lunes, 8 de enero de 2024

EVANGÉLICOS, POLÍTICA, POLÍTICOS


1. NOS INTERESA LA POLÍTICA.

“La Iglesia no tiene un partido político. No hay un partido político que sea el partido de la Iglesia (…). Esperamos que nadie utilice a la Iglesia como moneda de cambio o arma arrojadiza en los debates políticos.”[1]. Estas palabras no son mías; las pronunció monseñor César García Magán, obispo auxiliar de Toledo y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, el pasado 21 de abril de 2023. Eso sí, estoy plenamente de acuerdo con estas afirmaciones y celebro escucharlas del portavoz de una Iglesia que a menudo históricamente mantuvo criterios bien distintos.

Tampoco los cristianos evangélicos tenemos un partido político que sea nuestro partido. ¿Quiere eso decir que no nos interesa la política? Todo lo contrario. Nos interesa la política porque nos interesa la vida de la polis, la vida de los ciudadanos. Nuestra fe no es escapista. Como escribió Martin Luther King, también nosotros creemos que: “cualquier religión que profesa estar preocupada por las almas de los hombres y no está preocupada por las condiciones sociales y económicas que escorian [desgarran] esa alma es una religión espiritualmente moribunda, que solo espera ser enterrada.”[2] O dicho a la manera del teólogo ecuatoriano René Padilla: “No hay lugar para estadísticas sobre ‘cuántos mueren sin Cristo cada minuto,’ que no consideren cuántos de los que así mueren son víctimas del hambre.”[3]

Nuestra preocupación por la política, por la vida en la polis, por el bienestar integral de nuestros conciudadanos y conciudadanas, nace de la Biblia: “Dios es justo, y ama la justicia” (Salmo 11,7). Por esto, Dios mismo empeña su palabra en una promesa rotunda: “La justicia engrandece a la nación” (Prov.14,34). De hecho, la recomendación de Dios a través del profeta Jeremías al pueblo de Israel, viviendo en tierra extraña, en el exilio de Babilonia, fue: “procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella al Señor; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (29,7).

Nos interesa la política, nos interesa el bienestar de toda la ciudadanía. Pero no pretendemos imponer nuestros valores morales a la sociedad. En palabras del sociólogo protestante Jacques Ellul: “Si una ética es cristiana, brota de la fe, sólo es aceptable para la fe y no es posible sino en la fe. De ahí que sea estrictamente imposible pedir a los demás que obedezcan a esa ética, que vivan como si fueran cristianos, cuando no tienen fe.”[4]

No aspiramos al poder sino al testimonio: ser fermento, levadura positiva, conciencia, sal, luz, visibles como una ciudad en lo alto de un monte (Mateo 5,13-16), en medio de nuestros conciudadanos. Dolorosamente conscientes de su quebranto, como recoge el libro del Eclesiastés: “Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.” (4,1). Conscientes y respondiendo responsablemente a su clamor, sobre todo al clamor de los últimos, de los olvidados: “Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso.” (Proverbios 31,8-9)

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, a finales del siglo XIX y principios del XX los evangélicos españoles crearon decenas de escuelas, antes incluso que sus capillas, para alfabetizar a sus conciudadanos (y facilitar el acceso de la mujer a la enseñanza superior), de modo que pudieran estos leer por sí mismos las verdades de la Biblia.

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, en los años 70 y 80 del pasado siglo los evangélicos españoles abrieron decenas de centros de rehabilitación para los jóvenes masacrados por la heroína.

Nos interesa la política, el bienestar de todas las personas más allá de su país de origen, el color de su piel o su estatus social. Por eso, en las últimas décadas los evangélicos españoles hemos levantado iniciativas de todo tipo en favor de emigrantes, refugiados, víctimas de trata para explotación sexual, …No puedo resistirme al recuerdo nostálgico de aquella sencilla “Iniciativa Evangélica” que en los años 90, en Madrid, cada vez que se producía un atentado mortal de la banda terrorista ETA, congregaba a un puñado de evangélicos en el mismo día y en el mismo lugar del atentado para arrodillarse e interceder por la paz, porque profesamos la fe en Jesús de Nazaret, quien se hizo a sí mismo víctima para que nadie más tuviera que serlo.

Nos interesa la política, el bienestar de toda la ciudadanía. Por eso, ejercemos una voz pacíficamente profética, anunciando a todos la verdad del reino de Dios y su justicia, la invitación a todos a reconciliarse con Dios a través del sacrificio de Jesucristo su Hijo en la cruz, para que todos podamos experimentar la vida abundante y eterna que nos brinda gratuitamente.


2. ¿QUÉ PEDIMOS A NUESTROS POLÍTICOS Y NUESTRAS POLÍTICAS?

Creemos en una respetuosa distinción (que no separación) entre Iglesia y Estado. Por eso, en ningún caso pedimos tratos de favor o privilegios. Sí les pedimos que nos juzguen por nuestros hechos, los hechos de la mayoría, y no por prejuicios o excesos de unos pocos.

Les pedimos ejemplaridad moral, aquello que ya reclamaba Platón hace 2.500 años: la práctica de la política como “un ejercicio de justicia y pudor” (Protágoras. 322 c-d). Les pedimos una acción basada en la justicia y la misericordia porque, como dice el libro de Proverbios: “El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra.” (21,21)

Les pedimos, en palabras del filósofo protestante Denis de Rougemont, que hagan suyo “el esfuerzo de instaurar una economía general de la vida que implique la identidad de lo espiritual y de lo temporal, y que funde sobre ella sus valores más altos y más cotidianos a la vez.”[5]

Les pedimos un empeño decidido por superar, no las diferencias ideológicas, pero sí la crispación exacerbada en su debate. Les pedimos que sean modelos de convivencia, que sean más conscientes del efecto de contagio que tienen sobre el conjunto de la sociedad. En definitiva, que conviertan la política, en palabras del filósofo personalista católico Emmanuel Mounier, en “el arte de convivir en la comunidad”.


3. ¿QUÉ OFRECEMOS A NUESTRAS POLÍTICAS Y NUESTROS POLÍTICOS?

 En primer lugar, ofrecemos nuestra completa lealtad institucional. Y esto, siempre y a todos, “por causa del Señor” (cfr. Romanos 13,1ss.; 1ªP.2,13)

Ofrecemos nuestra colaboración activa en todas aquellas iniciativas dirigidas a construir una sociedad cohesionada, justa, democrática. Y nos ofrecemos a un diálogo crítico a la vez que cordial aún en aquello que disienta con los valores del reino de Dios, con la sola condición de que se respete nuestra independencia y libertad de conciencia.

Sobre todo, les ofrecemos nuestras oraciones. Oramos en favor de su buena gestión; pedimos a Dios que guíe a los hombres y mujeres que se dedican a la política y a todos quienes protagonizan la vida de la sociedad civil, a un ejercicio diario de justicia y pudor (cfr. 1ª Timoteo 2,1-2). Pero más aún, oramos y pedimos la bendición de Dios sobre sus personas y sus circunstancias personales. La actividad política es pasajera, el personaje político deja de ser, pero la persona permanece. Pedimos a Dios que bendiga sus personas, sus familias, su presente y su futuro. Pedimos a Dios que les ayude a oír su voz llamándoles a la vida abundante que se nos ofrece a todos en Jesucristo.

Que Él nos bendiga.
Madrid, 3 Junio 2023




[1] https://www.religiondigital.org/espana/obispos-elecciones-Iglesia-arrojadiza-politicos-espana-valle-caidos-cuelgamuros-primo-rivera-politica-disney-celaa-educacion_0_2553044687.html Consultado el 31 de Mayo de 2023.

[2] Martin Luther King: “Peregrinación a la no violencia”. In Martin Luther King: textos y discursos radicales. Introducción y edición de Cornel West. Buenos Aires: Tinta Limón, 2022. Pg. 68.

[3] C. René Padilla: Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1986. Pgs. 24-25.

[4] Jacques Ellul: Contra los violentos. Madrid: Ediciones S. M., 1980. Pg. 174.

[5] Citado por Jacques Ellul: Autopsia de la revolución. Madrid: Unión Editorial, 1973. Pg. 320.

domingo, 28 de agosto de 2022

SEGUIR A JESÚS HOY (Centenario UEBE)

AGRADECIMIENTOS. Me siento enormemente honrado por vuestra invitación. Y quiero aprovechar esta oportunidad excepcional para expresar mi gratitud, una deuda de afecto para con muchos de vosotros y muchas de las iglesias aquí representadas, por lo mucho bueno que he recibido de Dios a través vuestro. Permitidme personalizar mi agradecimiento honrando a algunos pastores: Manuel Zamora, que me bautizó en Puerto Sagunto; Valentin Cueva, que me animó a estudiar la Palabra y pensar mi fe, en el CET de Dénia; José Ortega en el Cabanyal (Valencia), que me ofreció un conocimiento renovado de la persona y la obra del Espíritu Santo; Jesús Millán, compañero del alma por más de cuarenta años; y siempre, a diario, la memoria viva de Juan Luis Rodrigo, modelo para mi vida y para el ministerio pastoral. Sobre ese armazón he construido mi vida espiritual.


1. ¿QUIÉN ES EL SUJETO DEL SEGUIMIENTO? LA PARROQUIA. El título de esta ponencia es muy sugerente pero algo confuso porque la oración está incompleta: tiene verbo (seguir), complemento directo (a Jesús), e incluso complemento circunstancial de tiempo (hoy). Pero, ¿quién es el sujeto? De acuerdo a la enseñanza enfática del Nuevo Testamento, el sujeto del seguimiento no soy principalmente yo o tú, sino yo-tú, es decir, nosotros, es decir, la comunidad, la iglesia. Conviene insistir en la centralidad de la iglesia en este tiempo rabiosamente individualista, que afecta a los cristianos al punto que los hay que asisten a la iglesia pero no se sienten iglesia, que se relacionan con ella a modo de un complemento, un aderezo espiritual perfectamente prescindible. Bien al contrario: “Nuestra pertenencia a la iglesia es una consecuencia de nuestra fe en Cristo. No podemos ser cristianos y no tener nada que ver con la iglesia como tampoco podemos ser personas y no estar en una familia. ... Es parte de la trama de la redención.”[1]

Dios en Jesucristo reconcilia consigo a individuos; esa fue una verdad rescatada por la Reforma protestante del siglo XVI. Pero el Nuevo Testamento insiste en que Dios salva personas, una a una, para con todas ellas crear un pueblo, un edificio, un cuerpo, una familia que, cuando vive la verdad y los valores del reino de Dios, anuncia a todos salvación, reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. Como tantas veces nos ha recordado Samuel Escobar[2], en una sociedad amante de la narrativa no hay apologética más poderosa que la apologética del testimonio, la apologética de un vivir personal y comunitario transformado por Jesucristo y, por tanto, contrastante. “La creación de una comunidad humana en la que prevalece la paz de Cristo no es mera coincidencia, ni un resultado secundario de la obra salvadora de Cristo. La creación de una nueva humanidad en la que son superadas las hostilidades personales, sociales, económicas, en un ambiente de reconciliación, es resultado directo y principal de la muerte y la resurrección del Mesías de Dios. Esta es la iglesia que proclama, con la autoridad que surge de la autenticidad, a toda la humanidad -incluyendo a los ‘principados y potestades’- el misterio del propósito salvador de Dios en Jesucristo.”[3]

Digo “iglesia” y digo parroquia. “Iglesia local” es un término que sólo entendemos nosotros. Parroquia expresa mejor la verdad que comunica el Nuevo Testamento[4]: forman la parroquia los que “viven junto a” o “habitan en vecindad”. En otras palabras, la comunidad parroquial es expresión visible, palpable, del pueblo de Dios. Por eso el Nuevo Testamento no centra su atención en la iglesia universal, que es una categoría metafísica, sino en la parroquia, la iglesia local en Corinto, Efeso, o Tesalónica, para el seguimiento de Jesús y para la proclamación encarnacional del reino de Dios.


2. OCURRENCIAS, LAS JUSTAS. Digo iglesia, no ocurrencias acerca de la iglesia. Seguramente bienintencionadas pero, a mi parecer, desenfocadas.

Digo iglesia y digo iglesia de sana doctrina, no anunciadores de disparates más o menos interesados. Digo sana doctrina, pero no hiper-ortodoxias, estridentes en labios de quienes las gritan y astringentes en las almas de quienes las reciben, porque anuncian verdades ásperas, resecas, “cadáveres proposicionales”[5] carentes de vida y calidez. Digo sana doctrina y digo “doctrina higiénica” (lit. griego - 1ªTim.1,10; 6,3; 2ªTim.1,13; 4,3; Tito 1,9; 2,1), doctrina que sana, refresca el alma.

Digo iglesia y digo iglesia contemporánea, no un museo que deriva en mausoleo, atado a esquemas de antaño. Digo iglesia contemporánea, pero no meras reformas estéticas, cosméticas, dietéticas, que son patéticas, que cambian sillas por cojines en el suelo y fluorescentes por velitas encendidas. Así la comunidad será más hípster pero no necesariamente mejor iglesia. Digo iglesia contemporánea y digo iglesia que sabe distinguir “los signos de los tiempos”, que entiende las preocupaciones y necesidades de su generación y se hace entender cuando comparte el Evangelio de Jesucristo (1ªCor.9,20-23).

Digo iglesia y digo iglesia en diversidad reconciliada, no “unidades homogéneas”, asociaciones de iguales, sean artistas, profesionales, matrimonios jóvenes, o de la misma nacionalidad o idioma. El testimonio más poderoso que podemos ofrecer como parroquia en una sociedad que hace de las diferencias conflicto, es mostrarnos como una comunidad formada por hombres y mujeres de distintas condiciones económicas, sociales, culturales, nacionales, pero que es pese a todo familia, donde las diferencias han dejado de ser barreras, diluidas en el poder reconciliador de Jesucristo. Tal es el mensaje de la epístola a los Efesios. Viviendo así, la iglesia anticipa la reconciliación definitiva de todas las diferencias en Jesucristo (Apoc.7,9-10).

Digo iglesia y digo iglesia congregacional, no autoritarismos, cesarismos pastorales, no del verbo cesar con minúscula, sino del sustantivo César con mayúscula, al modo del César Imperator; esa vieja patología de la reverenditis: “La reverenditis es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación.”[6] Me sorprende la facilidad con que en ocasiones en las iglesias nos dejamos seducir por caudillismos contrarios al modelo de autoridad espiritual que hallamos en la Biblia, entendido siempre a la manera de Jesús, como servicio y no como dominio (Jn.13,13-15; 1ªP.5,2-3). El ministerio global de la iglesia es “ministerio de todos”[7] en una actitud general no jerárquica, sino de igualdad y servicio mutuo. “En esta hermandad no existen distintos niveles de honor ni superioridad. Hay distinciones en términos de dones y funciones, pero no en términos de superioridad e inferioridad.”[8] “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” (1ªP.5,2-3)

 

3. PARROQUIA ESCANDALIZADA Y ESCANDALOSA. La iglesia, su mensaje, su práctica y sus recursos, puede definirse en torno a una categoría, a un mismo principio: el principio “escándalo”. Dos palabras del Nuevo Testamento tienen esta traducción: próskomma y skándalon, que si bien tienen distintos significados en lo fundamental, han asumido ambos el significado uno del otro[9]. Cristo es piedra de escándalo para quienes le rechazan (Mt.13,57; 1ªP.2,7-8). Los cristianos debemos cuidarnos de no ser motivo de escándalo para los hermanos más débiles (Rom.14,13); tampoco tropiezo ni escándalo a judíos o gentiles por nuestro mal testimonio (1ªCor.10,32). Pero existe un escándalo “honroso” que va unido a Jesús y al reino de Dios, que es santo y seña del auténtico Evangelio y de la vida auténtica de la auténtica iglesia. Hacer bandera de excentricidades ridículas sería escandalizar neciamente a nuestra generación, pero silenciar el escándalo genuino de la cruz de Jesús, sería alejarles de las Buenas Nuevas que pueden reconciliarles con Dios y con sus semejantes.


3.1. Mensaje escandaloso: la Cruz. Debemos tener cuidado de no confundir los frutos del Evangelio con el Evangelio mismo, “lo que el evangelio es con lo que el evangelio hace.”[10] En esencia, el Evangelio es anuncio de salvación: “… que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc.24,47). En la centralidad del Crucificado para perdón de los pecados (Is.53) se halla también el desafío de la proclamación del Evangelio hoy: no hacer vana la cruz de Cristo ni en el púlpito ni en la plaza pública (1ªCor.1,17-23). No hay otro Evangelio. “O bien el Cristianismo apostólico, con un Cristo interpretado por los apóstoles, el Cristo resucitado quien, como Señor exaltado, permanece crucificado; o por el contrario un Cristianismo místico, con un Cristo imaginario. O bien la ‘palabra de la cruz’ que predicaban los apóstoles, el poder de Dios para los que se salvan (1ªCor.1:18); o por el contrario un misticismo incomunicable, un ‘Cristianismo gaseoso’ (como decía Kierkegaard) que no tiene poder para salvar.”[11]

Cualquier persona de buena voluntad reconoce el valor de los frutos del Evangelio, su elevada moralidad, sus efectos sociales benefactores, pero muchos se revuelven escandalizados ante el corazón del Evangelio, el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios para salvación de los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1ªTim.1,15). Baste un ejemplo notable: Gandhi asistió en Sudáfrica a las Convenciones evangelísticas y de avivamiento que presidía Andrew Murray, le escuchó atentamente, le conoció de forma personal. De él escribió: “Él tenía una fe ilimitada en el poder de la oración y estaba firmemente convencido de que Dios siempre escuchaba las plegarias pronunciadas con fervor. Solía citar ejemplos como el de George Muller, de Bristol, que dependía totalmente de la oración, incluso para satisfacer sus necesidades temporales. (…) La Convención era una asamblea de devotos cristianos. Me encantó su fe profunda. Conocí al reverendo Murray y descubrí que muchos cristianos rezaban por mí. (….) [Pero] Yo no podía creer que Jesús fuera la única encarnación del hijo de Dios, y que solamente los que creyeran en él alcanzarían la vida eterna. (…) Mi razón no aceptaba que Jesús, con su muerte y su sangre, redimiera al mundo de sus pecados. (…) Su muerte en la Cruz es un gran ejemplo para el mundo, pero mi corazón no podía aceptar que hubiera en ella nada misterioso ni ninguna virtud milagrosa.”[12]

Sin embargo: “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” [Jesús] (Hch.4,12). En Jesús, sólo en Jesús, Dios ha cumplido Su propósito de amor para con la humanidad. “Por muy incómoda que nos resulte esta confesión de que Dios ha declarado su Palabra final en un evento histórico particular, no podemos tomarnos la libertad de suavizar o moderar esta afirmación básica del cristianismo del Nuevo Testamento en aras del pluralismo religioso. Nos guste o no, el carácter absoluto de Jesucristo es esencial para la fe cristiana. Negarlo en cualquier forma convierte al Cristianismo en algo diferente del Cristianismo apostólico.”[13]


3.2. Práctica de vida escandalosa: el servicio. Desde la Cruz, Jesús nos convoca y pro-voca[14], nos llama hacia un estilo de vida, personal y comunitario, escandaloso para los anti-valores que rigen nuestra sociedad, una sociedad narcisista de individuos con un ego “patológicamente hipertrofiado”[15] en la que “no se establece ningún enlace entre mi sufrimiento y tu sufrimiento”[16]. Una sociedad que alienta una espiritualidad igualmente narcisista cuya meta es “hacerme sentir bien”, un pseudo-pietismo bostezante, incoloro, inodoro e insípido, una falsa espiritualidad sin prójimo, que ya denunciara Charles Peguy hace más de cien años: “Creen amar a Dios porque no aman a nadie”[17] En ese contexto social, nuestra práctica de vida como iglesia y como individuos, cuando vivimos a la manera de Jesús, en apertura sacrificial en favor del prójimo, sólo puede producir escándalo.

Sin embargo, no hay anuncio del Evangelio de la cruz que no pase por la encarnación de esa cruz y del desvivirse del Crucificado. La existencia cristiana es puro don, don de Dios para ser donada a otros. “Un cristianismo sin prójimo no es cristianismo. (…) Somos llamados a convertirnos a Dios en Jesucristo y, en Jesús, llamados a convertirnos a nuestros semejantes, en especial al huérfano, la viuda y el extranjero, a los más vulnerables, a los más olvidados de cada generación (Prov.31,8-9).”[18] El testimonio del cristiano es vivencial, un desvestirse de sí mismo para revestirse de Cristo, de su carácter y su estilo de vida; un vivir que es desvivirse por el prójimo en el nombre de Jesús. Y esto sólo es posible en comunidad. En palabras de Ronald Sider: “A menos que los cristianos se anclen a sí mismos en una comunidad cristiana genuina, serán incapaces de vivir la inconformidad radical exigida por la Escritura y que es esencial en nuestro tiempo. Nuestra única esperanza es regresar a la visión del cuerpo de Cristo que ofrece el Nuevo Testamento. Si esto sucede, el Señor de la iglesia podrá crear de nuevo comunidades de amor desafiante capaces de resistir y conquistar las poderosas civilizaciones paganas de Oriente y Occidente, que rinden culto en el santuario de Mamón.”[19] Nuestras iglesias serán relevantes si en su seno se levanta una marea de hombres y mujeres que se ofrendan a Jesucristo y, en su nombre, a sus semejantes, y lo hacen sin condiciones, “alocadamente” a ojos de quienes les rodeen.

Confundir el Evangelio con los frutos del Evangelio es un error, pero anunciar el Evangelio sin la evidencia de sus frutos es negar su poder. “La cruz no es sólo la negación de la validez de todo esfuerzo del hombre para ganar el favor de Dios por medio de las obras de la ley; es también la demanda de un nuevo estilo de vida caracterizado por el amor, todo lo opuesto a una vida individualista, centralizada en ambiciones personales, indiferente frente a las necesidades del prójimo. El significado de la cruz es soteriológico a la vez que ético. (…) No hay lugar para estadísticas sobre ‘cuántos mueren sin Cristo cada minuto,’ que no consideren cuántos de los que así mueren son víctimas del hambre. No hay lugar para la evangelización que, al pasar junto al hombre que fue asaltado por los ladrones mientras descendía por el camino de Jerusalén a Jericó, ve en él un alma que debe salvarse pero pasa por alto al hombre.[20]

“¿A quiénes sacaría Jesús del anonimato si hoy viniera a la Tierra? ¿A quiénes elegiría para ser sus discípulos? ¿Con quién comería y qué casa visitaría? En espacios de dolor, de necesidad, de profunda injusticia, de abuso, de acoso…allí le encontraríamos, mirando a la humanidad con compasión.”[21] Un activista evangélico norteamericano pasó unos meses como voluntario con la madre Teresa de Calcuta. Cuando terminó el tiempo de su voluntariado expresó a la madre Teresa su pesar por tener que regresar a su país. Ella le dijo: “Las Calcutas están por todas partes si sólo tienes ojos para verlas. Encuentra tu Calcuta.”[22] Esto podríamos recomendarnos a cada parroquia evangélica: encuentra tu Calcuta, encuentra tus “galileos” de entre “los hombres que están en los basureros de la historia”[23] y, si te has convertido a Jesús, viértete en ellos.


3.3. Recursos escandalosos: la persona del Espíritu Santo. Aunque suene escandaloso, para proclamar el reino de Dios y encarnar “la fe que obra por el amor” (Gál.5,6), no dependemos en última instancia de habilidades humanas sino “las delicadas unciones del Espíritu Santo[24]. Jesús nos ofrece metáforas de cosas pequeñas como la semilla de mostaza, la levadura o la sal que, sin embargo, producen un fruto incomparablemente mayor al de su apariencia insignificante. Sigue vigente la vieja revelación del profeta que a, mi parecer, aún no hemos explorado del todo: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (Zac.4,6).

El vivir cristiano es dinámico, arriesgado, comprometido, sostenido en el tiempo, sólo cuando una fuerza interior remueve, conmueve y le mueve, cuando un Viento poderoso impulsa las velas de su alma: el Viento de la persona del Espíritu Santo, regenerador y moldeador del carácter de Jesús en las entrañas de sus discípulos.[25] Esta reivindicación permanente de la transformación del vivir, de la mano del Espíritu Santo, está en el corazón de nuestra herencia teológica que, como nos recuerda Samuel Escobar, es más deudora de la Reforma radical del siglo XVI y los posteriores movimientos protestantes de santidad y avivamiento que de la, a veces, rancia ortodoxia reformada[26].

Es de todos conocida la afirmación de K. Rahner, en una conferencia de 1966: “el cristiano del futuro será místico o no será”. Merece la pena recordar la cita completa: “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales. Para tener el valor de mantener una relación inmediata con Dios, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana.”[27]

Un cristianismo desprovisto de su naturaleza sobrenatural será apenas un humanismo mediocre, será esa iglesia de la que se lamenta Alex Sampedro: “Tengo oro y tengo plata pero el cojo ya no anda”.[28] Sólo la persona del Espíritu Santo puede llevarnos de las palabras a la demostración del poder transformador del Evangelio. “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1ªCor.4,20). La enseñanza de la Escritura a vivir en el Espíritu y no en la carne, en nuestra propia capacidad, sigue siendo pertinente (Gál.3,3). Tal fue el testimonio del apóstol Pablo en su vida así como en su ministerio: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Rom.15,18-19). “… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ªCor.2,4-5).

A mi parecer, necesitamos teología pero también teofanía, estudio de Dios pero también manifestación de Dios, “experiencia de Presencia” entendida como el trato íntimo con el Abba Padre al que Jesús nos invita, llevados de la mano por el Espíritu Santo; un trato íntimo que se cultiva a diario con los recursos clásicos de las disciplinas espirituales, individuales y comunitarias (oración, estudio, meditación, silencio, ayuno, discernimiento comunitario de la voluntad de Dios, …).


4. MIMBRES: PERSONAS ESCANDALIZADAS Y ESCANDALOSAS. ¿Con qué mimbres se construyen parroquias, comunidades así, que trastornan el mundo (Hch.17,6) con el poder transformador del Evangelio de Jesucristo? Con hombres y mujeres imperfectos, pero fascinados por la locura de la Cruz, por el escándalo del amor desmedido del Crucificado y que le siguen en obediencia hasta sus últimas consecuencias. Personas que no se dejan impresionar por la sobredosis de cordura humana, de rigor humano que cuando contamina a las iglesias las reduce a una variante religiosa del “rigor mortis”. Personas con un imprescindible punto de locura porque “los santos son los locos de Dios”[29].

Un seguimiento así llevó al apóstol Pablo a perder todo lo que es de valor en términos de sensatez humana. Y, sin embargo, hacia el final de su vida, anciano y encarcelado, aún gritaba enloquecido pero no alocado: “lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filip.3,8). Ateos (Hch.26,24) y cristianos le llamaron loco a menudo, e irónicamente respondía a estos últimos: “toleradme un poco de locura” (2ªCor.11,1); sí, decía, soy “loco para Dios” (2ªCor.5,13 –“locos para darle gloria a Dios” NTV).

A la luz de su testimonio, y el de tantos otros discípulos arriesgados de Jesús, generación tras generación, a la luz de “tan grande nubes de testigos” (Heb.12,1), tiene sentido decir: “Quien ante Jesucristo no se vuelve loco es que no cree en Jesucristo.”[30] La fascinación por Jesús que nos conmueve y remueve es nada sino nos mueve también en obediencia arriesgada. El seguimiento a Jesús puede entenderse de mil maneras pero sólo una corresponde a la enseñanza del mismo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí [seguirme], niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt.16,24). Paradójicamente: “todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mt.16,25).

¿Dónde están hoy esos discípulos, esas comunidades locas por Jesús? El poeta León Felipe, casado con una metodista mexicana, escribió: “Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. (…) Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.”[31] Vivimos un tiempo amenazante, tanto que muchos advierten del desplome inevitable de nuestra civilización; fin de la civilización fósil lo llaman.[32] Podemos escondernos en una religiosidad de auto-consumo para alimentar la auto-satisfacción. O podemos levantarnos para anunciar, viviéndola, la esperanza poderosa del Evangelio. San Agustín escribió lo mejor de su producción teológica cuando los bárbaros estaban a las puertas del imperio. Teólogos alemanes como Helmut Thielicke, tras la segunda guerra mundial, predicaron desde el sermón del monte: “la vida puede comenzar de nuevo”[33]. Nosotros en esta hora tenemos la responsabilidad de pensar más en nuestra misión que en nuestra seguridad[34], la oportunidad de anunciar el Evangelio transformador de Jesucristo, encarnándolo en nuestras vidas y comunidades, mostrando así la cultura del reino de Dios, que es contra-cultura. Nosotros, en Cristo, “contra viento y marea nos tememos lo mejor” (Ani Ruiz), como los dolores de parto que alumbran una nueva vida. “Esa esperanza [contra toda esperanza] es una de las claves del mensaje de Dios para nuestro tiempo, en una generación cínica por excelencia” (Ani Ruiz).

“Lejos de ser una utopía, el reinado de Dios toma forma hoy dondequiera que su pueblo vive por fe, y bajo la unción de su Espíritu, la vida del reino. Es la vida del reino vivida una vez por Jesús de Nazaret, descrita en el Sermón del Monte, practicada por la Iglesia apostólica primitiva, e intentada por grupos de discípulos a lo largo de los siglos a pesar de las presiones diabólicas de este presente siglo malo. Es la vida del reino de Dios, ya presente entre nosotros, que un día por la gracia maravillosa de Dios abarcará a todo el universo. ¿Utopía? ¡No! Es la única forma realista de vivir hoy, a la luz del mañana glorioso que nos espera.[35]

 



[1] Eugene Peterson: The Contemplative Pastor: Returning to the Art of Spiritual Direction. Eerdmans, 1993. Pg. 8.

[2] Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la Iglesia. El Paso, Tx.: Editorial Mundo Hispano, 2006. Pgs. 11-118.

[3] Juan Driver: La obra redentora de Cristo y la misión de la iglesia. Grand Rapids, Mi.: Nueva Creación, 1994. Pg. 261.

[4] La palabra “parroquia” procede del sustantivo griego “paroikía”, o del verbo “paroikéo”, que en el griego clásico significa “vivir junto a”, “habitar cerca”; el adjetivo “paroikós” significa “próximo”; por lo tanto, forman la parroquia los que “viven junto a” o “habitan en vecindad”.

[5] Eugene Peterson: Así hablaba Jesús. Miami, Fl.: Editorial Patmos, 2012, Pg. 9.

[6]David Orea Luna: Reverenditis: estudio de una enfermedad vieja. Opúsculo. Pág. 2. El autor era presidente de la Iglesia Luterana de México y el texto apareció también en la revista “El Predicador Evangélico”, de Buenos Aires, de Junio de 1959.

[7] John H. Yoder: El ministerio de todos. Colombia: CLARA, 1995.

[8] Juan Driver: Comunidad y compromiso. Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1974. Pg. 69. “Nosotros somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Él. Desde esta realidad del Nuevo Testamento es imposible inferir que el liderazgo cristiano sea jerárquico, sino que es la continuidad delegada de un carácter, de una manera de hacer, de ejercer un don, en un ámbito de igualdad fraterna con todos. (…) La teoría de la normatividad de Jesús en el liderazgo (léase ‘servicio’), dio lugar a un experimento demostrativo en una estancia que no parecía un laboratorio, y utilizó un elemento tan sencillo como el agua y unos aparatos tan rudimentarios como una toalla y un lebrillo. (…) No sólo es impensable la jerarquía, sino que hay un imperativo de igualdad y mutualidad.” (Juan Solé: “La renovación del liderazgo”. In ALETHEIA: Nº 60, 2/2021. Pgs. 60-61. El artículo fue publicado inicialmente en la misma revista en 1996). “En la iglesia el culto solo se le debe a Dios, no al líder. Nuestras armas son espirituales; la manipulación, el control de las conciencias, el uso de represalias y del miedo, la condena al ostracismo de los disidentes, etc. son armas ilícitas que solo utilizan los que no saben nada del Buen Pastor de las ovejas, a quien estas siguen porque conocen su voz, la voz de aquel que las cuida y las mima, al punto de estar dispuesto a dar su vida por ellas.” (José Mª Baena: Pastores para el siglo XXI. Viladecavalls: Editorial CLIE, 2018. Pg. 169).

[9] Cfr. Coenen, L., Beyreuther, E., Bietenhard, H.: Diccionario teológico del Nuevo Testamento, vol. II. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1985. Pgs. 96-101.

[10] Timothy Keller: Iglesia centrada. Miami: Editorial Vida, 2012. Pg. 34.

[11] René. Padilla: “La palabra de Dios y las palabras humanas”. Pensamiento Cristiano, nº 100, 1984.

[12] Mahatma Gandhi: Mis experiencias con la verdad. Autobiografía. Madrid: Editorial Eyras, 1981. Pgs. 142-143.

[13] René Padilla: “La palabra de Dios y las palabras humanas”. In Pensamiento cristiano, nº 100, 1984.

[14] El verbo provocar procede del latín provocare (llamar para hacer salir, estimular, provocar, desafiar), compuesto del prefijo pro- (hacia adelante), y el verbo vocare (llamar).

[15] Byung-Chul Han: La expulsión de lo distinto. Barcelona: Editorial Herder, 2017. Pg. 110.

[16] Byung-Chul Han: La expulsión de lo distinto. Barcelona: Editorial Herder, 2017. Pg. 120.

[18] Emmanuel Buch: “Un cristianismo sin prójimo no es cristianismo”. In … Y a tu prójimo como a ti mismo. Valls: Ediciones Noufront, 2021. Pgs. 20-21.

[19] Ronald Sider: Rich Christians in an Age of Hunger. London: Hodder & Stoughton, 1990. Pg. 215.

[20] René Padilla: Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1986. Pgs. 24-25.

[21] Inés Parreño: trabajo de clase para la asignatura de Ética cristiana. Madrid: Centro de Estudios Teológicos Carisma, 2022. Inédito.

[22] Shane Claiborne: The Irresistible Revolution. Grand Rapids, Mi.: Zondervan, 2006. Pg. 89.

[23] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 296.

[24] San Juan de la Cruz: “Llama de amor viva”. In Obras completas. Madrid: B.A.C., 1994. Pg. 1011.

[25] “Lo espiritual está íntimamente vinculado a lo cotidiano. En Rom.8,9-11 hay una afirmación rotunda de que Dios por su Espíritu ha venido a habitar en nuestra persona humana. La señal de que uno pertenece a Cristo es que tiene dentro de su persona esta nueva vida. Esta presencia del Espíritu en nosotros es una presencia transformadora. El poder que se manifestó al resucitar a Cristo de entre los muertos se manifiesta ahora en nuestra redención moral que implica un cambio de vida.” Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la Iglesia. El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2006. Pgs.36-37.

[26] Samuel Escobar: Espiritualidad y Misión. Madrid: Facultad de Teología, UEBE. Inédito.

[27] Karl Rahner: “Espiritualidad antigua y nueva”. In Escritos de Teología, VII. Madrid: Editorial Taurus, 1967. Pg. 25.

[28] Alex Sampedro: “Sal”. In Oleluya!!, 2011.

[29] Nguyen Van Thuan, cardenal católico vietnamita, encarcelado trece años por el gobierno comunista, de ellos nueve en régimen de aislamiento.

[30] Carlos Díaz: “Para Marcelino Legido”. In ACONTECIMIENTO, nº 143, 2022/2. Pg. 22.

[31] León Felipe: “Tampoco soy el gran loco”. In Poesías completas. Madrid: Visor Libros, 2010. Pg. 517.

[32] Antoine Bret: “Un colapso es posible”. In ACONTECIMIENTO, nº 138, 2021/1. Pgs. 10-12.

[33] Helmut Thielicke: Life can begin again. Philadelphia: Fortress Press, 1963.

[34] Cfr. Emmanuel Mounier: “Revolución personalista y comunitaria”. In Obras completas. Tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 447.

[35] Juan Driver: Militantes para un mundo nuevo. Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1978. Pgs. 140-141.

viernes, 27 de marzo de 2020

POBREZA DEL CRISTIANISMO, CRISTIANISMO DESDE LA POBREZA



1. ¿QUÉ FUE DE LOS PROFETAS?

Me preguntan por los problemas del cristianismo. Creo que en esencia sólo hay uno, todo lo demás son circunstancias, facilitadoras unas, inconvenientes otras. Pero el problema del cristianismo, al menos de este cristianismo occidental, desdentado y obeso del que formo parte, somos nosotros los cristianos porque hemos perdido la capacidad profética y, aún peor, hemos perdido la voluntad profética. Dicho de manera gráfica, nuestro cristianismo: “tiene oro y tiene plata pero el cojo ya no anda”[1] (Alex Sampedro).

En alguna medida ese ha sido siempre el problema del cristianismo. Ya el apóstol Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo a “militar y sufrir penalidades” por causa del Evangelio (2ªTim.2,3ss), a través de una carta que el anciano apóstol escribía desde una celda a la espera de su ejecución precisamente por causa del Evangelio. Las epístolas del Nuevo Testamento están llenas de amonestaciones similares porque, asombrosamente, ya en el primer siglo, entre dentelladas de los leones y amenazas de espada, algunos intentaban servirse del Evangelio como fuente de “ganancia deshonesta” (Tito 1,11), verdaderos “enemigos de la cruz de Cristo … cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza” (Filipenses 3,18-19). Y muchos se conformaban con una vivencia cristiana que era una pose desprovista de vida, tanto que se hacía necesario recordar aún lo más obvio (“el que hurtaba, no hurte más”, Efesios 4,28), porque no pocos creían como cristianos pero vivían como paganos.

Es fácil rastrear ese mismo exhorto a un vivir cristiano auténtico, generación tras generación. Sin necesidad de buscar en pasados remotos podemos recordar las amargas diatribas de Kierkegaard contra la “cristiandad” desde las páginas de su diario El Instante: “ha triunfado bajo el nombre de cristianismo una formidable canallada”[2] Aún los títulos elegidos para algunos textos son reveladores: La cristiandad difunta (Emmanuel Mounier), El malentendido de la Iglesia (Emil Brunner), La subversión del cristianismo (Jacques Ellul). En ellos y en tantos otros se llora el mismo pecado: la ausencia de profetas, hombres y mujeres que proclamen el reino de Dios encarnándolo en sus propias vidas, creando con su vivir una cultura que no puede ser otra cosa que contra-cultura, en medio de un mundo rebelde para con Dios y cainita para con el semejante. Demasiada gracia barata en los templos, volvería a lamentar D. Bonhoeffer desde la elevada plataforma de su patíbulo.

Y en eso llegó Mounier. A unos meses de cumplir veintitrés años, escribe a su hermana: “¡Oh, los espíritus limitados, las personas sentadas en una cátedra, en la tribuna [en el púlpito], en sus butacas, las personas satisfechas, los inteligentes, los u-ni-ver-si-ta-rios …! Ya ves, es necesario a cualquier precio que hagamos algo por nuestra vida. No lo que los demás ven y admiran, sino la proeza que consiste en imprimir el infinito en ella.”[3] Vivir, pues, la fe cristiana como una vida profética, encarnacional, un vivir expuesto al modo de Abraham quien no sólo tuvo que salir de su tierra y salir de su familia sino, sobre todo, salir de sí mismo para lanzarse a una vida arriesgada, saliendo sin saber adónde aunque sí con Quien, al sólo impulso de la sola fe.

La trayectoria intelectual y, sobre todo vital, de Mounier está cargada de esa espiritualidad dinámica, tejida con hondas raíces interiores y abundantes frutos en el exterior; una insatisfacción con el “desorden establecido” aún dentro del cristianismo que le resulta insoportable tal como escribe en Octubre de 1932, a los veintisiete años: “aunque estuviéramos seguros del fracaso, nos pondríamos en marcha de todas formas, porque el silencio se ha convertido en intolerable.”[4] Con un rechazo total del vivir cristiano aburguesado, camuflado en forma de falsa espiritualidad: “El cristiano había llegado a ser un hombre que no iba ya a prisión. (…) El cristiano se había instalado en la seguridad general. Era bueno lo que no perturbaba los ritos, malo lo que introducía una pizca de inquietud, fuera para mal o para bien.”[5] Con una perspectiva nítida que le acompañará toda su vida: “centrar mi acción en el testimonio y no en el éxito”.[6] Su testimonio desvela el abismo que separa un seguimiento de Jesús arriesgado, de un cristianismo que se traiciona a sí mismo y nos fuerza a preguntarnos cómo librarnos de la muerte dulce que provoca el monóxido de carbono espiritual, esa somnolencia mortal del alma cristiana.


2. EL IMPULSO DEL VIENTO

Es de todos conocida la afirmación de K. Rahner, en una conferencia de 1966: “el cristiano del futuro será místico o no será”. Merece la pena recordar la cita completa: “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales. Para tener el valor de mantener una relación inmediata con Dios, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana.”[7] Experiencia, vivencia personal. Efectivamente, como diría A. Camus: “nunca he visto a nadie morir por el argumento ontológico”[8]. El vivir cristiano será dinámico, arriesgado, comprometido, sostenido en el tiempo, sólo si una fuerza interior le conmueve y le mueve, si un Viento poderoso impulsa las velas de su alma: el Viento de la persona del Espíritu Santo, regenerador y movilizador, moldeador del carácter de Jesús en las entrañas de sus discípulos. En esta vivencia pensamos cuando pensamos en un cristiano místico: “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor” (2ª Corintios 3,18b).

No, no se trata de “mermelada espiritual”, ni de una “piedad bovina”[9], nada que tenga que ver con “un pietismo sin alma y sin acento”[10]. Como advertía Teresa de Jesús: “de devociones a bobas nos libre Dios”[11]. Sin embargo, un cristianismo desprovisto de su naturaleza sobrenatural será apenas un humanismo mediocre. El desafío de todo discípulo de Jesús que se quiere profeta para consigo mismo y ante los otros es descubrir y participar de la misma experiencia del apóstol Pablo: “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª Corintios 2,4-5). Porque, en definitiva: “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1ªCorintios 4,20).

Don´t panic. Toda espiritualidad cristiana genuina, toda vitalidad del Espíritu, si es auténtica, no es autocancelante, no se diluye en fuegos de artificio interior sino que se vierte hacia afuera, al encuentro comprometido, responsable, con el semejante. No podría ser de otra manera porque esa es la peculiaridad del Evangelio de Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10,27). No hay trato íntimo con Dios o liturgia pública genuina, que no nos acerque a la vez al prójimo, sobre todo al más pobre. Así lo advertía ya la Ley en el Antiguo Testamento y así lo recordaron una y otra vez los profetas antiguos: “¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e ira tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia.” (Isaías 58,5-8). Conviene recordar, para hacer justicia, que Rahner, al tiempo que hablaba de un “cristiano místico” insistía en otro rasgo propio del cristiano del futuro: “el servicio al mundo como espiritualidad”. Dicho a la manera del apóstol Juan: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1ª Juan 4,21).


3. SI QUIERES EVANGELIO, VIVE LA POBREZA

Volvemos a Mounier porque su convicción intelectual y su compromiso social le fueron llevando no sólo al descubrimiento de los pobres, si no al desafío de la vivencia cristiana en términos de despojamiento personal y de pobreza material, asumidas personalmente. Dos días antes de fallecer escribió al sacerdote André Depierre, “no estaremos totalmente al lado de Cristo mientras no tengamos roce con estos marginados (….) No se crea que al pedirle esto quiero pagar el diezmo de una buena conciencia; pero querría, junto con mi mujer, dar al menos un poco y prepararme para el día en que quizás los acontecimientos nos empujen a darlo todo”[12]

Los gitanos son ladrones, los que duermen en la calle, borrachos que no les gusta dormir en albergues, los emigrantes quieren vivir de la caridad, los refugiados son terroristas infiltrados, los drogadictos no se quieren rehabilitar, …Todos son “galileos”, de ellos no puede venir nada bueno (Jn.1,46), todos “huelen mal” (película Parásitos, de Bong Joon-ho, 2019). Así nos cobijamos en un cristianismo que es como el agua: incolora, inodora, insípida. Así nos negamos al cristianismo que Jesús nos reclama: ser como Él, misericordiosos como Él, a quien reprochaban precisamente ser galileo y juntarse con “galileos”: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (Lc.15,2). ¿Cómo no escuchar junto a Jesús el grito de “los hombres que están en los basureros de la historia”[13]? Y no, no es suficiente ayudar a los pobres, es necesario hacerse pobre entre los pobres, miserable en medio de la miseria, porque sólo en ese locus theologicus crece la auténtica misericordia.

¿Problemas del cristianismo? Yo soy un problema del cristianismo mientras no responda arriesgadamente a la invitación de Jesús: “sígueme, tú” (Juan 21,22), mientras reduzca mi supuesta autocrítica a una forma sutil de vanidosa presunción, falsa modestia que se agota en su propia exhibición autocomplaciente. Yo, más sacerdote que profeta, más franciscano de apariencia que de corazón, que poco sabe de vivir por fe porque recibe su sustento de una comunidad que renunciaría a cualquier cosa antes que faltar a su compromiso económico en mi favor. He cumplido sesenta y un años, muy tarde para perder tiempo, pero aún a tiempo para algunos cambios si son de calado y no cosméticos, tarde para experimentos adolescentes pero urgido por la urgencia del tiempo que se agota. Hacer algo con la vida que se me dona y que merezco donándola, algo que lleve el sello de lo eterno “en medio de un mundo que parece estremecerse” (Amalia Martín), en lugar de sucumbir a la vagancia del alma. “Que nos tiemblen las piernas, pero allá donde nos tengan que temblar”, suele repetir Carlos Díaz. ¿Dónde me han de temblar a mí? ¿Me podrá más la pereza que la conciencia? ¿el miedo más que el abrazo de la pobreza? To be continued …


ORACIÓN FINAL. “Arrástranos [Señor] con el fuego del Espíritu a las mismas huellas de tu encarnación. Aliéntanos a bajar a las partes más bajas de la tierra, a las tiendas de campaña en donde peregrinan los pobres. Aliéntanos a despojarnos de todo lo que tenemos, para compartir el gesto de tu gracia, que te arrastró a hacerte pobre, para enriquecernos con tu pobreza. Y condúcenos, Señor, más abajo todavía. Arrástranos a vaciarnos en el rostro de los pobres y crucificados, desde la hondura, la anchura y la altura de tu amor, ejercido en tu forma de ser siervo.”[14]




[1] Cfr. Hechos de los Apóstoles 3,6. Los textos bíblicos que citaremos están tomados de la versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y revisada finalmente en 1960. Es la versión más popular entre el protestantismo de habla hispana.
[2] Soren Kierkegaard: El Instante. Madrid: Editorial Trotta, 2006. Pg. 65.
[3] Emmanuel Mounier: carta a su hermana Madeleine Mounier, el 12 de Enero de 1928. Mounier y su generación. Correspondencia, conversaciones. In Obras Completas, tomo IV. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1988. Pg. 486.
[6] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. In Obras Completas, tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 381.
[7] Karl Rahner: “Espiritualidad antigua y nueva”. In Escritos de Teología, VII. Madrid: Editorial Taurus, 1967. Pg. 25.
[8] Albert Camus: El mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial, 1999. Pg. 13.
[9] Carlos Díaz: Memorias de un escritor transfronterizo. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2019. Pgs. 40, 259.
[10] Emmanuel Mounier: Revolución personalista y comunitaria. In Obras Completas, tomo I. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1992. Pg. 441.
[11] Teresa de Jesús: Libro de la Vida (V 13,16). In Obras Completas. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2000. Pg. 77.
[12] Emmanuel Mounier: carta del 20 de Marzo de 1950. Mounier y su generación. Correspondencia, conversaciones. In Obras Completas, tomo IV. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1988. Pg. 941.
[13] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 296.
[14] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 323.