1.
LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS. Las cosas parecen funcionar
bastante bien en nuestra sociedad: tenemos sanidad, educación, seguridad, …
Algunos creen que es gracias a sus políticos, otros creen que es a pesar de
todos los políticos. En cualquier caso, ante nuestros ojos se ve el tráfico ordenado, los quirófanos funcionando como engranajes bien
ensamblados, las gentes yendo y viniendo con normalidad, …
Así las cosas, la filosofía práctica de muchas personas es “a vivir que son dos días”, la vida es muy corta y hay que disfrutarla al máximo: “más vale pájaro en mano que ciento volando”, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, ... Dicho de forma elegante: “carpe diem”: aprovecha el día, vive el momento, goza el presente, fiesta. Y ya sabemos lo que eso significa, una especie de hedonismo de andar por casa. no se ve a Dios por ninguna parte y tampoco parece que le necesitemos, que se le eche en falta; en muchos sentidos Dios, si existe, parece irrelevante, “una hipótesis innecesaria” (P-S. Laplace). Sin embargo ….
El zorro le dijo al principito: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”[1]
Pascal, un gran filósofo y un gran científico ya nos advirtió: “El corazón tiene razones que la razón no conoce.”[2] Y dejó escrito que existe un “esprit de finesse” que necesitamos para percibir una parte de la realidad que no se accede con la razón o la experimentación. Y que esa parte de la realidad es precisamente la esencial.
También la Biblia nos enseña que hay una verdad invisible a los ojos, no palpable con las manos pero esencial para nuestras vidas. No es algo, es Alguien: Jesús resucitado. Porque ahí, en Jesús, está la respuesta a los anhelos íntimos del ser humano, que ninguna fiesta superficial puede satisfacer: “nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”[3]
Pero aún los cristianos vivimos a menudo ocupados y, aún peor, con el
corazón atrapado en las cosas que sí vemos con los ojos. Y olvidamos que “las
cosas que se ven son temporales [pasajeras], pero las que no se ven son
eternas” (2ªCor.4,18). Por eso, somos exhortados una y otra vez de parte del
Padre: COLOSENSES 3, 1-3.
2.
LA VIDA ANTIGUA Y LA NUEVA.
v. 1. “Resucitados con Cristo”. Convertirse a Jesús implica “morir” a todo un estilo de vida, al punto que espiritualmente “fuimos crucificados con Cristo” (Rom.6,1ss.), incluso “sepultados con Él”, tal como representamos con el bautismo: “… a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom.6,4).
Esta verdad espiritual es tan poderosa que la Biblia llega a decir que: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ªCor.5,17).
v. 3. “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. En todo el Nuevo Testamento se repite esta verdad definitiva. Convertirse a Jesús es reconocerle como el Hijo de Dios, para participar de una vida nueva, diferente, abundante y eterna. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn.10,10). Dice el Evangelio de Juan: “éstas [señales] se han escrito para que creáis que Jesús es el cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn.20,31). “Creer, en el léxico de Juan, es una unión de comprensión intelectual y compromiso de vida.”[4]
v. 2. De ahí la exhortación: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. “Podemos dibujar una línea en el centro de una hoja de papel y a la izquierda escribir las cosas que son de la Tierra, y del lado derecho las cosas que son del cielo. (…) A la izquierda, escribimos los placeres de la Tierra, y del lado derecho, ponemos nuestro deleite en el Señor. A la izquierda anotamos los tesoros de la Tierra; a la derecha reunimos tesoros ‘donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan’ (Mt.6,20). A la izquierda, ponemos la reputación frente a los hombres y nuestro deseo de sobresalir ante los hombres [ser “cabeza de cartel”]; a la derecha, escribimos nuestro deseo de ser levantados en alto con Dios. A la izquierda, apuntamos un buen lugar donde habitar; a la derecha, anotamos una mansión en el más allá. A la izquierda, ponemos nuestro deseo de caminar con la mejor compañía aquí en la Tierra; a la derecha, registramos nuestro deseo de caminar con Dios aquí en la Tierra. A la izquierda, ponemos el seguir la filosofía del hombre, y a la derecha, seguir las revelaciones de Dios. A la izquierda, cultivar la carne; a la derecha, vivir por el Espíritu. A la izquierda, vivir durante un tiempo; a la derecha, vivir por la eternidad.”[5]
Vivir para las cosas de arriba no es cerrar los ojos a las responsabilidades propias del vivir, es vivirlas como una ofrenda a Dios, vivirlas en Dios, vivirlas con Dios. “Para estar con Dios no es necesario estar siempre en la iglesia. Podríamos hacer un oratorio de nuestro corazón, en donde retirarnos de vez en cuando, para conversar con Él en mansedumbre, en humildad, y en amor. (…) Acostúmbrate, a adorarlo gradualmente, a pedir de su gracia, a ofrecerle tu corazón de vez en cuando, en medio de tus negocios, incluso en cada momento que puedas.”[6]
Vivir para las cosas de arriba, sí es volver la espalda a otras “cosas de la tierra”: “fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (…) ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas …” (v.5-8). Y esas “cosas”, sustituidas por otras bien distintas: “entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, … amor” (v.12-14).
Vivir para las cosas de arriba, centrados en Dios, nos permite vivir las demás cosas sin ansiedad, como Moisés, que “se sostuvo como viendo al Invisible” (Heb.11,27): “Quiero que mi vida quede integrada en la realidad verdadera de un Dios que me conoce por completo y solo desea mi bien. Quiero considerar todas las distracciones de mi día desde la perspectiva de la eternidad. Quiero abandonarme a un Dios que me puede elevar por encima de la tiranía de mi propio yo. Nunca seré libre del mal, ni de las distracciones, pero pido en mis oraciones que quede libre de la ansiedad y la agitación que se infiltran junto con ellas.”[7]
Mi respuesta. Lo esencial no se ve con los ojos, la nueva vida en Jesús no nace y se desarrolla por virtud de nuestra sabiduría o de nuestro esfuerzo (“Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. He ahí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la razón”[8]). En el Espíritu Santo radica la vitalidad transformadora que la hace posible. “Fue Pentecostés y no el día de Resurrección, el suceso que transformó a los discípulos”[9]. “Sed llenos del Espíritu” (Ef.5,18), es la recomendación del apóstol Pablo. La nueva vida en Jesús nace y se desarrolla por la presencia activa del Espíritu Santo en nuestro interior: “acomodando lo espiritual a lo espiritual (…) las cosas del Espíritu de Dios, (…) se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,13-14).
¿No querrás mirar más allá de lo que ven tus ojos, para ver a Jesús y la
vida abundante en Él?
[1] A. de
Saint-Exupéry: El Principito. cap. XXI. Madrid: Alianza Editorial, 1996.
Pg. 87.
[2] Blaise Pascal: Pensamientos.
Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 423.
[3] San Agustín: Confesiones.
I.1.1. Madrid: B.A.C., 2000. Pg. 23.
[4] E. Peterson: “Resurrection
Quartet” In AAVV: Suffering & Glory. Bellingham, WA.: Lexham Press,
2021. Pg.104.
[5] A.W. Tozer: Intenso. La vida crucificada. Buenos
Aires: Editorial Peniel, 2014. Pgs. 49-50.
[6] Hermano Lorenzo, fraile carmelita s. XVII: La práctica
de la presencia de Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2006. Pgs. 66-67.
[8] Blaise Pascal: Pensamientos.
Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 424.
[9] Henri Nouwen: Sabbatical
Journey, citado por Ph.
Yancey: Alcanzando al Dios invisible. Miami: Editorial Vida, 2004. Pg.
162.