El
matrimonio sufre un tiempo de crisis en nuestra sociedad. Para fortalecerlo, una
corriente significativa en el ámbito evangélico en los últimos años enfatiza la
enseñanza de un modelo bien determinado de relación matrimonial, con roles
claramente diferenciados entre los cónyuges, que incluye una cierta
“subordinación funcional” de la esposa. Otros, sin embargo, advierten que ni el
texto bíblico ni la experiencia humana justifican una concepción tan fija del
matrimonio y de los roles de los cónyuges; entienden que la Biblia ofrece otros
mimbres más evidentes y sólidos con los que conseguir el propósito de fortalecer
la relación matrimonial. Dada su relevancia, merece la pena una aproximación
detenida a esta cuestión.
I. AUTORIDAD,
SOMETIMIENTO
1. CABEZA: ROL DE AUTORIDAD. Un sector
evangélico, en base a su entendimiento de la enseñanza bíblica, sostiene que la
defensa del matrimonio y de la familia pasan por una clara definición de los
roles de ambos cónyuges. El texto que acostumbra a ser crucial en este asunto
es Efesios 5,22ss. pero si queremos tener una perspectiva más completa debemos
comenzar por los relatos de la Creación. La comprensión mayoritaria de esos
textos pasa por afirmar primero la “igualdad ontológica” entre el hombre y la
mujer, para enfatizar después su complementariedad, la diferenciación de sus
roles, y un principio de “subordinación funcional de la mujer a su marido
[Gén.2,21-23]”[1],
un principio de autoridad del varón sobre la mujer que, eso sí, debería
ejercerse a la amorosa manera de Jesús para con su iglesia. En ocasiones se
afirma incluso que “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente
distintas que las del género femenino”[2]
Aunque cada autor refleja matices particulares, vamos a mencionar los
argumentos generales de este punto de vista.
El
principio de autoridad y subordinación se extrae del relato de la Creación de
Génesis 2: “Este segundo relato de la creación revela que si bien Dios hizo al
hombre y a la mujer iguales, también
los hizo diferentes. (…) Debido a la
igualdad del hombre y la mujer (por creación y en Cristo), queda descartada la posibilidad
de que un sexo sea inferior a otro. Pero por su complementariedad, queda
descartada la mutua identidad. Es más, esta doble verdad echa luz sobre los
roles sexuales y las relaciones entre los sexos.”[3]
Génesis 2 aportaría elementos suficientes para fundar esa conclusión: “Pablo
llamó la atención de sus oyentes a la precedencia
en la creación (‘Adán fue formado primero, después Eva, 1ªTim.2,13), al procedimiento de la creación (‘el varón
no procede de la mujer, sino la mujer del varón’ 1ªCor.11,8), y al propósito de la creación (‘y tampoco el
varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón’,
1ªCor.11,9). Así pues, según las Escrituras, aunque ‘el varón nace de la mujer’
y los sexos son interdependientes (1ªCor.11,11ss), la mujer fue creada después
del hombre, a partir del hombre y para el hombre.”[4]
1.
La prioridad temporal. La conclusión sería que Adan, al ser creado primero, lo
fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia
judía por el primogénito.
2.
La mujer como ayuda idónea. “Aunque el modo en el que la mujer fue creada no
denota inferioridad, sí indica una diferencia en cuanto a las funciones. La
mujer fue creada para ayudar a su marido; su función depende de él. Al igual
que le siguió en la Creación, debe seguir el liderazgo que él ejerce como
marido.”[5]
3.
La imposición de nombres como acto de autoridad. “Hay otro elemento que apunta
a que Adán debe tener autoridad sobre la mujer. Adán le dio un nombre. Cuando
Adán dio nombres a los animales, está claro que estaba ejercitando el poder que
Dios le había dado sobre ellos. Darle un nombre a alguien está asociado con la
autoridad que se tiene sobre la persona a la que se le da el nombre.”[6]
4.
Masculinidad y Autoridad. A partir de esta diferenciación sería posible fijar
un modelo bien concreto de masculinidad bíblica, una identidad masculina según
el diseño de Dios: “Dios crea al hombre [varón] de la tierra, del polvo de la
tierra, dotándole de su propia imagen y semejanza, mientras que la mujer es
creada del varón. ‘Tierra y carne’ marcan ya desde el principio una impronta
bien diferente en cada uno, que podríamos resumir en esta frase: El hogar del hombre es el mundo, mientras
que el mundo de la mujer es el hogar. (…) La necesidad de conquista y la
necesidad del hogar, ‘raíces y alas’ son energías ancestrales ancladas en el
alma de cada hombre y de cada mujer. No las podemos negar, porque en su
complementariedad, conforman la estabilidad de la estructura familiar.”[7]
Sería posible afirmar igualmente que Dios mismo ha puesto una semilla de
liderazgo en el corazón de todo hombre: “Algo que responde a un latido
ancestral que nos conecta con lo primario, con la creación, con los latidos de
la tierra, con lo indómito y salvaje, y que tiene que ver con espíritu de conquista, liderazgo, riesgo y afán de
explorar, viviendo aventuras que nos hagan sentir latentes y activos. Se
trata de nuestra hombría y es un legado directo de la imagen de Dios en
nosotros. No hay que negarlo, solo canalizarlo de forma adecuada, no hay que
reprimirlo, solo dirigirlo dentro del marco ético apropiado.”[8]
En tal sentido, las tres características que definen la esencia de un hombre
dentro de la familia son: proveedor, protector, procreador, y los atributos
propiamente masculinos, “que nacen de la profunda esencia del corazón del
Padre: Guerrero, Rey, Sacerdote, Amante y Amigo.”[9]
Desde
esta perspectiva, el argumento fuerte en esta diferenciación y caracterización
de los géneros es que esta es la voluntad expresa de Dios. Los hombres
“necesitan un entendimiento más profundo de por qué añoran aventuras, y
batallas y a una belleza … y por qué Dios los hizo sencillamente así. Además necesitan una profunda comprensión de por
qué las mujeres anhelan que se luche por ellas, que las lancen a la aventura, y
ser la Bella. Dios también las hizo
así.”[10]
Adán, se dice, fue creado fuera del huerto, sólo después fue llevado al Edén;
“nació en zona deshabitada. Fue creado en la parte indómita de la creación (…)
La aventura, con todos sus requisitos de peligro y locura, es un profundo
anhelo espiritual en el alma del hombre. (…) Es el miedo lo que mantiene a un
hombre en casa, donde las cosas están limpias y en orden, y todo está bajo su control. (…) Lo
esencial del sufrimiento de Cristo en el desierto fue una prueba de su
identidad.”[11]
La naturaleza de todo varón respondería a esta descripción: “en el corazón de
todo hombre hay un anhelo desesperado por una batalla que pelear, una aventura
que vivir y una bella que rescatar.”[12]
Del mismo modo, hay tres deseos esenciales en el corazón de toda mujer: “Toda
mujer necesita saber que es exquisita, exótica y preferida. Este es el núcleo de su identidad, el modo en que lleva
la imagen de Dios. ¿Irás tras de mí? ¿Te
deleitarás en mí? ¿Pelearás por mí?[13]
La mujer “castra” al varón y le feminiza cuando le limita en su naturaleza
salvaje y apasionada[14].
La iglesia hace lo mismo a menudo con su enseñanza desenfocada[15]
Jesús
sería modelo de la auténtica masculinidad, que puede describirse de esta manera
gráfica: “Sea sincero ahora, ¿cuál es su imagen de Jesús como un hombre? Un amigo comentó: ‘No es Jesús del tipo sumiso y
apacible? Quiero decir, las representaciones que tengo de Él muestran un tipo
amable, con niños a su alrededor. Así como la Madre Teresa’. Sí, esas son las
imágenes que he visto en muchas iglesias. Es más, esas son las únicas imágenes
que he visto de Jesús. Como expresé antes, estas me dejan con la impresión de
que fue el individuo más agradable del mundo. El señor Rogers con barba.
Decirme que sea como Él es como si me dijeran que sea flojo y pasivo; que sea
agradable; que sea magnífico; que sea como la Madre Teresa. Preferiría que me
dijeran que fuera como William Wallace [Braveheart].”[16]
Desde
esta perspectiva también, la falta de claridad en la asignación de roles
masculino y femenino, para el esposo y la esposa sólo puede tener resultados
negativos, contrarios a la voluntad de Dios: “Hablamos de una profunda
desorientación, de una grave crisis de la masculinidad, de un ataque sin
precedentes al corazón del hombre y a la institución de la familia. Recordamos
la frase El hombre tiene miedo de ser
hombre y la mujer con ser mujer no tiene bastante, que resume de forma
acertada el cambio de papeles, los nuevos paradigmas donde para muchos, el
hombre ya es el nuevo sexo débil y un rival superado.”[17]
En este sentido cabría aventurar que “la mujer fue un instrumento en manos de
la serpiente para anular al hombre y su papel de cabeza”[18]
y que detrás de la distorsión actual de los roles queridos por Dios estaría una
acción deliberada con origen en la Escuela de Frankfurt, y desarrollada por el
marxismo cultural con el apoyo de la banca internacional y los lobbys
económicos.[19]
2.
CABEZA: ROL DE RESPONSABILIDAD. John
Stott afirma con rotundidad la igual dignidad entre hombre y mujer que se
desprende del primer relato creacional: “De manera que desde el principio el
‘hombre’ fue ‘varón y hembra’, y el hombre y la mujer por igual fueron
beneficiarios de la imagen de Dios y del mandato de gobernar la tierra. En el
texto no hay ninguna sugerencia de que uno de los dos sexos se asemeje más a
Dios que el otro, ni de que uno de los dos sexos tenga mayor responsabilidad
sobre la tierra que el otro. De ninguna manera. La imagen de Dios y la
mayordomía de la tierra (las cuales no deben confundirse, si bien están
íntimamente ligadas entre sí) fueron compartidas por igual, ya que ambos sexos
fueron creados por Dios y a semejanza de Dios.”[20]
Y añade: “Así pues, la igualdad sexual, establecida en la creación pero
pervertida con la caída, fue recuperada mediante la redención en Cristo. Con la
redención se remedia la caída, y se recupera y restablece la creación. Hombres
y mujeres disfrutan, pues, de absoluta igualdad de valor delante de Dios: por
igual han sido creados por Dios y a su imagen, justificados por gracia por
medio de la fe, y regenerados por el Espíritu que les fue derramado.”[21]
Quizás
por este énfasis en la igualdad, John Stott prefiere introducir el concepto de
“responsabilidad” para aliviar las implicaciones del ser “cabeza” del esposo:
“El concepto de ‘ser cabeza’ implica, sin duda, algún tipo de ‘autoridad’, que
requiere sumisión (…) Pero debemos tener cuidado de no distorsionar esta
noción. (…) En el Nuevo Testamento no se emplea la palabra ‘autoridad’ para
describir el rol del marido, ni ‘obediencia’ para el rol de la mujer. Ni
tampoco creo que ‘subordinación’ sea el término apropiado para describir la
sumisión de ella. (…) En cambio, pienso
que el término ‘responsabilidad’ transmite con mayor precisión la idea de ‘ser
cabeza’ que Pablo tenía en mente. (…) En el mundo antiguo no se pensaba en la
relación de la cabeza y el cuerpo en los términos neurológicos modernos, pues
no se tenía conocimiento del sistema nervioso central. Se pensaba en la
integración y el sustento del cuerpo por medio de la cabeza. De ahí que en otra
parte Pablo describiese a Cristo como cabeza de la iglesia, por quien ‘el
cuerpo entero se ajusta y se liga bien’ y ‘va creciendo’ (Ef.4,16VP; Col.2,19).
En consecuencia, ‘ser cabeza’ de su esposa significa para el marido cuidado y
no dominio; responsabilidad y no autoridad. Como ‘cabeza’, se entrega a sí
mismo por amor a ella, tal como lo hizo Cristo por su cuerpo, la iglesia, y la
cuida, como todos cuidamos de nuestro propio cuerpo. Su interés no es
oprimirla, sino liberarla. Tal como Cristo se dio a sí mismo por su esposa, con
el finde presentársela a sí mismo radiante y sin culpa, así también el marido
se da a sí mismo por su esposa, con el fin de crear las condiciones adecuadas
para que ella pueda crecer hasta la plenitud de su femineidad.”[22]
¿En qué consiste esa femineidad? Stott la rastrea a partir del concepto de
“vaso más frágil” (1ªP.3,7) que vincula a su vez a un cierto sentido de “debilidad”
bajo el que, a su vez, incluye “… aquellos rasgos característicamente
femeninos: suavidad, ternura, sensibilidad, paciencia y devoción. Se trata de
plantas delicadas, que fácilmente son pisoteadas, y que se marchitan y mueren
si el clima no es favorable. No creo que sea degradante para la mujer decir que
el rol de ‘cabeza’ que tiene el hombre es el medio provisto por Dios para
proteger su femineidad y ayudar a que florezca.”[23]
John
Piper, por su parte, ilustra la función del esposo como “cabeza”, entendido en
términos de liderazgo, con una doble figura: “valiente como un león y manso
como un cordero”[24]
Reconoce que ambos cónyuges están llamados a someterse mutuamente (Ef.5,21),
pero subraya que la manera de hacerlo es distinta en cada caso: el esposo a
través del liderazgo amoroso y la esposa a través del sometimiento voluntario.
Desde luego, el ejercicio de ambos roles debe practicarse a la manera de
relación entre Cristo y su Iglesia: “el liderazgo no da derecho a controlar, a
abusar o a descuidar (el sacrificio de Cristo es el modelo). Mejor dicho, es la
responsabilidad de amar como Cristo a liderar, proteger y sustentar a nuestras
esposas y familias. La sumisión no es servil o forzada o amilanada. Esa no es
la manera en que Cristo quiere que la Iglesia responda a su liderazgo,
protección y provisión. Él quiere que la sumisión de la Iglesia sea libre,
dispuesta, alegre, perfeccionadora y fortalecedora.”[25]
Y advierte: “Confundir o desechar estas diferencias diseñadas por Dios da como
resultado más desilusión, más divorcios y más devastación.”[26]
Merece la pena subrayar que Piper introduce una expresión significativa cuando
se refiere al ejercicio del liderazgo y autoridad del esposo: “responsabilidad
principal”[27].
Al esposo le corresponde un rol de liderazgo de servicio, protección, provisión
y cuidado para su hogar, en términos físicos así como espirituales, a semejanza
de Cristo respecto de la Iglesia; esto significa para Piper que la función del
esposo es “tomar la iniciativa” respecto de estos compromisos. Pero, del mismo
modo, advierte que en cada una de esas esferas, el esposo tiene la
responsabilidad principal pero no la responsabilidad exclusiva y abre así lugar
para que la esposa aporte también en todos los niveles citados sus dones y su
colaboración. Por ello insiste en el respeto que la esposa merece; su sumisión:
“no significa dejar su cerebro o su voluntad en el altar de bodas”[28].
Insiste también en que el esposo ejerza un liderazgo amoroso y servicial al
modo de Jesús. Con todo, insiste en las implicaciones prácticas de dicho
liderazgo y supone que ninguna esposa cristiana debe estar incómoda con un
esposo que asuma la responsabilidad principal del liderazgo; por eso, si llega
el momento de tomar una decisión en el ámbito de la familia que a ella le
parece imprudente y después de un diálogo no hay un criterio común, “si después
de hablar al respecto todavía no estamos de acuerdo, ella respetará la decisión
de su esposo.”[29]
En
coherencia con estos planteamientos, ¿qué debería decirse de las mujeres solteras,
ya independientes de sus padres, pero que no tienen una “cabeza protectora”[30]
como las mujeres casadas tienen en el marido?: “Sería mucho más propicio para
el desarrollo pleno de su femineidad que pudieran experimentar el cuidado y el
apoyo masculino en algún contexto, ya sea entre parientes o amigos, en el
trabajo, o (si son cristianas) en la iglesia. Es cierto que ‘no es bueno que el
hombre esté solo’, sin el compañerismo de la mujer, pero tampoco es bueno que
la mujer esté sola, sin ‘cabeza’ masculina.”[31]
¿Qué decir en cuanto al ministerio en la iglesia? Las posiciones desde esta
perspectiva pasan en general por demandar silencio a las mujeres en la iglesia
(1ªCor.14,34-37) y negarles la posibilidad de enseñar o ejercer cualquier forma
de autoridad (1ªTim.2,8-15)[32].
John Stott, sin embargo, considera aceptable que las mujeres desarrollen
aquellos dones espirituales que Dios mismo les ha dado y que la iglesia sea
enriquecida con su labor, siempre que lo hagan “sin atribuirse el rol de
‘cabeza’ que no les corresponde”[33].
Por ello: “Todavía no considero bíblicamente aceptable que una mujer llegue a
ser párroco u obispo”[34].
Sin embargo, considera aceptable “la participación de la mujer en ministerios
de equipo, liderados por hombres”[35].
II. OTRA EXÉGESIS ES
POSIBLE
1.
RELATOS DE LA CREACIÓN. No siempre
se repara en el valor teológico fundante del primer relato de la Creación del
ser humano (Génesis 1,26-28), que fija algunos principios esenciales:
1. El
hombre y la mujer fueron hechos de forma igual, a imagen de Dios, tienen el
mismo sello divino.
2. Dios
le dio al hombre y a la mujer responsabilidades idénticas:
a. Sed
fecundos y multiplicaos (ninguno puede hacer eso sin el otro).
b.
Llenad la tierra y sojuzgadla (Sojuzgar
sin duda implica responsabilidad y liderazgo).
c.
Ejerced dominio sobre todos los seres vivos (dominar, como sojuzgar,
implica autoridad)[36]
Es
importante destacar algunos aspectos fundamentales que desvela el original
hebreo. “Hagamos al hombre” (v.26) debe traducirse como “hagamos al ser humano”
(NVI) ya que el término “hombre” puede corresponder a un nombre propio pero
también se usa como una forma genérica para referirse al ser humano. Esto vale
para Génesis 2,7 también. El término hebreo “adam” (hombre) está relacionado
con “adamá” (tierra) e igualmente corresponde al nombre propio “Adán”
(Gén.4,25). El elemento esencial del relato es la evidencia de que Dios, cuando
crea al ser humano, “varón y hembra los creó” (v.27). Así aparece de nuevo en
Génesis 5,2 aún con más claridad. En cuanto a las expresiones “varón” y
“varona” de Gén.2,23 debemos señalar que es la manera de hacerse eco del
original, dado que en hebreo la palabra que significa “mujer” (‘ishah) suena
como la palabra que significa “hombre” (‘ish).
1.
La prioridad temporal. Del relato de la Creación de Génesis 2 suele extraerse
la conclusión de que Adan, al ser creado primero, lo
fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia
judía por el primogénito. Es una exégesis que tropieza con la evidencia ya
que el proceder de Dios se mueve en dirección contraria: escogió a Jacob (el
gemelo menor) en lugar de Esaú, a Moisés en lugar de Aarón su hermano mayor, a
David que era el hijo menor. En el Nuevo Testamento, Jesús enseñó que quien
quisiera ser grande en su reino tenía que hacerse el menor, el menos poderoso.
2.
La mujer como ayuda idónea. “La palabra ‘ezer
(que traducimos por ‘ayuda’) nunca se usa en la Biblia para referirse a una
relación de subordinación. En el Antiguo Testamento aparece 21 veces y, en 17
de ellas, ¡se refiere a Dios como nuestra ayuda! Dios no es menos que
importante que nosotros ni es nuestro subordinado. Las 3 veces restantes (junto
con el versículo de Génesis) se refieren a un aliado militar. Cuando se habla
de Dios como nuestro ‘ayudador’, es porque Él es nuestra fuerza y nuestro
poder.”[37]
3.
La imposición de nombres como acto de autoridad. Tampoco es cierto que Adán
pusiera nombre a Eva como muestra de su posición más elevada, puesto que tal
cosa sucedió después de la caída (3,20); lo que hizo con anterioridad fue
reconocer la diferencia entre varón y mujer con el juego de palabras ‘ishshala
e ‘ish.[38]
4.
Autoridad. En los dos primeros capítulos de Génesis sólo se mencionan dos tipos
de relaciones que implican autoridad jerárquica: la de Dios sobre Adán y Eva al
imponerles la prohibición del árbol y la de éstos sobre animales y tierra
(1,28). Nada se dice de una relación de autoridad del hombre sobre la mujer.
“Debido a la importancia de sus consecuencias, si tal estructura de autoridad
hubiera sido parte del diseño de la creación, habría sido claramente definida
junto con los otros dos mandatos de autoridad. La ausencia total de tal
comisión indica que no formaba parte de la intención de Dios.”[39]
Esto es aún más evidente cuando consideramos que la dominación masculina es uno
de los frutos perversos del pecado, según el propio texto bíblico: “tu deseo
será para tu marido [tu voluntad será sujeta a tu marido], y él se enseñoreará
de ti” (Gén.3,16b). “Por esta razón corresponde considerar tanto a la
dominación masculina como a la muerte como opuestas a la intención original de
Dios en la creación. Ambas son el resultado del pecado instigado por satanás.
Su origen es satánico.”[40]
2.
CABEZA (KEPHALE). El punto de vista
estudiado al principio de esta exposición insiste en que “cabeza” siempre
significa gobierno, dominio o autoridad. Un análisis detenido de dicho término
no permite semejante conclusión.[41]
El léxico más reconocido del griego del periodo neotestamentario recoge hasta veinticinco
significados posibles de “kephale” que se usaban en el griego secular; en esa
lista no aparece el uso de “kephale” como “autoridad sobre”, “líder”, “rango
superior” o similar; más bien era usada en el mundo secular y religioso con el
significado de “fuente”, “origen” o “primero”, en términos de posición, pero no
con el sentido de jefe o gobernante. Y, en sentido inverso, entre los muchos
términos griegos equivalentes a “jefe”, “autoridad” o “líder”, no se menciona a
“kephale”. En cuanto al uso de “kephale” en la Septuaginta (traducción en
griego koiné del Antiguo Testamento, usada por los judíos de la Diáspora y la
Iglesia cristiana primitiva de cultura griega), hay que destacar algunos
elementos importantes. La palabra hebrea “rosh” (cabeza) que aparece unas
seiscientas veces en el Antiguo Testamento se usa a menudo con el sentido de
“autoridad” o “líder”: casi en cuatrocientas ocasiones se refiere a la cabeza
física de una persona o un animal pero en 180 oportunidades se refiere a un
líder o autoridad dentro de un grupo. Ahora bien, ese significado que era común
en el hebreo del Antiguo Testamento, no era habitual en el griego del Nuevo
Testamento y así se comprueba al analizar las palabras griegas que utilizaron
los traductores de la Septuaginta cuando el término hebreo “rosh” significaba
maestro o jefe. En 109 de las 180 ocasiones en que “rosh” significaba líder o
jefe, los traductores no usaron “kephale” sino “archon”, que significa
“comandante” o “jefe”, al igual que otros términos semejantes; sólo en 18 de
las 180 veces usaron la palabra “kephale” y en 4 de ellas para referirse a
metáforas de cabezas y colas, en las que ningún otro término tendría sentido, y
en 6 de las otras ocasiones tienen lecturas variantes, con lo que quedan
solamente 8 de las 180 ocasiones. Su escasa utilización muestra que los
traductores sabían que “kephale” no tenía normalmente esa significación. Los
traductores de la Septuaginta fueron muy rigurosos en la traducción y
diferenciaron cuidadosamente cuándo se usaba la palabra “rosh” para significar “cabeza física” y cuando se
usaba para referirse al “jefe de un grupo”. Siempre que “rosh” significaba
“cabeza física” la tradujeron por “kefale”, pero cuando “rosh” significaba
“jefe” o “gobernante”, lo tradujeron como “arché” u otro derivado de esta palabra.[42]
En
el griego del Nuevo Testamento no se usa “kefalé” para referirse en términos de
autoridad en una comunidad, si no “arché” y sus derivados. Así “archiereus”
para Sumo Sacerdote (Lc.3,2), “archipoimen” para Príncipe de los pastores
(1ªP.5,4), archisunagogos para los altos dignatarios de las sinagogas (Hch.13,15),
architelones para jefe de los publicanos (Lc.19,2), architriklinos para encargado
del banquete (Jn.2,8), etc. Cuando hace
referencia al “cabeza de familia” el Nuevo Testamento tampoco usa “kefalé”,
sino oikodespotes (Lc.13,25; 22,11). De hecho, Pablo usa la forma verbal de esa
palabra cuando recomienda a las viudas jóvenes que se casen, críen hijos y
“gobiernen su casa” (1ªTi.5,14) que, por cierto, muestra que lo aplica también
a mujeres. Por lo demás, en las siete oportunidades en las que Pablo utiliza
“kephale” en referencia a Cristo, si damos a esa palabra su significado griego
habitual como fuente de vida de la Iglesia, como su cúspide o como su
progenitor y perfeccionador, aparece más exaltado que si le damos el
significado de “autoridad sobre”.
3.
EFESIOS 5,18-33[43]. El versículo 21 sirve de bisagra entre
dos secciones. La primera (v.18-20) consta de una serie de exhortaciones a
todos los cristianos, de cualquier condición. Dejándose llenar del Espíritu
Santo, las relaciones entre ellos y con Dios fluyen con amor y gozo, y así se
someten unos a otros en el temor de Dios. “Sometimiento” es una expresión que
indica habitualmente subordinación salvo que un modificador cambie su
significado necesariamente. Es el caso del versículo 21: “unos a otros” hace
imposible la subordinación porque ésta requiere de una posición de autoridad
individual y el sometimiento mutuo excluye diferencias jerárquicas porque implica,
al contrario, líneas horizontales de interacción entre iguales. Más coherente
con el sometimiento mutuo al que exhorta Pablo resulta esta otra exhortación:
“servíos por amor los unos a los otros” (Gál.5,13b), que indica una dinámica de
relaciones de servicio recíproco bajo la autoridad única de Jesucristo.
La
segunda sección (v.22-33) se abre literalmente con la declaración: “esposas a
sus esposos como al Señor” (v.22); la oración carece de verbo en el texto
original y lo deriva del versículo anterior: “someteos unos a otros”. En tal
caso, el versículo 21 presenta las relaciones entre esposos bajo el criterio
del sometimiento mutuo y, a la luz del texto creacional (Gén.2,24) citado en
los versículos 31-32, el principio de autoentrega mutua, la subordinación de
cada uno a los intereses del otro. Esta es también la dinámica de la relación
entre Cristo y su Iglesia (v.24-25). En efecto, “grande es este misterio …
respecto de Cristo y de la iglesia” (v.32): la relación matrimonial así
entendida, como sometimiento mutuo del esposo y la esposa, es el contexto donde
puede mostrarse con más claridad la verdad revelada (misterio) del amor
sacrificial de Cristo por la iglesia. La esposa no se “somete” al esposo en los
mismos términos absolutos como a Jesucristo porque en tal caso tendría dos
señores. La respuesta al amor servicial del Salvador es un amor servicial
recíproco; de la misma manera, la esposa se somete a su esposo en la misma
clase de servicio amoroso, respondiendo con amor al amor recibido.
El
versículo 23 invoca al marido como “cabeza” de la esposa. Ya nos hemos ocupado
de la significación de este término. Efesios 1,22; 4,15; así como sus
relacionados en Colosenses 1,18; 2:10,19 muestran a Jesús como proveedor de
plenitud a la Iglesia, como su fuente de vida y crecimiento. Es llamativo que
en 5,23 Jesús, siendo cabeza, no aparezca como Señor sino como Salvador, no
como autoridad sino como servidor. Por parte de la Iglesia, el sometimiento es
su respuesta al servicio salvador de su Señor (v.24). Lo que encontramos en esa
relación y, por tanto, en la relación entre esposos, no es una estructura de
autoridad jerárquica sino un equilibrio de donación amorosa recíproca.
A
partir del versículo 25 encontramos instrucciones para el esposo. Si el
contexto fuera de sometimiento como autoridad y jerarquía, estos versículos
instruirían al esposo acerca de cómo ejercer dicha autoridad pero, bien al
contrario, la única indicación es un llamado a la autoentrega servicial en amor
de la misma dimensión absoluta con la que Cristo amó y se entregó por su
Iglesia, tomando forma de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz
(Filip.2,5-8). Los versículos 26 y siguientes insisten en este llamado para que
el esposo, al modo de Cristo mismo, entienda su función como vocación de servicio
a su esposa, engrandeciéndola, dignificándola, honrándola, “dándole honor”
(1ªP.3,7).
“En
conclusión, podemos decir que en este pasaje el apóstol Pablo exhorta, tanto a
los maridos como a las mujeres, a poner las necesidades del otro por delante de
las propias, a no buscar cada uno el bienestar de sí mismo, sino el de la otra
persona. El tema es la sumisión mutua. A ambos los exhorta a hacer una
autodejación de sí mismos en favor del otro, ya que tanto la sumisión que
demanda a las mujeres, como el amor sacrificial que le exige a los maridos,
llevan implícitos este concepto. Es en respuesta al amor sacrificial de los
maridos, que las esposan deben hacer auto-dejación de ellas mismas. Se trata de
las dos caras de una misma moneda.”[44]
III. ALGUNAS CONSIDERACIONES
PERSONALES
En
mi opinión, la afirmación según la cual “los integrantes del género masculino
tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[45]
es más que cuestionable: si la diferencia es de “esencia”, hombres y mujeres no
representarían géneros distintos sino especies distintas. Es cuestionable
cuáles sean esas diferencias, es cuestionable cual sea el grado de tales
diferencias, y es cuestionable que la Biblia sancione esas diferencias.
En
mi opinión, es un planteamiento tramposo demandar la sujeción de la esposa como
un deber concreto, cotidiano, mientras que el ejercicio de la autoridad del
esposo al modo de Cristo se plantea como un ideal, un futurible[46].
Es jugar con dos barajas distintas. A menudo, la relación que se crea bajo esta
tensión: “Es más bien un juego de dos tipos de poder: el frontal que se hace
visible como dominación; el encubierto es menos visible, pero por lo general es
mucho más poderoso.”[47]
Me satisface mucho más este otro enfoque de la cuestión: “A menudo, cuando se
me pregunta: ¿Quién manda en el
matrimonio?, siempre respondo que la pregunta más importante no es ésta,
sino ‘¿Qué puedo hacer para que la
persona que amo, siga creciendo a lo largo de la vida?’ (…) Hay un juego de
palabras y de conceptos en inglés que es muy adecuado para iluminar este
principio: ‘power’, que significa ‘poder’, y ‘empower’, que viene a querer
decir ‘dar poder’ o ‘potenciar’ (su equivalente en castellano podría ser
‘potencia’ y ‘potenciar’). Tanto el matrimonio en sí, como la persona a quien
amar y la capacidad de amar son regalos que Dios Creador nos hace. Somos
amantes y no propietarios de las personas a las que nos vinculamos. Este
sentido de gratitud y de gratuidad ha de prevalecer hasta el final para cuidar
con esmero de aquello que nos ha sido dado.”[48]
Dicho en términos semejantes: “El sometimiento de la iglesia a Cristo y de la
esposa a su esposo es algo más exigente y distinto que obedecer códigos, o
conformarse a la autoridad, o aceptar el gobierno. Es la entrega de todo
nuestro ser por el bien del otro, la adhesión al servicio completo en todas las
dimensiones de la vida compartida, una orientación de vida hacia el servicio
que se adopta en respuesta al amor.”[49]
En
mi opinión, puede decirse con propiedad que en la Biblia “no se encuentra un patrón normativo único para todos los
matrimonios, para todos los tiempos y para todas las culturas; lo que sí
hallamos son los recursos esenciales para analizar y discernir cómo vivir
matrimonios íntegros y saludables de acuerdo con las intenciones de Dios de
posibilitar las relaciones de amor, fidelidad, esperanza y justicia.”[50] El
matrimonio no es una ciencia exacta ni un patrón cerrado; es un arte creativo.
En
mi opinión, la esencia del matrimonio cristiano se refleja de forma sana y
bíblica con ilustraciones de este tipo: “el arte de
vivir en pareja”,[51]
“un viaje común de común crecimiento en un proceso de desarrollo que abarca un
largo periodo”[52].
En mi opinión, cada matrimonio es un “huerto cerrado” (Cant.4,12), único, una
auténtica creación única, desarrollando un equilibrio único en cada aspecto de
la vida conyugal. En mi opinión, en lugar de tomar un texto específico de la
Escritura para construir desde él todo un armazón teológico sobre cualquier
tema, conviene recordar lo que es mucho más claro en el contexto general de la
revelación de Dios en la Biblia; conviene recordar y subrayar que el matrimonio
cristiano pertenece al ámbito del asombroso reino de Dios, al reino del amor,
al reino del amor excéntrico y subversivo descrito en 1ª Corintios 13. Creo en sumergirnos en el amor de Dios, un amor que cubre
multitud de defectos, un amor que se dice y se ejerce de muchas maneras, entre
otras: respeto,
responsabilidad, renuncia. Reflexionar en detalle sobre esos nombres del amor
cristiano será tarea de otra exposición[53].
[1] Susan T. Foh: “Una postura en pro del
liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista.
Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 76.
[2] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos
del matrimonio y la familia. Barcelona: Alianza Evangélica Española, 2018.
Pg. 28.
[3] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids,
MI: Libros Desafío, 1999. Pg. 289.
[4] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pgs.
292-293.
[5] Susan T. Foh: “Una postura en pro del
liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op.
Cit. Pg. 73.
[6] Susan T. Foh: “Una postura en pro del
liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op.
Cit. Pg. 73.
[7] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo –
Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 37.
[8] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo –
Afirmando. Op. Cit. Pg. 24.
[9] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo –
Afirmando. Op. Cit. Pg. 151.
[11] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 4-6.
[12] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 10.
[13] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 201.
[14] “La castración también ocurre en el
matrimonio [además de en la iglesia] A menudo las mujeres se sienten atraídas
por el lado más salvaje de un hombre, pero una vez que lo han atrapado se
disponen a domesticarlo.” John Eldredge: Salvaje
de corazón. Op. Cit. Pg. 91.
[15] “Hace poco acudió a mí un joven muy
enojado y angustiado. Estaba frustrado
por el modo en que su padre, un líder de la iglesia, lo entrenaba en los
deportes. Él juega baloncesto y su equipo había llegado a las finales de la
ciudad. La noche del gran partido, cuando salía por la puerta, su padre
prácticamente lo detuvo y le dijo: ‘Ahora no salgas allí a patear traseros, no
es bueno hacer algo así’. No estoy inventando esto. Qué ridiculez decir algo
así a un atleta de diecisiete años de edad. Sal allí y dales … bueno, no les
des nada. Sólo se bueno. Sé el tipo más bueno que el equipo contrario haya
visto alguna vez. En otras palabras, se
blando. Ese es un ejemplo perfecto de lo que la iglesia dice a los hombres.
Leí que alguien dijo que la iglesia podría tener un exterior masculino pero que
su alma se ha vuelto femenina.” John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 90-91. La recomendación del autor
para un caso similar sería bien distinta: “-La próxima vez que el bravucón te
empuje, esto es lo que quiero que hagas, ¿estás escuchando, Blaine? -Sí,
asintió con sus húmedos ojos fijos en mí. -Quiero que te levantes … y quiero
que le pegues … lo más duro que te sea posible (…) Pues sí, sé que Jesús nos
dijo que diéramos la otra mejilla. Pero hemos malinterpretado ese versículo.
Usted no puede enseñar a un niño a utilizar su fuerza quitándosela. Jesús pudo tomar represalias, créame. Pero prefirió
no hacerlo. ¿Y sugerimos, sin embargo, que un muchacho de quien se burlan, a
quien avergüenzan delante de sus compañeros, a quien quitan todo su poder y
dignidad, se quede maltratado en ese lugar porque Jesús lo quiere allí? Lo
estará castrando de por vida. De ahí en adelante será pasivo y temeroso.
Crecerá sin saber cómo pararse firme en tierra, sin saber si es un verdadero
hombre. Ah sí, será cortés y hasta dulce, deferente, preocupado por sus
modales. Podría parecer moral, tal vez parezca dar la otra mejilla, pero sólo
es debilidad. Usted no puede dar otra
mejilla que no tiene. Nuestras iglesias están llenas de esos hombres.” Ibid. Pg. 87.
[16] John
Eldredge: Salvaje de corazón. Op.
Cit.Pg. 26. “Jesús no es ‘sacerdote eunuco, ni monaguillo de rostro pálido
con el cabello partido a la mitad, que habla suavemente y evita la
confrontación, quien al fin logra que lo maten porque no tiene salida. Él
trabaja con la madera, ordena la lealtad de los estibadores. Es el Señor de
señores, el capitán de ejércitos de ángeles. Y cuando Cristo regrese, viene a
la cabeza de tremenda compañía, montado en un caballo blanco, con espada de
doble filo y ropas ensangrentadas (Apocalipsis 19). Ahora eso suena más a
William Wallace que a la Madre Teresa. No hay duda al respecto: hay algo
violento en el corazón de Dios.” Ibid.
Pgs.33-34.
[17] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo –
Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 28.
[18] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo –
Afirmando. Op. Cit. Pg. 126.
[19] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos
del matrimonio y la familia. Op. Cit. Pg. 10.
[20] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg.
283.
[21] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pgs.
287-288.
[23] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg.
296.
[24] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y
eterna. Carol
Stream, IL: Tyndale House Publishers, 2009. Pg.
62.
[25] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 70.
[26] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit.Pg. 69.
[27] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 75.
[29] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 96.
[30] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg.
297.
[31] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg.
297.
[32] Robert D. Culver: “Una postura
tradicionalista: ‘las mujeres guarden silencio’.” In B. Clouse & R. Clouse,
eds.: Mujeres en el ministerio cristiano.
Cuatro puntos de vista. Op. Cit.
[34] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pg.
303.
[37] Alvera Mickelsen: “Una postura en pro
de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R.
Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio
cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 171.
[38] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura
en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse &
R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio
cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pgs. 172-173.
[39] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la
familia. Grand Rapids, MI: Nueva Creación, 1995. Pg. 39.
[40] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la
familia. Op. Cit. Pg. 53.
[41] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura
en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op.
Cit. Pgs. 181-186. Id. Marga Muñiz: Femenino
plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Terrassa: Editorial Clie, 2000.
Pgs. 85-87.
[42] “Esto es especialmente evidente en
Jueces 11:11, donde Jefté es elegido por el pueblo para dirigir el ejército
contra los amonitas. El pueblo de Galaad, según el texto hebreo, lo hizo
‘caudillo’ (qatsin) y ‘cabeza’ (rosh). La Septuaginta traduce esto como archegon (gobernante) y kefalé (primero en la posición de batalla). En este sentido no
hacía referencia a uno que daba órdenes a las tropas desde una distancia segura;
por el contrario, hacía referencia a aquél que iba a la cabeza, que era el
primero en entrar en la batalla. En el relato de Jueces vemos que el pueblo
está buscando a alguien que comience la batalla. El que lo haga será su
caudillo (Jue. 10:18). En este verso kefalé se usa para la primera persona,
pero no para la segunda, aunque en este caso, esta persona se convertiría en su
gobernante, es decir, sería su archegon, y no solo su kefalé.” Marga Muñiz: Femenino
plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg. 86.
[44] Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg.
107.
[46] Cfr. Emmanuel Buch: “Malos tratos:
hombre, mujer y Palabra de Dios”. In En
la brecha: revista de información y opinión sobre maltrato y violencia familiar.
Madrid, Noviembre-Diciembre, 1999.
[48] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en
pareja. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2009. Pg. 166.
[49] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la
familia. Op. Cit. Pg. 167.
[50] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg.32. “A lo largo del matrimonio cada miembro de la
pareja debe estar dispuesto al crecimiento, debe ser sensible a las
necesidades, debe comprometerse a lograr al bienestar del otro tanto como el
propio. De modo que cada uno se preguntará: ¿Dé que manera puedo amar al
cónyuge que Dios me dio con un interés verdaderamente igual al suyo? ¿De qué
manera voy a elaborar una fidelidad activa hacia la persona que Dios me ha
confiado, que implique verdadera fidelidad? ¿Cómo podré ofrecer, y reclamar
justicia e igualdad, a la pareja que elegí ante Dios, y garantizar que se haga
realmente lo justo? ¿Cómo podré encontrar esperanza en los momentos de
confusión y conflicto de modo que permitamos que nuestras vidas se forjen y
reconstruyan en manos del Dios de la esperanza? ¿Si mi cónyuge eligiera la
separación, cómo pudiera actuar de manera amorosa y responder con respeto a su
derecho de decidir aun cuando yo no esté de acuerdo con esa elección?” Ibid. Pgs.32-33.
[51] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en
pareja. Op. Cit.
[53] Cfr. Emmanuel Buch: “Matrimonio
cristiano: un misterio que se desvela como ministerio de amor”.
http://emmanuelbuch.blogspot.com.es/2018/04/matrimonio-cristiano-un-misterio-que-se.html
http://emmanuelbuch.blogspot.com.es/2018/04/matrimonio-cristiano-un-misterio-que-se.html