplica
a Cristo, y sólo a él. Sólo él muere como sustituto, y al hacerlo así produce
mucho fruto. Sin embargo, hay un principio análogo que actúa en la esfera de
los hombres. Es el que se afirma en los versículos 25, 26.” [1]
2.1. Salvación, reconciliación. “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr.1,14-15) La salvación, la reconciliación con Dios pasa por el arrepentimiento y la fe, el reconocimiento quebrantado de nuestros pecados y la confianza en el sacrificio de Jesús para el perón de nuestros pecados. En otras palabras, la muerte a toda forma de confianza en nosotros mismos, el reconocimiento de nuestra “bancarrota espiritual” (J. Stott), para confiar sólo y enteramente en Jesús. Esa es la condición de los “pobres en espíritu” (Mt.5,3): y (sólo) “de ellos es el reino de los cielos” (Mt.5,3).
Este “morir” a nosotros mismos y este “resucitar” en Jesús, no produce sólo reconciliación con Dios, salvación, sino que sus frutos son mucho más abundantes. Mencionaremos sólo dos más:
2.2.
Adopción. “todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál.3,26); “Dios
envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los
que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”
(Gál.4,6) No sólo “escapamos de las llamas del infierno”, somos y seremos por
la eternidad, ¡hijos de Dios, adoptados como hijos por el Dios de amor!
2.3. Regeneración. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración [palingenesías
-renacimiento] ...” (Tito 3,5). ¿En qué consiste la regeneración, este “nuevo
nacimiento” (Jn.3,3)? “El pecador, en su estado natural, está espiritualmente
muerto en sus delitos y pecados. En la regeneración lo que era muerto recobra
vida. (…) por el nuevo nacimiento, el pecador justificado se transforma en una
nueva creación”[2]
3. REGENERACIÓN Y SANTIFICACIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO Esa nueva vida, una semilla de Dios (1ªP.1,23; 1ªJn.3,9), está llamada a desarrollar el carácter del Hijo del Hombre en nosotros. Y más importante aún: nada de todo lo dicho pasa por nuestra vida natural sino por la acción del Espíritu Santo morando en nosotros. La vieja naturaleza con sus pecados y también con sus capacidades, debe morir para dejar lugar a la semilla de Dios, la vida del Espíritu Santo en nosotros. Morir para vivir. No hay otro modo.
3.1. Arrepentimiento y fe. “La experiencia de conversión es, de comienzo a fin, obra del Espíritu Santo. (…) Comienza ‘redarguyendo’ (o convenciendo) al mundo en cuanto al ‘pecado, a la justicia y al juicio’ (Juan 16.8-10). (…) Habiéndonos hecho ver nuestro pecado, y habiéndonos mostrado nuestro Salvador, el Espíritu Santo nos impulsa a arrepentirnos y a creer, y de este modo a experimentar el nuevo nacimiento.”[3] Y esa conciencia de pecado que despierta el Espíritu Santo no es sólo una experiencia inicial, está llamada a ser continua para hacernos cada vez más sensibles a toda forma de pecado en nuestro vivir como hijos de Dios.
3.2.
Regeneración, nuevo nacimiento. Regeneración, nuevo nacimiento, … son expresiones
que describen esa realidad espiritual que ninguna voluntad humana hace posible,
porque es sólo acción de la persona del Espíritu Santo: “Lo que es nacido de la
carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Jn.3,6). “Nos
salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración [palingenesías
-renacimiento] y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3,5). “Nuestra
regeneración es un acto creador de parte de Dios, no un proceso reformador de
parte del hombre.”[4] Dicho
a la manera de los primeros cuáqueros: “La regeneración es el cambio de hombre
que ocurre mediante el nacimiento que es del Espíritu. La criatura se desnuda
de su propia naturaleza, de su propio entendimiento, de su propia voluntad y se
forma de nuevo en el vientre del Espíritu. La vieja criatura pasa y surge una
nueva, la cual crece diariamente en la nueva vida hacia la plenitud de Cristo.”[5]
3.3.
Santificación. “La verdadera religión (…) Consiste en ser nacido del Espíritu, en
permanecer en el Espíritu, en vivir, caminar y adorar en el Espíritu. Sí, en
llegar a ser y crecer en el Espíritu y en la vida eterna, porque ‘lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es’.”[6]
“… transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el
Espíritu del Señor” (2ªCor.3,18).
“La verdadera santificación consiste en el crecimiento de la Semilla y en su propagación sobre el corazón y sobre todo el hombre, tal como sucede con la levadura. Cristo es formado por la fe en el corazón y según crece esta Semilla, según se propaga esta Levadura, según crece este Hombre, así hace santa a la persona en quien Él crece.”[7]
Mi respuesta. Comenzamos la nueva vida por el
Espíritu Santo y crecemos en esa vida nueva por el Espíritu Santo: “¿Habiendo
comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar en la carne?” (Gál.3,3)
Para ese nuevo vivir debemos crucificar el yo. “Lo viejo debe ser eliminado, realmente eliminado, y lo nuevo debe ocupar su lugar. La carne y el yo deben ser absolutamente destruidos.”[8]
Para ese nuevo vivir debemos aprender a esperarlo todo de Dios. “Basta ya de su propia voluntad, basta ya de su propia marcha, basta ya de su propio deseo de saber o de ser algo. Sumérjase en la Semilla que Dios sembró en el corazón; deje que crezca en usted, que sea en usted, que respire en usted, que actúe en usted, (…) Cuando usted tome la cruz para sí y permita que la Semilla se esparza y se convierta en un yugo sobre usted, será renovado, disfrutará la vida y la herencia eterna en la Semilla.”[9] “En realidad esta es la verdadera religión: La experiencia del Espíritu de Dios que comienza algo en el corazón, la espera del corazón en Él por más de su Espíritu, y caminar con Él en Su espíritu conforme le place avivar, conducir, extraer y fortalecer.”[10]
Madrid, 31 Marzo 2024
Domingo de Resurrección
[1] W. Hendriksen: El
Evangelio según San Juan. Grand Rapids, MI.: Libros Desafío, 1981. Pg. 357.
[2] Billy Graham: El Espíritu Santo. El Paso, Tx.:
Casa Bautista de Publicaciones, 1980. Pg. 60.
[3] John Stott: Sobre la Roca. Cómo crecer en la vida
cristiana. Buenos Aires: Certeza Unida, 2007. Pgs. 114-115.
[4] William Evans: Las
grandes doctrinas de la Biblia. Grand Rapids, Mi.: Editorial Portavoz,
1974. Pg. 155.
[5] Isaac Penington, 1616–1679: Los escritos de Isaac Penington, volumen
I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 53.
[6] Isaac Penington: Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 215.
[7] Isaac Penington: Los
escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 54.
[8] Isaac Penington: Los
escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 28.
[9] Isaac Penington: Los
escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pgs. 224-225.
[10] Isaac Penington: Los
escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 227.