Decimos que cada uno forja su propia biografía
pero eso no es del todo cierto; la vida de cualquier persona no es sólo fruto
de su voluntad sino de las circunstancias en que está inmersa, las que afectan
a su vida cotidiana y las que parecen dominar la Historia. Sobre todas ellas,
en última instancia, los propósitos de Dios son la palabra definitiva: “El
corazón del hombre piensa su camino; más Jehová endereza sus pasos” (Prov.16,9).
Tampoco los ministerios cristianos fueron planificados idealmente, en abstracto,
sino que fueron modelados en el crisol de los acontecimientos que les rodearon.
Así fue y así pasó con la vida y el ministerio pastoral de Juan Luis Rodrigo
Marín.
I.-
LOS DATOS (SÓLO) DATOS SON
Juan Luis Rodrigo nació en Alicante el 3 de
Julio de 1923. Su padre tuvo que emigrar unos años a Argentina por motivos
laborales mientras su madre regentaba un estanco de tabacos. Su adolescencia y
primera juventud se vieron marcadas por el horror de la Guerra civil y la
miseria de la postguerra. Estudió en la Escuela Superior de Comercio y ganó una
plaza en el Banco Hispano-Americano en
Alicante, empleo que perdió tras pasar seis meses hospitalizado por una
grave dolencia pulmonar. La enfermedad despertó en él inquietudes espirituales
que le llevaron a participar intensamente en prácticas católico-romanas que no
saciaron sus anhelos.
Conoció el Evangelio en la iglesia evangélica bautista
de Alicante y entregó su vida a Jesucristo junto a su esposa respondiendo a una
predicación del pastor Ramón Taibo. Él mismo relató su conversión: “En 1946 mi
madre entró en relación con la viuda del pastor bautista de Alicante que la
consoló. Ocasionalmente, mi madre iba a los cultos, en aquel tiempo
clandestinos, que el pastor bautista celebraba de vez en cuando en casa de esta
viuda. Después de la guerra civil mi salud era mala y creía que iba a morir.
Empecé a acudir regularmente a la misa católica y me ocupé de otras prácticas
religiosas, pero no estaba satisfecho. Mi madre puso un Nuevo Testamento en mis
manos y empecé a ir con ella a los cultos. Acepté a Cristo y encontré el cielo
en la tierra. En julio de 1947 fui bautizado, juntamente con mi esposa, en una
bañera en casa de uno de los diáconos de la iglesia bautista de Alicante.”[1]
Contrajo matrimonio con Josefina López Pérez
el 20 de Febrero de 1947. Dios bendijo esa unión de más de sesenta años con
cinco hijos: Eunice, Dámaris, Juan David, Rubén y Gerson –éste ya en la
presencia de Dios. En Septiembre de 1949 marchó con su esposa al seminario
Bautista, que en aquellos años estaba en Barcelona. Su esposa tuvo que regresar
a Alicante, según las normas del Seminario en aquel tiempo, al quedar
embarazada, añadiendo un elemento más de dificultad. Un amigo de juventud en la
iglesia bautista de Alicante que planeaba ingresar como él en el seminario
bautista falleció poco antes de comenzar los estudios; D. Juan Luis recordaba
aquella triste experiencia como un claro ejemplo de que la biografía de cada cual
está siempre en las manos de Dios, más allá de intenciones o proyectos personales.
En junio de 1951, al terminar sus estudios
teológicos, asumió el pastorado de la iglesia bautista del barrio de Usera en
Madrid, donde ya había estado sirviendo como estudiante en el verano anterior.
Al tiempo, colaboraba con la Primera Iglesia
Bautista de Madrid (c/ General Lacy) por la enfermedad de su pastor. En
Noviembre del mismo año D. Francisco Fernández partía a la presencia de Dios
después de un ministerio fecundo de veinte años en Lacy (1931-1951) y Juan Luis
Rodrigo siguió ayudando a la iglesia mientras ésta buscaba un nuevo pastor. Por
su púlpito desfilaron los nombres más sobresalientes de la obra bautista
española y también otros siervos de Dios muy reconocidos. Sin embargo, para sorpresa
de muchos, la iglesia finalmente ofreció el pastorado a Juan Luis Rodrigo, que
a menudo decía de sí mismo: “no soy profeta, ni soy hijo de profeta” (Amós
7,14). En Noviembre de 1952 Juan Luis Rodrigo se incorporó como pastor de la Primera
Iglesia Evangélica Bautista de Madrid. De esta manera un hombre joven,
inexperto, sin “pedigrí” evangélico, asumía el pastorado de una de las iglesias
señeras del protestantismo español.
El resto es historia. Durante su ministerio en
Lacy, entre 1952 y 1990, la iglesia creció en todos los sentidos. De su seno
salieron más de veinte pastores que han servido a Cristo en varios continentes
y se abrieron cerca de veinte iglesias en
la Comunidad de Madrid y en toda España. Tras muchos esfuerzos la iglesia inauguró un nuevo templo en 1979
que ha sido punto de encuentro para los evangélicos de Madrid. Además, Juan
Luis Rodrigo estuvo en primera línea del protestantismo español a través de
diversas responsabilidades: presidente de la UEBE, de su Colegio Pastoral, de
la Comunidad Bautista de Madrid, del Consejo de dirección de la Sociedad
Bíblica, profesor del Seminario Teológico Bautista Español, vocal de la
Federación Bautista Europea, miembro
fundador y secretario de la Comisión de Defensa Evangélica, …
Cumplió buena parte de su ministerio bajo la
pesada losa de un periodo funesto de la Historia de España, gris como el color
de los policías de aquella época. Sería imposible hacer siquiera un resumen de
las humillaciones, trabas e inconvenientes que sufrieron los evangélicos
españoles en aquellas décadas: iglesias clausuradas, prohibición de todo
testimonio público, prohibición de reunión, prohibición de bodas, prohibición
de cortejos fúnebres, prohibición de cantar himnos en los cultos y en ocasiones
aún en las casas, …... Juan Luis Rodrigo, en una carta a la MBE para solicitar
ayuda a la reconstrucción del templo, describe así la situación en 1954: “Los
gobernadores de provincias recibieron una circular del Ministerio de la
Gobernación en la que daban instrucciones para reprimir cualquier crecimiento o
‘proselitismo’ de la minoría protestante. A partir de esa fecha se tuvo una
década de fuertes oposiciones y persecuciones manifestadas en cárceles, multas,
clausura de templos y una multitud de sinsabores en la vida de las
congregaciones y familias bautistas.”[2] Ya
jubilado, Juan Luis Rodrigo recordaba aquel tiempo: “Así pues, por unas décadas
después de los 40 los evangélicos fuimos puestos en la línea de los comunistas
y los masones (…) A dónde viajábamos, en qué trabajábamos, en qué nos
ocupábamos, cuáles los gustos, reuniones familiares, excursiones festivas y otras
cosas normales de la vida diaria podían ser objeto de investigación. Vivíamos
ya acostumbrados a estar vigilados. Todo esto, que en cierto sentido, parecían
cosas de cuentos ridículos, han sido realidades muy reales y muchas veces
dolorosas.”[3]
Tras su jubilación en Diciembre de 1990, Juan
Luis Rodrigo trasladó su residencia a Ondara (Alicante). En aquella localidad
cercana a Dénia siguió realizando una fiel labor de testimonio personal y de siembra
de la Palabra de Dios, además de colaborar con diversas iglesias de la zona.
Sus posibilidades ministeriales se vieron limitadas en los últimos años de vida
por un severo tratamiento de diálisis y otras dolencias de las que Dios le
libró definitivamente llevándole a Su presencia el 15 de Septiembre de 2008.
A pesar de dificultades e inconvenientes de
todo tipo, también personales como una grave intervención quirúrgica de corazón
en 1978, Dios bendijo y prosperó el ministerio de Juan Luis Rodrigo, que
produjo frutos abundantes en la primera iglesia bautista de Madrid, en la Obra
bautista y en el protestantismo español. Todo eso lo han explicado y lo
explicarán otros con mejor conocimiento que yo. Mi intención ahora es otra;
quiero recordar algunas facetas de la persona y del ministerio de Juan Luis
Rodrigo que dejaron una huella imborrable en muchos de nosotros y que siguen
siendo todavía hoy un legado inspirador.
II.-
(MI) JUAN LUIS RODRIGO MARIN: LA PERSONA Y SU MINISTERIO
Podemos referirnos a Napoleón recitando las
fechas de sus batallas, el número de victorias o derrotas, pero eso es
completamente impersonal, nada nos dice del ser humano que sigue escondido tras
esos datos. Por el contrario, cuando hablamos o escribimos de alguien cercano
afectivamente lo hacemos en términos de lo que esa persona es para nosotros, describimos
el “entre" que se creó en
el diálogo cordial yo-tú, que hace que aún años después de su muerte siga
siendo para nosotros presencia viva, si aún le amamos. No pretendo, pues,
hablar de quien fue Juan Luis Rodrigo; sólo puedo hablar de quien es
Juan-Luis-Rodrigo-para-mí, de su huella presente en mi vida.
1.
DISFRUTAR DE LA VIDA. La vida no es fácil para nadie.
Tampoco lo fue para Juan Luis Rodrigo. Pero siempre mantuvo una actitud
vitalista, un aprecio entusiasta por la vida, una disposición de ánimo que no admitía
ninguna clase de “sentimiento trágico”, que se negaba a la autocompasión o la
amargura, en las antípodas de aquellos cristianos empeñados en dibujar siempre
un rictus severo, amargo, en el rostro y en el alma. “En el día del bien goza
del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como
lo otro, …” (Ecl.7,14).
Ese
volar de los días desvela con efectos negativos cuando el corazón está vacío,
facilitando allí espacioso acomodo a los demonios. Pero si está lleno de Dios,
cuando Jesucristo habita en él por la fe personal, la vida se hace trascendente,
rica en contenido, hermosa en su significado, y genera una constante acción de
gracias en las actitudes y en las expresiones.[4]
Aún sus sermones en funerales de hermanos de
la iglesia reflejaban esta misma fascinación por la vida: “la gran lección de
la muerte es la vida; la muerte nos enseña a vivir”. Juan Luis Rodrigo escogió
vivir apostando por lo positivo, lo bueno, lo noble, siempre afirmado en Dios, volviendo
la espalda a cualquier elemento degradante, oscuro o mediocre.
Necesitamos
un poder sobrehumano que, en cierta manera, nos garantice una superación de
este conjunto de síntomas [desánimo], en un mundo donde tanto abundan las
imposiciones. Este poder re-creativo sólo puede venir de la misma fuente que
nos creó, dándonos el soplo de la vida, porque actúa desde una disciplina
interior. Nace dentro del propio individuo. Cuando ese poder domina la
situación y controla nuestra existencia, es cuando ni las tempestades, ni las
bonanzas exteriores, podrán afectar de una forma decisiva nuestro excelente
estado de ánimo.[5]
Como la cigarra de la fábula, algunos hacen de
la pereza sinónimo del disfrute; Juan Luis Rodrigo disfrutaba de la vida como
la hormiga laboriosa. Era paciente con todos pero extremadamente exigente
consigo mismo. En cosas mínimas como el doblado meticuloso de cada ejemplar del
boletín de la iglesia o en cuestiones de gran calado, nunca se daba por
satisfecho hasta que el resultado era sobresaliente. Así también con su vivir
ante los demás, que convertía en un ejercicio esforzado de buen testimonio,
ofreciéndose como modelo inspirador aún en los menores detalles. Vinculada a la
excelencia, Juan Luis Rodrigo fue asimismo ejemplo notable de la cultura del
esfuerzo: “Todo lo que vale cuesta mucho de obtener” repetía, pensando sobre
todo en la forja del carácter.
Lo
que se consigue con esfuerzo y constancia es lo que se tiene más seguro. El
principio ‘todo lo que vale, cuesta’ debe ser aplicado a cualquier situación
formativa del carácter.[6]
Su vitalismo no era egoísta, ni vuelto ni
gastado sobre sí mismo sino extro-vertido, como pueden dar fe no sólo los
miembros de la iglesia sino creyentes de toda España o personas de toda
condición que recibieron sus atenciones y desvelos.
El
egoísmo es un auténtico y verdadero cáncer del alma en el sentido más absoluto.
(…) En todo momento de balance y especialmente al fin de la vida bien se puede
decir: lo que guardé para mí, lo perdí; lo que ofrecí en servicio a Dios y a
mis semejantes, eso es lo que tengo como una riqueza eterna.[7]
2.
APRECIAR LAS COSAS SENCILLAS. He conocido a muy
pocas personas que supieran disfrutar de las cosas sencillas de la vida como
Juan Luis Rodrigo: una conversación relajada, el amanecer o la puesta de sol, el
canto de los pajarillos, un viaje en coche que convertía en descubrimiento de
paisajes y gentes, o un pedacito de mojama
acompañada de un buen vino embocaet.
Poca cosa para otros pero en las que Juan Luis Rodrigo sabía descubrir provecho
y riqueza. “Las cosas grandes de la vida
no suelen ser complicadas. La grandeza está en la sencillez de la vida
cotidiana”.[8]
Al fin y al cabo en esas cosas pequeñas, bien
valoradas, está el secreto del contentamiento y la alegría que permanece.
Ese
auténtico entusiasmo [que Dios hace posible por su Espíritu Santo] es el que da
color y sentido a todo cuanto hacemos y decimos en las muchas pequeñas cosas
que nos ocurren a diario que, acumuladas, forman la vida. Son pocas las muy
ostensibles y aparatosas que llevan en sí mismas el cartel de ‘importantes’.
Así que cualquier experiencia, por insignificante que parezca, nos puede
resultar rica y provechosa. Admirarse, aun por las cosas que en apariencia son
pequeñas o por las sencillas, es una sabiduría, una nueva dimensión, que el
Espíritu de Dios otorga a todo aquél que le abre su corazón.[9]
Vivió multitud de situaciones tristes, fue
testigo de muchas miserias humanas pero nada le robó un sentir compasivo hacia
las personas ni una visión positiva de la existencia[10]. No era un fruto de técnicas ramplonas de
auto-ayuda humana sino de su firme seguridad en el auxilio divino y también del
empeño consciente de su voluntad.
Pide a Dios ojos que puedan ver siempre
el lado bueno de las personas,
de las cosas, de las circunstancias,
y de todo cuanto comporta el vivir.[11]
La
emoción del espíritu produce el que uno se pueda maravillar viendo la pequeña
flor en medio de un lodazal. (…) La vida resulta fascinante cuando podemos
descubrir su romance y su belleza en lo sencillo, que tantas veces pasa
desapercibido. Pero es un corazón lleno de Dios el que puede verlo. (…) ¿Has
reparado alguna vez en las preciosas flores del espino? Pon siempre tu mirada
en lo más hermoso, en lo que sabe a vida. Vive en la mejor realidad. ¿Por qué
transitar por alcantarillas cuando a unos palmos de tu cabeza tienes camino de
luz?[12]
Quien sabe apreciar el valor inestimable de lo
sencillo valora y promueve también el buen humor como un rico tesoro para el
alma. Lejos de imposturas huecas a las que algunos se aferran para
reivindicarse a sí mismos, Juan Luis Rodrigo parecía siempre cercano, dispuesto
a ofrecer una sonrisa a todos. Hacía del buen humor un producto higiénico para
sí mismo y un regalo para su prójimo.
(…)
no hay desgracia más grande que sentirse uno mismo desgraciado. (…) Sonríe; es
mejor sonreír para que las inevitables penitas de la vida se vayan evaporando
por ese intenso calor de tantas cosas, por las que tendríamos que estar
contentos y agradecidos.[13]
3.
ESPIRITUALIDAD. Juan Luis Rodrigo no era amigo de
excesos. Conoció de cerca las “modas teológicas” que enfrentaron a los
evangélicos españoles durante su ministerio: hipercalvinismo,
dispensacionalismo, carismatismo, … Respetaba a todos pero se mantuvo a
distancia de cualquier etiqueta, elaborando una apropiación muy particular de
todo. A menudo repetía las palabras del apóstol Pablo: “examinadlo todo;
retened lo bueno” (1ªTes.5,21). Para su propia vida como en el púlpito su
énfasis era fomentar una espiritualidad sobria, sin aspavientos, que mostrara
sus mejores frutos en las situaciones cotidianas de la vida.
…
la espiritualidad evangélica se expresa en la familia, en la vecindad, en la
iglesia, en el trabajo, en la calle y en todas partes, no esperando de los
demás, sino ofreciendo a los demás. Se manifiesta diciendo ‘usted primero’ y
dando el contenido de su misión con visión y oportunidad. (…) Otros podrán
decir o hacer, pero la dependencia es desde los mandatos de Dios en su palabra,
cuyos valores son siempre actuales, a la propia vida que se lleva a la práctica
como una sagrada misión.[14]
Tal vez por haber sido curtido en multitud de
dificultades, Juan Luis Rodrigo mostraba una firme confianza en la provisión de
Dios para toda circunstancia. Ejercía su ministerio fielmente en el día a día
sin ocuparse de “planes estratégicos” o “diseños de iglesia”. Tampoco parecía
sufrir patologías vanidosas; a menudo repetía: “Nosotros sólo hacemos las cosas
pequeñas, las grandes las hace Dios”. En esencia, su fe como su predicación se
nutría del Evangelio de la cruz:
La
cruz nos muestra el amor activo de Dios a favor de la difícil situación del que
tiene una mentalidad pecaminosa. Que por ello, ha realizado el error y tiende
de continuo a escogerlo, envuelto en su propio egoísmo que es en realidad la
esencia misma del pecado. La cruz también nos muestra cómo Jesús llevó nuestras
culpas, llegando a ser una ofrenda suficiente por nuestros delitos y
rescatándonos de la servidumbre del pecado a la que estábamos sometidos. Así
que, en la fe de Jesucristo Dios nos da su vida de poder, al tiempo que toma la
nuestra, caída. Esta es la inmensa gracia de Dios que hace posible nuestra
eterna y gran salvación.[15]
4.
SABIDURÍA. La sencillez de su palabra, la familiaridad
de sus expresiones escondían una sólida formación intelectual de la que su
excelente biblioteca daba fe. Juan Luis Rodrigo fue una persona en buena medida
autodidacta, como muchos de su generación. Considerando su manera de entender
la vida era evidente la huella de un cierto estoicismo moral; él mismo recordaba
con frecuencia el impacto que tuvieron en su juventud algunos textos de Séneca o
los aforismos de Marco Aurelio que se imprimían en las cajetillas de cerillas
que vendía su madre en el estanco.
Fue testigo cercano de los avatares de muchas
familias por muchos años y de aquellas vivencias supo extraer lecciones inestimables
de sabiduría vital. Cuando hablaba lo hacía desde el corazón pero también
ofrecía el fruto de su reflexión sobre todo lo visto y lo vivido. La suya era
una sabiduría práctica al modo de la sabiduría hebrea, un sabiduría para la
vida, una sabiduría cor-dial.
La
sabiduría de la mente hay que pasarla por el tamiz del corazón para que sea
eficaz y operativa. (…) Debajo del cielo no hay cátedra, ni método, ni poder
suficiente, para hacer sabio al corazón. Esto es algo cuya impregnación se
recibe por una convivencia personal que lleve implícita la fuerza inspiradora
del ejemplo. Jesucristo dice: ‘el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva
mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer’. Él es la fuente
primaria para obtener esa clase de sabiduría, por la observación de sus
acciones, la consideración de su talante y la fe en sus palabras.[16]
Juan Luis Rodrigo expresaba esa “sabiduría
sentiente” sobre todo en el púlpito. Se dirigía a los oyentes como si fueran
sus propios hijos sentados alrededor de una mesa. Sus reflexiones de la
Escritura y sus consejos para la vida fascinaban a quienes sabían percibir la
honda sabiduría práctica que se escondía tras la sencillez de sus expresiones. Era
fácil observar cómo en cierto momento de la predicación dejaba sus notas a un
lado, guardaba silencio por unos instantes, fijaba después sus ojos en las personas
que escuchaban e, incluso con un tono de voz distinto, les dirigía consejos
entrañables que parecían salir espontáneamente de lo más íntimo de su corazón.
5.
PRIORIDAD MINISTERIAL: LAS PERSONAS. Por encima de
instituciones, tradiciones, proyectos o programas, Juan Luis Rodrigo siempre
situó a las personas, a la persona concreta, “el hombre de carne y hueso, el
que nace, sufre y muere –sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme
y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el
verdadero hermano”[17]. Su
convicción y el norte de su ministerio era bendecir a la persona, ayudarla, “salvarla”
aún de la propia iglesia si fuera preciso. Enfrentó la incomprensión o el
descontento de algunos con tal de proteger y restaurar a una persona concreta.
Nunca le vi desesperar de nadie, aún de quienes más pudieran hacerle sufrir.
Para todos tenía una palabra de disculpa, lo que significaba también una nueva
oportunidad. De los casos más agudos, cuando nada mejor podía decirse, concluía:
“sin el Señor en su vida, aún sería peor”; “no parece que haya avanzado mucho
pero has de pensar que viene de ‘muy atrás’”.
Muchas
veces juzgamos al que tenemos al que tenemos a nuestro lado, incluso al más
íntimamente allegado, basándonos solamente en las diferencias que han sido
creadas por nuestra propia apreciación. Pero cuando somos capaces de verle tal
como existe –entre sus agobios, alegrías, tristezas, luchas, algún que otro
éxito, cargas y fracasos- independientemente de ‘mi idea, mi gusto, mi
inclinación, mi realidad’, es cuando podemos amar con mucha más satisfacción.[18]
Para todo y para con todos aplicaba la misma máxima
que a todos recomendaba también: “paciència xiquet, paciència”. A todos
dedicaba el mismo tono paternal y a todos recibía con los mismos títulos de
“hijo” o “amigo”. Pero fue especialmente sensible en su afecto con los
compañeros de ministerio; Juan Luis Rodrigo mantenía actualizada una sencilla
libreta apaisada con la fecha del cumpleaños de pastores de toda España y sus
esposas. Con meticulosidad enviaba a todos una postal de felicitación con
palabras de aprecio y aliento. Su lealtad con los compañeros de ministerio era
admirable.
6.
MINISTERIO DE LA RECONCILIACION. Una pequeña
nota adhesiva en la mesa de su despacho, visible sólo a sus ojos, resumía la
esencia de su comprensión de su labor como pastor entre los miembros de la
iglesia: “El ministerio de la reconciliación”.
Perdonar
significa la liberación de otros y, al mismo tiempo, la liberación de uno
mismo. Porque guardar la ofensa en el corazón es como retener metralla, que un
día se incrustó en el cuerpo por violencia, y ahora en cada movimiento nos
produce dolor. Perdonar es poner en práctica una de las más grandiosas
lecciones de Jesucristo. Es hacer, ni más ni menos, la obra de Dios. La gran
fuerza para tener la grandeza del perdón, la recibimos cuando tenemos la
experiencia espiritual de haber sido perdonados por Él. Porque nuestra ofensa a
Dios siempre es infinitamente mayor que la ofensa que nos haya podido hacer
cualquier persona.[19]
“Prefiero que los hermanos se molesten conmigo
a que se enfaden entre ellos”, decía a menudo. Insistió mil veces ante hermanos
enfrentados, en la superioridad de la reconciliación sobre la demanda de razón.
Reconcíliate ya, enseguida,
que es negocio conseguirla
aun a costa de razón.
Porque razón, razón,
¿quién la tiene?
¿No es la concordia
más importante razón,
más hermosa y poderosa
que cualquier otra cosa?[20]
7.
SERENIDAD. Una sobriedad serena impregnaba su vivir
diario. El hombre de Dios, decía, “tiene
la suficiente serenidad para no agobiarse por todas aquellas circunstancias
difíciles, ya que todo pasa”[21]. En un tiempo
familiar difícil, pegó ese lema en la puerta del frigorífico para que su esposa
lo leyera a menudo: “todo pasa”. No lo repetía como un lamento fatalista que
nace del desaliento sino como fruto genuino de confianza en un Dios bueno en
cuyas manos estaba el control de todas las cosas y cuyos propósitos siempre son
de provecho para sus hijos.
Esa serenidad imprimía carácter también a su
ministerio. A menudo recordaba que tanto la vida como el ministerio cristiano
son carreras de fondo y deben vivirse “con velocidad de crucero”, sin grandes
arrebatos de entusiasmo para no caer tampoco en grandes desalientos. “Todas las cosas o circunstancias que nos
vienen del exterior de nosotros mismos pueden, en determinados casos,
representar serias dificultades. Conviene tener despiertas las facultades
precisas para encajar los bruscos vaivenes que lo circundante nos depara, a fin
de lograr el necesario equilibrio”[22]. Abordaba cada
situación, alentadora o decepcionante, cada conflicto en personas o ministerios
de la iglesia, sin perder la perspectiva del tiempo, mirando más allá del
presente inmediato, no por indiferencia o pasividad sino consciente del seguro
auxilio de Dios en el momento preciso para cada caso.
Juan Luis Rodrigo tenía un corazón tierno, se
conmovía con facilidad, pero difícilmente se permitía expresar sus emociones
ante los demás. En los momentos más tristes para la iglesia o para una familia,
alguien debía mantener el aplomo, la serenidad, y Juan Luis Rodrigo asumía
siempre esa tarea. Creo que habría hecho suya la recomendación de un político
español a uno de sus colaboradores, que no pudo contener las lágrimas en un
acto emotivo: “Aquí se viene ya llorado”. Soportaba cargas a diario, como
todos, pero procuraba no revelarlas a los hermanos de la iglesia; no era
orgullo sino un sentido acusado del pudor y también un concepto del ministerio
pastoral que le llevaba a mostrarse sin excesiva fragilidad para ofrecerse como
apoyo fiable a otros. “Hablar muchos de las cosas –decía-, poco de los demás,
de uno mismo nada”.
A
MODO DE CONCLUSION
No quisiera transmitir una imagen perfecta de
Juan Luis Rodrigo, como de “santoral evangélico”. No fue perfecto; ni él lo
pretendió ni quienes le conocimos lo diríamos. Algunos rasgos de su manera de
hacer y de vivir que para mí son admirables, otros los señalarían como
debilidades. Pero si escucho a mi corazón debo decir que incluso: “sus
limitaciones le engrandecen, es lo que es por sus carencias”[23] Soy antropológicamente
pesimista pero teológicamente optimista así que no me sorprenden las
imperfecciones humanas, sí me admira que en una materia prima tan frágil como
la nuestra sea posible ver en ocasiones la huella de la mano restauradora de
Dios, modelando un carácter que traiga bendición a sus semejantes. Así fue con
Juan Luis Rodrigo Marín. Quienes le conocimos damos gracias a Dios por el
regalo de su afecto y por su entrañable ministerio en nuestras vidas.
Conferencia pronunciada en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid como parte del programa de actividades en la celebración de su Centenario. Madrid, 22 Septiembre 2013.
Conferencia pronunciada en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid como parte del programa de actividades en la celebración de su Centenario. Madrid, 22 Septiembre 2013.
[1] J. David
Hughey: Los bautistas en España.
Madrid: UEBE, 1985. Pg. 184.
[2] Máximo
García Ruiz: Historia de los bautistas en
España. Valencia: UEBE, 2009. Pg. 264.
[3] Máximo García Ruíz: Libertad religiosa en España: un largo
camino. Madrid: Consejo Evangélico de Madrid, 2006. Pg. 28-30.
[4] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Madrid: Sociedad bíblica,
1996. Pg. 321.
[5] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 30.
[6] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 84.
[7] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 20.
[8] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 32.
[9] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 48.
[10] Juan
Luis Rodrigo hizo una relectura muy apegada a la Biblia del “pensamiento
positivo” de Norman Vincent Peale, por cuyos escritos tenía gran aprecio. Como
curiosidad cabe recordar que de este famoso predicador de la Iglesia Reformada en América Billy
Graham llegó a decir ante el Concilio Nacional de las Iglesias: “No conozco a
nadie que haya hecho más por el Reino de Dios que Norman y Ruth Peale o que
hayan significado más en mi vida por el ánimo que ellos me han dado”. Cfr. Hayes Minnick, BFT Report Nº 565. Pg. 28.
[11] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 75.
[12] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 35.
[13] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 104.
[14] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 295.
[15] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 271.
[16] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 283.
[17] Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida.
Madrid: Espasa-Calpe, 1980. Pg. 25.
[18] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 19.
[19] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 209.
[20] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 247.
[21] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 73.
[22] Juan
Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op.
Cit. Pg. 205.