1. Reivindicación del silencio cristocéntrico
“En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación; sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra. (…) Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo.”[1]
El filósofo Byung-Chul Han reivindica el reposo contemplativo, la inactividad contemplativa, como “una forma de esplendor de la existencia humana”[2] frente a una vida percibida únicamente en términos de trabajo y productividad, en la que aún el “tiempo libre” es sólo un factor vinculado a la producción, descanso necesario para seguir produciendo, bien distinto al reposo creativo y relacional del Sabbat.
El silencio no es cualquier cosa. En palabras de Francesc Torralba: “El silencio no es la ausencia de lenguaje, sino otro tipo de lenguaje. Lo que los demás ignoran y ni siquiera imaginan en el silencio aflora. El silencio es un ácido cáustico que revela nuestras carencias y debilidades, por eso no lo aguantamos, aunque la persona trabajada en lo espiritual lo busca y convive con él. El silencio es una escuela, un aprendizaje: uno tiene que aprender a tolerarlo, a amarlo.”[3]
Ceñidos al ámbito religioso y espiritual, es evidente que no todos los silencios son iguales porque no todas las espiritualidades son iguales. La meditación cristiana, a la que representamos, tiene características propias, diferentes a las llamadas espiritualidades postmodernas, puesto que su objetivo es introducir al cristiano en una intimidad vivida con el Dios de Jesucristo. Este es el aspecto que nos interesa: “el silencio como sensibilidad para la presencia de Dios y como reposo integral en Dios.”[4]
La Biblia alienta la práctica del silencio de manera expresa en diversas ocasiones y contextos, ya desde el Antiguo Testamento: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él” (Sal.37,7); “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: en descanso y en reposo seréis salvos; en quietud [silencio] y en confianza será vuestra fortaleza.” (Is.30,15); “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lam.3,26). Es cierto que las páginas del Antiguo Testamento presentan una prevalencia de la palabra; Dios habla, se da a conocer (“dijo Dios”). Pero a la vez el silencio aparece como “hermano de la escucha” (“Shema”, Deut.6,4ss). Y esa llamada a la escucha obediente a Dios está presente en la biografía de muchos personajes veterotestamentarios: Samuel (1ºSam.3), Salomón (1ºR.3), Elías (1ºR.18-19), Isaías (siervo sufriente, cap.53).
A menudo el silencio aparece referido en los Salmos incluso a Dios mismo como un paradójico silencio ante el dolor del inocente (83,1), del mismo modo que en Job, pero también encontramos el silencio en su valor positivo, por ejemplo, como una alabanza silenciosa del cosmos (19). Y, por supuesto, es fundamental la referencia al descanso sabático que, entre otras funciones, se ofrece al ser humano como un momento privilegiado del silencio.
En el Nuevo Testamento la oración aparece a menudo relacionada con el silencio, en una huida de la palabrería, buscando la auténtica densidad de cada palabra (Mt.6,5ss). El ejemplo de Jesús es definitivo: cuando inició su ministerio pasó cuarenta días en silencio, retirado en el desierto (Mt.4), antes de escoger a sus discípulos pasó toda la noche retirado en silencio (Lc.6,12), se fue a un lugar retirado al conocer la muerte de Juan el Bautista (Mt.14,13), hizo lo mismo después de alimentar a la multitud (Mt.14,23) o después de una jornada de trabajo (Mr.1,35). Habitualmente, Jesús: “se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc.5,16). En “silencio” realiza Jesús su ministerio (“secreto mesiánico”, Mr.3,12), e incluso en Jesús hallamos de nuevo el estupor ante el silencio del Padre, en el Calvario (Mt.27,46).
El silencio cristiano no es un silencio entendido como pérdida de identidad, como negación de la dimensión personal, como pérdida de conciencia, porque, bien al contrario, su propósito es la unificación amorosa con Jesucristo. Toda experiencia de escucha y encuentro con Dios en el silencio, si es genuinamente cristiana desemboca en transformación personal en semejanza de Jesús y en compromiso de amor con el semejante a imagen de Jesús.
2. Oración contemplativa - Oración de escucha
Esta clase de oración “es obviamente más una experiencia del corazón que de la cabeza. (…) [pero se trata de una realidad más profunda que meras emociones] Al usar el lenguaje de los sentimientos, los contemplativos se refieren a una percepción de Dios experimentada profundamente: una clase de voz interior”[5]
Richard Foster señala tres pasos básicos en la oración contemplativa[6]. Así como hablamos de RCP en medicina (Reanimación Cardio Pulmonar), podemos en este contexto hablar de RCE (Recogimiento, Contemplación, Escucha).
1. RECOGIMIENTO (estar presentes en el lugar donde estamos). “El recogimiento incluye recogernos hasta que estemos unificados o completos. La idea es hacer salir todas las distracciones que compiten dentro de nosotros hasta que lleguemos a estar verdaderamente presentes donde estamos [a lo que estamos].
“En Dios solamente está acallada mi alma” (Sal.62,1). “Si quieres oír en ti la palabra paterna, misteriosa y confidencial, que se te dice en un secreto susurro en lo más íntimo del alma, es preciso que en ti y a tu alrededor se haya calmado toda tormenta: que seas una oveja dulce, tranquila, sumisa; que pierdas tus furores y escuches con tranquila dulzura esta voz amable.”[7]
En ocasiones, anclar nuestra mente a una frase o un pasaje breve de la Biblia ayuda al recogimiento.”[8] Se trata, pues, de poner toda la atención en Dios. Para ello es importante encontrar una postura corporal que facilite esa actitud, así como dejar marchar todas los pensamientos y otras distracciones que nos impiden “estar verdaderamente presentes donde estamos”.
A menudo, el primer fruto de esta actitud de recogimiento es un espíritu de arrepentimiento y confesión. El Espíritu Santo nos hace conscientes de miserias y pecados en una manera que las excusas o las autojustificaciones se hacen superfluas y somos llevados a un sentir de confesión primero y de gozoso perdón después. En realidad, el verdadero silencio y la verdadera escucha de Dios son imposibles sin este tiempo inicial.
2. CONTEMPLAR (DENTRO) AL SEÑOR. Dicho en términos habituales de los primeros cuáqueros: “vueltos internamente al Señor”[9]. “Contemplar al Señor habla de una mirada del corazón constante y hacia adentro, enfocada hacia Dios, el centro divino. Nos complacemos en la calidez de la presencia de Dios. Nos sumergimos en el amor y el cuidado de Dios.”[10] Estas indicaciones pueden parecer sospechosas de esoterismo a oídos poco acostumbrados pero lo cierto es que venimos cantando de esta práctica desde hace décadas: “No busques Cristo en lo alto, ni tampoco en la oscuridad; muy dentro de ti, en tu corazón, puedes alabar a tu Señor” (Luis Alfredo Díaz). En otras palabras: “… acercarse a Dios, que sólo puede ser hallado en lo profundo del interior, en el centro de nosotros mismos que es el Sancta Sanctorum donde Él habita.”[11]
3. ESCUCHA DE DIOS (prestar atención hacia adentro). Estamos propiamente ahora en la oración de escucha. El recogimiento y la contemplación hacen posible que “mi casa está siendo acallada”, en palabras de San Juan de la Cruz, para discernir la voz de Dios. Esa voz se distingue por varios factores[12].
El primero es la “calidad” es esa voz: “La calidad de la voz de Dios es más un asunto del peso o impacto que una impresión sobre nuestra conciencia. Cierta fuerza calma y tranquila con la cual las comunicaciones de Dios impactan nuestras almas nos inclina hacia la aceptación e incluso hacia la conformidad activa.”[13]
El segundo es el “espíritu” de la voz de Dios. “Es un espíritu de paz y confianza exaltada, de gozo, de sensatez y de buena voluntad. (…) En pocas palabras, es ‘el espíritu de Jesús’, y con esa frase me refiero al tono y a la dinámica interna en general de su personalidad como un todo.”[14] (Cfr. Stg.3,17).
El tercero es el contenido de la voz de Dios: “el contenido de una palabra que es verdaderamente de Dios siempre estará de acuerdo y será consecuente con las verdades sobre la naturaleza y el Reino de Dios que son claras en la Biblia.”[15]
Desde
luego, es posible confundir la voz de Dios con nuestra propia voz, o la del
Enemigo. Pero como toda relación personal, también la relación con Dios y la
escucha de su voz deben cultivarse con el tiempo y la práctica.
Madrid, 19 Noviembre 2023
[1] Alain
Corbin: Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días.
Barcelona: Acantilado, 2019. Pgs. 7-8.
[2]
Byung-Chul Han: Vida contemplativa. Barcelona: Taurus, 2023. Pg. 12.
[3] http://monvirblog.blogspot.com/2023/08/ser-espiritual-es-eso-poder-enfrentarse.html
Consultado 5 Octubre 2023.
[4] Anselm Grün: Elogio del silencio. Santander: Editorial Sal Terrae, 2004. Pg. 54.
[5] Richard Foster:
La oración. Miami: Editorial Caribe,
1994. Pg. 198.
[6] Cfr.
Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo
Hispano, 2012. Pgs. 49-73. A menudo, Foster (o el traductor) habla de
meditación cuando es más exacto hablar de contemplación, para diferenciar esta
práctica de la reflexión bíblica.
[7] Johannes
Tauler: Sermones. Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2010. Pg. 111. Tauler, dominico renano del siglo XIV, que
tuvo gran influencia en Lutero.
[8] Richard
Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012.
Pg. 52.
[9] Robert
Barclay: Esperando en el Señor. La Biblioteca de los Amigos: www.bibliotecadelosamigos.org. Pg. 38.
[10] Richard
Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012.
Pg. 59.
[11] Madame
Guyón: El modo breve y muy sencillo de orar … Madrid: Marronyazul, 2021.
Pg. 28.
[12] Cfr.
Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016.
Pgs. 260-266.
[13] Dallas
Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 262.
[14] Dallas
Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 264.
[15] Dallas
Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 266.