La Biblia enseña
que el fruto del Espíritu Santo tiene, al menos, nueve manifestaciones
(Gál.5.22-23). Si pudiera añadir una más, yo escogería el buen humor porque
siempre me ha parecido una evidente manifestación del Espíritu Santo. No el
gozo (alegría), que es un concepto teológicamente más complejo y sofisticado,
sino el sencillo hermano buen humor.
Hay personas a las
que parece que los zapatos les aprietan siempre, que te miran y parece que te
están riñendo, que te hacen preguntarte: “¿qué habré hecho mal?” Decimos
demasiado deprisa: “¡Esto no es serio!” “¡Qué vergüenza”! respecto de
situaciones que pierden todo dramatismo si las miramos con una pizca de buen
humor. Muchas cosas que parecen indignantes, insoportables, como para rasgarse
las vestiduras, en nuestras circunstancias y en nuestras relaciones, se
diluyen, se reducen a anécdotas y traen una sonrisa al rostro si sólo podemos
mirarlas con una pizca de buen humor.
Falta humor, como
falta amor en la vida. Ya se lamentaban los Presuntos Implicados: Para estos
casos no hay humor, no, no hay humor. Para estas cosas no hay humor, no, no hay
humor. Qué lamentable confundir
el rigor existencial con el “rigor mortis”. Algunos sienten que siempre hay que
tomarse las cosas más en serio; yo, por el contrario, conforme sumo experiencia
y años, me arrepiento de no haber sabido tomar mis circunstancias, mis
relaciones, y a mí mismo con más humor, con mejor humor. Porque el buen humor, como
el amor, es de Dios.
I. EL BUEN HUMOR NACE
DE DIOS. “Dios quiere que estemos alegres, aborrece la tristeza; porque si
deseara que estuviéramos tristes, no nos regalaría el sol, la luna y los frutos
de la tierra, dones que nos tiende para nuestra alegría; al contrario, habría
hecho todo tenebroso y no permitiría más salidas de sol ni retornos del
verano.” (Lutero)
Podemos decir que
“el cristianismo es la ‘religión’ de la alegría.”[1]
Dios es feliz, rebosa de alegría, de gozo, … de buen humor. Del mismo modo sus hijos
estamos llamados también al buen humor, a la alegría, porque ésta: “Brota de la
proximidad inmediata y decisiva del Señor, de la comunión de la criatura
reconciliada con Dios e invitada a participar de las maravillas divinas y a
contemplar la gloria de su Creador.”[2]
El mensaje es insistente: “gozaos y regocijaos”(Fil.2,18) “¡gozaos en el Señor”
(3,1); “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (4,4);
“Estad siempre gozosos” (1ªTes.5,16).
II. EL BUEN HUMOR
NACE DEL AMOR. El buen humor no es cualquier cosa, no nace de una persona
superficial; al contrario, nace del Espíritu Santo y tiene mucho que ver con el
amor; el buen humor es fruto de un corazón amoroso, y se derrama como una
mirada compasiva, paciente, indulgente hacia todos. Qué saludable es que
podamos “juzgar” a los otros en sus fallos, torpezas, debilidades, con buen
humor. Esa mirada bien-humorada, esa mirada compasiva hacia los demás, nace del
amor. Puedes convertirte en el “azote” de tus semejantes, siempre fastidiado
por sus errores, o puedes reírte con ellos. Tú decides, depende de ti. “Puedes
encontrar en cada uno de tus prójimos aquello que quieras resaltar. Tienen
grandezas y tienen miserias, hay bondad y hay maldad, ni todo es negro ni todo
es blanco, ni tan siquiera gris. Lo que quieras ver en ellos, eso es lo que
verás.”[3]
En otras palabras,
el buen humor es “sabiduría del amor”. “Carecer de humor es carecer de
humildad, de lucidez, de liviandad, es vivir demasiado lleno de uno mismo,
demasiado engañado por uno mismo, es ser demasiado agresivo o demasiado severo
y, por ello, carecer de generosidad, de dulzura, de misericordia.”[4]
¿Quién quiere algo así para uno mismo? ¿Quién quiere tener cerca a alguien así?
“No te acerques a una cabra por delante, a un caballo por detrás, ni a un
carente de humor por ningún sitio.” Por el contrario, el buen humor le hace
bien a uno y le hace bien a los que están alrededor.
III. CULTIVAR EL
BUEN HUMOR. Este buen humor es una virtud espiritual que viene de lo Alto como
un obsequio, pero que a la vez podemos cultivar:
1. La verdadera
disposición para el buen humor se hace robusta cuando nos deleitamos en Dios. La
razón para cambiar nuestra visión de la vida y del mundo es el Evangelio mismo,
el anuncio de que Dios es “el eterno Enamorado de nuestra alma.”[5]
El amor de Dios es incansable, eterno: “Con amor eterno te he amado” (Jer.31,3;
Jn.3,16). Ese amor nos cautiva en Dios y la alegría que viene de esa relación
lo resiste todo, nada la puede arruinar. Como se escuchaba hace un tiempo en el
mundillo evangélico: “Sonríe, Dios te ama”; o como decía una pintada en la
fachada de una parroquia de Valencia hace años: “No pongas cara de muerto, Él
vive”. ¡Sí! ¡Cristo ha resucitado! ¡Jesús es el Señor! Esa verdad cambia radical
y positivamente (bien-humoradamente) la actitud ante la vida y para todas las
relaciones.
2. “Llevar cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ªCor.10,4-5). No nos amargan las
circunstancias o las personas (salvo casos extremos), nos amargamos nosotros
mismos cuando nos dejamos amargar con pensamientos amargos, negativos,
acobardados, … Hay que aprender a detener esos pensamientos “en el umbral de
nuestra mente”, combatirlos para impedir que hagan raíz en nuestra alma y
contaminen nuestra vida y actitudes. Todo pensamiento que no responda a la
verdad del Evangelio o que sea contrario a la voluntad del Señor Jesús debe ser
rechazado cuanto antes.
3. “En esto pensad”
(Filip.4,8-9). El lugar libre que queda en el alma al negarse a todo lo oscuro
y negativo, hay que llenarlo de todo lo bueno, limpio, hermoso, que viene de
Dios (Col.3,16). Algunos creen que son más sabios o profundos porque se fijan
más en todo lo oscuro; están equivocados, cuando el alma se centra en todo lo
luminoso que es de Dios, la persona resplandece.
Goethe advirtió:
“Alegría y amor son las alas de las grandes empresas”. El buen humor nos
capacita para ser “personas equilibradas, capaces de enfrentar las crisis con
madurez, aptas para solucionar los inevitables problemas de la vida, útiles
para contribuir al bienestar de los demás, libres de disturbios emocionales,
hábiles para convertir nuestras preocupaciones en ocasión para la fe.”[6]
No me gustan los excesos pero, la verdad, prefiero pecar con la “risa santa”
que con el “santo rigor”; nada muestra mejor el espíritu sano que disfruta una persona
o una comunidad que su capacidad para el buen humor.
“No hay desgracia
más grande que sentirse uno mismo desgraciado. (…) Sonríe; es mejor sonreír
para que las inevitables penitas de la vida se vayan evaporando por ese intenso
calor de tantas cosas, por las que tendríamos que estar contentos y
agradecidos.”[7]
Este asunto tiene que ver con el fruto del Espíritu Santo, de manera que es
piadoso aspirar a que siembre un carácter consagrado, comprometido, pero
también una pizca de buen humor, unas gotitas de indulgencia ante las cosas y para
los semejantes. Esa es la clave para las relaciones humanas que honran de
verdad al Dios del amor, de la compasión (Sal.119,89-92 -NVI). Satanás no tiene
sentido del humor, por eso recuerda: “quien sonríe primero sonríe dos veces”[8]
Emmanuel Buch Camí
Madrid, Abril de
2014
[1] Norma C. de Deiros:
¡Sonríe, hermano! Miami: Editorial
Caribe, 1988. Pg. 31.
[2] Norma C. de Deiros:
¡Sonríe, hermano! Op. Cit. Pg. 27.
[3] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Madrid: Sociedad bíblica,
1996. Pg. 251.
[4] Carlos Díaz: La virtud de la alegría. México:
Editorial Trillas, 2002. Pg. 49.
[5] Richard Foster: La Oración. Betania, 1994. Pg. 89.
[6] Norma C. de Deiros:
¡Sonríe, hermano! Op. Cit. Pg. 73.
[7] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Op. Cit. Pg. 104.
[8] Carlos Díaz: La virtud de la alegría. Op. Cit. Pg. 63.