lunes, 23 de septiembre de 2013

Juan Luis Rodrigo Marín




Decimos que cada uno forja su propia biografía pero eso no es del todo cierto; la vida de cualquier persona no es sólo fruto de su voluntad sino de las circunstancias en que está inmersa, las que afectan a su vida cotidiana y las que parecen dominar la Historia. Sobre todas ellas, en última instancia, los propósitos de Dios son la palabra definitiva: “El corazón del hombre piensa su camino; más Jehová endereza sus pasos” (Prov.16,9). Tampoco los ministerios cristianos fueron planificados idealmente, en abstracto, sino que fueron modelados en el crisol de los acontecimientos que les rodearon. Así fue y así pasó con la vida y el ministerio pastoral de Juan Luis Rodrigo Marín.


I.- LOS DATOS (SÓLO) DATOS SON

Juan Luis Rodrigo nació en Alicante el 3 de Julio de 1923. Su padre tuvo que emigrar unos años a Argentina por motivos laborales mientras su madre regentaba un estanco de tabacos. Su adolescencia y primera juventud se vieron marcadas por el horror de la Guerra civil y la miseria de la postguerra. Estudió en la Escuela Superior de Comercio y ganó una plaza en el Banco Hispano-Americano en  Alicante, empleo que perdió tras pasar seis meses hospitalizado por una grave dolencia pulmonar. La enfermedad despertó en él inquietudes espirituales que le llevaron a participar intensamente en prácticas católico-romanas que no saciaron sus anhelos.

Conoció el Evangelio en la iglesia evangélica bautista de Alicante y entregó su vida a Jesucristo junto a su esposa respondiendo a una predicación del pastor Ramón Taibo. Él mismo relató su conversión: “En 1946 mi madre entró en relación con la viuda del pastor bautista de Alicante que la consoló. Ocasionalmente, mi madre iba a los cultos, en aquel tiempo clandestinos, que el pastor bautista celebraba de vez en cuando en casa de esta viuda. Después de la guerra civil mi salud era mala y creía que iba a morir. Empecé a acudir regularmente a la misa católica y me ocupé de otras prácticas religiosas, pero no estaba satisfecho. Mi madre puso un Nuevo Testamento en mis manos y empecé a ir con ella a los cultos. Acepté a Cristo y encontré el cielo en la tierra. En julio de 1947 fui bautizado, juntamente con mi esposa, en una bañera en casa de uno de los diáconos de la iglesia bautista de Alicante.”[1]

Contrajo matrimonio con Josefina López Pérez el 20 de Febrero de 1947. Dios bendijo esa unión de más de sesenta años con cinco hijos: Eunice, Dámaris, Juan David, Rubén y Gerson –éste ya en la presencia de Dios.  En Septiembre de 1949 marchó con su esposa al seminario Bautista, que en aquellos años estaba en Barcelona. Su esposa tuvo que regresar a Alicante, según las normas del Seminario en aquel tiempo, al quedar embarazada, añadiendo un elemento más de dificultad. Un amigo de juventud en la iglesia bautista de Alicante que planeaba ingresar como él en el seminario bautista falleció poco antes de comenzar los estudios; D. Juan Luis recordaba aquella triste experiencia como un claro ejemplo de que la biografía de cada cual está siempre en las manos de Dios, más allá de intenciones o proyectos personales.

En junio de 1951, al terminar sus estudios teológicos, asumió el pastorado de la iglesia bautista del barrio de Usera en Madrid, donde ya había estado sirviendo como estudiante en el verano anterior. Al tiempo, colaboraba con la Primera  Iglesia Bautista de Madrid (c/ General Lacy) por la enfermedad de su pastor. En Noviembre del mismo año D. Francisco Fernández partía a la presencia de Dios después de un ministerio fecundo de veinte años en Lacy (1931-1951) y Juan Luis Rodrigo siguió ayudando a la iglesia mientras ésta buscaba un nuevo pastor. Por su púlpito desfilaron los nombres más sobresalientes de la obra bautista española y también otros siervos de Dios muy reconocidos. Sin embargo, para sorpresa de muchos, la iglesia finalmente ofreció el pastorado a Juan Luis Rodrigo, que a menudo decía de sí mismo: “no soy profeta, ni soy hijo de profeta” (Amós 7,14). En Noviembre de 1952 Juan Luis Rodrigo se incorporó como pastor de la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid. De esta manera un hombre joven, inexperto, sin “pedigrí” evangélico, asumía el pastorado de una de las iglesias señeras del protestantismo español.

El resto es historia. Durante su ministerio en Lacy, entre 1952 y 1990, la iglesia creció en todos los sentidos. De su seno salieron más de veinte pastores que han servido a Cristo en varios continentes y se abrieron cerca de veinte  iglesias en la Comunidad de Madrid y en toda España. Tras muchos esfuerzos  la iglesia inauguró un nuevo templo en 1979 que ha sido punto de encuentro para los evangélicos de Madrid. Además, Juan Luis Rodrigo estuvo en primera línea del protestantismo español a través de diversas responsabilidades: presidente de la UEBE, de su Colegio Pastoral, de la Comunidad Bautista de Madrid, del Consejo de dirección de la Sociedad Bíblica, profesor del Seminario Teológico Bautista Español, vocal de la Federación Bautista Europea,  miembro fundador y secretario de la Comisión de Defensa Evangélica, …

Cumplió buena parte de su ministerio bajo la pesada losa de un periodo funesto de la Historia de España, gris como el color de los policías de aquella época. Sería imposible hacer siquiera un resumen de las humillaciones, trabas e inconvenientes que sufrieron los evangélicos españoles en aquellas décadas: iglesias clausuradas, prohibición de todo testimonio público, prohibición de reunión, prohibición de bodas, prohibición de cortejos fúnebres, prohibición de cantar himnos en los cultos y en ocasiones aún en las casas, …... Juan Luis Rodrigo, en una carta a la MBE para solicitar ayuda a la reconstrucción del templo, describe así la situación en 1954: “Los gobernadores de provincias recibieron una circular del Ministerio de la Gobernación en la que daban instrucciones para reprimir cualquier crecimiento o ‘proselitismo’ de la minoría protestante. A partir de esa fecha se tuvo una década de fuertes oposiciones y persecuciones manifestadas en cárceles, multas, clausura de templos y una multitud de sinsabores en la vida de las congregaciones y familias bautistas.”[2] Ya jubilado, Juan Luis Rodrigo recordaba aquel tiempo: “Así pues, por unas décadas después de los 40 los evangélicos fuimos puestos en la línea de los comunistas y los masones (…) A dónde viajábamos, en qué trabajábamos, en qué nos ocupábamos, cuáles los gustos, reuniones familiares, excursiones festivas y otras cosas normales de la vida diaria podían ser objeto de investigación. Vivíamos ya acostumbrados a estar vigilados. Todo esto, que en cierto sentido, parecían cosas de cuentos ridículos, han sido realidades muy reales y muchas veces dolorosas.”[3]

Tras su jubilación en Diciembre de 1990, Juan Luis Rodrigo trasladó su residencia a Ondara (Alicante). En aquella localidad cercana a Dénia siguió realizando una fiel labor de testimonio personal y de siembra de la Palabra de Dios, además de colaborar con diversas iglesias de la zona. Sus posibilidades ministeriales se vieron limitadas en los últimos años de vida por un severo tratamiento de diálisis y otras dolencias de las que Dios le libró definitivamente llevándole a Su presencia el 15 de Septiembre de 2008.

A pesar de dificultades e inconvenientes de todo tipo, también personales como una grave intervención quirúrgica de corazón en 1978, Dios bendijo y prosperó el ministerio de Juan Luis Rodrigo, que produjo frutos abundantes en la primera iglesia bautista de Madrid, en la Obra bautista y en el protestantismo español. Todo eso lo han explicado y lo explicarán otros con mejor conocimiento que yo. Mi intención ahora es otra; quiero recordar algunas facetas de la persona y del ministerio de Juan Luis Rodrigo que dejaron una huella imborrable en muchos de nosotros y que siguen siendo todavía hoy un legado inspirador.


II.- (MI) JUAN LUIS RODRIGO MARIN: LA PERSONA Y SU MINISTERIO

Podemos referirnos a Napoleón recitando las fechas de sus batallas, el número de victorias o derrotas, pero eso es completamente impersonal, nada nos dice del ser humano que sigue escondido tras esos datos. Por el contrario, cuando hablamos o escribimos de alguien cercano afectivamente lo hacemos en términos de lo que esa persona es para nosotros, describimos el “entre" que se creó  en el diálogo cordial yo-tú, que hace que aún años después de su muerte siga siendo para nosotros presencia viva, si aún le amamos. No pretendo, pues, hablar de quien fue Juan Luis Rodrigo; sólo puedo hablar de quien es Juan-Luis-Rodrigo-para-mí, de su huella presente en mi vida.


1. DISFRUTAR DE LA VIDA. La vida no es fácil para nadie. Tampoco lo fue para Juan Luis Rodrigo. Pero siempre mantuvo una actitud vitalista, un aprecio entusiasta por la vida, una disposición de ánimo que no admitía ninguna clase de “sentimiento trágico”, que se negaba a la autocompasión o la amargura, en las antípodas de aquellos cristianos empeñados en dibujar siempre un rictus severo, amargo, en el rostro y en el alma. “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, …” (Ecl.7,14).

Ese volar de los días desvela con efectos negativos cuando el corazón está vacío, facilitando allí espacioso acomodo a los demonios. Pero si está lleno de Dios, cuando Jesucristo habita en él por la fe personal, la vida se hace trascendente, rica en contenido, hermosa en su significado, y genera una constante acción de gracias en las actitudes y en las expresiones.[4]

Aún sus sermones en funerales de hermanos de la iglesia reflejaban esta misma fascinación por la vida: “la gran lección de la muerte es la vida; la muerte nos enseña a vivir”. Juan Luis Rodrigo escogió vivir apostando por lo positivo, lo bueno, lo noble, siempre afirmado en Dios, volviendo la espalda a cualquier elemento degradante, oscuro o mediocre.

Necesitamos un poder sobrehumano que, en cierta manera, nos garantice una superación de este conjunto de síntomas [desánimo], en un mundo donde tanto abundan las imposiciones. Este poder re-creativo sólo puede venir de la misma fuente que nos creó, dándonos el soplo de la vida, porque actúa desde una disciplina interior. Nace dentro del propio individuo. Cuando ese poder domina la situación y controla nuestra existencia, es cuando ni las tempestades, ni las bonanzas exteriores, podrán afectar de una forma decisiva nuestro excelente estado de ánimo.[5]

Como la cigarra de la fábula, algunos hacen de la pereza sinónimo del disfrute; Juan Luis Rodrigo disfrutaba de la vida como la hormiga laboriosa. Era paciente con todos pero extremadamente exigente consigo mismo. En cosas mínimas como el doblado meticuloso de cada ejemplar del boletín de la iglesia o en cuestiones de gran calado, nunca se daba por satisfecho hasta que el resultado era sobresaliente. Así también con su vivir ante los demás, que convertía en un ejercicio esforzado de buen testimonio, ofreciéndose como modelo inspirador aún en los menores detalles. Vinculada a la excelencia, Juan Luis Rodrigo fue asimismo ejemplo notable de la cultura del esfuerzo: “Todo lo que vale cuesta mucho de obtener” repetía, pensando sobre todo en la forja del carácter.

Lo que se consigue con esfuerzo y constancia es lo que se tiene más seguro. El principio ‘todo lo que vale, cuesta’ debe ser aplicado a cualquier situación formativa del carácter.[6]

Su vitalismo no era egoísta, ni vuelto ni gastado sobre sí mismo sino extro-vertido, como pueden dar fe no sólo los miembros de la iglesia sino creyentes de toda España o personas de toda condición que recibieron sus atenciones y desvelos.

El egoísmo es un auténtico y verdadero cáncer del alma en el sentido más absoluto. (…) En todo momento de balance y especialmente al fin de la vida bien se puede decir: lo que guardé para mí, lo perdí; lo que ofrecí en servicio a Dios y a mis semejantes, eso es lo que tengo como una riqueza eterna.[7]


2. APRECIAR LAS COSAS SENCILLAS. He conocido a muy pocas personas que supieran disfrutar de las cosas sencillas de la vida como Juan Luis Rodrigo: una conversación relajada, el amanecer o la puesta de sol, el canto de los pajarillos, un viaje en coche que convertía en descubrimiento de paisajes y gentes, o un pedacito de mojama acompañada de un buen vino embocaet. Poca cosa para otros pero en las que Juan Luis Rodrigo sabía descubrir provecho y riqueza. “Las cosas grandes de la vida no suelen ser complicadas. La grandeza está en la sencillez de la vida cotidiana”.[8]

Al fin y al cabo en esas cosas pequeñas, bien valoradas, está el secreto del contentamiento y la alegría que permanece.

Ese auténtico entusiasmo [que Dios hace posible por su Espíritu Santo] es el que da color y sentido a todo cuanto hacemos y decimos en las muchas pequeñas cosas que nos ocurren a diario que, acumuladas, forman la vida. Son pocas las muy ostensibles y aparatosas que llevan en sí mismas el cartel de ‘importantes’. Así que cualquier experiencia, por insignificante que parezca, nos puede resultar rica y provechosa. Admirarse, aun por las cosas que en apariencia son pequeñas o por las sencillas, es una sabiduría, una nueva dimensión, que el Espíritu de Dios otorga a todo aquél que le abre su corazón.[9]

Vivió multitud de situaciones tristes, fue testigo de muchas miserias humanas pero nada le robó un sentir compasivo hacia las personas ni una visión positiva de la existencia[10].  No era un fruto de técnicas ramplonas de auto-ayuda humana sino de su firme seguridad en el auxilio divino y también del empeño consciente de su voluntad.

Pide a Dios ojos que puedan ver siempre
el lado bueno de las personas,
de las cosas, de las circunstancias,
y de todo cuanto comporta el vivir.[11]

La emoción del espíritu produce el que uno se pueda maravillar viendo la pequeña flor en medio de un lodazal. (…) La vida resulta fascinante cuando podemos descubrir su romance y su belleza en lo sencillo, que tantas veces pasa desapercibido. Pero es un corazón lleno de Dios el que puede verlo. (…) ¿Has reparado alguna vez en las preciosas flores del espino? Pon siempre tu mirada en lo más hermoso, en lo que sabe a vida. Vive en la mejor realidad. ¿Por qué transitar por alcantarillas cuando a unos palmos de tu cabeza tienes camino de luz?[12]

Quien sabe apreciar el valor inestimable de lo sencillo valora y promueve también el buen humor como un rico tesoro para el alma. Lejos de imposturas huecas a las que algunos se aferran para reivindicarse a sí mismos, Juan Luis Rodrigo parecía siempre cercano, dispuesto a ofrecer una sonrisa a todos. Hacía del buen humor un producto higiénico para sí mismo y un regalo para su prójimo.

(…) no hay desgracia más grande que sentirse uno mismo desgraciado. (…) Sonríe; es mejor sonreír para que las inevitables penitas de la vida se vayan evaporando por ese intenso calor de tantas cosas, por las que tendríamos que estar contentos y agradecidos.[13]


3. ESPIRITUALIDAD. Juan Luis Rodrigo no era amigo de excesos. Conoció de cerca las “modas teológicas” que enfrentaron a los evangélicos españoles durante su ministerio: hipercalvinismo, dispensacionalismo, carismatismo, … Respetaba a todos pero se mantuvo a distancia de cualquier etiqueta, elaborando una apropiación muy particular de todo. A menudo repetía las palabras del apóstol Pablo: “examinadlo todo; retened lo bueno” (1ªTes.5,21). Para su propia vida como en el púlpito su énfasis era fomentar una espiritualidad sobria, sin aspavientos, que mostrara sus mejores frutos en las situaciones cotidianas de la vida.

… la espiritualidad evangélica se expresa en la familia, en la vecindad, en la iglesia, en el trabajo, en la calle y en todas partes, no esperando de los demás, sino ofreciendo a los demás. Se manifiesta diciendo ‘usted primero’ y dando el contenido de su misión con visión y oportunidad. (…) Otros podrán decir o hacer, pero la dependencia es desde los mandatos de Dios en su palabra, cuyos valores son siempre actuales, a la propia vida que se lleva a la práctica como una sagrada misión.[14]

Tal vez por haber sido curtido en multitud de dificultades, Juan Luis Rodrigo mostraba una firme confianza en la provisión de Dios para toda circunstancia. Ejercía su ministerio fielmente en el día a día sin ocuparse de “planes estratégicos” o “diseños de iglesia”. Tampoco parecía sufrir patologías vanidosas; a menudo repetía: “Nosotros sólo hacemos las cosas pequeñas, las grandes las hace Dios”. En esencia, su fe como su predicación se nutría del Evangelio de la cruz:

La cruz nos muestra el amor activo de Dios a favor de la difícil situación del que tiene una mentalidad pecaminosa. Que por ello, ha realizado el error y tiende de continuo a escogerlo, envuelto en su propio egoísmo que es en realidad la esencia misma del pecado. La cruz también nos muestra cómo Jesús llevó nuestras culpas, llegando a ser una ofrenda suficiente por nuestros delitos y rescatándonos de la servidumbre del pecado a la que estábamos sometidos. Así que, en la fe de Jesucristo Dios nos da su vida de poder, al tiempo que toma la nuestra, caída. Esta es la inmensa gracia de Dios que hace posible nuestra eterna y gran salvación.[15]


4. SABIDURÍA. La sencillez de su palabra, la familiaridad de sus expresiones escondían una sólida formación intelectual de la que su excelente biblioteca daba fe. Juan Luis Rodrigo fue una persona en buena medida autodidacta, como muchos de su generación. Considerando su manera de entender la vida era evidente la huella de un cierto estoicismo moral; él mismo recordaba con frecuencia el impacto que tuvieron en su juventud algunos textos de Séneca o los aforismos de Marco Aurelio que se imprimían en las cajetillas de cerillas que vendía su madre en el estanco.

Fue testigo cercano de los avatares de muchas familias por muchos años y de aquellas vivencias supo extraer lecciones inestimables de sabiduría vital. Cuando hablaba lo hacía desde el corazón pero también ofrecía el fruto de su reflexión sobre todo lo visto y lo vivido. La suya era una sabiduría práctica al modo de la sabiduría hebrea, un sabiduría para la vida, una sabiduría cor-dial.

La sabiduría de la mente hay que pasarla por el tamiz del corazón para que sea eficaz y operativa. (…) Debajo del cielo no hay cátedra, ni método, ni poder suficiente, para hacer sabio al corazón. Esto es algo cuya impregnación se recibe por una convivencia personal que lleve implícita la fuerza inspiradora del ejemplo. Jesucristo dice: ‘el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer’. Él es la fuente primaria para obtener esa clase de sabiduría, por la observación de sus acciones, la consideración de su talante y la fe en sus palabras.[16]

Juan Luis Rodrigo expresaba esa “sabiduría sentiente” sobre todo en el púlpito. Se dirigía a los oyentes como si fueran sus propios hijos sentados alrededor de una mesa. Sus reflexiones de la Escritura y sus consejos para la vida fascinaban a quienes sabían percibir la honda sabiduría práctica que se escondía tras la sencillez de sus expresiones. Era fácil observar cómo en cierto momento de la predicación dejaba sus notas a un lado, guardaba silencio por unos instantes, fijaba después sus ojos en las personas que escuchaban e, incluso con un tono de voz distinto, les dirigía consejos entrañables que parecían salir espontáneamente de lo más íntimo de su corazón.


5. PRIORIDAD MINISTERIAL: LAS PERSONAS. Por encima de instituciones, tradiciones, proyectos o programas, Juan Luis Rodrigo siempre situó a las personas, a la persona concreta, “el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”[17]. Su convicción y el norte de su ministerio era bendecir a la persona, ayudarla, “salvarla” aún de la propia iglesia si fuera preciso. Enfrentó la incomprensión o el descontento de algunos con tal de proteger y restaurar a una persona concreta. Nunca le vi desesperar de nadie, aún de quienes más pudieran hacerle sufrir. Para todos tenía una palabra de disculpa, lo que significaba también una nueva oportunidad. De los casos más agudos, cuando nada mejor podía decirse, concluía: “sin el Señor en su vida, aún sería peor”; “no parece que haya avanzado mucho pero has de pensar que viene de ‘muy atrás’”.

Muchas veces juzgamos al que tenemos al que tenemos a nuestro lado, incluso al más íntimamente allegado, basándonos solamente en las diferencias que han sido creadas por nuestra propia apreciación. Pero cuando somos capaces de verle tal como existe –entre sus agobios, alegrías, tristezas, luchas, algún que otro éxito, cargas y fracasos- independientemente de ‘mi idea, mi gusto, mi inclinación, mi realidad’, es cuando podemos amar con mucha más satisfacción.[18]

Para todo y para con todos aplicaba la misma máxima que a todos recomendaba también: “paciència xiquet, paciència”. A todos dedicaba el mismo tono paternal y a todos recibía con los mismos títulos de “hijo” o “amigo”. Pero fue especialmente sensible en su afecto con los compañeros de ministerio; Juan Luis Rodrigo mantenía actualizada una sencilla libreta apaisada con la fecha del cumpleaños de pastores de toda España y sus esposas. Con meticulosidad enviaba a todos una postal de felicitación con palabras de aprecio y aliento. Su lealtad con los compañeros de ministerio era admirable. 


6. MINISTERIO DE LA RECONCILIACION. Una pequeña nota adhesiva en la mesa de su despacho, visible sólo a sus ojos, resumía la esencia de su comprensión de su labor como pastor entre los miembros de la iglesia: “El ministerio de la reconciliación”.

Perdonar significa la liberación de otros y, al mismo tiempo, la liberación de uno mismo. Porque guardar la ofensa en el corazón es como retener metralla, que un día se incrustó en el cuerpo por violencia, y ahora en cada movimiento nos produce dolor. Perdonar es poner en práctica una de las más grandiosas lecciones de Jesucristo. Es hacer, ni más ni menos, la obra de Dios. La gran fuerza para tener la grandeza del perdón, la recibimos cuando tenemos la experiencia espiritual de haber sido perdonados por Él. Porque nuestra ofensa a Dios siempre es infinitamente mayor que la ofensa que nos haya podido hacer cualquier persona.[19]

“Prefiero que los hermanos se molesten conmigo a que se enfaden entre ellos”, decía a menudo. Insistió mil veces ante hermanos enfrentados, en la superioridad de la reconciliación sobre la demanda de razón.
Reconcíliate ya, enseguida,
que es negocio conseguirla
aun a costa de razón.
Porque razón, razón,
¿quién la tiene?
¿No es la concordia
más importante razón,
más hermosa y poderosa
que cualquier otra cosa?[20]


7. SERENIDAD. Una sobriedad serena impregnaba su vivir diario. El hombre de Dios, decía, “tiene la suficiente serenidad para no agobiarse por todas aquellas circunstancias difíciles, ya que todo pasa”[21]. En un tiempo familiar difícil, pegó ese lema en la puerta del frigorífico para que su esposa lo leyera a menudo: “todo pasa”. No lo repetía como un lamento fatalista que nace del desaliento sino como fruto genuino de confianza en un Dios bueno en cuyas manos estaba el control de todas las cosas y cuyos propósitos siempre son de provecho para sus hijos.

Esa serenidad imprimía carácter también a su ministerio. A menudo recordaba que tanto la vida como el ministerio cristiano son carreras de fondo y deben vivirse “con velocidad de crucero”, sin grandes arrebatos de entusiasmo para no caer tampoco en grandes desalientos. “Todas las cosas o circunstancias que nos vienen del exterior de nosotros mismos pueden, en determinados casos, representar serias dificultades. Conviene tener despiertas las facultades precisas para encajar los bruscos vaivenes que lo circundante nos depara, a fin de lograr el necesario equilibrio”[22]. Abordaba cada situación, alentadora o decepcionante, cada conflicto en personas o ministerios de la iglesia, sin perder la perspectiva del tiempo, mirando más allá del presente inmediato, no por indiferencia o pasividad sino consciente del seguro auxilio de Dios en el momento preciso para cada caso.

Juan Luis Rodrigo tenía un corazón tierno, se conmovía con facilidad, pero difícilmente se permitía expresar sus emociones ante los demás. En los momentos más tristes para la iglesia o para una familia, alguien debía mantener el aplomo, la serenidad, y Juan Luis Rodrigo asumía siempre esa tarea. Creo que habría hecho suya la recomendación de un político español a uno de sus colaboradores, que no pudo contener las lágrimas en un acto emotivo: “Aquí se viene ya llorado”. Soportaba cargas a diario, como todos, pero procuraba no revelarlas a los hermanos de la iglesia; no era orgullo sino un sentido acusado del pudor y también un concepto del ministerio pastoral que le llevaba a mostrarse sin excesiva fragilidad para ofrecerse como apoyo fiable a otros. “Hablar muchos de las cosas –decía-, poco de los demás, de uno mismo nada”.


 A MODO DE CONCLUSION

No quisiera transmitir una imagen perfecta de Juan Luis Rodrigo, como de “santoral evangélico”. No fue perfecto; ni él lo pretendió ni quienes le conocimos lo diríamos. Algunos rasgos de su manera de hacer y de vivir que para mí son admirables, otros los señalarían como debilidades. Pero si escucho a mi corazón debo decir que incluso: “sus limitaciones le engrandecen, es lo que es por sus carencias”[23] Soy antropológicamente pesimista pero teológicamente optimista así que no me sorprenden las imperfecciones humanas, sí me admira que en una materia prima tan frágil como la nuestra sea posible ver en ocasiones la huella de la mano restauradora de Dios, modelando un carácter que traiga bendición a sus semejantes. Así fue con Juan Luis Rodrigo Marín. Quienes le conocimos damos gracias a Dios por el regalo de su afecto y por su entrañable ministerio en nuestras vidas.


Conferencia pronunciada en la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid como parte del programa de actividades en la celebración de su Centenario. Madrid, 22 Septiembre 2013.



[1] J. David Hughey: Los bautistas en España. Madrid: UEBE, 1985. Pg. 184.
[2] Máximo García Ruiz: Historia de los bautistas en España. Valencia: UEBE, 2009. Pg. 264.
[3] Máximo García Ruíz: Libertad religiosa en España: un largo camino. Madrid: Consejo Evangélico de Madrid, 2006. Pg. 28-30.

[4] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Madrid: Sociedad bíblica, 1996. Pg. 321.
[5] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 30.
[6] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 84.
[7] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 20.
[8] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 32.
[9] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 48.
[10] Juan Luis Rodrigo hizo una relectura muy apegada a la Biblia del “pensamiento positivo” de Norman Vincent Peale, por cuyos escritos tenía gran aprecio. Como curiosidad cabe recordar que de este famoso predicador de la Iglesia Reformada en América Billy Graham llegó a decir ante el Concilio Nacional de las Iglesias: “No conozco a nadie que haya hecho más por el Reino de Dios que Norman y Ruth Peale o que hayan significado más en mi vida por el ánimo que ellos me han dado”. Cfr. Hayes Minnick, BFT Report Nº 565. Pg. 28.
[11] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 75.
[12] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 35.
[13] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 104.
[14] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 295.
[15] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 271.
[16] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 283.
[17] Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida. Madrid: Espasa-Calpe, 1980. Pg. 25.
[18] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 19.
[19] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 209.
[20] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 247.
[21] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 73.
[22] Juan Luis Rodrigo Marín: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 205.
[23] G.K. Chesterton: San Francisco de Asis. Buenos Aires: Ediciones Lohlé-Lumen, 1995. Pg. 140.