Para
Eli Fernández, tan cercana a veces a Chesterton
Pensemos a Dios, sí. Pero no como
divertimento académico ni como baile diletante de salón, sino como ejercicio
vital en medio de la oscuridad del mundo y de la vida de los seres humanos.
1. INSUFICIENCIA
DE LA CIENCIA. “Dios no existe”, “no hay ningún Dios” ha repetido en los
últimos años el científico Stephen Hawking[1]. Y la primera cuestión a
suscitar es precisamente la insuficiencia de la ciencia para discernir la
realidad toda, sobre todo la realidad de Dios. Ciertamente el sentir general es
más bien el contrario, al punto que la ciencia se cree sola en el mundo y en
esa convicción soberbia se convierte en técnica: “conjunto de operaciones y de
transformaciones que extraen su posibilidad de la ciencia y de su saber
teórico, con la exclusión de cualquier otra forma de saber, con la exclusión de
toda referencia al mundo-de-la-vida y a la vida misma”[2] Por eso desde la
fenomenología se reprocha a la ciencia su altivez: “La ciencia, la ciencia
matemática de la naturaleza, ha puesto fuera de juego las cualidades sensibles
de ésta, a saber, el mundo-de-la-vida y la vida misma.”[3] En otras palabras, la
ciencia convertida en soberana excluye cualquier realidad que no sea
reconocible objetivamente, desprecia la subjetividad que es propia de cada
persona humana, sus dimensiones estéticas, intelectuales, morales o
espirituales. Es la misma crítica que, desde un enfoque sociológico, formuló
proféticamente Jacques Ellul.[4]
2. HUMANIDAD
MÁS ALLÁ DEL OBJETIVISMO. Sería absurdo negar la relevancia de la ciencia,
pero lo que pretendemos señalar es su incapacidad para dar cuenta de toda la
realidad y, en particular, de la realidad de la humanidad del hombre con sus
deseos y sus pasiones. Dejar a la ciencia dar cuenta completa de la realidad y
más de la realidad humana, devendría en una forma contemporánea de barbarie.[5]
La ciencia sola, como tampoco la sola razón
fría, instrumental, no puede dar plena cuenta de la subjetividad, de la
humanidad del hombre. Menos aún de un Dios personal. La religión dentro de los límites de la sola razón (Kant) sólo
puede producir humana religión. Es necesario atender en este punto al pensamiento
postmoderno que reivindica el valor sustancial de otros aspectos de la
condición humana que la Modernidad despreció, y de otros modos de conocimiento
que no son meramente científicos. Ya G.K. Chesterton advertía con su ingenio
provocador: “Aquello en que más creía yo entonces [infancia], y en que sigo
creyendo más, son los cuentos de hadas. A mí me parecen lo más razonable que
hay en el mundo. (…) El reino de las hadas no es más que el luminoso reino del
sentido común.”[6]
Este intelectual advertía de este modo contra la reducción de lo humano y por
ende de lo divino, a lo aprobado por el cientificismo. “Todo eso que llamamos
sentido común, racionalidad, sentido práctico y positivismo, sólo quiere decir
que, para ciertos aspectos muertos de la vida, olvidamos que hemos olvidado. Y
todo lo que se llama espíritu, arte o éxtasis, sólo significa que, en horas
terribles, somos capaces de recordar que hemos olvidado.”[7]
3. RAZONES
DEL CORAZÓN. Es necesario pensar a Dios en otra manera, que le sea más
propia. Dicho en términos clásicos: “En la contemplación y manifestación de su
majestad, toda elocuencia se queda muda, y con razón; todo esfuerzo mental
resulta débil. Porque Dios es mayor que la misma mente. No podemos concebir su
grandeza. No; si pudiéramos concebir su grandeza, Él sería inferior a la mente
humana que podría formar ese concepto. Él es superior a todo lenguaje, y no hay
afirmación que lo pueda expresar. En realidad, si hubiera afirmación alguna que
lo pudiera expresar, Él sería inferior al habla humana que podría captar y
reunir con dicha afirmación todo cuanto Él es. Todos nuestros pensamientos
acerca de Él serán inferiores a Él, y nuestras expresiones más elevadas serán
trivialidades, comparadas con Él.”[8]
¿Cómo entonces? Sorprendentemente, un físico,
matemático, ingeniero, urbanista, apologeta, … como Blas Pascal diría: con el
corazón. Para
este francés del racionalista siglo XVII, no hay un saber universal sino
saberes parciales, así como diferentes epistemes en función del tipo de objetos
que se quieren conocer. El hombre escudriña la realidad por medio de dos
acercamientos bien distintos, el “esprit de geometrie” y el “esprit de finesse”,
que se corresponden respectivamente al ámbito de la razón y del corazón, como
los llama Pascal. El ámbito del espíritu geométrico es el de las ciencias
exactas (geometría, aritmética, física, medicina) donde se aplica un esquema
lógico-deductivo que analiza, descompone en partes, abstrae, calcula, de modo
que la verdad se presenta de forma unívoca, cuantificable, expresada en
definiciones precisas. El espíritu de sutileza, en cambio, corresponde a las
ciencias humanas y aquí las conclusiones no se demuestran sino que se dan, se
hacen evidentes de manera vital; es una intuición viva que alcanza a la esencia
misma de las cosas en un modo propio del que la razón no participa: “El corazón
tiene razones que la razón no conoce.”[9]
Dios sólo puede ser conocido por el “corazón”: “Es el corazón el que siente a
Dios y no la razón. He ahí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la
razón.”[10]
4.
CONOCIMIENTO DE FE. Hablemos, pues,
de la fe. ¿Qué es? Según la definición de una niña piadosa: “Fe es creer que es
verdad lo que sabemos que es mentira”. Según leemos en la Biblia: “la
convicción de lo que no se ve” (Heb.11,1). La fe no es absurda, pero resiste a
la altivez de la razón fría y de la ciencia objetiva: La
fe cristiana no es irracional pero sí supra-racional (K. Barth); por eso
Cherterton puede afirmar con su estilo paradójico: “Los enigmas de Dios me
satisfacen más que las respuestas de los hombres”.
Hoy se habla más de espiritualidad que de fe;
una espiritualidad sin dogma, sin contenido, en búsqueda de bienestar personal,
un “sentirse bien” a menudo de espaldas al semejante y, por tanto,
auto-cancelante, amoral. La fe desde la perspectiva cristiana toma una forma
bien distinta. En efecto, Dios es inalcanzable por el ser humano: “El intelecto
sabe que te ignora (…) porque sabe que no se te puede conocer, a menos que se
pueda conocer lo imposible de conocer, y se pueda ver lo invisible, y alcanzar
lo inalcanzable.”[11]
Pero asombrosamente este Dios inalcanzable se revela a sí mismo, se hace
accesible al ser humano encarnado en Jesucristo (Heb.1.1). En palabras del
evangelista Juan: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn.1,18). El sujeto y objeto de la fe
cristiana es este Jesús de Nazaret de quien la Biblia, creemos, da testimonio
fidedigno. “En Cristo y por Cristo, Dios realiza su completa autorrevelación,
aunque no se muestra a la razón, sino a la fe y al amor. La fe es un órgano del
conocimiento, y el amor un órgano de la experiencia.”[12]
5. EXPERIENCIA
DE AMOR. Un párrafo final, a propósito de esta palabra: experiencia. No hay
un pensar sobre el Dios de Jesucristo que no sea “certidumbre de fe” (Heb.10,22),
y no hay certidumbre de fe que no sea experiencia de fe, y no hay experiencia
de fe que no sea experiencia de amor, porque “Dios es amor” (1ªJn.4,8); y no
hay experiencia de amor de Dios que no se traduzca en amor al prójimo, porque ese
amor es expansivo (1ªJn.4,7), a diferencia del amor humano tan comúnmente
posesivo. En ese pensar a Dios que es experiencia de amor, descubrimos a Dios
cómo Él mismo se da a conocer pero, además, nos descubrimos también a nosotros
mismos (1ªCor.13,12) en el valor que para Dios tenemos, descubrimos que somos
pensados por Dios, que somos tan amados como pensados. Dicho en términos
bíblicos: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
(Jn.3,16). En otras palabras: “Soy amado, luego existo.”[13] Y es que el amor no es
sólo una forma de conocimiento, es la forma más sublime y más genuinamente
humana de conocimiento. Por eso escribe San Juan de la Cruz: “A la tarde te
examinarán en el amor”[14]
[5] Cfr. Daniel Dos Santos: “La barbarie que hay en la
civilización”. In ACONTECIMIENTO, 2017/3, nº 124.
[6] G. K. Chesterton: Ortodoxia.
Barcelona: Editorial Alta Fulla, 2000. Pg. 53. Es llamativo el elevado interés
de intelectuales y académicos de la talla de C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien o el
mismo Chesterton por la tan denostada “fantasía”.
[8] Novaciano (s. III, De
Trinitate.) Citado por A. W. Tozer: El
conocimiento del Dios santo. Miami, Fl.: Editorial Vida, 1996. Pg. 53.
[11] Nicolás de Cusa (s. XV, Visión de Dios). Citado por A. W. Tozer: El conocimiento del Dios santo. Op. Cit. Pg. 13.
[14] San Juan de la Cruz: “Dichos de luz y amor” nº 59. In Obras completas. Madrid: B.A.C. 1994.
Pg. 157.