Para Jesús Millán,
compañero del alma, compañero.
He cumplido cincuenta y ocho años. Mi cabeza conserva todo
el cabello, sin apenas canas. Eso sí, he perdido vista al punto que sin gafas
soy prácticamente un topo, padezco una sordera nada incipiente, una dentadura
arrasada por el “bruxismo”, modesta hernia de hiato, problemas de cervicales, niveles
amenazantes de colesterol, alguna alergia y el cartílago de una rodilla en
estado agónico.
¿Qué me cabe esperar? No hace falta ser profeta para
anticipar que el futuro vendrá acompañado de un deterioro progresivo, a menos
que una enfermedad cruel acelere el proceso.
Con todo, ahora me preocupa más otra cuestión: ¿Qué queda
atrás? En otras palabras, ¿Para qué he vivido? ¿De qué me ha servido? ¿Qué ha
resultado? ¿Cuál es el balance? ….
Pero, ¿Según quién? ¿Según yo mismo? ¿Según mi esposa o mis
hijos? ¿Según las iglesias y las personas a las que he servido –no sólo por las
que he trabajado? ….
¿Según Dios? ¿Le pregunto a Dios? ¿Me atrevo? ¿Me asusta?
¿Resultaría un balance más amable que el de otros, o infinitamente más
desolador?
¿Y si la evaluación que Dios hace no dependiera del
resultado, de una calificación al final del camino, sino del proceso vivido y que me vive? ¿Y si, como Abraham,
llevo dentro de mí la tierra prometida?[1] ¿Y si
acaso lo que yo considero sólo un trayecto recorrido con los ojos puestos en la
meta, para Dios fuera la verdadera meta? ¿Y si más allá de opiniones humanas,
de corrillos de comentarios favorables o críticos, más allá de todo ruido o
aplauso humanos, lo que glorifica a Dios es el proceso, no el resultado? ¿Y si
este que soy, pese a que aún no soy del todo yo (Joan Bautista Humet), lo soy
por la gracia de Dios (1ªCor.15,10)? ¿Y si es (sólo) por Su gracia que soy
aprobado pese a cualquier juicio de otro, aún del más despiadado que es mi
propio juicio (1ªCor.4,3-5)? ¿Y si al atardecer de la vida fuera examinado en
el amor (San Juan de la Cruz), si fuera examinado sólo por el amor de Dios
manifestado en su Hijo Jesús?
[1] “Caminó
Abraham hasta su muerte / sin saber a dónde iba / en busca de la Tierra
Prometida. / Y llevaba consigo a cuestas / la Tierra Prometida …” Francisco
Loidi: Mar Rojo. Bilbao: Desclee de
Brouwer, 1980. Pg. 12-13. Mi amiga Ally Barnreuther me advierte que O. Chambers
escribe en el mismo sentido: cfr. Oswald Chambers: En pos de los supremo. 28 Julio. Varias ediciones.