When
the leaves come falling down in September, in the rain
When
the leaves come falling down
(Van Morrison)
Caen las hojas desnudando el feo
esqueleto de las cosas, la verdad última que en otros momentos queda oculta
tras velos de mil colores, texturas y formas. Pero ahora, como la lluvia en
septiembre, golpea tu rostro el viejo sumatorio de anhelos incumplidos,
ausencias permanentes, frustraciones sobrevenidas. Se hace más pesado el
recuerdo de aquella niña de ojos brillantes que jamás cruzó la plaza donde a
diario esperabas verla pasar, ni compartió contigo un café aquella tarde de
septiembre cerca del puerto. Es más gris el lienzo que absorbe carencias,
decepciones añejas. Duele más el aguijón en la carne, esa espinita en el
corazón que vino para quedarse, “esa cosa que te quita la alegría”. En esos
instantes otoñales del alma cualquiera de nosotros puede escribir con Neruda
los versos más tristes esta noche.
El cielo
metálico, gris, muy alto.
Las olas
revientan en la fachada.
El viento
zarandea las gaviotas,
Descuelga a
golpes las contraventanas
Y a través
de las rotas cristaleras
Acuchilla de
frío las estancias.
La casa está
a la intemperie.
Cualquiera podría tomarse
unas copas de autocompasión lastimera acodado en la barra de un bar, entregarse
en brazos de la amargura -esa forma de resentimiento contra la vida que se nos
revela injusta-, pasar de la autocompasión amarga a la amargura autocompasiva
en un viaje cetrino de ida y vuelta, en una pendiente resbaladiza que desemboca
en el vertedero del alma, vertida ésta en el estiércol del desánimo, victoria
cruel de todos los aguijones que en el mundo han sido. But …
Tanmateix …
Merece la pena explorar un camino distinto que no pretende engañar a nadie ni
despertar falsas esperanzas porque el aguijón sigue ahí y se queda, pero es
atractivo porque promete fruto, provecho, creatividad, cuando es transitado de
la mano de Dios. El apóstol Pablo lo experimentó en primera persona del lado
del aguijón -una bofetada a su orgullo- y del lado de la provisión de Dios en
respuesta a su clamor: “Tres veces he rogado al Señor, que lo quité de mí. Y me
ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que
repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en
las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2ªCor.12,8-10).
“Bástate mi gracia”. Gracia
para soportar. ¿Sólo eso? ¿Nada más? Cuando se trata del aguijón que vino para
quedarse no es poca cosa. Gracia suficiente que permite vivir a diario con la
herida abierta pero sin desangrase, seguir caminando sin levantar cabeza pero
sin bajarla tampoco (Gabriel Celaya). Soportar para dar un paso más, día tras
día. Un milagro en definitiva, poco espectacular pero poderoso, eficaz.
La victoria está en Jesús,
Sólo tienes que saber
Que aunque pases malos
tiempos,
Donde el mundo se destruye,
y aunque estés pasando pruebas,
el Señor te ayudará,
te dará una salida
para poder soportar;
extenderá su mano amiga,
te dirá por dónde andar,
multiplicará tus fuerzas,
y te consolará. (Caliu)
“Bástate mi gracia”. Gracia
para ser paciente. ¿Sólo eso? ¿Nada más? No es poca cosa aceptar la realidad
sin ira ni rencor, hacia nada ni nadie, tampoco hacia Dios. También es un
milagro, modesto pero poderoso, convivir a diario con el aguijón sin
desesperar, sostenido por una paciencia que no es meramente la actitud inevitable del que tiene que “resignarse”,
una paciencia que tiene su origen en Dios, que nos alcanza como un regalo del
Espíritu (Gál.5,22). Esa paciencia no nos hace ciegos al aguijón pero nos
permite vivir con sosiego en medio del quebranto.
“Bástate mi
gracia”. Gracia para ser transformado en
la semejanza del carácter de Jesús. ¿Sólo eso? ¿Nada más? ¡Nada menos! La paciencia de lo alto es un cimiento sólido sobre
el que se levantan otras virtudes y se edifica así un carácter maduro según el
modelo de Cristo, quien “por lo que padeció aprendió (obediencia)” (Heb.5,8). “Si
vienen aflicciones a nuestras vidas, podemos regocijarnos también en ellas,
porque nos enseñan a tener paciencia; y la paciencia engendra en nosotros
fortaleza de carácter y nos ayuda a confiar cada vez más en Dios, hasta que
nuestra esperanza y nuestra fe sean fuertes y constantes. Entonces podremos
mantener la frente en alto en cualquier circunstancia, sabiendo que todo irá
bien, pues conocemos la ternura del amor de Dios hacia nosotros, y sentiremos
su calor dondequiera que estemos, porque El nos ha dado el Espíritu Santo para
que llene nuestros corazones de su amor.” (Rom.5,3-5; Paráfrasis: “La Biblia al
día”). “Amados hermanos, ¿están ustedes afrontando muchas dificultades y
tentaciones? ¡Alégrense, porque la paciencia crece mejor cuando el camino es
escabroso! ¡Déjenla crecer! ¡No huyan de los problemas! Porque cuando la
paciencia alcanza su máximo desarrollo, uno queda firme de carácter, perfecto,
cabal, capaz de afrontar cualquier circunstancia.” (Stg.1,2-4; Paráfrasis: “La
Biblia al día”). El propósito del Padre para nosotros en esta vida es “que
seamos hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Rom.8,29) y es desde esta
perspectiva que cobra verdadero significado la promesa divina de “que a los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan a bien” (Rom.8,28). En ese proceso el aguijón que nos
acompaña resulta de especial provecho si de la mano de Dios “me sobrepaso a mí
mismo para volver a mí mismo mejor realizado”[1] como el
viejo olmo machadiano.
“Bástate mi gracia”. Gracia
para crecer en intimidad con Dios. ¿Sólo eso? ¿Nada más? Nada es mejor. El
dolor del aguijón trae una lucidez inigualable. La primera verdad que alumbra
es la miseria terrible del propio orgullo que necesita ser quebrado. Pero
ilumina también el amor de Dios a pesar de que permita el aguijón y la
posibilidad de convertir ese dolor en estímulo para descubrir con más
intensidad la cercanía del Dios de amor de una manera nueva, brillante,
cautivadora, plena. Sólo en esa perspectiva puedes atreverte a orar, con temor
y temblor: “Señor, preferiría que me lo quitaras [el aguijón], pero no antes de
que cumplas todos los propósitos por los que lo permites.”[2]
Nada te turbe;
nada te
espante.
Todo se pasa;
Dios no se
muda;
la paciencia
todo lo
alcanza.
Quien a Dios
tiene,
nada le falta.
Sólo Dios
basta. (Teresa de Jesús)