Supe de un prestigioso médico oncólogo que enfermó de cáncer pero se negó a aceptar su enfermedad. Cuando ya muy debilitado le hospitalizaron, protestaba contra el caos administrativo que claramente por error, decía, le habían ingresado en el área de oncología. De igual manera, con cierta frecuencia en la vida espiritual parecemos ciegos al pecado que nos habita. Es un trágico error porque sólo la confesión arrepentida, sin excusas, nos abre la puerta a la verdadera libertad de la vida cristiana.
1. EL PECADO PRODUCE CATARATAS EN
EL ALMA. La advertencia de Jesús acerca del pecado está dirigida a “judíos
que habían creído en él” (v.31). “Esta sección del discurso está dirigida a los
que creen, pero no como se debe creer”[1]. Esta es la verdad para ateos y para
cristianos: el pecado esclaviza, cada pecado pide más pecado. El pecado hace
promesas que no cumple y, al contrario, contamina el alma.
1.1. El pecado es una membrana, una catarata que no deja ver a Jesús con claridad. Somos expertos en auto-justificarnos, en negar la verdad de nuestro pecado (rencores, carnalidad, valores desenfocados, …). Pero por más coartadas que busquemos, cuando “negociamos” y lo acogemos, el pecado ensucia nuestro ser y nos priva de comunión con Jesús. En definitiva: “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v.34): “el que constantemente comete pecado; presente continuo; se podría traducir: el que vive en pecado.”[2]
1.2. El tratamiento para eliminar esa catarata del alma y así poder “ver” a Jesús está pautado, es claro: confesión y arrepentimiento. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ªJn.1,9). “Mientras callé [Mientras me negué a confesar mi pecado], se envejecieron mis huesos (…) Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” (Sal.32,3-5).
2. PERMANECER EN LA VERDAD ES LIBERADOR. La verdad que libera no es la verdad que se conoce sino la verdad que se vive.
2.1. Hay una vida nueva en Jesús, una vida limpia, sana, bienaventurada. Esa vida brota y se desarrolla a medida que “permanecemos en su palabra” (cfr. v.31): “si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros” (Jn.15,7). ¿Qué es “permanecer” en su palabra?: obedecerla, obedecer su enseñanza. Una imagen repetida en la Biblia lo ilustra: comer la palabra y que llegue al estómago, a las entrañas, y se haga vida (Jer.15,16; Ez.3,1-3; Apoc.10,9-10). Esa clase de vida, libera: “Andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Sal.119,45). Ese “permanecer” identifica al discípulo de Jesús, todo lo demás sólo son apariencias.
2.2. Ese es un ministerio del Espíritu Santo: tomar la letra de la Palabra y hacerla vida en nosotros. De otro modo, “La Escritura sin el Espíritu es como trabar batalla con una espada de papel.”[3]
Parábola
Había un hombre que tenía una doctrina. Una gran
doctrina que
llevaba en el pecho (junto al pecho, no
dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo
interno del
chaleco.
La doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca,
en un arca
como la del Viejo
Testamento.
Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy
grande.
Entonces nació el
templo.
Y el templo creció. Y se comió el arca, al hombre y
a la
doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno
del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo: El que tenga una
doctrina
que se la coma,
antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo ...
Y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo.[4]
Es entonces cuando la Palabra se convierte en la espada del Espíritu, una espada de dos filos, viva y eficaz, “… y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Heb.4,12-13)
2.3. “Si el
hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v.36). Esa manera viva de
conocer la verdad viva, libera: sana el alma, rompe las ataduras de pecado,
toda esclavitud de lo malo. “Es la verdad salvadora. Es la verdad que salva a
la gente de la oscuridad del pecado, y no la que salva de la oscuridad del
error”.[5] Esa manera viva de conocer la verdad viva es
conocimiento vivo de la Verdad, Jesús mismo, cara a cara, “transformados de
gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor”
(2ªCor.3,18).
Mi respuesta. “Porque todo aquel que hace lo
malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas.” (Jn.3,19-20). En
ocasiones, somos capaces de engañarnos a nosotros mismos viviendo en la
oscuridad de nuestra propia condición. Necesitamos pedir al Espíritu de Dios
que traiga luz a través de la Palabra sobre nuestra realidad: “¿Quién podrá
entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal.19,12)
Cuanto sufrimiento nos ahorraríamos si atendiéramos a Dios y volviéramos la espalda al pecado: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (Salmo 112,1). Señor, trae tu luz sobre mi vida, quita las cataratas de mi alma, déjame ver tu rostro para vivir en verdadera libertad.
[1] Leon Morris: El Evangelio según Juan, vol. 2.
Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 58.
[2]
G. Hendriksen: El Evangelio según San Juan. Michigan: SLC,
1987. Pg. 318.
[3]
A. W. Tozer: Intenso.
La vida crucificada. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2014. Pg. 250.
[4] León Felipe: “Parábola”. In Poesías
completas. Madrid: Visor Libros, 2010.
Pg. 530.
[5] Leon Morris: El Evangelio según Juan, vol. 2.
Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 61.