Parábola
Había un hombre que tenía una doctrina. Una gran
doctrina que llevaba en el pecho (junto al pecho, no
dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del
chaleco.
La doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca, en un arca
como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.
Entonces nació el templo.
Y el templo creció. Y se comió el arca, al hombre y a la
doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno
del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo: El que tenga una doctrina
que se la coma, antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo ...
Y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo.
León Felipe[1]
La disyuntiva entre conocimiento y
espiritualidad es una falsa tensión: la doctrina sola es como “esqueleto sin carne” y la espiritualidad sola
es como “carne sin huesos”[2]. Somos llamados
a encontrarnos con Jesús a través de la Palabra, asimilada por el Espíritu
Santo, para transformación de la vida, y todo para la gloria del Padre.
El apóstol Pablo escribe a Timoteo para pedirle que se quede en Efeso
para reivindicar la verdad del Evangelio: “el glorioso evangelio del Dios
bendito, que a mí me ha sido encomendado” (v.11). Esa verdad tiene un contenido
concreto: “que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (v.15).
Más en concreto aún y a la vez más universal: “[que Dios] quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo
Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual
se dio a sí mismo por todos” (2,4-6). Ese énfasis se repite en todas las
epístolas pastorales, y en nuestro texto va acompañado de consejos prácticos de
modo que el conocimiento de esa verdad sea un conocimiento visiblemente
transformador de las vidas por el poder del Espíritu, como sucedió con el mismo
apóstol (1,13-16).
1. Evita “vana palabrería” (v.6-7). (Cfr. 1ªTim.1,4; 4:1,7; 6,3-5; 2ªTim.2:14,16-18; 2,23; Ti.1,13-14;
3,9-11). El
apóstol Pablo escribe a Timoteo para pedirle que proclame la verdad del
Evangelio frente a “fábulas” (v.4) y “vana palabrería” (v.6), frente a falsas
doctrinas que desvían de la verdad, debates estériles y ocurrencias novedosas, que
dejan la cabeza caliente y los pies fríos.
Pablo nos previene contra el uso caprichoso de la Palabra, a la manera
del que amasa una pizza haciendo piruetas en el aire, o el que hace
malabarismos lanzando bolas al aire, como un
aerobic mental pedante y hueco (“fashion theology”). Manipular así la
Palabra de Dios es una forma de tomar el nombre de Dios en vano.
Al mal uso interesado de la Palabra por parte de algunos, se suma en
ocasiones una aceptación perezosa y acrítica por parte de quienes escuchan. Esa
combinación de vanidad de quienes manipulan la Palabra y de pereza intelectual de
quienes escuchan resulta siempre letal. Los cristianos de Berea nos ofrecen un
antídoto contra esa pereza fatal: escudriñar por nosotros mismos las Escrituras:
“recibieron
la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si
estas cosas eran así.” (Hch.17,11) Y el apóstol,
a su vez, ofrece un criterio de análisis para prevenir la infección por falsas
doctrinas: ver si traen edificación (v.4b).
2. Busca la verdad “higiénica” (v.10). (Id. 1ªTim.1,15; 2ªTim.1,9-10; Ti.3,4-8a). Pablo advierte contra el error de una fe en Cristo
que carezca de contenido: debemos fortalecernos en la “sana doctrina” (v.10).
“La ignorancia es la madre de la superstición, no de la devoción”[3]. La
verdad está edificada sobre el fundamento de la Palabra de Dios: “Edificados
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo.” (Ef.2,20).
Eso sí, la sana doctrina no es un estropajo reseco que uno traga y se
le atraganta, no es ortodoxia muerta. La sana doctrina es literalmente
“higiénica” (v.10), porque trae salud espiritual. Como alguien advirtió:
“algunos escudriñando la Palabra de Dios pierden al Dios de la Palabra” (Miquel Camí). “Conozco algunos renacuajos [una cabeza enorme y casi nada más]
cristianos cuyas cabezas están repletas de teología bíblica, pero es casi lo
único que tienen. Además de una mente cristiana, también necesitamos un corazón
cristiano.”[4]
La Reforma protestante del siglo XVI
supuso el regreso a la verdad de la Palabra, una verdad que revitalizó la vida
del pueblo de Dios. Sin embargo, pocas décadas después de su inicio, las
iglesias protestantes volvieron a un formalismo doctrinal sin vitalidad, una
religiosidad sin espiritualidad. Tuvieron que aparecer nuevos movimientos de
reforma dentro del propio protestantismo, movimientos de frescura espiritual
que buscaban “la religión del corazón”, un conocimiento viviente; movimientos
acompañados de una renovación de la manera de vivir según la contracultura
cristina y de un celo misionero que llevaba a sus fieles por todo el mundo: la
Reforma radical del siglo XVI, los cuáqueros en Inglaterra y Norteamérica (s.
XVII), el pietismo alemán dentro del luteranismo (s. XVII), los Hermanos Moravos
(Rep. Checa) (s. XVIII), Juan Wesley en Inglaterra (s. XVIII), o el movimiento
pentecostal (inicios del s. XX). Movimientos todos fundados en la verdad de la
Biblia, sí, pero con el anhelo ferviente de que esa verdad produjera renovación
del vivir por el poder del Espíritu Santo.
3. Conoce la verdad en el Espíritu (Ef.6,17b). Es
importante saber las verdades del Evangelio pero más importante aún, saberlas como
hay que saberlas: “que lo sepáis de
la manera que ello se ha de saber, imprimido en las entrañas”[5] No es sólo cuestión de aprender, como ejercicio activo intelectual, sino
de dejarse enseñar (voz pasiva) por el Espíritu Santo: “no es suficiente que
escuchemos la palabra con el oído exterior, sino que debemos dejarla penetrar
también en el corazón para que escuchemos hablar allí al Espíritu Santo”[6].
De otro modo, “La Escritura sin el Espíritu es como trabar batalla con una espada de
papel.”[7]
Existe un saber meramente académico que podemos encontrar en las
universidades: alta erudición respecto de los textos hebreos del Antiguo
testamento, o exposiciones brillantes de la teología cristiana del Nuevo
testamento, … pero
sólo el Espíritu Santo, quien inspiró las verdades de la Biblia, las ilumina, las hace vivas en nosotros.
La ignorancia de la verdad es nefasta pero el formalismo doctrinal
sin la vitalidad del Espíritu no es mejor, reduce las doctrinas a “cadáveres
proposicionales”[8]
y produce una religiosidad sin transformación de la manera de vivir. Como
alguien dijo: necesitamos teología, conocimiento de las verdades de Dios, pero
necesitamos aún más teofanía, manifestación de Dios.
El apóstol Pablo escribe que ora al Padre para que nos de: “sabiduría
espiritual y percepción, para que crezcamos en el conocimiento de Dios”
(Ef.1,17-NTV); no para saber cosas distintas a las que están en la Biblia pero
sí para “saberlas” de una manera vital. Porque, en definitiva, estas verdades
“se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,14b).
4. Experimenta la verdad. “No se trata de lo que creemos, sino cómo vivimos lo que creemos” (C.S.
Lewis). “La
piedad es la congruencia en la vida entre lo que se profesa y lo que se
practica, es la congruencia de la fe y los frutos de la santidad y la
justicia.” (Phillip
Jakob Spener).
El propósito del “mandamiento”
es “el amor nacido de corazón limpio” (v.5), una vida transformada. El
Evangelio es poder de Dios salvador (Rom.1,16) y es también poder transformador,
que se expresa en vidas renovadas en quienes lo reciben. El apóstol Pablo fue
un gran intelectual de su tiempo pero recordaba a los cristianos corintios que
“ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe
no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”
(1ªCor.2,4-5).
Ese es el “secreto” de quienes son sabios espiritualmente, sabios para
la vida, conformados según el carácter de Jesús según el modelo que nos muestra
la Biblia y que hace posible la acción del Espíritu Santo: “la sabiduría que es
de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de
misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Stg.3,17).
En estos resultados está pensando el apóstol Pablo cuando nos exhorta: “sed
llenos del Espíritu Santo” (Ef.5,18); así, en voz pasiva: dejarnos guiar,
dejarnos modelar por la persona del Espíritu Santo. Necesitamos algo más que
“letra” para conocer a Jesús y crecer en la semejanza de su carácter,
necesitamos abrir nuestras vidas sin reservas a la acción de la persona del
Espíritu Santo, para no caer en la triste condición de ser “sabios en la letra
pero extraños para la vida”[9].
La fe en el Evangelio de Jesús, se mide
por sus frutos en quienes la hacen suya: vidas de hombres y mujeres, no sólo
informados de la verdad sino transformados por la verdad; discípulos que
vuelven la espalda a los anti-valores de la sociedad para entregarse con pasión
a la causa del Reino, animando a otros a la misma experiencia salvadora y
transformadora con Jesús. Dicho a modo de resumen de nuestra exposición, como
decíamos también al inicio: estamos llamados a encontrarnos con Jesús a través
de la Palabra, asimilada por el Espíritu Santo, para transformación de la vida,
y todo para la gloria del Padre.
Mi respuesta.
¿Qué es el Evangelio? ¿Qué es la verdad del Evangelio? ¿En qué
consiste el poder del Evangelio? Digámoslo en términos prácticos:
Una mujer atea, blasfema, que hoy está enamorada de Jesús y le saltan
las lágrimas en la alabanza. Eso es el Evangelio.
Una mujer de vida absolutamente desordenada, en muchos sentidos, que
hoy es una sierva de Dios cuya vida bendice a muchos. Eso es el Evangelio.
Un hombre que pasó por varios intentos de suicidio, que hoy tiene una
vida equilibrada y en orden. Eso es el Evangelio.
Un hombre mujeriego y entregado a excesos de todo tipo, que hoy
bendice a Jesús por cómo ha transformado su vida. Eso es el Evangelio.
Una mujer que cambiaba sexo por droga, que hoy tiene una vida siempre
gozosa en Jesús.
Eso es el Evangelio. Esa es la verdad del Evangelio. En eso consiste
el poder del Evangelio de Jesucristo.
No he tenido que buscar esas historias en los libros. Conozco
personalmente a esos hombres y mujeres. Sus rostros muestran que el Evangelio
es poder de Dios para salvación, salvación integral, salvación en términos
pasados, presentes y futuros. En cuanto al pasado, por el perdón de los pecados
y la reconciliación con Dios en Jesús. En cuanto al futuro, por una expectativa
esperanzada que alcanza hasta la eternidad. En cuanto al presente, por una
nueva vitalidad, un nuevo estilo de vida. Todo esto y más es el Evangelio de
salvación.
Las verdades bíblicas, deben ser conocidas, creídas, y aprendidas,
lejos de banalidades y ocurrencias, pero deben ser también “comidas”, encarnadas
y obedecidas. Que el Señor Jesús nos ayude, con el poder del Espíritu Santo,
para la gloria del Padre.
[1] León Felipe: “Parábola”. In Poesías
completas. Madrid: Visor Libros, 2010.
Pg. 530
[2] Cfr. Hans Ur von Balthasar: Ensayos
teológicos. Verbum Caro, vol. I. Madrid: Editorial Guadarrama, 1964. Pgs.
235-268.
[3] José Grau: Introducción
a la teología. Terrassa: Clie, 1973. Pg. 17.
[4] John Stott: Estudiantes de la Palabra. Barcelona:
Publicaciones Andamio, 2015. Pg.57.
[5] Teresa de
Jesús: Camino de perfección. 10, 1. Obras completas. Madrid: Editorial
de Espiritualidad, 2000. Pg. 532.
[6] Felipe J. Spener (pietista alemán,
1635-1705): Pia Desideria. Buenos Aires: Instituto Universitario ISEDET,
2007. Pg. 93.
[8] Eugene Peterson: Así hablaba Jesús. Miami: Editorial Patmos, 2012. Pg. 9.