jueves, 2 de mayo de 2024

LA PALABRA, EN EL ESPÍRITU, INFORMA Y TRANSFORMA (1ª Timoteo 1,3-11)


Parábola

Había un hombre que tenía una doctrina. Una gran

doctrina que llevaba en el pecho (junto al pecho, no

dentro del pecho),

una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del

chaleco.

La doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca, en un arca

como la del Viejo Testamento.

Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.

Entonces nació el templo.

Y el templo creció. Y se comió el arca, al hombre y a la

doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno

del chaleco.

 

Luego vino otro hombre que dijo: El que tenga una doctrina

que se la coma, antes de que se la coma el templo;

que la vierta, que la disuelva en su sangre,

que la haga carne de su cuerpo ...

Y que su cuerpo sea

bolsillo,

arca

y templo.

 

León Felipe[1]

 

La disyuntiva entre conocimiento y espiritualidad es una falsa tensión: la doctrina sola es como “esqueleto sin carne” y la espiritualidad sola es como “carne sin huesos”[2]. Somos llamados a encontrarnos con Jesús a través de la Palabra, asimilada por el Espíritu Santo, para transformación de la vida, y todo para la gloria del Padre.

El apóstol Pablo escribe a Timoteo para pedirle que se quede en Efeso para reivindicar la verdad del Evangelio: “el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado” (v.11). Esa verdad tiene un contenido concreto: “que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (v.15). Más en concreto aún y a la vez más universal: “[que Dios] quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo por todos” (2,4-6). Ese énfasis se repite en todas las epístolas pastorales, y en nuestro texto va acompañado de consejos prácticos de modo que el conocimiento de esa verdad sea un conocimiento visiblemente transformador de las vidas por el poder del Espíritu, como sucedió con el mismo apóstol (1,13-16).


1. Evita “vana palabrería” (v.6-7). (Cfr. 1ªTim.1,4; 4:1,7; 6,3-5; 2ªTim.2:14,16-18; 2,23; Ti.1,13-14; 3,9-11). El apóstol Pablo escribe a Timoteo para pedirle que proclame la verdad del Evangelio frente a “fábulas” (v.4) y “vana palabrería” (v.6), frente a falsas doctrinas que desvían de la verdad, debates estériles y ocurrencias novedosas, que dejan la cabeza caliente y los pies fríos.

Pablo nos previene contra el uso caprichoso de la Palabra, a la manera del que amasa una pizza haciendo piruetas en el aire, o el que hace malabarismos lanzando bolas al aire, como un aerobic mental pedante y hueco (“fashion theology”). Manipular así la Palabra de Dios es una forma de tomar el nombre de Dios en vano.

Al mal uso interesado de la Palabra por parte de algunos, se suma en ocasiones una aceptación perezosa y acrítica por parte de quienes escuchan. Esa combinación de vanidad de quienes manipulan la Palabra y de pereza intelectual de quienes escuchan resulta siempre letal. Los cristianos de Berea nos ofrecen un antídoto contra esa pereza fatal: escudriñar por nosotros mismos las Escrituras: “recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hch.17,11) Y el apóstol, a su vez, ofrece un criterio de análisis para prevenir la infección por falsas doctrinas: ver si traen edificación (v.4b).

 

2. Busca la verdad “higiénica” (v.10). (Id. 1ªTim.1,15; 2ªTim.1,9-10; Ti.3,4-8a). Pablo advierte contra el error de una fe en Cristo que carezca de contenido: debemos fortalecernos en la “sana doctrina” (v.10). “La ignorancia es la madre de la superstición, no de la devoción”[3]. La verdad está edificada sobre el fundamento de la Palabra de Dios: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.” (Ef.2,20).

Eso sí, la sana doctrina no es un estropajo reseco que uno traga y se le atraganta, no es ortodoxia muerta. La sana doctrina es literalmente “higiénica” (v.10), porque trae salud espiritual. Como alguien advirtió: “algunos escudriñando la Palabra de Dios pierden al Dios de la Palabra” (Miquel Camí). “Conozco algunos renacuajos [una cabeza enorme y casi nada más] cristianos cuyas cabezas están repletas de teología bíblica, pero es casi lo único que tienen. Además de una mente cristiana, también necesitamos un corazón cristiano.”[4]

La Reforma protestante del siglo XVI supuso el regreso a la verdad de la Palabra, una verdad que revitalizó la vida del pueblo de Dios. Sin embargo, pocas décadas después de su inicio, las iglesias protestantes volvieron a un formalismo doctrinal sin vitalidad, una religiosidad sin espiritualidad. Tuvieron que aparecer nuevos movimientos de reforma dentro del propio protestantismo, movimientos de frescura espiritual que buscaban “la religión del corazón”, un conocimiento viviente; movimientos acompañados de una renovación de la manera de vivir según la contracultura cristina y de un celo misionero que llevaba a sus fieles por todo el mundo: la Reforma radical del siglo XVI, los cuáqueros en Inglaterra y Norteamérica (s. XVII), el pietismo alemán dentro del luteranismo (s. XVII), los Hermanos Moravos (Rep. Checa) (s. XVIII), Juan Wesley en Inglaterra (s. XVIII), o el movimiento pentecostal (inicios del s. XX). Movimientos todos fundados en la verdad de la Biblia, sí, pero con el anhelo ferviente de que esa verdad produjera renovación del vivir por el poder del Espíritu Santo.

 

3. Conoce la verdad en el Espíritu (Ef.6,17b). Es importante saber las verdades del Evangelio pero más importante aún, saberlas como hay que saberlas: “que lo sepáis de la manera que ello se ha de saber, imprimido en las entrañas”[5] No es sólo cuestión de aprender, como ejercicio activo intelectual, sino de dejarse enseñar (voz pasiva) por el Espíritu Santo: “no es suficiente que escuchemos la palabra con el oído exterior, sino que debemos dejarla penetrar también en el corazón para que escuchemos hablar allí al Espíritu Santo”[6]. De otro modo, “La Escritura sin el Espíritu es como trabar batalla con una espada de papel.”[7]

Existe un saber meramente académico que podemos encontrar en las universidades: alta erudición respecto de los textos hebreos del Antiguo testamento, o exposiciones brillantes de la teología cristiana del Nuevo testamento, … pero sólo el Espíritu Santo, quien inspiró las verdades de la Biblia, las ilumina, las hace vivas en nosotros.

La ignorancia de la verdad es nefasta pero el formalismo doctrinal sin la vitalidad del Espíritu no es mejor, reduce las doctrinas a “cadáveres proposicionales”[8] y produce una religiosidad sin transformación de la manera de vivir. Como alguien dijo: necesitamos teología, conocimiento de las verdades de Dios, pero necesitamos aún más teofanía, manifestación de Dios.

El apóstol Pablo escribe que ora al Padre para que nos de: “sabiduría espiritual y percepción, para que crezcamos en el conocimiento de Dios” (Ef.1,17-NTV); no para saber cosas distintas a las que están en la Biblia pero sí para “saberlas” de una manera vital. Porque, en definitiva, estas verdades “se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,14b).

 

4. Experimenta la verdad. “No se trata de lo que creemos, sino cómo vivimos lo que creemos” (C.S. Lewis). “La piedad es la congruencia en la vida entre lo que se profesa y lo que se practica, es la congruencia de la fe y los frutos de la santidad y la justicia.” (Phillip Jakob Spener).

El propósito del “mandamiento” es “el amor nacido de corazón limpio” (v.5), una vida transformada. El Evangelio es poder de Dios salvador (Rom.1,16) y es también poder transformador, que se expresa en vidas renovadas en quienes lo reciben. El apóstol Pablo fue un gran intelectual de su tiempo pero recordaba a los cristianos corintios que “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ªCor.2,4-5).

Ese es el “secreto” de quienes son sabios espiritualmente, sabios para la vida, conformados según el carácter de Jesús según el modelo que nos muestra la Biblia y que hace posible la acción del Espíritu Santo: “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Stg.3,17). En estos resultados está pensando el apóstol Pablo cuando nos exhorta: “sed llenos del Espíritu Santo” (Ef.5,18); así, en voz pasiva: dejarnos guiar, dejarnos modelar por la persona del Espíritu Santo. Necesitamos algo más que “letra” para conocer a Jesús y crecer en la semejanza de su carácter, necesitamos abrir nuestras vidas sin reservas a la acción de la persona del Espíritu Santo, para no caer en la triste condición de ser “sabios en la letra pero extraños para la vida”[9].

La fe en el Evangelio de Jesús, se mide por sus frutos en quienes la hacen suya: vidas de hombres y mujeres, no sólo informados de la verdad sino transformados por la verdad; discípulos que vuelven la espalda a los anti-valores de la sociedad para entregarse con pasión a la causa del Reino, animando a otros a la misma experiencia salvadora y transformadora con Jesús. Dicho a modo de resumen de nuestra exposición, como decíamos también al inicio: estamos llamados a encontrarnos con Jesús a través de la Palabra, asimilada por el Espíritu Santo, para transformación de la vida, y todo para la gloria del Padre.

 

Mi respuesta.

¿Qué es el Evangelio? ¿Qué es la verdad del Evangelio? ¿En qué consiste el poder del Evangelio? Digámoslo en términos prácticos:

Una mujer atea, blasfema, que hoy está enamorada de Jesús y le saltan las lágrimas en la alabanza. Eso es el Evangelio.

Una mujer de vida absolutamente desordenada, en muchos sentidos, que hoy es una sierva de Dios cuya vida bendice a muchos. Eso es el Evangelio.

Un hombre que pasó por varios intentos de suicidio, que hoy tiene una vida equilibrada y en orden. Eso es el Evangelio.

Un hombre mujeriego y entregado a excesos de todo tipo, que hoy bendice a Jesús por cómo ha transformado su vida. Eso es el Evangelio.

Una mujer que cambiaba sexo por droga, que hoy tiene una vida siempre gozosa en Jesús.

Eso es el Evangelio. Esa es la verdad del Evangelio. En eso consiste el poder del Evangelio de Jesucristo.

No he tenido que buscar esas historias en los libros. Conozco personalmente a esos hombres y mujeres. Sus rostros muestran que el Evangelio es poder de Dios para salvación, salvación integral, salvación en términos pasados, presentes y futuros. En cuanto al pasado, por el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios en Jesús. En cuanto al futuro, por una expectativa esperanzada que alcanza hasta la eternidad. En cuanto al presente, por una nueva vitalidad, un nuevo estilo de vida. Todo esto y más es el Evangelio de salvación.

Las verdades bíblicas, deben ser conocidas, creídas, y aprendidas, lejos de banalidades y ocurrencias, pero deben ser también “comidas”, encarnadas y obedecidas. Que el Señor Jesús nos ayude, con el poder del Espíritu Santo, para la gloria del Padre. 



[1] León Felipe: “Parábola”. In Poesías completas. Madrid: Visor Libros, 2010.  Pg. 530

[2] Cfr. Hans Ur von Balthasar: Ensayos teológicos. Verbum Caro, vol. I. Madrid: Editorial Guadarrama, 1964. Pgs. 235-268.

[3] José Grau: Introducción a la teología. Terrassa: Clie, 1973. Pg. 17.

[4] John Stott: Estudiantes de la Palabra. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2015. Pg.57.

[5] Teresa de Jesús: Camino de perfección. 10, 1. Obras completas. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2000. Pg. 532.

[6] Felipe J. Spener (pietista alemán, 1635-1705): Pia Desideria. Buenos Aires: Instituto Universitario ISEDET, 2007. Pg. 93.

[7] A. W. Tozer: Intenso. La vida crucificada. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2014. Pg. 250.

[8] Eugene Peterson: Así hablaba Jesús. Miami: Editorial Patmos, 2012. Pg. 9.

[9] Isaac Penington (cuáquero inglés, 1616-1679): Los escritos de Isaac Penington, volumen I. www.bibliotecadelosamigos.org Pg. 95.

lunes, 29 de abril de 2024

ABRIRNOS A LA VOLUNTAD DEL PADRE

 

Once misioneros muertos en un accidente de tráfico en Tanzania.

https://protestantedigital.com/internacional/67900/tragico-accidente-en-tanzania-deja-once-misioneros-evangelicos-fallecidos

¿Por qué? Antes de responder como acto reflejo: “preguntemos para qué”, preguntemos: “¿por qué no?” El hecho insoslayable es que los cristianos sufren exactamente igual que los no cristianos las mismas tragedias. Damos fe de esa verdad porque todas nuestras familias lo han experimentado dolorosamente.

Ante ese hecho la primera intención en “defender” a Dios: esos cristianos sufren porque han orado poco, han orado sin fe, es castigo divino por algún pecado, … Y cuando es evidente que tales argumentos son indefendibles, llega la decepción. “Dios me ha decepcionado: dice que me ama y, siendo todopoderoso, podría librarme de dificultades y tragedias y no lo ha hecho”.

Existe otro camino: abrirnos a la voluntad de Dios para nuestras vidas. No por fatalismo o incredulidad. Abrirnos a la voluntad de Dios para nuestras vidas como la expectativa más provechosa. Es el camino de “la oración de renuncia”, “la oración de abandono”, es la enseñanza de Jesús en la “escuela de Getsemaní”: Mateo 26,36-42.


1. ORACIÓN DE RENUNCIA/ABANDONO. “Hágase tu voluntad” (Mt.26,42). Es natural esperar, desear que el buen Padre que nos libre de las dificultades, nos abra caminos de bienestar físico, profesional, sentimental, … Es comprensible … pero irreal: la condición de esta existencia no lo permite. En medio de todas las circunstancias podemos adoptar otra expectativa: “hágase tu voluntad”. A la manera de la iglesia de Jerusalén, por ejemplo, que bajo la presión de amenazas y cárceles, no clamaron por su seguridad y bienestar sino: “concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para [¿librarnos?, no] que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús” (Hch.4,29-30). Y el Padre contestó esa oración: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch.4,31)

Esta forma de renuncia, de abandono en manos del Padre, no es fácil. Jesús mismo luchó toda la noche hasta que se rindió. Esta forma de abandono en la voluntad del Padre tampoco es fatalismo o resignación derrotada: “que sea lo que Dios quiera”, dicho en el tono más escéptico posible. La oración de abandono se sustenta en la firme confianza en el inalterable carácter amoroso del padre. Dios no se olvida de amarnos: “… ni la muerte, …ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom.8,38-39)


2. LA MUERTE A MI PROPIA VOLUNTAD. En este asunto se trata de dejar las circunstancias en las sabias manos del Padre. Pero hay una cuestión aún más profunda y radical: aprender a morir a la voluntad propia, al yo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál.2,20). La renuncia al yo es la mayor renuncia, pero el fruto es el nacimiento y el desarrollo de la vida de Cristo en nuestra propia vida.

Nuestra vieja naturaleza, nuestra condición natural que gira alrededor del yo y sus derechos, es un velo que, aún como cristianos, nos impide ver el rostro de Dios, la intimidad transformadora con el Padre. “[Ese velo] Está entretejido con los delicados hilos del egoísmo, cruzados con los pecados del espíritu humano.”[1]

La muerte de la voluntad propia es la mayor tragedia imaginable para la persona que no conoce el amor de Dios. Para esta persona el lema más valioso es: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma(William E. Henley). Para el hijo de Dios nada puede ser más deseable (y a la vez más difícil) que la renuncia, la muerte del yo: significa esencialmente, soltar las riendas, dejar el control de nuestras vidas a la “perfecta” voluntad del Padre y así ser progresivamente transformados a semejanza de Jesús.

Una y otra vez debemos volver a considerar esta enseñanza de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn.12,24). Eso sí: “Estamos lidiando con la crucifixión de la voluntad, no la aniquilación de la voluntad. (…) Dios no está destruyendo nuestra voluntad, sino transformándola, para que por el proceso del tiempo y la experiencia, podamos querer libremente lo que Dios quiere.”[2]


3. ¿SEGUIR ORANDO? ¿CÓMO ORAR? Oramos con libertad y con sinceridad, trayendo ante el Padre los anhelos del corazón con la confianza de un niño; oramos con pasión amparados en las promesas del Padre, … pero aprendemos a unir nuestros anhelos a los anhelos de Dios.

Aprendemos a discernir la voluntad del Padre de la mano del Espíritu Santo, para “orar en el Espíritu”. No podemos desarrollar esa verdad en esta reflexión pero nuestro anhelo debe ser “permanecer en cristo y Él en nosotros” (cfr.Jn.15,4) para unir nuestro corazón al Suyo, palpitar como palpita Su corazón y hacer de Su voluntad la nuestra. A partir de esta conexión podemos entender el significado de las palabras de Jesús: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Jn.15,7). En esa dinámica: “El alma experimenta que es la voluntad que ha llegado a ser nada para que la voluntad de Dios sea todo, que ahora llega a inspirarse con una potencia Divina para querer en realidad lo que Dios quiere, y para reclamar lo que le ha sido prometido en el nombre de Cristo.”[3]


Mi respuesta. Este vivir, abiertos a la voluntad del Padre, abandonando la propia voluntad para abandonarnos en el Padre, nos libera del yo, nos libera de los miedos: “sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Rom.14,8). Y si nos han de temblar las rodillas, que nos tiemblen donde nos tienen que temblar: allá donde la voluntad del Padre nos lleve. En palabras de un querido hermano, sacudido por una dura prueba: “Sé que la voluntad de Dios es la esencia para nuestras vidas” (Darío Zapata).

“Sobre ti amanecerá el Señor, y sobre ti será vista su gloria” (Is.60,2). Cumple, Señor, tu palabra en nuestras vidas; cúmplela según tu voluntad.

 

ORACIÓN DE ABANDONO

 

Padre mío,

me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,

estoy dispuesto a todo,

lo acepto todo,

con tal que Tu voluntad se haga en mí

y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en Tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tu eres mi Padre.

Amén.

(Carlos de Foucauld)




[1] A.W. Tozer: La búsqueda de Dios. Colombia: CLC, 1977. Pgs. 44-45.

[2] R. Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994. Pg. 68.

[3] A. Murray: La escuela de la oración. Terrassa: Editorial CLIE, 1987. Pg. 191.

jueves, 11 de abril de 2024

“DE TAL PALO, TAL ASTILLA”: EL MATRIMONIO ES REFLEJO PARA SUS HIJOS


No soy psicólogo ni terapeuta familiar. Mi intención es recordar algunos principios bíblicos acerca del tema que nos ocupa. Y hacerlo en sintonía con las afirmaciones de alguien que sí es psicólogo y terapeuta cristiano, Josep Araguàs, y su libro: La familia, un lugar de sanidad y crecimiento[1]

 

1. LA FAMILIA, UN LUGAR DE SANIDAD Y CRECIMIENTO. La familia es un sistema de relaciones que está llamado a ser un sistema terapéutico de sanidad y crecimiento para todos sus miembros. Punto de partida inexcusable. “En la familia, se generan corrientes de transmisión de generación a generación, que pueden ser viciosas, provocando angustia, tristeza, depresión, miedo, agresividad, etc. Pero también se generan corrientes que emergen desde el amor y cuando una persona aprende el lenguaje del amor, será capaz de transmitirlo a otras generaciones porque se ama a sí misma. Estas corrientes que existen en cada familia se transmiten de padres a hijos.[2]

Por cierto, el número creciente de familias monoparentales y de familias reconstruidas, participan igualmente, aunque con mayor dificultad, de la misma naturaleza y llamamiento como ámbito de sanidad y crecimiento de todos sus miembros.


2. EL MATRIMONIO ES EL EJE CENTRAL DE LA FAMILIA. La familia como sistema de relaciones gira en torno a un subsistema central: el matrimonio.  La declaración de Génesis, repetida a lo largo de todas las secciones de la Biblia, describe de forma normativa la relevancia prioritaria del matrimonio sobre las demás relaciones familiares. “El matrimonio es la relación que fundamenta y da consistencia a todo el sistema familiar. El otro miembro de la pareja siempre debe ser la persona más cercana en términos de comunicación, de amistad y de intimidad. Ningún hijo, ningún padre, ningún trabajo, ninguna afición o ninguna persona fuera del matrimonio pueden nutrir y enriquecer más la vida que la propia pareja, pues de lo contrario la formación del triángulo [involucrar de forma insana a otras personas en la relación] estará servida.”[3]

Esa centralidad prioritaria forma parte del diseño ideal de Dios para los seres humanos, previo a la Caída del pecado. “Hay un orden o institución matrimonial que es sagrado, divino, porque está fundado en la Creación, y, por eso, no puede ser modificado por el hombre a su arbitrio, sin que la vida humana caiga en degeneración.”[4]

Desde esa perspectiva, me atrevo a decir que es pecado (“errar el blanco”) la prioridad que se concede a la familia de origen sobre el cónyuge en la cultura española, y que se refuerza tras la emancipación de los hijos, con la coartada del cuidado de los padres ancianos. “A partir de este momento [llegado el tiempo del “nido vacío”], la pareja deberá escoger entre elaborar su propia agenda y continuar creciendo como matrimonio, o seguir hipotecando su matrimonio para cuidar de forma disfuncional a otros miembros de la familia.”[5]

Desde esa perspectiva, me atrevo a decir que es pecado (“errar el blanco”) la prioridad que se concede a los hijos sobre el cónyuge en la cultura latina (sobre todo por parte de las madres), más aún cuando estos son hijos de relaciones anteriores. “La nueva pareja tiene que llegar a ser prioritaria con respecto a los hijos. (…) de no ser así, el matrimonio siempre estará contra las cuerdas.”[6]

 

3. PROYECCIÓN DEL MATRIMONIO EN LOS HIJOS. Fijada la centralidad del cuidado del vínculo matrimonial es momento de considerar cómo cuidar de los hijos, fruto de dicho vínculo, porque es imposible exagerar el efecto de ese buen o mal cuidado: “La mayoría de los síntomas que presentan los hijos son una metáfora del matrimonio de sus padres.”[7]


3.1. Amor. “Soy amado, luego existo” (Carlos Díaz). “Si al final de nuestro cometido como padres, y a pesar de nuestras muchas imperfecciones, nuestros hijos han sido y se han sentido amados, ello significa que se ha alcanzado el objetivo esencial en la relación padres-hijos. (…) Cuando los hijos son amados de tal forma [amor incondicional, inagotable e imperfecto], con tal consistencia, esto produce en sus vidas seguridad, afirmación y aceptación.”[8]


3.2. Amor como responsabilidad. La ausencia de compromiso de los padres hacia los hijos toma formas monstruosas como la “violencia vicaria” o descuidos mortales. Pero de manera más frecuente se expresa en una práctica de prioridades que relega la práctica del amor responsable a un lugar secundario.

“Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.” (Sal.127,3). Ya desde la Ley, Dios asigna a los padres el protagonismo en el cuidado de los hijos. Para los judíos la familia siempre ha sido el centro de toda la vida, aun la religiosa (Prov 1,8; 4,1-3; 6,20; Ecl 7,23-30; 30,1-13). Según la tradición judía el quinto mandamiento concluye la primera Tabla (Éxodo 20,12). Los primeros cinco mandamientos exigen reverencia a Dios, autor de la vida, y a los padres que la transmiten; los cinco segundos se refieren al prójimo y a la defensa de sus derechos. Los padres son “compañeros de Dios en la procreación” y por eso los insultos y las ofensas a los padres son considerados como ofensas a Dios.

 

3.3. Amor como Pacto. En la revelación de Dios en la Biblia, la responsabilidad se expresa como Pacto. “A través del pacto, Dios se convierte en el paradigma de esposo/esposa o padre/madre. Su forma de amarnos, de sostenernos a lo largo de la vida y de tratarnos a pesar de nuestras muchas limitaciones y errores es el poderoso modelo a seguir, a partir del cual construimos nuestra forma de actuar con los hijos.”[9]


3.4. Amor como educación. La educación como transmisión de valores humanos y espirituales corresponde a los padres, no al Estado, la escuela o la iglesia; estos podrán ayudar más o menos pero nunca reemplazar la responsabilidad de los padres (Deut.6,6-7).

Esta función educadora no se realiza tanto de manera reglada como “atmosférica”, no como en las Academias (civiles o militares) a base de transmisión de conceptos y conocimientos sino por el testimonio coherente de los padres, creando una “atmósfera” de valores encarnados que impregna a los hijos con el mismo “aroma”: “Los padres educan menos a sus hijos por sus órdenes y mandatos que por el ambiente que crean, por las relaciones que mantienen y por la mentalidad que desarrollan.”[10]


3.5. Amor como testimonio de fe. El llamado de Dios a los padres es nítido: Deut.6,6-7. Pero somos imprecisos cuando hablamos de la “transmisión de la fe”: siendo estrictamente personal, la fe no se transmite, sólo se comparte. “Educar en y desde la fe significa dejar en el corazón de los hijos algo vital que les puede servir como un poderoso recurso a lo largo de toda la vida.”[11]

Ese testimonio de fe se ofrece por encima de todo, con un testimonio cotidiano de vida coherente con la fe y sus valores que se dice creer, haciendo de la familia una “iglesia doméstica”. Esa fe: “se cultiva a lo largo de la vida y se transmite no con imposición, sino de forma natural con espontaneidad y ejemplaridad.”[12]

El testimonio de fe sólo puede ser eso, testimonio. Más allá sólo el Espíritu Santo puede convencer “de pecado, …” (Jn.16,8). Los padres no deben convertir el dolor de la ausencia de fe en sus hijos en culpabilidad. Sí pueden proyectar su tristeza en términos de intercesión delante de Dios: “No aceptamos la derrota con nuestros hijos, peleamos por ellos ante el Señor en oración y ayuno”.




[1]  Josep Araguàs: La familia, un lugar de sanidad y crecimiento. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013.

[3] Josep Araguàs: Ibid. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013. Pg. 116.

[4] Emil Brunner: La justicia. Doctrina de las leyes fundamentales del orden social. Universidad Nacional Autónoma de México, 1961. Pg. 67.

[5] Josep Araguàs: Op. Cit. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013. Pg. 110.

[7] James Framo: Familia de origen y psicoterapia. Barcelona: Editorial Paidos, 1996. Pg. 23. Citado por Josep Araguàs: Op. Cit. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013. Pg. 102.

[10] Jean Lacroix: Fuerza y debilidades de la familia. Madrid: Acción Cultural Cristiana, 1993. Pg. 47.

[11] Josep Araguàs: Op. Cit. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013. Pg. 235.

[12] Josep Araguàs: Ibid. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2013. Pg. 39.

martes, 9 de abril de 2024

LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS

 

1. LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS. Las cosas parecen funcionar bastante bien en nuestra sociedad: tenemos sanidad, educación, seguridad, … Algunos creen que es gracias a sus políticos, otros creen que es a pesar de todos los políticos. En cualquier caso, ante nuestros ojos se ve el tráfico ordenado, los quirófanos funcionando como engranajes bien ensamblados, las gentes yendo y viniendo con normalidad, …

Así las cosas, la filosofía práctica de muchas personas es “a vivir que son dos días”, la vida es muy corta y hay que disfrutarla al máximo: “más vale pájaro en mano que ciento volando”, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, ... Dicho de forma elegante: “carpe diem”: aprovecha el día, vive el momento, goza el presente, fiesta. Y ya sabemos lo que eso significa, una especie de hedonismo de andar por casa. no se ve a Dios por ninguna parte y tampoco parece que le necesitemos, que se le eche en falta; en muchos sentidos Dios, si existe, parece irrelevante, “una hipótesis innecesaria” (P-S. Laplace). Sin embargo ….

El zorro le dijo al principito: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”[1]

Pascal, un gran filósofo y un gran científico ya nos advirtió: “El corazón tiene razones que la razón no conoce.”[2] Y dejó escrito que existe un “esprit de finesse” que necesitamos para percibir una parte de la realidad que no se accede con la razón o la experimentación. Y que esa parte de la realidad es precisamente la esencial.

También la Biblia nos enseña que hay una verdad invisible a los ojos, no palpable con las manos pero esencial para nuestras vidas. No es algo, es Alguien: Jesús resucitado. Porque ahí, en Jesús, está la respuesta a los anhelos íntimos del ser humano, que ninguna fiesta superficial puede satisfacer: “nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”[3]

Pero aún los cristianos vivimos a menudo ocupados y, aún peor, con el corazón atrapado en las cosas que sí vemos con los ojos. Y olvidamos que “las cosas que se ven son temporales [pasajeras], pero las que no se ven son eternas” (2ªCor.4,18). Por eso, somos exhortados una y otra vez de parte del Padre: COLOSENSES 3, 1-3.


2. LA VIDA ANTIGUA Y LA NUEVA.

v. 1. “Resucitados con Cristo”. Convertirse a Jesús implica “morir” a todo un estilo de vida, al punto que espiritualmente “fuimos crucificados con Cristo” (Rom.6,1ss.), incluso “sepultados con Él”, tal como representamos con el bautismo: “… a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom.6,4).

Esta verdad espiritual es tan poderosa que la Biblia llega a decir que: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ªCor.5,17).


v. 3. “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. En todo el Nuevo Testamento se repite esta verdad definitiva. Convertirse a Jesús es reconocerle como el Hijo de Dios, para participar de una vida nueva, diferente, abundante y eterna. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn.10,10). Dice el Evangelio de Juan: “éstas [señales] se han escrito para que creáis que Jesús es el cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn.20,31). Creer, en el léxico de Juan, es una unión de comprensión intelectual y compromiso de vida.”[4]


v. 2. De ahí la exhortación: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. “Podemos dibujar una línea en el centro de una hoja de papel y a la izquierda escribir las cosas que son de la Tierra, y del lado derecho las cosas que son del cielo. (…) A la izquierda, escribimos los placeres de la Tierra, y del lado derecho, ponemos nuestro deleite en el Señor. A la izquierda anotamos los tesoros de la Tierra; a la derecha reunimos tesoros ‘donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan’ (Mt.6,20). A la izquierda, ponemos la reputación frente a los hombres y nuestro deseo de sobresalir ante los hombres [ser “cabeza de cartel”]; a la derecha, escribimos nuestro deseo de ser levantados en alto con Dios. A la izquierda, apuntamos un buen lugar donde habitar; a la derecha, anotamos una mansión en el más allá. A la izquierda, ponemos nuestro deseo de caminar con la mejor compañía aquí en la Tierra; a la derecha, registramos nuestro deseo de caminar con Dios aquí en la Tierra. A la izquierda, ponemos el seguir la filosofía del hombre, y a la derecha, seguir las revelaciones de Dios. A la izquierda, cultivar la carne; a la derecha, vivir por el Espíritu. A la izquierda, vivir durante un tiempo; a la derecha, vivir por la eternidad.”[5]

Vivir para las cosas de arriba no es cerrar los ojos a las responsabilidades propias del vivir, es vivirlas como una ofrenda a Dios, vivirlas en Dios, vivirlas con Dios. “Para estar con Dios no es necesario estar siempre en la iglesia. Podríamos hacer un oratorio de nuestro corazón, en donde retirarnos de vez en cuando, para conversar con Él en mansedumbre, en humildad, y en amor. (…) Acostúmbrate, a adorarlo gradualmente, a pedir de su gracia, a ofrecerle tu corazón de vez en cuando, en medio de tus negocios, incluso en cada momento que puedas.”[6]

Vivir para las cosas de arriba, sí es volver la espalda a otras “cosas de la tierra”: “fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (…) ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas …” (v.5-8). Y esas “cosas”, sustituidas por otras bien distintas: “entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, … amor” (v.12-14).

Vivir para las cosas de arriba, centrados en Dios, nos permite vivir las demás cosas sin ansiedad, como Moisés, que “se sostuvo como viendo al Invisible” (Heb.11,27): “Quiero que mi vida quede integrada en la realidad verdadera de un Dios que me conoce por completo y solo desea mi bien. Quiero considerar todas las distracciones de mi día desde la perspectiva de la eternidad. Quiero abandonarme a un Dios que me puede elevar por encima de la tiranía de mi propio yo. Nunca seré libre del mal, ni de las distracciones, pero pido en mis oraciones que quede libre de la ansiedad y la agitación que se infiltran junto con ellas.”[7]


Mi respuesta. Lo esencial no se ve con los ojos, la nueva vida en Jesús no nace y se desarrolla por virtud de nuestra sabiduría o de nuestro esfuerzo (“Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. He ahí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la razón”[8]). En el Espíritu Santo radica la vitalidad transformadora que la hace posible. “Fue Pentecostés y no el día de Resurrección, el suceso que transformó a los discípulos”[9]. “Sed llenos del Espíritu” (Ef.5,18), es la recomendación del apóstol Pablo. La nueva vida en Jesús nace y se desarrolla por la presencia activa del Espíritu Santo en nuestro interior: “acomodando lo espiritual a lo espiritual (…) las cosas del Espíritu de Dios, (…) se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,13-14).

¿No querrás mirar más allá de lo que ven tus ojos, para ver a Jesús y la vida abundante en Él?



[1] A. de Saint-Exupéry: El Principito. cap. XXI. Madrid: Alianza Editorial, 1996. Pg. 87.

[2] Blaise Pascal: Pensamientos. Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 423.

[3] San Agustín: Confesiones. I.1.1. Madrid: B.A.C., 2000. Pg. 23.

[4] E. Peterson: “Resurrection Quartet” In AAVV: Suffering & Glory. Bellingham, WA.: Lexham Press, 2021. Pg.104.

[5] A.W. Tozer: Intenso. La vida crucificada. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2014. Pgs. 49-50.

[6] Hermano Lorenzo, fraile carmelita s. XVII: La práctica de la presencia de Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2006. Pgs. 66-67.

[8] Blaise Pascal: Pensamientos. Madrid: Alianza Editorial, 1986. Pg. 131. Edición de Lafuma, 424.

[9] Henri Nouwen: Sabbatical Journey, citado por Ph. Yancey: Alcanzando al Dios invisible. Miami: Editorial Vida, 2004. Pg. 162.