I. UN AMOR DE MILAGRO
(v.1-3)
A veces pedimos a Dios
milagros que no hace pero también hay milagros que Dios quiere hacer y nosotros
no le dejamos: el mayor es dejarnos transformar en Su amor. Es casi una
blasfemia contra 1ª Corintios 13, reducirlo a un poema nupcial “bonito” cuando,
en realidad, es el criterio para la vida más subversivo que podamos imaginar.
Creo que hacemos esto por miedo; vivir en el amor al que Dios nos llama y que
Él mismo nos regala produce un vértigo que difícilmente podemos resistir;
asusta, por ejemplo, tomar en serio Mt.5,38-44. Pero sólo vivir en ese amor nos
sana, nos reconcilia con Dios, con el semejante y con el Universo entero.
1. Un camino aún más excelente: “agápe”. “Procurad, pues, los dones
mejores” (12,31a); “desead” (imperativo) los dones “superiores”. ¿Por qué
exhorta Pablo a buscar los dones más excelentes cuando antes (12,11) ha
enseñado que los dones son repartidos por el Espíritu “como él quiere”? La exhortación
aparece en el contexto de la enseñanza sobre el lugar del don de lenguas
respecto de los demás dones, que traen edificación a toda la iglesia. En ese
punto, Pablo se sube a una plataforma mucho más alta para analizar con mejor
perspectiva el debate sobre dones, ministerios, actividades, relaciones
fraternales, sentido y vida de la iglesia: “¿Buscáis lo mejor? Está bien pero
yo os mostraré lo mejor de lo mejor”, “un camino aún más excelente” (12,31b):
“Pablo presenta su exposición sobre el amor como un intermedio en su discusión
sobre los dones. Enseña que el amor no es un don sino un modo de vida. Muestra
que fuera del contexto del amor, a un don espiritual le es imposible funcionar
y no vale nada.”[1]
2. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Hablamos de un prodigio,
un milagro sobrenatural, porque no está en la condición humana, porque “tiene
su raíz en Dios.”[2] Resuena
la enseñanza de Jesús acerca de un amor “extraño”, diferente al amor “lógico”
(Mt.5,46-47).
¿De qué hablamos cuando
hablamos de amor? Hablamos de “agápe”. Nada tiene que ver con el erotismo, la
simpatía o el afecto natural; es un amor que tiene estricta y absolutamente
origen divino. “El verdadero amor se da a conocer amando lo que no merece ser
amado, porque eso es lo que Dios hace. Nos muestra su amor en la muerte de su
Hijo cuando todavía éramos pecadores (Rom.5,8; 8,32-39; 2ªCor.5,18-21;
Ef.1,4-5; 2,4-7). Dios siempre viene a nosotros en amor antes de que nosotros
vayamos a él en arrepentimiento y fe. (1ªJn.4,10)”[3] Dios nos
amó y ofreció su perdón aún antes de nosotros pedirle perdón; ese perdón se
hace efectivo cuando lo pedimos pero Dios nos lo ha ofrecido en Jesús de
antemano. Es un amor excesivo, que desborda cualquier concepto de justicia,
todo sentido de equilibrio, de reciprocidad, es pura des-mesura, pura
generosidad pura, pura gracia (Jn.3,16). Es “la pura gratuidad que hace patente
el amor puro y absoluto”[4]
Pablo nos exhorta a vivir en
el amor divino porque esta forma de vida es la más excelente. Este amor se
derrama en el cristiano por el Espíritu Santo (Rom.5,5) y se convierte en el
motor de su vida (2ªCor.5,14-15). “Las barreras caen: porque Dios me perdona
cuando todavía era un enemigo (Rom.5,10), tengo que perdonar también a mi
prójimo, mientras él es todavía mi enemigo (Mt.5,43-48); porque Dios me ha dado
sin cálculo y medida hasta el total abandono de sí mismo (Mt.27,46), yo tengo
que renunciar a todo cálculo entre limosna y recompensa, entendida de forma
terrena (Mt.6,1-4; 19-34); la medida de Dios, que él emplea, se convierte en
medida que yo he empleado y por la cual seré medido: esto no es una sentencia
de ‘pura justicia’, sino la lógica del amor absoluto”[5]
3. ¿De qué no hablamos cuando hablamos de amor? Aún los dones
espirituales deben ser ejercidos en el contexto de ese amor. Y Pablo lo explica
con ejemplos tan claros que nos desarman; ejemplos que explican el amor por lo
que NO es:
- “Lenguas humanas y
angélicas”. En la perspectiva del reino de Dios, cuando digo algo sin amor,
aunque sea una gran verdad y dicha con gran elocuencia, no es nada. Porque la
única verdad, en última instancia, es el amor mismo.
- “Profecía”. En la
perspectiva del reino de Dios, una profecía/verdad que se pronuncia fuera del
contexto del amor es en vano, no sirve de nada.
- “Fe”. En la perspectiva del
reino de Dios: La fe debe actuar de la mano del amor; de otra manera no sirve
de nada.
- “Repartir”. En la
perspectiva del reino de Dios, las acciones caritativas sin el impulso de la
“caritas” no son nada. Quien ama dona, pero además se dona y por eso siempre
per-dona (Per- denota
intensidad o totalidad)
4. El trabajo del amor. Desde la perspectiva del reino de Dios: “La mayor
interpretación del otro es el amor” (Carlos Díaz). A la luz de la verdad
esencial del amor, el desafío más retador para el discípulo de Jesús que ha
sido traspasado por el amor de Dios en Jesús no es la pobreza o el martirio
sino la práctica misma del amor, de este amor, en la relación con uno mismo, en
el matrimonio, la familia, la iglesia y todo prójimo.
¿Qué debe “hacer” el
cristiano? Amar, al modo del amor de Dios. Pablo reconoce y exhorta “al trabajo
del amor” (1ªTes.1,3), “las obras del amor” (Kierkegaard). En este sentido
podemos decir: “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín). “Mucho hace el que
mucho ama” (Tomás de Kempis: Imitación de
Cristo. Libro I, XV.2). Tan definitivo es el amor al modo divino que es el
cumplimiento y el resumen de la ley (Rom.13,10)
¿Quieres oír la “receta” de Dios a todos tus quebrantos en tus
relaciones?: sólo el amor; dispuesto a “sufrir el agravio” (1ªCor.6,7). Sólo el
amor, que es razón única y suficiente porque: “El amor cubrirá todas las faltas” (Prov.10,12), “el amor cubrirá
multitud de pecados” (Stg.5,20, 1ª P.4,8).
II. ÁGAPE: DISFRUTA,
CULTIVA, REPRODUCE (v.4-7)
¿Qué amor es ese ágape? ¿Cómo
es? El apóstol explica primero qué NO es
(v.1-3): no tiene que ver con acciones caritativas si no son impulsadas por
verdadera “caritas”. Pablo tampoco define la “esencia” de ese amor si no
algunas de sus manifestaciones visibles (v.4-7)
1. AGÁPE: descúbrelo,
disfrútalo. La primera conclusión sobre esta manera de entender y practicar
el amor es que: ¡así nos ama Dios! Es el modelo de la cruz que resume Jn.3,16:
amor como generosidad, como pura dádiva, como gracia (inmerecida). Es el modelo
de la cruz, es el modelo del crucificado: escupido, abofeteado, humillado,
avergonzado, su dignidad pisoteada entre burlas, expuesto ante todos en la cruz
sin ropas. Es el modelo de la “kénosis de sí mismo”, el auto-anonadamiento de
Jesús del que leemos en Filip.2,5-8.
Nos gusta la figura de la cruz desnuda que recuerda al resucitado,
como le gustaba a A. Machado: “¡Oh, no eres tú mi cantar! / No puedo cantar, ni
quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”[6] Pero no podemos cerrar los ojos al
crucificado: ese era el eje de la predicación de Pablo (1ª Cor.1,23). El amor
que Jesús pone ante nosotros se ejemplifica con el grano de trigo que sólo
lleva fruto si cae a tierra y muere (Jn.12,24), cuya única dirección es “hacia
el suelo (humilis)”, (humus-humilis-humildad).
Ese amor prodigioso, de origen necesariamente divino, es el que Dios
nos regala a todos en Jesucristo (1ª Jn.4,8b-10). Las banderas representan
esencias: de naciones, ideologías, sentimientos … ¿Qué bandera puede
representar lo que Dios siente hacia todos los seres humanos sin excepción?
¡“Su bandera sobre mí fue amor”! (Cant.2,4b) “Sobre mí enarboló su bandera de
amor” (NVI).
2. ÁGAPE: cultívalo. La
experiencia de este amor, la experiencia de saberse, sentirse, amado
gratuitamente por Dios no es un instante único; como toda relación puede/debe
cuidarse, cultivarse, enriquecerse a diario.
Un medio de gracia esencial que alimenta esa vivencia del amor es la
meditación, la adoración ante la presencia de Aquel que tanto nos ama. Ninguna
acción caritativa sustituye el valor esencial de la meditación en la “caritas”
de Dios, el valor esencial de la adoración personal, íntima, cotidiana
(Sal.63,1-3) “Quien no conoce el rostro de Dios por la contemplación, no lo
podrá volver a reconocer en la acción, ni siquiera cuando se ilumine frente a
él en el rostro de los humillados y las víctimas.”[7]
Otro medio de gracia que alimenta esa vivencia del amor es la
participación en el gesto simbólico y comunitario de la Santa Cena. El Memorial
de la Mesa del Señor ilustra el amor que nos salvó, así como nos recuerda el
regreso victorioso de Jesús, que será a la vez la victoria del amor sobre toda
maldad. Pero la Santa Cena no es sólo una mirada al pasado y al futuro sino
también una mirada de “examen” del presente (1ªCo.11,28): nos anima a
refrescar, profundizar en nuestra experiencia del amor de Jesús, acercándonos
más al Padre y alejándonos más del pecado. Ese examen es un examen en el amor.
3. ÁGAPE: reprodúcelo. La
experiencia del amor con que Dios nos ama, despierta “el deseo de amar un día
como sólo se puede amar cuando uno se acerca al Hijo de Dios.”[8]
Por el Espíritu Santo tenemos la posibilidad de vivir en el milagro de este
amor, “el camino más excelente” para uno mismo y de más bendición para todos.
Los discípulos de Jesús estamos llamados a amar “en el amor del Señor”
(Jn.13,34-35). No es una forma piadosa de decir: “No te soporto de ninguna
manera pero me aguanto porque Dios lo manda”. Al contrario, es introducirse en
la experiencia siempre milagrosa de un amor capaz de sobre-ponerse a los
propios derechos y demandas, renunciar a ellas sin amargura, y ofrecerse a un
ejercicio cotidiano de gracia.
No es una cuestión de ética sino el fruto propio aunque siempre
imperfecto de vivir uno mismo bañado en el amor de Dios en Jesucristo. “Cuanto
más profundos penetren los rayos del amor de Dios justificador como ‘santidad’
en nuestro ser, nuestra libertad será más incondicionalmente entrenada e
invitada al amor, y se producirá en nosotros, en una especie de ‘generación
original’, una respuesta al amor.”[9]
Sólo puedo amar más al otro cuando entro más en el amor de Dios por mí; el
mismo Espíritu que me revela ese amor para mí, lo reproduce en mí para otros.
Quien se sabe amado gratuitamente puede/debe reproducir ese mismo trato
recibido en su trato hacia sus “consiervos” (Mt.18,33). Al fin y al cabo, la
promesa del Señor Jesús es que ese amor mora en nosotros por el Espíritu
(Ef.3,17s.). Sólo en el “abandono a/en Dios” es posible un amor por el prójimo
que no se desalienta aunque humanamente diríamos una y otra vez: “no hay nada
más que hacer”. Sólo ese amor divino en nosotros nos permite “no desesperar de
nadie” (E.Mounier)
III. EL AMOR NUNCA FALLA (v.8-13)
1. No todo es “perseguir el
viento”. “No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá
habrá memoria en los que serán después.” (Ecl.1,11). Así decía A. Machado:
“Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar” (Campos de Castilla). “Todo pasa”. Sin embargo, hay algo que
permanece para siempre (v.13), que nunca deja de ser (v.8): el amor.
“El amor nunca deja de ser” (v.8). Con esta frase resume el apóstol el
párrafo anterior (v.4-7) e introduce el que sigue: los dones espirituales
(profecía, lenguas, ciencia, …) pasarán; incluso la fe y la esperanza pasarán,
porque cuando estemos ante la presencia de Dios, ya no tendrán sentido. Sólo el
amor permanecerá eternamente, en comunión eterna con Dios, quien es amor. En el
presente necesitamos de los dones, de la esperanza, de la fe, porque nuestro
conocimiento de Dios sólo es en parte, es imperfecto como el conocimiento de un
niño (v.11), es imperfecto como la imagen que refleja un espejo (del siglo I).
En cambio, sólo el amor –y así todo lo que nace del amor- permanece: sólo el
amor permanece en esta vida, sólo el amor permanecerá en la eternidad (“cuando
venga lo perfecto” v.10). Y nosotros sólo permaneceremos en la medida que
permanezcamos en el amor.
2. Amor subversivo, por
gratuito. Cuando decimos “amor” hablamos del amor de Dios, del amor
entendido al modo en que Dios ama y es. El amor del Evangelio de Jesús, el amor
con que Dios nos ama, el amor con el que somos llamados a amar, es un amor
subversivo porque dinamita todos los valores miserables de este mundo egoísta,
interesado, mezquino:
Es un amor que ama a quien no lo merece, a quien no es digno de ser
amado; ama a quien ignora que está siendo amado, que ni siquiera reclama ser
amado.
Es un amor que ama a quien no corresponde con amor, es un amor no
correspondido, no recompensado, no reconocido ni apreciado.
Es un amor que ama a quien no “mejora”, a quien no avanza a su vez en
el camino del amor, a quien parece un pozo sin fondo en el que se pierde todo
empeño de amor ofrecido.
3. Amor que permanece (vence).
A los ojos humanos este amor parece pérdida; no falta razón a este juicio
humano porque este amor, en efecto, “no busca lo suyo”. Pero porque no busca lo
suyo, paradójicamente, este amor permanece.
Este amor permanece, nunca deja de ser, porque viene de Dios y Dios es
amor (1ªJn.4,8). Jesucristo es la encarnación de ese amor (Jn.1,17), la cruz es
el testimonio de ese amor (Jn.3,16), el Espíritu Santo planta la semilla de ese
amor en las entrañas del cristiano (Rom.5,5). La visión humana de la existencia
es amarga: “No hay hombre que no sea un malcosido saco de porquería.”[10]
Pero la perspectiva que ofrece el Evangelio de Jesús de la existencia y del ser
humano es otra bien distinta, compasiva, nunca desesperada respecto de nadie
porque nace del amor, y el amor permanece: “Las muchas aguas no podrán apagar
el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cant.8,7).
Este amor permanece, vence, porque Dios es soberano sobre todo poder
humano o sobrenatural. “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo
hago nuevas todas las cosas” (Apoc.21,5).
La esperanza de Apocalipsis es la esperanza cierta de la victoria del
amor, de modo que si permanecemos en el amor hay consuelo y ánimo para
nosotros: “Pues si el amor permanece,
entonces no puede caber ninguna duda de que estará en lo futuro, si es éste el
consuelo que necesitas, y que está en lo presente, si es éste el consuelo que
necesitas. A todos los espantos de lo futuro opón este consuelo: el amor
permanece; a toda la angustia y cansancio de lo presente opón este consuelo: el
amor permanece.”[11]
¿Cómo nos recordarán? ¿Qué huella dejaremos que haya hecho “merecer la
pena” nuestra existencia? Desde la perspectiva del Reino, sólo quedará lo que
hayamos amado, lo que haya procedido del amor (al modo en que Dios entiende el
amor). “¡Oh, más bienaventurado que
cualquiera que fuera la hazaña que algún ser humano haya realizado y más
bienaventurado que si los espíritus le hubieran sido sumisos, más
bienaventurado es ser recordado por el amor!”[12] Más
aún: “A la tarde te examinarán en el amor”[13]
[1] S.
Kistemaker: 1 Corintios. Libros
Desafío, 1998. Pg. 485.
[2] VVAA: Biblia comentada. VI (2º). Profesores de
Salamanca. Madrid: B.A.C. 1975. Pg. 83.
[3] S. Kistemaker: 1 Corintios. Op. Cit. Pg. 493.
[4] H. von
Balthasar: Sólo el amor es digno de fe.
Sígueme, 2011. Pg. 103.
[5] H. von
Balthasar: Sólo el amor es digno de fe.
Op. Cit. Pg. 114.
[7] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit.
Pg. 111.
[8] Romano Guardini: El Señor. Buenos Aires: Lumen, 2000. Pg.
333.
[9] H. von Balthasar: Sólo el amor es digno de fe. Op. Cit. Pg.
106.
[10] Rafael Chirbes: En la orilla. Barcelona: Editorial
Anagrama, 2013. Pg. 134.
[11] S.
Kierkegaard: Las obras del amor.
Salamanca: Ediciones Sígueme, 2006. Pg.362.
[12] S.
Kierkegaard: Las obras del amor. Op.
Cit. Pg.361.
[13] San
Juan de la Cruz: Dichos de luz y amor. 59.