Jesús libera a las personas. Algunos pastores pretenden esclavizarlas. El único Señor de las personas es Jesús, el Príncipe de los pastores (1ªP.5,4). A los pastores nos corresponde cuidarlas en Su nombre; cuidarlas sin apropiarnos de ellas, ni de su voluntad. En palabras de Agustín de Hipona, comentando el texto del Evangelio de Juan capítulo 21, 15 ss: “Si me amas, dice Jesús a Pedro, no pienses en apacentarte a ti, sino a mis ovejas como mías. Apaciéntalas como mías, no como tuyas, busca mi gloria en ellas, no tu gloria; mi dominio, no tu dominio; mis intereses, no los tuyos.”[1]
¿QUÉ MINISTERIO?
Dicho a la manera de Juan el
bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn.3,30). ¿A quién
nombra la gente cuando recibe mi ministerio? ¿El mío? ¿Acaso robo protagonismo
y gloria a Jesús? Sin falsas épicas, reivindicamos una práctica ministerial del
pastorado como una disposición cotidiana a morir a lo propio, en donación de
uno mismo a los demás; un ejercicio cotidiano y generoso de “mayordomía del
afecto”[2].
El carácter y el ministerio del pastor se modela a la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn.10,11), por el poder de la persona del Espíritu Santo. El apóstol Pedro llama a Jesús “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1ªP.2,25), y a la luz del ejemplo de Jesús describe las características del ministerio pastoral (1ªP.5,2-3). De hecho, advierte que dicho ministerio de cuidado de las personas se ejerce sobre todo inspirándolas con el ejemplo del propio vivir (1ªP.5,3b), por más que siempre sea imperfecto. Las recomendaciones del apóstol Pedro ofrecen una sugerente clave ética, una ética bíblico-pastoral del cuidado pastoral que hacen del ejercicio del ministerio, del privilegio de servir en el nombre de Jesús y para la gloria de Jesús, su recompensa más propia.
El liderazgo servicial de Jesús se ofrece como modelo a los pastores y a partir de esa luminosidad el apóstol describe un ministerio centrado en “apacentar”, cuidar de las personas, en primer lugar de forma “voluntaria”, benevolente, de buena voluntad, con voluntad afectuosa; en segundo lugar “con ánimo pronto”, con buena disposición, ánimo cordial, no a impulsos del propio interés y menos aún interés económico; en tercer lugar siendo ejemplo humilde de toda la verdad que se enseña y anuncia. Y todo, hecho con una sola expectativa: el (sólo) reconocimiento del Señor Jesucristo, su “bien, buen siervo y fiel” (Mt.25,21). “El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos (Mr.10,43). Jesús ha unido así la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen; es totalmente profano y envenena a la comunidad. (…) Autoridad pastoral sólo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.[3]
¿QUÉ AUTORIDAD?
El sustantivo latino auctoritas (bien distinto de “potestas” -poder),
procede del verbo augeo (conferir auge, aupar, elevar),
cuyo pretérito perfecto es auxi (de donde deriva auxiliar, ayudar) y
cuyo supino es auctum (convertirse en autor responsable) de donde
procede la palabra autoridad. “La autoridad será buena, pues, cuando auxilie,
cuando sirva, cuando aupe, cuando eleve al otro sobre los propios hombros.”[4]
La autoridad acompaña al pastor como la sombra a cualquier figura. Y el poder, como influencia, es vecino cercano de la autoridad. Y la influencia puede utilizarse de manera abusiva, manipuladora. En el caso del pastor, la autoridad viene dada por su posición en medio de la comunidad de fe. Sus predicaciones, sus consejos, tienen un a priori de credibilidad. Y fácilmente el pastor puede pervertir esa posición usándola en un ejercicio manipulador y abusivo de poder sobre los miembros de la congregación.
“Cuando el poder no se utiliza para hacer crecer a las personas sobre las que tenemos ascendente, sino para nuestro propio beneficio estamos haciendo un uso inadecuado del poder [influencia], por mucho que no haya clara intención de quererse aprovechar o aunque la otra persona consienta en ello. No pretendemos asustar a nadie, pero sí darnos cuenta de la inmensa responsabilidad que implica tener influencia sobre otros y de las fronteras poco claras que pueden llevarnos, fácilmente y no siempre con plena consciencia, a comportamientos de tipo abusivo.”[5]
El concepto cristiano de autoridad para el ministerio pastoral no puede ser otro que el claramente enseñó Jesús con sus palabras (Mt.20,25-28; 23,8-12; Mr.10,42-45; Lc.22,24-27), así como con su mismo ejemplo práctico con el lavamiento de los pies de sus discípulos (Jn.13,12-16) que, por cierto, no fue sólo un gesto de humildad sino la expresión visible de un concepto determinado de autoridad, que es normativo para sus siervos. “Nosotros somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Él. Desde esta realidad del Nuevo Testamento es imposible inferir que el liderazgo cristiano sea jerárquico, sino que es la continuidad delegada de un carácter, de una manera de hacer, de ejercer un don, en un ámbito de igualdad fraterna con todos. (…) No sólo es impensable la jerarquía, sino que hay un imperativo de igualdad y mutualidad.”[6]
Ese perverso sentido caudillista del ministerio que a veces se muestra, nada tiene que ver con el Evangelio y sí mucho en común con la vieja enfermedad de la “reverenditis”, que describía jocosamente un antiguo folleto evangélico: “La reverenditis es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación.”[7] Bien al contrario: “En la iglesia el culto solo se le debe a Dios, no al líder. Nuestras armas son espirituales; la manipulación, el control de las conciencias, el uso de represalias y del miedo, la condena al ostracismo de los disidentes, etc. son armas ilícitas que solo utilizan los que no saben nada del Buen Pastor de las ovejas, a quien estas siguen porque conocen su voz, la voz de aquel que las cuida y las mima, al punto de estar dispuesto a dar su vida por ellas.”[8]
La psicología y la consejería pastoral nos previenen contra la relación de dependencia que se establece en ciertos modelos de liderazgo. Toda forma de dependencia es psicológicamente nociva porque impide el proceso de madurez y de autonomía de la persona. El ministerio cristiano se ejerce como responsabilidad delante Dios por los creyentes y tiene como propósito alentar su crecimiento en la verdad y en madurez, animándoles a ser cada vez menos dependientes de los hombres y más dependientes (sólo) de Dios. “Cuando se enseña que uno ha de someterse al dominio de otro ser humano, hay que llamarlo por su nombre, esto es, control sectario.”[9] En palabras de Agustín de Hipona: “Mientras vaya retrasado respecto a ti, está en tu escuela; mientras sea ignorante, te necesita; tú pareces su maestro y él tu discípulo. Tú eres superior, pues eres su maestro, y él es inferior porque es tu discípulo. Si no quieres que sea igual a ti, es que pretendes que sea siempre tu discípulo. Y si quieres que sea siempre tu discípulo, es que eres un maestro envidioso. Y si eres un maestro envidioso, ¿eres realmente un maestro?”[10]
[1]
Citado por Marcelino Legido: Contemplación. Madrid: Fundación Emmanuel
Mounier, 2022. Pg. 116.
[2]
Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la iglesia. El Paso, Tx.; Editorial
Mundo Hispano, 2006. Pg. 72.
[3]
Dietrich Bonhoeffer: Vida
en comunidad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982. Pgs. 86-87.
[4]
Carlos Díaz: “Autoridad”. In Vocabulario de formación social. Valencia:
DIM Ediciones, 1995. Pg. 44.
[5]
Ianire Angulo Ordorika: “Ir más allá de la noticia. Asomarnos a la complejidad
de los abusos en la Iglesia” In ACONTECIMIENTO, nº 150, 2024/1. Pg. 50.
[6]
Juan Solé: “La renovación del liderazgo”. In ALETHEIA: Nº 60, 2/2021. Pgs. 60-61.
El artículo fue publicado inicialmente en la misma revista en 1996.
[7]David Orea Luna: Reverenditis: estudio de una enfermedad vieja. Opúsculo. Pág. 2. El
autor era presidente de la Iglesia Luterana de México y el texto apareció
también en la revista “El Predicador Evangélico”, de Buenos Aires, de Junio de
1959.
[8]
José Mª Baena: Pastores para el siglo XXI. Viladecavalls: Editorial
CLIE, 2018. Pg. 169.
[9]
Denny Gunderson: La paradoja del
liderazgo. Una invitación al liderazgo servicial en un mundo hambriento de
poder. Tyler, Tx: Editorial JUCUM, 2006. Pg. 84.
[10]
Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de Juan. Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 148.