lunes, 29 de abril de 2024

ABRIRNOS A LA VOLUNTAD DEL PADRE

 

Once misioneros muertos en un accidente de tráfico en Tanzania.

https://protestantedigital.com/internacional/67900/tragico-accidente-en-tanzania-deja-once-misioneros-evangelicos-fallecidos

¿Por qué? Antes de responder como acto reflejo: “preguntemos para qué”, preguntemos: “¿por qué no?” El hecho insoslayable es que los cristianos sufren exactamente igual que los no cristianos las mismas tragedias. Damos fe de esa verdad porque todas nuestras familias lo han experimentado dolorosamente.

Ante ese hecho la primera intención en “defender” a Dios: esos cristianos sufren porque han orado poco, han orado sin fe, es castigo divino por algún pecado, … Y cuando es evidente que tales argumentos son indefendibles, llega la decepción. “Dios me ha decepcionado: dice que me ama y, siendo todopoderoso, podría librarme de dificultades y tragedias y no lo ha hecho”.

Existe otro camino: abrirnos a la voluntad de Dios para nuestras vidas. No por fatalismo o incredulidad. Abrirnos a la voluntad de Dios para nuestras vidas como la expectativa más provechosa. Es el camino de “la oración de renuncia”, “la oración de abandono”, es la enseñanza de Jesús en la “escuela de Getsemaní”: Mateo 26,36-42.


1. ORACIÓN DE RENUNCIA/ABANDONO. “Hágase tu voluntad” (Mt.26,42). Es natural esperar, desear que el buen Padre que nos libre de las dificultades, nos abra caminos de bienestar físico, profesional, sentimental, … Es comprensible … pero irreal: la condición de esta existencia no lo permite. En medio de todas las circunstancias podemos adoptar otra expectativa: “hágase tu voluntad”. A la manera de la iglesia de Jerusalén, por ejemplo, que bajo la presión de amenazas y cárceles, no clamaron por su seguridad y bienestar sino: “concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para [¿librarnos?, no] que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús” (Hch.4,29-30). Y el Padre contestó esa oración: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch.4,31)

Esta forma de renuncia, de abandono en manos del Padre, no es fácil. Jesús mismo luchó toda la noche hasta que se rindió. Esta forma de abandono en la voluntad del Padre tampoco es fatalismo o resignación derrotada: “que sea lo que Dios quiera”, dicho en el tono más escéptico posible. La oración de abandono se sustenta en la firme confianza en el inalterable carácter amoroso del padre. Dios no se olvida de amarnos: “… ni la muerte, …ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom.8,38-39)


2. LA MUERTE A MI PROPIA VOLUNTAD. En este asunto se trata de dejar las circunstancias en las sabias manos del Padre. Pero hay una cuestión aún más profunda y radical: aprender a morir a la voluntad propia, al yo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál.2,20). La renuncia al yo es la mayor renuncia, pero el fruto es el nacimiento y el desarrollo de la vida de Cristo en nuestra propia vida.

Nuestra vieja naturaleza, nuestra condición natural que gira alrededor del yo y sus derechos, es un velo que, aún como cristianos, nos impide ver el rostro de Dios, la intimidad transformadora con el Padre. “[Ese velo] Está entretejido con los delicados hilos del egoísmo, cruzados con los pecados del espíritu humano.”[1]

La muerte de la voluntad propia es la mayor tragedia imaginable para la persona que no conoce el amor de Dios. Para esta persona el lema más valioso es: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma(William E. Henley). Para el hijo de Dios nada puede ser más deseable (y a la vez más difícil) que la renuncia, la muerte del yo: significa esencialmente, soltar las riendas, dejar el control de nuestras vidas a la “perfecta” voluntad del Padre y así ser progresivamente transformados a semejanza de Jesús.

Una y otra vez debemos volver a considerar esta enseñanza de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn.12,24). Eso sí: “Estamos lidiando con la crucifixión de la voluntad, no la aniquilación de la voluntad. (…) Dios no está destruyendo nuestra voluntad, sino transformándola, para que por el proceso del tiempo y la experiencia, podamos querer libremente lo que Dios quiere.”[2]


3. ¿SEGUIR ORANDO? ¿CÓMO ORAR? Oramos con libertad y con sinceridad, trayendo ante el Padre los anhelos del corazón con la confianza de un niño; oramos con pasión amparados en las promesas del Padre, … pero aprendemos a unir nuestros anhelos a los anhelos de Dios.

Aprendemos a discernir la voluntad del Padre de la mano del Espíritu Santo, para “orar en el Espíritu”. No podemos desarrollar esa verdad en esta reflexión pero nuestro anhelo debe ser “permanecer en cristo y Él en nosotros” (cfr.Jn.15,4) para unir nuestro corazón al Suyo, palpitar como palpita Su corazón y hacer de Su voluntad la nuestra. A partir de esta conexión podemos entender el significado de las palabras de Jesús: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Jn.15,7). En esa dinámica: “El alma experimenta que es la voluntad que ha llegado a ser nada para que la voluntad de Dios sea todo, que ahora llega a inspirarse con una potencia Divina para querer en realidad lo que Dios quiere, y para reclamar lo que le ha sido prometido en el nombre de Cristo.”[3]


Mi respuesta. Este vivir, abiertos a la voluntad del Padre, abandonando la propia voluntad para abandonarnos en el Padre, nos libera del yo, nos libera de los miedos: “sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Rom.14,8). Y si nos han de temblar las rodillas, que nos tiemblen donde nos tienen que temblar: allá donde la voluntad del Padre nos lleve. En palabras de un querido hermano, sacudido por una dura prueba: “Sé que la voluntad de Dios es la esencia para nuestras vidas” (Darío Zapata).

“Sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria” (Is.60,2). Cumple, Señor, tu palabra en nuestras vidas; cúmplela según tu voluntad.

 

ORACIÓN DE ABANDONO

 

Padre mío,

me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,

estoy dispuesto a todo,

lo acepto todo,

con tal que Tu voluntad se haga en mí

y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en Tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tu eres mi Padre.

Amén.

(Carlos de Foucauld)




[1] A.W. Tozer: La búsqueda de Dios. Colombia: CLC, 1977. Pgs. 44-45.

[2] R. Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994. Pg. 68.

[3] A. Murray: La escuela de la oración. Terrassa: Editorial CLIE, 1987. Pg. 191.