miércoles, 25 de abril de 2018

¿AUTORIDAD Y SUJECION CONYUGAL?

El matrimonio sufre un tiempo de crisis en nuestra sociedad. Para fortalecerlo, una corriente significativa en el ámbito evangélico en los últimos años enfatiza la enseñanza de un modelo bien determinado de relación matrimonial, con roles claramente diferenciados entre los cónyuges, que incluye una cierta “subordinación funcional” de la esposa. Otros, sin embargo, advierten que ni el texto bíblico ni la experiencia humana justifican una concepción tan fija del matrimonio y de los roles de los cónyuges; entienden que la Biblia ofrece otros mimbres más evidentes y sólidos con los que conseguir el propósito de fortalecer la relación matrimonial. Dada su relevancia, merece la pena una aproximación detenida a esta cuestión.


I. AUTORIDAD, SOMETIMIENTO

1. CABEZA: ROL DE AUTORIDAD. Un sector evangélico, en base a su entendimiento de la enseñanza bíblica, sostiene que la defensa del matrimonio y de la familia pasan por una clara definición de los roles de ambos cónyuges. El texto que acostumbra a ser crucial en este asunto es Efesios 5,22ss. pero si queremos tener una perspectiva más completa debemos comenzar por los relatos de la Creación. La comprensión mayoritaria de esos textos pasa por afirmar primero la “igualdad ontológica” entre el hombre y la mujer, para enfatizar después su complementariedad, la diferenciación de sus roles, y un principio de “subordinación funcional de la mujer a su marido [Gén.2,21-23]”[1], un principio de autoridad del varón sobre la mujer que, eso sí, debería ejercerse a la amorosa manera de Jesús para con su iglesia. En ocasiones se afirma incluso que “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[2] Aunque cada autor refleja matices particulares, vamos a mencionar los argumentos generales de este punto de vista.

El principio de autoridad y subordinación se extrae del relato de la Creación de Génesis 2: “Este segundo relato de la creación revela que si bien Dios hizo al hombre y a la mujer iguales, también los hizo diferentes. (…) Debido a la igualdad del hombre y la mujer (por creación y en Cristo), queda descartada la posibilidad de que un sexo sea inferior a otro. Pero por su complementariedad, queda descartada la mutua identidad. Es más, esta doble verdad echa luz sobre los roles sexuales y las relaciones entre los sexos.”[3] Génesis 2 aportaría elementos suficientes para fundar esa conclusión: “Pablo llamó la atención de sus oyentes a la precedencia en la creación (‘Adán fue formado primero, después Eva, 1ªTim.2,13), al procedimiento de la creación (‘el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón’ 1ªCor.11,8), y al propósito de la creación (‘y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón’, 1ªCor.11,9). Así pues, según las Escrituras, aunque ‘el varón nace de la mujer’ y los sexos son interdependientes (1ªCor.11,11ss), la mujer fue creada después del hombre, a partir del hombre y para el hombre.”[4]

1. La prioridad temporal. La conclusión sería que Adan, al ser creado primero, lo fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia judía por el primogénito.

2. La mujer como ayuda idónea. “Aunque el modo en el que la mujer fue creada no denota inferioridad, sí indica una diferencia en cuanto a las funciones. La mujer fue creada para ayudar a su marido; su función depende de él. Al igual que le siguió en la Creación, debe seguir el liderazgo que él ejerce como marido.”[5]

3. La imposición de nombres como acto de autoridad. “Hay otro elemento que apunta a que Adán debe tener autoridad sobre la mujer. Adán le dio un nombre. Cuando Adán dio nombres a los animales, está claro que estaba ejercitando el poder que Dios le había dado sobre ellos. Darle un nombre a alguien está asociado con la autoridad que se tiene sobre la persona a la que se le da el nombre.”[6]

4. Masculinidad y Autoridad. A partir de esta diferenciación sería posible fijar un modelo bien concreto de masculinidad bíblica, una identidad masculina según el diseño de Dios: “Dios crea al hombre [varón] de la tierra, del polvo de la tierra, dotándole de su propia imagen y semejanza, mientras que la mujer es creada del varón. ‘Tierra y carne’ marcan ya desde el principio una impronta bien diferente en cada uno, que podríamos resumir en esta frase: El hogar del hombre es el mundo, mientras que el mundo de la mujer es el hogar. (…) La necesidad de conquista y la necesidad del hogar, ‘raíces y alas’ son energías ancestrales ancladas en el alma de cada hombre y de cada mujer. No las podemos negar, porque en su complementariedad, conforman la estabilidad de la estructura familiar.”[7] Sería posible afirmar igualmente que Dios mismo ha puesto una semilla de liderazgo en el corazón de todo hombre: “Algo que responde a un latido ancestral que nos conecta con lo primario, con la creación, con los latidos de la tierra, con lo indómito y salvaje, y que tiene que ver con espíritu de conquista, liderazgo, riesgo y afán de explorar, viviendo aventuras que nos hagan sentir latentes y activos. Se trata de nuestra hombría y es un legado directo de la imagen de Dios en nosotros. No hay que negarlo, solo canalizarlo de forma adecuada, no hay que reprimirlo, solo dirigirlo dentro del marco ético apropiado.”[8] En tal sentido, las tres características que definen la esencia de un hombre dentro de la familia son: proveedor, protector, procreador, y los atributos propiamente masculinos, “que nacen de la profunda esencia del corazón del Padre: Guerrero, Rey, Sacerdote, Amante y Amigo.”[9]

Desde esta perspectiva, el argumento fuerte en esta diferenciación y caracterización de los géneros es que esta es la voluntad expresa de Dios. Los hombres “necesitan un entendimiento más profundo de por qué añoran aventuras, y batallas y a una belleza … y por qué Dios los hizo sencillamente así. Además necesitan una profunda comprensión de por qué las mujeres anhelan que se luche por ellas, que las lancen a la aventura, y ser la Bella. Dios también las hizo así.”[10] Adán, se dice, fue creado fuera del huerto, sólo después fue llevado al Edén; “nació en zona deshabitada. Fue creado en la parte indómita de la creación (…) La aventura, con todos sus requisitos de peligro y locura, es un profundo anhelo espiritual en el alma del hombre. (…) Es el miedo lo que mantiene a un hombre en casa, donde las cosas están limpias y en orden, y todo está bajo su control. (…) Lo esencial del sufrimiento de Cristo en el desierto fue una prueba de su identidad.”[11] La naturaleza de todo varón respondería a esta descripción: “en el corazón de todo hombre hay un anhelo desesperado por una batalla que pelear, una aventura que vivir y una bella que rescatar.”[12] Del mismo modo, hay tres deseos esenciales en el corazón de toda mujer: “Toda mujer necesita saber que es exquisita, exótica y preferida. Este es el núcleo de su identidad, el modo en que lleva la imagen de Dios. ¿Irás tras de mí? ¿Te deleitarás en mí? ¿Pelearás por mí?[13] La mujer “castra” al varón y le feminiza cuando le limita en su naturaleza salvaje y apasionada[14]. La iglesia hace lo mismo a menudo con su enseñanza desenfocada[15]

Jesús sería modelo de la auténtica masculinidad, que puede describirse de esta manera gráfica: “Sea sincero ahora, ¿cuál es su imagen de Jesús como un hombre? Un amigo comentó: ‘No es Jesús del tipo sumiso y apacible? Quiero decir, las representaciones que tengo de Él muestran un tipo amable, con niños a su alrededor. Así como la Madre Teresa’. Sí, esas son las imágenes que he visto en muchas iglesias. Es más, esas son las únicas imágenes que he visto de Jesús. Como expresé antes, estas me dejan con la impresión de que fue el individuo más agradable del mundo. El señor Rogers con barba. Decirme que sea como Él es como si me dijeran que sea flojo y pasivo; que sea agradable; que sea magnífico; que sea como la Madre Teresa. Preferiría que me dijeran que fuera como William Wallace [Braveheart].”[16]

Desde esta perspectiva también, la falta de claridad en la asignación de roles masculino y femenino, para el esposo y la esposa sólo puede tener resultados negativos, contrarios a la voluntad de Dios: “Hablamos de una profunda desorientación, de una grave crisis de la masculinidad, de un ataque sin precedentes al corazón del hombre y a la institución de la familia. Recordamos la frase El hombre tiene miedo de ser hombre y la mujer con ser mujer no tiene bastante, que resume de forma acertada el cambio de papeles, los nuevos paradigmas donde para muchos, el hombre ya es el nuevo sexo débil y un rival superado.”[17] En este sentido cabría aventurar que “la mujer fue un instrumento en manos de la serpiente para anular al hombre y su papel de cabeza”[18] y que detrás de la distorsión actual de los roles queridos por Dios estaría una acción deliberada con origen en la Escuela de Frankfurt, y desarrollada por el marxismo cultural con el apoyo de la banca internacional y los lobbys económicos.[19]

2. CABEZA: ROL DE RESPONSABILIDAD. John Stott afirma con rotundidad la igual dignidad entre hombre y mujer que se desprende del primer relato creacional: “De manera que desde el principio el ‘hombre’ fue ‘varón y hembra’, y el hombre y la mujer por igual fueron beneficiarios de la imagen de Dios y del mandato de gobernar la tierra. En el texto no hay ninguna sugerencia de que uno de los dos sexos se asemeje más a Dios que el otro, ni de que uno de los dos sexos tenga mayor responsabilidad sobre la tierra que el otro. De ninguna manera. La imagen de Dios y la mayordomía de la tierra (las cuales no deben confundirse, si bien están íntimamente ligadas entre sí) fueron compartidas por igual, ya que ambos sexos fueron creados por Dios y a semejanza de Dios.”[20] Y añade: “Así pues, la igualdad sexual, establecida en la creación pero pervertida con la caída, fue recuperada mediante la redención en Cristo. Con la redención se remedia la caída, y se recupera y restablece la creación. Hombres y mujeres disfrutan, pues, de absoluta igualdad de valor delante de Dios: por igual han sido creados por Dios y a su imagen, justificados por gracia por medio de la fe, y regenerados por el Espíritu que les fue derramado.”[21]

Quizás por este énfasis en la igualdad, John Stott prefiere introducir el concepto de “responsabilidad” para aliviar las implicaciones del ser “cabeza” del esposo: “El concepto de ‘ser cabeza’ implica, sin duda, algún tipo de ‘autoridad’, que requiere sumisión (…) Pero debemos tener cuidado de no distorsionar esta noción. (…) En el Nuevo Testamento no se emplea la palabra ‘autoridad’ para describir el rol del marido, ni ‘obediencia’ para el rol de la mujer. Ni tampoco creo que ‘subordinación’ sea el término apropiado para describir la sumisión de ella.  (…) En cambio, pienso que el término ‘responsabilidad’ transmite con mayor precisión la idea de ‘ser cabeza’ que Pablo tenía en mente. (…) En el mundo antiguo no se pensaba en la relación de la cabeza y el cuerpo en los términos neurológicos modernos, pues no se tenía conocimiento del sistema nervioso central. Se pensaba en la integración y el sustento del cuerpo por medio de la cabeza. De ahí que en otra parte Pablo describiese a Cristo como cabeza de la iglesia, por quien ‘el cuerpo entero se ajusta y se liga bien’ y ‘va creciendo’ (Ef.4,16VP; Col.2,19). En consecuencia, ‘ser cabeza’ de su esposa significa para el marido cuidado y no dominio; responsabilidad y no autoridad. Como ‘cabeza’, se entrega a sí mismo por amor a ella, tal como lo hizo Cristo por su cuerpo, la iglesia, y la cuida, como todos cuidamos de nuestro propio cuerpo. Su interés no es oprimirla, sino liberarla. Tal como Cristo se dio a sí mismo por su esposa, con el finde presentársela a sí mismo radiante y sin culpa, así también el marido se da a sí mismo por su esposa, con el fin de crear las condiciones adecuadas para que ella pueda crecer hasta la plenitud de su femineidad.”[22] ¿En qué consiste esa femineidad? Stott la rastrea a partir del concepto de “vaso más frágil” (1ªP.3,7) que vincula a su vez a un cierto sentido de “debilidad” bajo el que, a su vez, incluye “… aquellos rasgos característicamente femeninos: suavidad, ternura, sensibilidad, paciencia y devoción. Se trata de plantas delicadas, que fácilmente son pisoteadas, y que se marchitan y mueren si el clima no es favorable. No creo que sea degradante para la mujer decir que el rol de ‘cabeza’ que tiene el hombre es el medio provisto por Dios para proteger su femineidad y ayudar a que florezca.”[23]

John Piper, por su parte, ilustra la función del esposo como “cabeza”, entendido en términos de liderazgo, con una doble figura: “valiente como un león y manso como un cordero”[24] Reconoce que ambos cónyuges están llamados a someterse mutuamente (Ef.5,21), pero subraya que la manera de hacerlo es distinta en cada caso: el esposo a través del liderazgo amoroso y la esposa a través del sometimiento voluntario. Desde luego, el ejercicio de ambos roles debe practicarse a la manera de relación entre Cristo y su Iglesia: “el liderazgo no da derecho a controlar, a abusar o a descuidar (el sacrificio de Cristo es el modelo). Mejor dicho, es la responsabilidad de amar como Cristo a liderar, proteger y sustentar a nuestras esposas y familias. La sumisión no es servil o forzada o amilanada. Esa no es la manera en que Cristo quiere que la Iglesia responda a su liderazgo, protección y provisión. Él quiere que la sumisión de la Iglesia sea libre, dispuesta, alegre, perfeccionadora y fortalecedora.”[25] Y advierte: “Confundir o desechar estas diferencias diseñadas por Dios da como resultado más desilusión, más divorcios y más devastación.”[26] Merece la pena subrayar que Piper introduce una expresión significativa cuando se refiere al ejercicio del liderazgo y autoridad del esposo: “responsabilidad principal”[27]. Al esposo le corresponde un rol de liderazgo de servicio, protección, provisión y cuidado para su hogar, en términos físicos así como espirituales, a semejanza de Cristo respecto de la Iglesia; esto significa para Piper que la función del esposo es “tomar la iniciativa” respecto de estos compromisos. Pero, del mismo modo, advierte que en cada una de esas esferas, el esposo tiene la responsabilidad principal pero no la responsabilidad exclusiva y abre así lugar para que la esposa aporte también en todos los niveles citados sus dones y su colaboración. Por ello insiste en el respeto que la esposa merece; su sumisión: “no significa dejar su cerebro o su voluntad en el altar de bodas”[28]. Insiste también en que el esposo ejerza un liderazgo amoroso y servicial al modo de Jesús. Con todo, insiste en las implicaciones prácticas de dicho liderazgo y supone que ninguna esposa cristiana debe estar incómoda con un esposo que asuma la responsabilidad principal del liderazgo; por eso, si llega el momento de tomar una decisión en el ámbito de la familia que a ella le parece imprudente y después de un diálogo no hay un criterio común, “si después de hablar al respecto todavía no estamos de acuerdo, ella respetará la decisión de su esposo.”[29]

En coherencia con estos planteamientos, ¿qué debería decirse de las mujeres solteras, ya independientes de sus padres, pero que no tienen una “cabeza protectora”[30] como las mujeres casadas tienen en el marido?: “Sería mucho más propicio para el desarrollo pleno de su femineidad que pudieran experimentar el cuidado y el apoyo masculino en algún contexto, ya sea entre parientes o amigos, en el trabajo, o (si son cristianas) en la iglesia. Es cierto que ‘no es bueno que el hombre esté solo’, sin el compañerismo de la mujer, pero tampoco es bueno que la mujer esté sola, sin ‘cabeza’ masculina.”[31] ¿Qué decir en cuanto al ministerio en la iglesia? Las posiciones desde esta perspectiva pasan en general por demandar silencio a las mujeres en la iglesia (1ªCor.14,34-37) y negarles la posibilidad de enseñar o ejercer cualquier forma de autoridad (1ªTim.2,8-15)[32]. John Stott, sin embargo, considera aceptable que las mujeres desarrollen aquellos dones espirituales que Dios mismo les ha dado y que la iglesia sea enriquecida con su labor, siempre que lo hagan “sin atribuirse el rol de ‘cabeza’ que no les corresponde”[33]. Por ello: “Todavía no considero bíblicamente aceptable que una mujer llegue a ser párroco u obispo”[34]. Sin embargo, considera aceptable “la participación de la mujer en ministerios de equipo, liderados por hombres”[35].


II. OTRA EXÉGESIS ES POSIBLE

1. RELATOS DE LA CREACIÓN. No siempre se repara en el valor teológico fundante del primer relato de la Creación del ser humano (Génesis 1,26-28), que fija algunos principios esenciales:

1. El hombre y la mujer fueron hechos de forma igual, a imagen de Dios, tienen el mismo sello divino.
2. Dios le dio al hombre y a la mujer responsabilidades idénticas:
a. Sed fecundos y multiplicaos (ninguno puede hacer eso sin el otro).
b. Llenad la tierra y sojuzgadla (Sojuzgar sin duda implica responsabilidad y liderazgo).
c. Ejerced dominio sobre todos los seres vivos (dominar, como sojuzgar, implica autoridad)[36]

Es importante destacar algunos aspectos fundamentales que desvela el original hebreo. “Hagamos al hombre” (v.26) debe traducirse como “hagamos al ser humano” (NVI) ya que el término “hombre” puede corresponder a un nombre propio pero también se usa como una forma genérica para referirse al ser humano. Esto vale para Génesis 2,7 también. El término hebreo “adam” (hombre) está relacionado con “adamá” (tierra) e igualmente corresponde al nombre propio “Adán” (Gén.4,25). El elemento esencial del relato es la evidencia de que Dios, cuando crea al ser humano, “varón y hembra los creó” (v.27). Así aparece de nuevo en Génesis 5,2 aún con más claridad. En cuanto a las expresiones “varón” y “varona” de Gén.2,23 debemos señalar que es la manera de hacerse eco del original, dado que en hebreo la palabra que significa “mujer” (‘ishah) suena como la palabra que significa “hombre” (‘ish).

1. La prioridad temporal. Del relato de la Creación de Génesis 2 suele extraerse la conclusión de que Adan, al ser creado primero, lo fue para tener alguna clase de autoridad sobre Eva, al modo de la preferencia judía por el primogénito. Es una exégesis que tropieza con la evidencia ya que el proceder de Dios se mueve en dirección contraria: escogió a Jacob (el gemelo menor) en lugar de Esaú, a Moisés en lugar de Aarón su hermano mayor, a David que era el hijo menor. En el Nuevo Testamento, Jesús enseñó que quien quisiera ser grande en su reino tenía que hacerse el menor, el menos poderoso.

2. La mujer como ayuda idónea. “La palabra ‘ezer (que traducimos por ‘ayuda’) nunca se usa en la Biblia para referirse a una relación de subordinación. En el Antiguo Testamento aparece 21 veces y, en 17 de ellas, ¡se refiere a Dios como nuestra ayuda!  Dios no es menos que importante que nosotros ni es nuestro subordinado. Las 3 veces restantes (junto con el versículo de Génesis) se refieren a un aliado militar. Cuando se habla de Dios como nuestro ‘ayudador’, es porque Él es nuestra fuerza y nuestro poder.”[37]

3. La imposición de nombres como acto de autoridad. Tampoco es cierto que Adán pusiera nombre a Eva como muestra de su posición más elevada, puesto que tal cosa sucedió después de la caída (3,20); lo que hizo con anterioridad fue reconocer la diferencia entre varón y mujer con el juego de palabras ‘ishshala e ‘ish.[38]

4. Autoridad. En los dos primeros capítulos de Génesis sólo se mencionan dos tipos de relaciones que implican autoridad jerárquica: la de Dios sobre Adán y Eva al imponerles la prohibición del árbol y la de éstos sobre animales y tierra (1,28). Nada se dice de una relación de autoridad del hombre sobre la mujer. “Debido a la importancia de sus consecuencias, si tal estructura de autoridad hubiera sido parte del diseño de la creación, habría sido claramente definida junto con los otros dos mandatos de autoridad. La ausencia total de tal comisión indica que no formaba parte de la intención de Dios.”[39] Esto es aún más evidente cuando consideramos que la dominación masculina es uno de los frutos perversos del pecado, según el propio texto bíblico: “tu deseo será para tu marido [tu voluntad será sujeta a tu marido], y él se enseñoreará de ti” (Gén.3,16b). “Por esta razón corresponde considerar tanto a la dominación masculina como a la muerte como opuestas a la intención original de Dios en la creación. Ambas son el resultado del pecado instigado por satanás. Su origen es satánico.”[40]

2. CABEZA (KEPHALE). El punto de vista estudiado al principio de esta exposición insiste en que “cabeza” siempre significa gobierno, dominio o autoridad. Un análisis detenido de dicho término no permite semejante conclusión.[41] El léxico más reconocido del griego del periodo neotestamentario recoge hasta veinticinco significados posibles de “kephale” que se usaban en el griego secular; en esa lista no aparece el uso de “kephale” como “autoridad sobre”, “líder”, “rango superior” o similar; más bien era usada en el mundo secular y religioso con el significado de “fuente”, “origen” o “primero”, en términos de posición, pero no con el sentido de jefe o gobernante. Y, en sentido inverso, entre los muchos términos griegos equivalentes a “jefe”, “autoridad” o “líder”, no se menciona a “kephale”. En cuanto al uso de “kephale” en la Septuaginta (traducción en griego koiné del Antiguo Testamento, usada por los judíos de la Diáspora y la Iglesia cristiana primitiva de cultura griega), hay que destacar algunos elementos importantes. La palabra hebrea “rosh” (cabeza) que aparece unas seiscientas veces en el Antiguo Testamento se usa a menudo con el sentido de “autoridad” o “líder”: casi en cuatrocientas ocasiones se refiere a la cabeza física de una persona o un animal pero en 180 oportunidades se refiere a un líder o autoridad dentro de un grupo. Ahora bien, ese significado que era común en el hebreo del Antiguo Testamento, no era habitual en el griego del Nuevo Testamento y así se comprueba al analizar las palabras griegas que utilizaron los traductores de la Septuaginta cuando el término hebreo “rosh” significaba maestro o jefe. En 109 de las 180 ocasiones en que “rosh” significaba líder o jefe, los traductores no usaron “kephale” sino “archon”, que significa “comandante” o “jefe”, al igual que otros términos semejantes; sólo en 18 de las 180 veces usaron la palabra “kephale” y en 4 de ellas para referirse a metáforas de cabezas y colas, en las que ningún otro término tendría sentido, y en 6 de las otras ocasiones tienen lecturas variantes, con lo que quedan solamente 8 de las 180 ocasiones. Su escasa utilización muestra que los traductores sabían que “kephale” no tenía normalmente esa significación. Los traductores de la Septuaginta fueron muy rigurosos en la traducción y diferenciaron cuidadosamente cuándo se usaba la palabra “rosh”  para significar “cabeza física” y cuando se usaba para referirse al “jefe de un grupo”. Siempre que “rosh” significaba “cabeza física” la tradujeron por “kefale”, pero cuando “rosh” significaba “jefe” o “gobernante”, lo tradujeron como “arché” u otro derivado de esta palabra.[42]

En el griego del Nuevo Testamento no se usa “kefalé” para referirse en términos de autoridad en una comunidad, si no “arché” y sus derivados. Así “archiereus” para Sumo Sacerdote (Lc.3,2), “archipoimen” para Príncipe de los pastores (1ªP.5,4), archisunagogos para los altos dignatarios de las sinagogas (Hch.13,15), architelones para jefe de los publicanos (Lc.19,2), architriklinos para encargado del banquete (Jn.2,8), etc.  Cuando hace referencia al “cabeza de familia” el Nuevo Testamento tampoco usa “kefalé”, sino oikodespotes (Lc.13,25; 22,11). De hecho, Pablo usa la forma verbal de esa palabra cuando recomienda a las viudas jóvenes que se casen, críen hijos y “gobiernen su casa” (1ªTi.5,14) que, por cierto, muestra que lo aplica también a mujeres. Por lo demás, en las siete oportunidades en las que Pablo utiliza “kephale” en referencia a Cristo, si damos a esa palabra su significado griego habitual como fuente de vida de la Iglesia, como su cúspide o como su progenitor y perfeccionador, aparece más exaltado que si le damos el significado de “autoridad sobre”.

3. EFESIOS 5,18-33[43]. El versículo 21 sirve de bisagra entre dos secciones. La primera (v.18-20) consta de una serie de exhortaciones a todos los cristianos, de cualquier condición. Dejándose llenar del Espíritu Santo, las relaciones entre ellos y con Dios fluyen con amor y gozo, y así se someten unos a otros en el temor de Dios. “Sometimiento” es una expresión que indica habitualmente subordinación salvo que un modificador cambie su significado necesariamente. Es el caso del versículo 21: “unos a otros” hace imposible la subordinación porque ésta requiere de una posición de autoridad individual y el sometimiento mutuo excluye diferencias jerárquicas porque implica, al contrario, líneas horizontales de interacción entre iguales. Más coherente con el sometimiento mutuo al que exhorta Pablo resulta esta otra exhortación: “servíos por amor los unos a los otros” (Gál.5,13b), que indica una dinámica de relaciones de servicio recíproco bajo la autoridad única de Jesucristo.

La segunda sección (v.22-33) se abre literalmente con la declaración: “esposas a sus esposos como al Señor” (v.22); la oración carece de verbo en el texto original y lo deriva del versículo anterior: “someteos unos a otros”. En tal caso, el versículo 21 presenta las relaciones entre esposos bajo el criterio del sometimiento mutuo y, a la luz del texto creacional (Gén.2,24) citado en los versículos 31-32, el principio de autoentrega mutua, la subordinación de cada uno a los intereses del otro. Esta es también la dinámica de la relación entre Cristo y su Iglesia (v.24-25). En efecto, “grande es este misterio … respecto de Cristo y de la iglesia” (v.32): la relación matrimonial así entendida, como sometimiento mutuo del esposo y la esposa, es el contexto donde puede mostrarse con más claridad la verdad revelada (misterio) del amor sacrificial de Cristo por la iglesia. La esposa no se “somete” al esposo en los mismos términos absolutos como a Jesucristo porque en tal caso tendría dos señores. La respuesta al amor servicial del Salvador es un amor servicial recíproco; de la misma manera, la esposa se somete a su esposo en la misma clase de servicio amoroso, respondiendo con amor al amor recibido.

El versículo 23 invoca al marido como “cabeza” de la esposa. Ya nos hemos ocupado de la significación de este término. Efesios 1,22; 4,15; así como sus relacionados en Colosenses 1,18; 2:10,19 muestran a Jesús como proveedor de plenitud a la Iglesia, como su fuente de vida y crecimiento. Es llamativo que en 5,23 Jesús, siendo cabeza, no aparezca como Señor sino como Salvador, no como autoridad sino como servidor. Por parte de la Iglesia, el sometimiento es su respuesta al servicio salvador de su Señor (v.24). Lo que encontramos en esa relación y, por tanto, en la relación entre esposos, no es una estructura de autoridad jerárquica sino un equilibrio de donación amorosa recíproca.

A partir del versículo 25 encontramos instrucciones para el esposo. Si el contexto fuera de sometimiento como autoridad y jerarquía, estos versículos instruirían al esposo acerca de cómo ejercer dicha autoridad pero, bien al contrario, la única indicación es un llamado a la autoentrega servicial en amor de la misma dimensión absoluta con la que Cristo amó y se entregó por su Iglesia, tomando forma de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz (Filip.2,5-8). Los versículos 26 y siguientes insisten en este llamado para que el esposo, al modo de Cristo mismo, entienda su función como vocación de servicio a su esposa, engrandeciéndola, dignificándola, honrándola, “dándole honor” (1ªP.3,7).

“En conclusión, podemos decir que en este pasaje el apóstol Pablo exhorta, tanto a los maridos como a las mujeres, a poner las necesidades del otro por delante de las propias, a no buscar cada uno el bienestar de sí mismo, sino el de la otra persona. El tema es la sumisión mutua. A ambos los exhorta a hacer una autodejación de sí mismos en favor del otro, ya que tanto la sumisión que demanda a las mujeres, como el amor sacrificial que le exige a los maridos, llevan implícitos este concepto. Es en respuesta al amor sacrificial de los maridos, que las esposan deben hacer auto-dejación de ellas mismas. Se trata de las dos caras de una misma moneda.”[44]


III. ALGUNAS CONSIDERACIONES PERSONALES

En mi opinión, la afirmación según la cual “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[45] es más que cuestionable: si la diferencia es de “esencia”, hombres y mujeres no representarían géneros distintos sino especies distintas. Es cuestionable cuáles sean esas diferencias, es cuestionable cual sea el grado de tales diferencias, y es cuestionable que la Biblia sancione esas diferencias.

En mi opinión, es un planteamiento tramposo demandar la sujeción de la esposa como un deber concreto, cotidiano, mientras que el ejercicio de la autoridad del esposo al modo de Cristo se plantea como un ideal, un futurible[46]. Es jugar con dos barajas distintas. A menudo, la relación que se crea bajo esta tensión: “Es más bien un juego de dos tipos de poder: el frontal que se hace visible como dominación; el encubierto es menos visible, pero por lo general es mucho más poderoso.”[47] Me satisface mucho más este otro enfoque de la cuestión: “A menudo, cuando se me pregunta: ¿Quién manda en el matrimonio?, siempre respondo que la pregunta más importante no es ésta, sino ‘¿Qué puedo hacer para que la persona que amo, siga creciendo a lo largo de la vida?’ (…) Hay un juego de palabras y de conceptos en inglés que es muy adecuado para iluminar este principio: ‘power’, que significa ‘poder’, y ‘empower’, que viene a querer decir ‘dar poder’ o ‘potenciar’ (su equivalente en castellano podría ser ‘potencia’ y ‘potenciar’). Tanto el matrimonio en sí, como la persona a quien amar y la capacidad de amar son regalos que Dios Creador nos hace. Somos amantes y no propietarios de las personas a las que nos vinculamos. Este sentido de gratitud y de gratuidad ha de prevalecer hasta el final para cuidar con esmero de aquello que nos ha sido dado.”[48] Dicho en términos semejantes: “El sometimiento de la iglesia a Cristo y de la esposa a su esposo es algo más exigente y distinto que obedecer códigos, o conformarse a la autoridad, o aceptar el gobierno. Es la entrega de todo nuestro ser por el bien del otro, la adhesión al servicio completo en todas las dimensiones de la vida compartida, una orientación de vida hacia el servicio que se adopta en respuesta al amor.”[49]

En mi opinión, puede decirse con propiedad que en la Biblia “no se encuentra un patrón normativo único para todos los matrimonios, para todos los tiempos y para todas las culturas; lo que sí hallamos son los recursos esenciales para analizar y discernir cómo vivir matrimonios íntegros y saludables de acuerdo con las intenciones de Dios de posibilitar las relaciones de amor, fidelidad, esperanza y justicia.”[50] El matrimonio no es una ciencia exacta ni un patrón cerrado; es un arte creativo.

En mi opinión, la esencia del matrimonio cristiano se refleja de forma sana y bíblica con ilustraciones de este tipo: “el arte de vivir en pareja”,[51] “un viaje común de común crecimiento en un proceso de desarrollo que abarca un largo periodo”[52]. En mi opinión, cada matrimonio es un “huerto cerrado” (Cant.4,12), único, una auténtica creación única, desarrollando un equilibrio único en cada aspecto de la vida conyugal. En mi opinión, en lugar de tomar un texto específico de la Escritura para construir desde él todo un armazón teológico sobre cualquier tema, conviene recordar lo que es mucho más claro en el contexto general de la revelación de Dios en la Biblia; conviene recordar y subrayar que el matrimonio cristiano pertenece al ámbito del asombroso reino de Dios, al reino del amor, al reino del amor excéntrico y subversivo descrito en 1ª Corintios 13. Creo en sumergirnos en el amor de Dios, un amor que cubre multitud de defectos, un amor que se dice y se ejerce de muchas maneras, entre otras: respeto, responsabilidad, renuncia. Reflexionar en detalle sobre esos nombres del amor cristiano será tarea de otra exposición[53].






[1] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 76.
[2] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos del matrimonio y la familia. Barcelona: Alianza Evangélica Española, 2018. Pg. 28.
[3] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1999. Pg. 289.
[4] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pgs. 292-293.
[5] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 73.
[6] Susan T. Foh: “Una postura en pro del liderazgo masculino”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 73.
[7] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 37.
[8] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 24.
[9] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 151.
[11] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 4-6.
[12] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 10.
[13] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 201.
[14] “La castración también ocurre en el matrimonio [además de en la iglesia] A menudo las mujeres se sienten atraídas por el lado más salvaje de un hombre, pero una vez que lo han atrapado se disponen a domesticarlo.” John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit. Pg. 91.
[15] “Hace poco acudió a mí un joven muy enojado y angustiado.  Estaba frustrado por el modo en que su padre, un líder de la iglesia, lo entrenaba en los deportes. Él juega baloncesto y su equipo había llegado a las finales de la ciudad. La noche del gran partido, cuando salía por la puerta, su padre prácticamente lo detuvo y le dijo: ‘Ahora no salgas allí a patear traseros, no es bueno hacer algo así’. No estoy inventando esto. Qué ridiculez decir algo así a un atleta de diecisiete años de edad. Sal allí y dales … bueno, no les des nada. Sólo se bueno. Sé el tipo más bueno que el equipo contrario haya visto alguna vez. En otras palabras, se blando. Ese es un ejemplo perfecto de lo que la iglesia dice a los hombres. Leí que alguien dijo que la iglesia podría tener un exterior masculino pero que su alma se ha vuelto femenina.” John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pgs. 90-91. La recomendación del autor para un caso similar sería bien distinta: “-La próxima vez que el bravucón te empuje, esto es lo que quiero que hagas, ¿estás escuchando, Blaine? -Sí, asintió con sus húmedos ojos fijos en mí. -Quiero que te levantes … y quiero que le pegues … lo más duro que te sea posible (…) Pues sí, sé que Jesús nos dijo que diéramos la otra mejilla. Pero hemos malinterpretado ese versículo. Usted no puede enseñar a un niño a utilizar su fuerza quitándosela. Jesús pudo tomar represalias, créame. Pero prefirió no hacerlo. ¿Y sugerimos, sin embargo, que un muchacho de quien se burlan, a quien avergüenzan delante de sus compañeros, a quien quitan todo su poder y dignidad, se quede maltratado en ese lugar porque Jesús lo quiere allí? Lo estará castrando de por vida. De ahí en adelante será pasivo y temeroso. Crecerá sin saber cómo pararse firme en tierra, sin saber si es un verdadero hombre. Ah sí, será cortés y hasta dulce, deferente, preocupado por sus modales. Podría parecer moral, tal vez parezca dar la otra mejilla, pero sólo es debilidad. Usted no puede dar otra mejilla que no tiene. Nuestras iglesias están llenas de esos hombres.” Ibid. Pg. 87.
[16] John Eldredge: Salvaje de corazón. Op. Cit.Pg. 26. “Jesús no es ‘sacerdote eunuco, ni monaguillo de rostro pálido con el cabello partido a la mitad, que habla suavemente y evita la confrontación, quien al fin logra que lo maten porque no tiene salida. Él trabaja con la madera, ordena la lealtad de los estibadores. Es el Señor de señores, el capitán de ejércitos de ángeles. Y cuando Cristo regrese, viene a la cabeza de tremenda compañía, montado en un caballo blanco, con espada de doble filo y ropas ensangrentadas (Apocalipsis 19). Ahora eso suena más a William Wallace que a la Madre Teresa. No hay duda al respecto: hay algo violento en el corazón de Dios.” Ibid. Pgs.33-34.
[17] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Terrassa: Editorial Clie, 2014. Pg. 28.
[18] Juan Varela: Tu identidad sí importa. Ser hombre Identificando – Definiendo – Afirmando. Op. Cit. Pg. 126.
[19] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos del matrimonio y la familia. Op. Cit. Pg. 10.
[20] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 283.
[21] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pgs. 287-288.
[23] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 296.
[24] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, 2009. Pg. 62.
[25] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 70.
[26] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit.Pg. 69.
[27] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 75.
[29] John Piper: Pacto matrimonial: Perspectiva temporal y eterna. Op. Cit. Pg. 96.
[30] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 297.
[31] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 297.
[32] Robert D. Culver: “Una postura tradicionalista: ‘las mujeres guarden silencio’.” In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit.
[34] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit.Pg. 303.
[35] John R.W. Stott: La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos. Op. Cit. Pg. 302.
[37] Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pg. 171.
[38] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pgs. 172-173.
[39] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Grand Rapids, MI: Nueva Creación, 1995. Pg. 39.
[40] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Op. Cit. Pg. 53.
[41] Cfr. Alvera Mickelsen: “Una postura en pro de la igualdad: ‘en Cristo, no hay hombre ni mujer’”. In B. Clouse & R. Clouse, eds.: Mujeres en el ministerio cristiano. Cuatro puntos de vista. Op. Cit. Pgs. 181-186. Id. Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Terrassa: Editorial Clie, 2000. Pgs. 85-87.
[42] “Esto es especialmente evidente en Jueces 11:11, donde Jefté es elegido por el pueblo para dirigir el ejército contra los amonitas. El pueblo de Galaad, según el texto hebreo, lo hizo ‘caudillo’ (qatsin) y ‘cabeza’ (rosh). La Septuaginta traduce esto como archegon  (gobernante) y kefalé (primero en la posición de batalla). En este sentido no hacía referencia a uno que daba órdenes a las tropas desde una distancia segura; por el contrario, hacía referencia a aquél que iba a la cabeza, que era el primero en entrar en la batalla. En el relato de Jueces vemos que el pueblo está buscando a alguien que comience la batalla. El que lo haga será su caudillo (Jue. 10:18). En este verso  kefalé se usa para la primera persona, pero no para la segunda, aunque en este caso, esta persona se convertiría en su gobernante, es decir, sería su archegon,  y no solo su kefalé.” Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg. 86.
[44] Marga Muñiz: Femenino plural. Las mujeres en la exégesis bíblica. Op. Cit. Pg. 107.
[46] Cfr. Emmanuel Buch: “Malos tratos: hombre, mujer y Palabra de Dios”. In En la brecha: revista de información y opinión sobre maltrato y violencia familiar. Madrid, Noviembre-Diciembre, 1999.
[47] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Miami: Editorial Betania, 1994. Pg. 135.
[48] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2009. Pg. 166.
[49] Gilbert Bilezikian: El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Op. Cit. Pg. 167.
[50] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg.32. “A lo largo del matrimonio cada miembro de la pareja debe estar dispuesto al crecimiento, debe ser sensible a las necesidades, debe comprometerse a lograr al bienestar del otro tanto como el propio. De modo que cada uno se preguntará: ¿Dé que manera puedo amar al cónyuge que Dios me dio con un interés verdaderamente igual al suyo? ¿De qué manera voy a elaborar una fidelidad activa hacia la persona que Dios me ha confiado, que implique verdadera fidelidad? ¿Cómo podré ofrecer, y reclamar justicia e igualdad, a la pareja que elegí ante Dios, y garantizar que se haga realmente lo justo? ¿Cómo podré encontrar esperanza en los momentos de confusión y conflicto de modo que permitamos que nuestras vidas se forjen y reconstruyan en manos del Dios de la esperanza? ¿Si mi cónyuge eligiera la separación, cómo pudiera actuar de manera amorosa y responder con respeto a su derecho de decidir aun cuando yo no esté de acuerdo con esa elección?” Ibid. Pgs.32-33.
[51] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Op. Cit.
[52] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg. 17.
[53] Cfr. Emmanuel Buch: “Matrimonio cristiano: un misterio que se desvela como ministerio de amor”.
http://emmanuelbuch.blogspot.com.es/2018/04/matrimonio-cristiano-un-misterio-que-se.html

martes, 20 de marzo de 2018

PENSAR A DIOS

Para Eli Fernández, tan cercana a veces a Chesterton

Pensemos a Dios, sí. Pero no como divertimento académico ni como baile diletante de salón, sino como ejercicio vital en medio de la oscuridad del mundo y de la vida de los seres humanos.

1. INSUFICIENCIA DE LA CIENCIA. “Dios no existe”, “no hay ningún Dios” ha repetido en los últimos años el científico Stephen Hawking[1]. Y la primera cuestión a suscitar es precisamente la insuficiencia de la ciencia para discernir la realidad toda, sobre todo la realidad de Dios. Ciertamente el sentir general es más bien el contrario, al punto que la ciencia se cree sola en el mundo y en esa convicción soberbia se convierte en técnica: “conjunto de operaciones y de transformaciones que extraen su posibilidad de la ciencia y de su saber teórico, con la exclusión de cualquier otra forma de saber, con la exclusión de toda referencia al mundo-de-la-vida y a la vida misma”[2] Por eso desde la fenomenología se reprocha a la ciencia su altivez: “La ciencia, la ciencia matemática de la naturaleza, ha puesto fuera de juego las cualidades sensibles de ésta, a saber, el mundo-de-la-vida y la vida misma.”[3] En otras palabras, la ciencia convertida en soberana excluye cualquier realidad que no sea reconocible objetivamente, desprecia la subjetividad que es propia de cada persona humana, sus dimensiones estéticas, intelectuales, morales o espirituales. Es la misma crítica que, desde un enfoque sociológico, formuló proféticamente Jacques Ellul.[4]

2. HUMANIDAD MÁS ALLÁ DEL OBJETIVISMO. Sería absurdo negar la relevancia de la ciencia, pero lo que pretendemos señalar es su incapacidad para dar cuenta de toda la realidad y, en particular, de la realidad de la humanidad del hombre con sus deseos y sus pasiones. Dejar a la ciencia dar cuenta completa de la realidad y más de la realidad humana, devendría en una forma contemporánea de barbarie.[5]

La ciencia sola, como tampoco la sola razón fría, instrumental, no puede dar plena cuenta de la subjetividad, de la humanidad del hombre. Menos aún de un Dios personal. La religión dentro de los límites de la sola razón (Kant) sólo puede producir humana religión. Es necesario atender en este punto al pensamiento postmoderno que reivindica el valor sustancial de otros aspectos de la condición humana que la Modernidad despreció, y de otros modos de conocimiento que no son meramente científicos. Ya G.K. Chesterton advertía con su ingenio provocador: “Aquello en que más creía yo entonces [infancia], y en que sigo creyendo más, son los cuentos de hadas. A mí me parecen lo más razonable que hay en el mundo. (…) El reino de las hadas no es más que el luminoso reino del sentido común.”[6] Este intelectual advertía de este modo contra la reducción de lo humano y por ende de lo divino, a lo aprobado por el cientificismo. “Todo eso que llamamos sentido común, racionalidad, sentido práctico y positivismo, sólo quiere decir que, para ciertos aspectos muertos de la vida, olvidamos que hemos olvidado. Y todo lo que se llama espíritu, arte o éxtasis, sólo significa que, en horas terribles, somos capaces de recordar que hemos olvidado.”[7]

3. RAZONES DEL CORAZÓN. Es necesario pensar a Dios en otra manera, que le sea más propia. Dicho en términos clásicos: “En la contemplación y manifestación de su majestad, toda elocuencia se queda muda, y con razón; todo esfuerzo mental resulta débil. Porque Dios es mayor que la misma mente. No podemos concebir su grandeza. No; si pudiéramos concebir su grandeza, Él sería inferior a la mente humana que podría formar ese concepto. Él es superior a todo lenguaje, y no hay afirmación que lo pueda expresar. En realidad, si hubiera afirmación alguna que lo pudiera expresar, Él sería inferior al habla humana que podría captar y reunir con dicha afirmación todo cuanto Él es. Todos nuestros pensamientos acerca de Él serán inferiores a Él, y nuestras expresiones más elevadas serán trivialidades, comparadas con Él.”[8]

¿Cómo entonces? Sorprendentemente, un físico, matemático, ingeniero, urbanista, apologeta, … como Blas Pascal diría: con el corazón. Para este francés del racionalista siglo XVII, no hay un saber universal sino saberes parciales, así como diferentes epistemes en función del tipo de objetos que se quieren conocer. El hombre escudriña la realidad por medio de dos acercamientos bien distintos, el “esprit de geometrie” y el “esprit de finesse”, que se corresponden respectivamente al ámbito de la razón y del corazón, como los llama Pascal. El ámbito del espíritu geométrico es el de las ciencias exactas (geometría, aritmética, física, medicina) donde se aplica un esquema lógico-deductivo que analiza, descompone en partes, abstrae, calcula, de modo que la verdad se presenta de forma unívoca, cuantificable, expresada en definiciones precisas. El espíritu de sutileza, en cambio, corresponde a las ciencias humanas y aquí las conclusiones no se demuestran sino que se dan, se hacen evidentes de manera vital; es una intuición viva que alcanza a la esencia misma de las cosas en un modo propio del que la razón no participa: “El corazón tiene razones que la razón no conoce.”[9] Dios sólo puede ser conocido por el “corazón”: “Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. He ahí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la razón.”[10]

4. CONOCIMIENTO DE FE. Hablemos, pues, de la fe. ¿Qué es? Según la definición de una niña piadosa: “Fe es creer que es verdad lo que sabemos que es mentira”. Según leemos en la Biblia: “la convicción de lo que no se ve” (Heb.11,1). La fe no es absurda, pero resiste a la altivez de la razón fría y de la ciencia objetiva: La fe cristiana no es irracional pero sí supra-racional (K. Barth); por eso Cherterton puede afirmar con su estilo paradójico: “Los enigmas de Dios me satisfacen más que las respuestas de los hombres”.

Hoy se habla más de espiritualidad que de fe; una espiritualidad sin dogma, sin contenido, en búsqueda de bienestar personal, un “sentirse bien” a menudo de espaldas al semejante y, por tanto, auto-cancelante, amoral. La fe desde la perspectiva cristiana toma una forma bien distinta. En efecto, Dios es inalcanzable por el ser humano: “El intelecto sabe que te ignora (…) porque sabe que no se te puede conocer, a menos que se pueda conocer lo imposible de conocer, y se pueda ver lo invisible, y alcanzar lo inalcanzable.”[11] Pero asombrosamente este Dios inalcanzable se revela a sí mismo, se hace accesible al ser humano encarnado en Jesucristo (Heb.1.1). En palabras del evangelista Juan: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn.1,18). El sujeto y objeto de la fe cristiana es este Jesús de Nazaret de quien la Biblia, creemos, da testimonio fidedigno. “En Cristo y por Cristo, Dios realiza su completa autorrevelación, aunque no se muestra a la razón, sino a la fe y al amor. La fe es un órgano del conocimiento, y el amor un órgano de la experiencia.”[12]

5. EXPERIENCIA DE AMOR. Un párrafo final, a propósito de esta palabra: experiencia. No hay un pensar sobre el Dios de Jesucristo que no sea “certidumbre de fe” (Heb.10,22), y no hay certidumbre de fe que no sea experiencia de fe, y no hay experiencia de fe que no sea experiencia de amor, porque “Dios es amor” (1ªJn.4,8); y no hay experiencia de amor de Dios que no se traduzca en amor al prójimo, porque ese amor es expansivo (1ªJn.4,7), a diferencia del amor humano tan comúnmente posesivo. En ese pensar a Dios que es experiencia de amor, descubrimos a Dios cómo Él mismo se da a conocer pero, además, nos descubrimos también a nosotros mismos (1ªCor.13,12) en el valor que para Dios tenemos, descubrimos que somos pensados por Dios, que somos tan amados como pensados. Dicho en términos bíblicos: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn.3,16). En otras palabras: “Soy amado, luego existo.”[13] Y es que el amor no es sólo una forma de conocimiento, es la forma más sublime y más genuinamente humana de conocimiento. Por eso escribe San Juan de la Cruz: “A la tarde te examinarán en el amor”[14]



[1] Stephen Hawking: El gran diseño. Barcelona: Editorial Planeta, 2010.
[2] Michel Henry: La barbarie. Madrid: Caparrós editores, 1996. Pg. 61.
[3] Michel Henry: La barbarie. Op. Cit. Pg. 83.
[4] Jacques Ellul: La era de la técnica. Barcelona: Ediciones Octaedro, 2003. (1ª, 1954).
[5] Cfr. Daniel Dos Santos: “La barbarie que hay en la civilización”. In ACONTECIMIENTO, 2017/3, nº 124.
[6] G. K. Chesterton: Ortodoxia. Barcelona: Editorial Alta Fulla, 2000. Pg. 53. Es llamativo el elevado interés de intelectuales y académicos de la talla de C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien o el mismo Chesterton por la tan denostada “fantasía”.
[7] G. K. Chesterton: Ortodoxia. Op. Cit. Pg. 60.
[8] Novaciano (s. III, De Trinitate.) Citado por A. W. Tozer: El conocimiento del Dios santo. Miami, Fl.: Editorial Vida, 1996. Pg. 53.
[9] Blaise Pascal: Pensamientos. Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 423.
[10] Blaise Pascal: Op. Cit. Pg. 131. Lafuma, 424.
[11] Nicolás de Cusa (s. XV, Visión de Dios). Citado por A. W. Tozer: El conocimiento del Dios santo. Op. Cit. Pg. 13.
[12] A. W. Tozer: El conocimiento del Dios santo. Op. Cit. Pg. 14.
[13] Carlos Díaz: Soy amado, luego existo”. 4 volúmenes. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1999-2000.
[14] San Juan de la Cruz: “Dichos de luz y amor” nº 59. In Obras completas. Madrid: B.A.C. 1994. Pg. 157.

martes, 4 de julio de 2017

MAESTROS, MIS MAESTROS

Dicen que es importante escoger bien a los maestros pero lo cierto es que a menudo son los maestros quienes nos escogen a nosotros. Dios nos los regala, con ellos nos inspira, modela nuestras propias vidas. En efecto, “¿qué es uno, sino la galería de corazones de todos sus maestros?”[1]

Nadie se hace a sí mismo, somos fruto de muchas manos, de muchos rostros que nos enseñaron muchas cosas. Algunos han dejado una huella permanente en nosotros, por eso nos acompañan siempre en presente. Esos pocos son más que un buen ejemplo, son alfareros que modelan nuestras personas. Son maestros. Nuestra deuda de afecto con ellos es eterna, aunque jamás se les ocurriría reclamar nada en absoluto. En algunos casos ni siquiera han sido conscientes del efecto definitivo y benefactor que nos han obsequiado. Tampoco reconocerles como maestros nos convierte en buenos discípulos; en mi caso, apenas he podido reproducir un leve eco de su impronta: “No he correspondido sino mediocremente a la esperanza y a la ayuda que he recibido.”[2] Pero no por eso la verdad de su magisterio es menor. Amigos abundan en mi vida, gracias a Dios; todos hermosean mi existencia. Maestros pocos, apenas éstos tres.



En cierta ocasión preguntaron al escritor Javier Marías por su padre, el filósofo Julián Marías: “le recuerdo siempre trabajando”[3], respondió. Me he preguntado muchas veces cómo me recordarán mis hijos, qué imagen esencial guardarán de mí. En cualquier caso, como Javier Marías a su padre, también yo recuerdo al filósofo Carlos Díaz, a mi hermano mayor Carlos Díaz, trabajando siempre. Aún hoy, cuando le visito en su casa le encuentro invariablemente ante el ordenador, en su pequeño despacho, rodeado de libros, traduciendo, corrigiendo, escribiendo. Siempre. Sin excepción. A cualquier hora. Catorces horas diarias, me dice. Le creo. Soy testigo. Parafraseando a Neruda, todo en él es trabajo.

Descubrí a Carlos Díaz en la universidad Complutense de Madrid, asistiendo a sus clases. Sin pretenderlo, he usado la palabra exacta: descubrimiento. Todas sus frases en el aula eran deslumbrantes. Por primera vez, de manera prodigiosa, alguien encajaba en un mismo bloque armónico todas las piezas del rompecabezas vital que me perseguía: Evangelio y sociedad, piedad para con Dios y responsabilidad para con el prójimo, presente y eternidad. Muchas de mis convicciones, también de mis dudas y anhelos, aparecían danzando entrelazadas ante mis ojos. De su mano cobró vida ese personalismo comunitario donde confluye amor a la persona, identificación con los últimos y empeño intelectual; de su mano se me hizo cercano el anarquismo como fenómeno político moral, tal vez una variante del comunismo libertario exclusivamente suya pero noble y desafiante; todo eso y aún mucho más, al cobijo de su único credo: Cristo, muerto y resucitado; esa es la fuerza motora de su compromiso por el hombre, por todos los hombres, por los más desfavorecidos en especial. La acritud que con cierta frecuencia acompaña a sus palabras no procede de la amargura sino de la urgencia, no del odio a algunos sino del amor a todos, siempre intentando ese beso que imaginaba Schiller, abarcando a la humanidad entera.

Carlos Díaz es una de las personas que con más convicción cree en mí, a pesar de mi propia incredulidad. Como él mismo dice: “da más fuerza sentirse amado que creerse fuerte”[4], de modo que su mucho amor me ha hecho más fuerte de lo que era antes de encontrarle a él. La única bronca que he merecido de su parte en público se debió precisamente al rechazo de sus halagos: “no te consiento que dudes de la verdad de las cosas que te digo”. Así aprendí a dejarme querer por él, a recibir las dedicatorias de sus libros[5], a aceptar la honra que me obsequia ante otros: “si quieres saber lo que es el anarquismo, mírate en tu padre [a mi hijo Esteban], un hombre como Dios manda y el prójimo necesita”.

Quería escribir de Carlos Díaz como “hombre-que-trabaja”, de su exigencia personal ante el trabajo que le hace no concederse descanso, de su dedicación obsesiva al trabajo, entendido como gozosa donación y devolución: “Quien no cultiva sus talentos es un ladrón, roba: no da lo que podría dar.”[6] Carlos vive para trabajar, esa actitud tan despreciada por aquellos que miden cada migaja de esfuerzo, que lo escatiman porque carecen de pasión creadora, que son profesionales de todo pero no profesan nada en sus entrañas, que se quieren tanto a sí mismos que no quieren otra causa que no sea su propio cuidado, ciegos a “la conversión del trabajo-sufrimiento en trabajo-creatividad-gozo”[7] “Tienes que aprender a disfrutar de la vida” me reprendió alguien paternalmente, en un momento en que creía desfallecer con el alma abrumada. Pocas veces he sentido una herida tan profunda: “¿tendrá razón? ¿me he equivocado tanto por tantos años?” Recordé una vez más a Carlos, sentado a cualquier hora del día y de buena parte de la noche ante su ordenador, aunque repudiado por la Akademia, ignorado por los medios de comunicación, silenciado por muchas editoriales. Tu ejemplo me basta, Carlos: “mientras vosotros perdéis el tiempo yo lo gano; mientras vosotros hacéis tiempo para matarlo, yo agradezco que él me vivifique, y le devuelvo el homenaje trabajando; mientras vosotros vacáis, yo arrimo el frágil hombro.”[8] Sigamos trabajando, Carlos. Mientras sea de día, antes que llegue la noche; que cuando llegue, nos encuentre trabajando (Jn.9,4).


2. Juan Luis Rodrigo, la virtud del amor a las personas

Alguien a mi lado en el Metro llevaba su colonia; hacía años que no había vuelto a sentir ese perfume. Apenas pude contener un sollozo. Y me di cuenta: “¡le echo tanto de menos!” Juan Luis Rodrigo, pastor evangélico, fue padre, pastor, y maestro para mí, maestro para la vida y modelo para el ministerio cristiano. Me enseñó con su propio ejemplo a percibir el valor de las cosas sencillas, a disfrutar de ellas para extraer todo lo que de bueno puede ofrecernos esta vida tan imperfecta. Me enseñó sobre todo a reconocer el valor sagrado que acoge en su seno cada ser humano, más allá de sus miserias o defectos.

Compartí a su lado horas de conversación y sobre todo de escucha atenta: viajando en el coche de camino al hospital para visitar a un enfermo, frente a él en su despacho oyéndole hablar de los temas más diversos, mirando el presente con optimismo, recordando el pasado con indulgencia, anticipando el futuro con esperanza, predicando en el púlpito, compartiendo su fe con una persona afligida en la intimidad del hogar, … incluso sentados frente al pantano de San Juan disfrutando de una buena ensalada. De aquel tiempo guardo la huella en mi alma de algunas convicciones fundamentales que encarnaba D. Juan Luis.

Por ejemplo, su exigencia autoimpuesta e ilimitada por ofrecer en todo, ante todos, un ejemplo que pudiera ser de inspiración y ánimo: en el habla, en los gestos, en las actitudes, en las relaciones, en el ministerio pastoral; a la hora de doblar una a una con esmero cada copia del boletín de la iglesia, o en el desempeño de los compromisos más relevantes.

Por ejemplo, su capacidad para disfrutar de los detalles pequeños de la vida. Siempre he admirado el entusiasmo infantil con que saboreaba momentos cotidianos que para otros pasaban inadvertidos. Nadie me ha enseñado como él que la dicha no proviene de la espectacularidad o del brillo de las circunstancias, sino de la actitud con que contemplamos las cosas y nos sumergimos en la vida.

Por ejemplo, la sencillez que caracterizaba su ministerio pastoral. Hacía que todo pareciera fácil, espontáneo, casi improvisado, a la manera del “pensat i fet” de su tierra alicantina. Pero su sencillez no provenía de la superficialidad si no del aprecio por lo esencial. Por eso no se dejaba deslumbrar, ni pretendía deslumbrar a otros, con artificios estériles. Sus palabras, gestos, criterios, brotaban de un manantial de esencias; quienes supimos advertirlo nunca olvidaremos el provecho que aquella sencillez genuina ha aportado a nuestras vidas.

Por encima de todo, su convicción de que en todos los ámbitos de la vida y especialmente en el ministerio cristiano, la prioridad no está en programas, proyectos, innovaciones o tradiciones; la prioridad siempre son las personas, en singular, tomadas de una en una. El Evangelio de Jesucristo es bendición para el ser humano y los siervos de Jesucristo no pueden tener otra meta que bendecir, edificar, ayudar, alentar a las personas; construir, nunca destruir. Ese empeño suyo no nacía de la debilidad, de la falta de convicciones sólidas; al contrario, mostró a menudo su firmeza rechazando cualquier presión que le apartara de su propósito: el respeto casi sagrado por cada persona, cualquiera fuera su condición, el empeño por su cuidado restaurador. “Los hombres no son dioses ni semidioses. Tampoco son demonios, ni diablos ni empobrecidos. Son sencillamente criaturas humanas, como eres tú y como soy yo. (…) Puedes encontrar en cada uno de tus prójimos aquello que quieras resaltar. Tienen grandezas y tienen miserias, hay bondad y hay maldad, ni todo es negro ni todo es blanco, ni tan siquiera gris. Lo que quieras ver en ellos, eso es lo que verás. Siempre descubrirás en tu semejante a otro como tú, si puedes mirar con objetividad y justicia. Si lo haces así, observarás que todo lo que eres también está en la otra persona, más o menos. (…) La forma del carácter es diferente de uno a otro. Unos se muestran así y otros se muestran asá, pero sustancialmente todos somos prójimos y semejantes. A la hora de relacionarnos, tener esto en cuenta nos hará más aptos para la comprensión, la solidaridad, el perdón y la colaboración.”[9]



Aquells peus que m'ensenyaren
a estar dret i caminar,
i les mans que em protegien
agafant les meues mans
i els braços que m'abraçaven.
Quina dolçor intangible
habitava al meu voltant.
Com m'he sentit estimat,
com m'he sentit estimat.

Raimon: “Mentre s’acosta la nit”[10]


Pasan los años y sigue siendo el título del que me siento más honrado: “el fill de la Montse”. Mi madre. Pasan los años y todavía me resulta imposible asomarme al pozo de su ausencia. Nadie me susurra ya con aquella ternura suya: “lo meu xiquet”, ni me pregunta con su misma dulzura: “Emmanuel, com estàs?” Tampoco yo he vuelto a pronunciar en voz alta ciertas palabras: “mareta”, “montseta” … Con todo, no existe en mi persona una pizca de virtud alguna que no sea un gris reflejo de las muchas que ella encarnaba en abundancia. 

Todo con distinción y elegancia. Aún la pobreza de mi infancia, que mi madre consiguió que viviera sin sentirla con vergüenza. Sólo la distancia de los años me ha hecho consciente de lo que significaban aquellos “detalles”: recibir los regalos de Reyes con un día de retraso, cuando la beneficencia pública entregaba los sobrantes del día grande; lavarme en la diminuta cocina, dentro de un barreño de plástico, remojado con agua calentada previamente en un puchero; las humildes peticiones de mi madre a algún vecino para que nos dejara pasar a mi hermana y a mí a ver un ratito la tele, sin molestar y sin abusar de la frecuencia; el regalo de unos cubitos de hielo que una vecina amable nos traía de vez en cuando para refrescar el agua, porque nunca tuvimos un frigorífico; las visitas al locutorio telefónico para llamar a la familia porque tardamos años en conocer el lujo de viajar, .... Y algunas mañanas a primera hora, ayudar a mi madre a cargar campo a través las pesadas cajas en las que llevaba los vestidos que recogía cortados en Valencia y confeccionaba en casa, para enviarlos de nuevo por el “ordinario” y recibir a cambio el dinero mínimo que nos permitía sobrevivir. Una vida familiar sostenida por mi madre a golpe de aguja, a los impulsos de sus pedaladas en la máquina de coser, un sonido que nos acompañó toda la infancia y la primera juventud, una máquina en la que mi madre quemó la vista y su arte de modista, por la necesidad de confeccionar aquellos vestidos en serie que garantizaban un mínimo regular de ingresos. La máquina de coser y los hilos que inundaba la casa, se metían en todos los rincones y que sacábamos a pasear a la calle, colgados en la ropa y enganchados en la suela de los zapatos.

Todo con distinción y elegancia. Una vida dura, con escasos asideros del alma salvo su fe inquebrantable en Dios y la entrega abnegada a sus hijos, dichosa viendo cómo alcanzábamos metas que las circunstancias frustraron en su vida: “Als catorze anys anava a estudiar per a mestra però no va poder ser perquè va venir la guerra. Però has sigut mestre tú.”

Todo con distinción y elegancia. Mi madre, que primero me enseñó a vivir y después, en el penúltimo capítulo de su docencia, también a soportar la enfermedad con su “elegante sonrisa” (Jesús Millán), su “cantar y sonreír” (Rebeca) permanente. No puedo decir más.

Mi madre. Su bondad, sobre todo. Una bondad distinguida, aristocrática. Una bondad carente de cursilería, de exhibicionismo; una bondad firme, auténtica como su sonrisa; una bondad espontánea, sobrenaturalmente natural, nacida en lo más hondo de su alma. Como la bondad de sus manos nobles, trabajadas, pero ¡tan bellas! Sus manos, con las que me acariciaba con tanta ternura que parecía timidez, rodeándome con su brazo y acariciándome la espalda con una sola mano, cuando la otra ya carecía de movilidad.

Su bondad siempre. Su bondad para con todos. Hospitalaria, acogedora, detallista, gozosamente servicial. Su bondad, visitando enfermos en el hospital desde su silla de ruedas, dando su voto al dibujo más feo de aquella exposición infantil para que su autor de pocos años no pasara la vergüenza de no recibir siquiera uno.

¿A qué seguir? Aunque mi madre ya no me acompaña físicamente, la huella de su bondad me sustenta. También me señala el camino, un camino de bondadosa integridad que trazó con su ejemplo. Sin desesperar jamás de nadie. Si lo sabré yo.


[1] Carlos Díaz: “Buen corazón y mala cabeza, buena cabeza y mal corazón: dos almas separadas”. In ACONTECIMIENTO nº 114, 2015/1. Pg. 46.
[2] Javier Cercas: Soldados de Salamina. Barcelona: Tusquets Editores, 2002. Pg. 139.
[3] Javier Marías: “Recuerdo a mi padre trabajando”. Madrid: ABC, 16 Diciembre 2005.
[4] Carlos Díaz: Diez virtudes para vivir con humanidad. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2002. Pg. 23.
[5] “Para Emmanuel Buch, cuyo ‘Yo quiero’ siento como propio” In Yo quiero. Salamanca: Editorial San Esteban, 1991. “A Emmanuel Buch, pastor evangélico, amigo de talante franciscano, quien un día me dijo que algo que es bueno no puede ser tan complicado …” In La virtud de la humildad. México: Editorial Trillas, 2002. “Hacer mejores a los hombres es la única manera de hacerles felices, y esto es lo que viene aportando Emmanuel Buch a mi vida desde que tuve la dicha de conocerlo. …” In Razón cálida. La relación como lógica de los sentimientos. Madrid: Escolar y Mayo Editores, 2010. Pgs.13-15.
[6] Carlos Díaz: El libro del militante personalista y comunitario. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2000. Pág. 134.
[7] Carlos Díaz: Otra palabra, otra escritura. Madrid: Ediciones San Pío X, 1998. Pág. 74.
[8] Carlos Díaz: Otra palabra, otra escritura. Madrid: Ediciones San Pío X, 1998. Pág. 66.
[9] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Dinámica para la vida total. Madrid: Sociedad Bíblica, 1996. Pg. 251.