martes, 18 de junio de 2024

¿CONVENCIDOS DE SU AMOR? 1ª Juan 4,16b-21

 

Como un perrito que, asustado, huye del abrazo de quienes le aman cuando le sobresalta un estruendo, así nos sucede a algunos de nosotros con nuestro Padre celestial: no confiamos del todo en su abrazo, en el abrazo incondicional del padre al hijo pródigo, al que mira como hijo mientras éste se siente como un cerdo. Es comprensible: qué difícil entender que Dios nos ama de manera perfecta, cuando las relaciones humanas dan motivo para temer y desconfiar y son causa de decepciones y desengaños. Pese a todo, podemos alcanzar una comprensión más honda y viva del amor de Dios, que nos llene de confianza y de paz, ante el presente y ante la eternidad.

 

1. LA VIDA EN EL AMOR. Muchos traductores y estudiosos inician un nuevo párrafo a partir del v.16b. “La razón de esta forma de dividir el capítulo es que hay cierto paralelismo en cuanto a la palabra amor en 4:7, 4:11 y 4:16b. Estos versículos, y las secciones que representan, desarrollan el tema del amor.”[1]

“Dios es amor” (v. 16b). Esa declaración ya ha sido dicha varias veces antes. Un amor gratuito, universal y eterno, ofrecido en Jesucristo a todos sin excepción (Jn.3,16; 1ªTim.2,4; Tit.2,11) Ahora tiene el propósito de afirmar la confianza en la ternura del Padre, echar fuera toda forma de miedo (para con Dios y con la vida) y exhortar a reproducir ese amor para con los semejantes.

“Se ha perfeccionado el amor en nosotros” (v. 17). El amor de Dios se ha manifestado en plenitud entre nosotros. ¿Cómo? En que Dios “nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (v.10). Esa es la base de nuestra confianza plena en el favor de Dios, ante el juicio y ante la vida: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom.8,31-32). La convicción del amor de Dios está en la Cruz de Jesucristo en favor de todos nosotros. No puede estar en las circunstancias que componen nuestra biografía porque el marco de esta vida terrenal es un marco de dolor por causa del pecado que la contamina: “Todos los días tienen su pena grande o su preocupación pequeña.”[2] Dicho por Jacob: “pocos y malos han sido los días de los años de mi vida” (Gén.47,9). O en palabras de Job: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores” (14,1)

“El que ama a Dios, ame también a su hermano” (vv.19-21). El verdadero entendimiento de esta verdad no conduce a la autojustificación perezosa como algunos temen: una vida convencida, sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, “inevitablemente” (aunque imperfectamente) extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8). Amar es cumplir la Ley, cumplir la voluntad de Dios: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Rom.13,10). Dicho en términos poéticos: “el amor es la belleza del alma”[3].

 

2. ¿TEMOR EN EL AMOR?

“El que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (v. 18). ¿Qué significa esa frase tan enigmática? Algunas versiones enfatizan que debemos llegar a amar a Dios perfectamente: “Por eso, el que teme, no ha llegado a amar perfectamente” (Dios habla hoy); “La por i el càstig van junts; per això només té por el qui no estima Déu plenamente” (Biblia interconfesional, català).

La mayoría de las versiones, sin embargo, enfatizan la necesidad de entender plenamente el perfecto amor que Dios nos tiene. Ese es el énfasis más preciso considerando los versículos anteriores, en particular el v.17. Esta es la traducción (libre) que más me gusta: “No hay por qué temer a quien tan perfectamente nos ama. Su perfecto amor elimina cualquier temor. Si alguien siente miedo es miedo al castigo lo que siente, y con ello demuestra que no está absolutamente convencido de Su amor hacia nosotros” (v.18 paráfrasis: “La Biblia al día”).

“Juan nos dice cómo puede comprobar cada uno cómo ha progresado en el amor; mejor dicho, cómo el amor ha progresado en él”[4]. Porque: “cuanto más dentro penetra el amor, más fuera es arrojado el temor”[5]. Si temo, si dudo del perdón divino, de su plena aceptación, incondicional y universal, es que, aún no estoy plenamente convencido de su amor.

¿Cómo es posible que algunos (que son hijos de Dios) sigan teniendo miedo del Padre? ¿Cómo es posible que algunos duden de la aceptación, del abrazo del Padre, quien es amor? ¿Por qué permanece alguna medida de temor, de desconfianza práctica acerca de lo que Dios siente por mí? ¿Acaso no lo sabemos? ¿Acaso no lo creemos? Sí, pero todavía no como debemos saberlo y creerlo: en/por el Espíritu.

 

3. DEJARNOS CONVENCER POR EL ESPÍRITU.

En un ejercicio reflexivo podemos entender, creer, en el amor gratuito de Dios para con todos nosotros en Jesucristo; incluso la afirmación según la cual: “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom.5,20b). Pero si esa verdad no termina de calar en nuestras entrañas, sigue quedando un poso de desconfianza: “quizás Dios ame así a otros, ¿pero a mí? No lo puedo creer porque yo no lo merezco.”. Y es que, como alguien dijo, la distancia más grande es la que va de la cabeza al corazón, de la comprensión a la vivencia. Quizás por eso el Salmo 136 insiste machaconamente que “para siempre es su misericordia”.

Comprendo y experimento el amor que Dios me tiene, no por vías intelectuales, sino espirituales, por la manera en que somos enseñados y convencidos por el Espíritu Santo: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1ªCor.2,13), Y es que las cosas que son del Espíritu de Dios “se han de discernir espiritualmente” (1ªCor.2,14b).

Por eso el apóstol Pablo ora al Padre para que “nos fortalezca con poder en el hombre interior por su Espíritu” y así comprendamos debidamente el amor que Dios tiene por nosotros (cfr. Ef.3,14-17). “Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios” (Ef.3,18-19) (Biblia interconfesional).

Este es uno de los ministerios de la persona del Espíritu Santo en nuestras vidas, del Ayudador (parakletós, Jn.14,16): “él os enseñará todas las cosas” (Jn.14,26), “él os guiará a toda la verdad” (Jn.16,13). El Espíritu Santo es “la unción” que “os enseña todas las cosas” (1ªJn.2,27). Hay un tiempo para estudiar y hay un tiempo para dejarse enseñar, convencer en las entrañas (Teresa de Jesús): esa es labor del Espíritu Santo. Y nada ni nadie más puede hacerlo como Él lo hace. Por eso debemos aprender a callar y esperar confiadamente en Él y su acción en nuestro interior.


Mi respuesta. Una buena manera de medir nuestra comprensión real del amor gratuito de Dios es comprobar si podemos reproducir alguna medida de ese carácter en nuestra relación con los demás. El apóstol lo enseña a Tito (3,3-8): la experiencia del amor recibido tiene un impacto transformador como ningún otro estímulo puede producir (sea miedo, responsabilidad, etc). “Me di cuenta que era cristiana porque podía perdonar”, me dijo una hermana. Como decíamos al principio, una vida sumergida en el amor gratuito recibido de Dios, extiende el mismo carácter a su alrededor: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt.10,8).

Pero mucho más importante que este fruto es cuidar su raíz, su origen: la enseñanza del Espíritu Santo en nuestras entrañas, del universal, incondicional y gratuito amor de Dios en Jesucristo para con todos nosotros. No te apresures para pensar, razonar, o hacer: toma tiempo, todo el tiempo necesario, para venir delante del Espíritu del Señor, en silencio, confiadamente, para dejarte enseñar, para dejarte convencer por Él, para dejarte cautivar de su mano por el amor acogedor del Padre. El creciente “entendimiento espiritual” de esa verdad transformará tu vida de forma creciente: 1) te acercará en amor al Padre, 2) te acercará en amor a tus semejantes, y 3) te afirmará en Él ante las exigencias de la vida.



[1] S. Kistemaker: Santiago y 1-3 Juan. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1992. Pg. 386.

[2] Victor Hugo: Los miserables. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Volumen 2. Pg. 180.

[4] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 160.

[5] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de San Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 163.


martes, 11 de junio de 2024

SOÑAR LOS SUEÑOS DE DIOS (Joel 2,12-32)

 

El gran peligro del bienestar es la autocomplacencia, que se diagnostica por un síntoma definitivo: se pierde la capacidad de soñar. A veces en el contexto evangélico se invita a “visualizar” como una experiencia mágica; no comparto esa idea pero imaginar, soñar, son prácticas legítimas, si están bien orientadas. Yo quiero animaros a soñar sueños para vuestro futuro personal y, sobre todo, para el futuro de la iglesia; no cualquier sueño sino los sueños de Dios.


1. SOÑAR SUEÑOS, VER VISIONES. “Vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2,28b).

El libro de Joel 1) describe un tiempo de grave necesidad del pueblo, en su caso por causa del pecado, 2) llama a clamar intensamente a Dios a toda la comunidad unida en asamblea, ancianos, bebés, niños y jóvenes, pueblo y liderazgo, y 3) promete de parte de Dios un tiempo futuro espléndidamente bendecido: “… hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite. Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, …” (2,23-25).

Las promesas de bendición no sólo son para restaurar en el presente lo perdido en el pasado sino que se extienden al futuro: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.” (2,28). Y sigue una enorme relación de prodigios y bendiciones futuras.

 

2. ATRÉVETE A SOÑAR. La Ilustración del siglo XVIII acuñó la expresión “sapere aude”: atrévete a saber, atrévete a pensar. Yo os animo: “atrévete a soñar”; de otro modo, perder la ilusión es comenzar a morir. Atrévete a soñar, a imaginar, realidades magníficas. Lo bueno de los sueños, de la imaginación, es que no conoce límites. “No tenemos sueños pequeños”, decía un anuncio de la lotería; es verdad.

“I have a dream”, gritó Martin Luther King: “Yo os digo hoy que, aun cuando nos enfrentamos a las dificultades de hoy y mañana, yo todavía tengo un sueño. (…) Yo tengo el sueño de que un día, en las rojas montañas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos podrán sentarse juntos a la mesa de la hermandad. (…) Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su personalidad. (…) Yo tengo el sueño de que, un día, todo valle será elevado, todo cerro y montaña será aplanado. Los lugares ásperos serán alisados, los torcidos serán enderezados. (…)” (Washington, 28 Agosto 1963)

Yo os animo a soñar un futuro magnífico para nuestra iglesia. Es la virtud de la imaginación, que hace parecer posible lo que aparentemente es imposible, más allá de las limitaciones presentes. Por eso la capacidad de soñar es pariente cercano de la fe, se alimentan mutuamente.

 

3. SOÑAR LOS SUEÑOS DE DIOS. Hay un límite a nuestros sueños para la iglesia, como para los sueños más personales, como hijos de Dios. Si queremos que nuestros sueños se hagan realidad, deben ser los mismos sueños que sueña Dios.

“Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; más tú, teme a Dios” (Ecl.5,7). “Hablar no cuesta nada, es como soñar despierto y tantas otras actividades inútiles. Tú, en cambio, teme a Dios” (NTV). En ocasiones confundimos los sueños con los antojos, los caprichos, la imitación a otros, la reproducción de estrategias leídas en un libro o escuchadas en una conferencia, …No queremos esos sueños, queremos hacer nuestros los sueños específicos que el Señor de la iglesia tiene para nosotros. “Queremos sumarnos a lo que Dios está haciendo y quiere hacer”.

Aquí Joel tiene también enseñanza para nosotros: esa actitud de búsqueda intensa, comunitaria, compartida por todos los círculos de la iglesia, búsqueda de la voluntad del Señor para nosotros, para hoy y para mañana.

Esa es nuestra parte, imprescindible en actitud y en intensidad: estar a la escucha de la dirección del Viento, para izar las velas en la posición adecuada para que el Viento impulse la nave. Y así “discernir los signos de los tiempos”: cambiar la orientación de las velas conforme cambie la dirección del Viento; de otro modo, si perdemos el impulso del Viento, la nave iría perdiendo velocidad y rumbo hasta quedar detenida en medio del océano.

 

4. EL SUEÑO PARA EL QUE LO TRABAJA (EN EL ESPÍRITU). Los sueños no son ensoñaciones que se agotan en suspiros melancólicos pero no mueven la voluntad; al contrario, se traducen en “acción que de forma activa llevan el sueño a su despertar” (Carlos Díaz).

Acción, sí, pero a impulsos del Espíritu Santo, no confiados en capacidades humanas. Desde la perspectiva del reino de Dios: “nadie será fuerte por su propia fuerza” (1ºSam.2,9). La presencia activa del Espíritu Santo en medio de la Iglesia, desde Pentecostés hasta hoy, marca la diferencia entre una organización humana y un organismo poderoso que manifiesta el poder de Dios.

 

Mi respuesta. “Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones: grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres.” ( Salmo 126,1-3)

No, no tenemos sueños pequeños. Los sueños de Dios para nosotros son grandes. Es tiempo de alentarnos a buscar el rostro del Señor, estar activamente a la escucha de Su voz para hacer nuestros esos sueños y conquistarlos en el poder del Espíritu. Amén.


miércoles, 22 de mayo de 2024

¿DE QUIÉN SON LAS OVEJAS?


Jesús libera a las personas. Algunos pastores pretenden esclavizarlas. El único Señor de las personas es Jesús, el Príncipe de los pastores (1ªP.5,4). A los pastores nos corresponde cuidarlas en Su nombre; cuidarlas sin apropiarnos de ellas, ni de su voluntad. En palabras de Agustín de Hipona, comentando el texto del Evangelio de Juan capítulo 21, 15 ss: “Si me amas, dice Jesús a Pedro, no pienses en apacentarte a ti, sino a mis ovejas como mías. Apaciéntalas como mías, no como tuyas, busca mi gloria en ellas, no tu gloria; mi dominio, no tu dominio; mis intereses, no los tuyos.”[1]

 

¿QUÉ MINISTERIO?

Dicho a la manera de Juan el bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn.3,30). ¿A quién nombra la gente cuando recibe mi ministerio? ¿El mío? ¿Acaso robo protagonismo y gloria a Jesús? Sin falsas épicas, reivindicamos una práctica ministerial del pastorado como una disposición cotidiana a morir a lo propio, en donación de uno mismo a los demás; un ejercicio cotidiano y generoso de “mayordomía del afecto”[2].

El carácter y el ministerio del pastor se modela a la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn.10,11), por el poder de la persona del Espíritu Santo. El apóstol Pedro llama a Jesús “Pastor y Obispo de vuestras almas” (1ªP.2,25), y a la luz del ejemplo de Jesús describe las características del ministerio pastoral (1ªP.5,2-3). De hecho, advierte que dicho ministerio de cuidado de las personas se ejerce sobre todo inspirándolas con el ejemplo del propio vivir (1ªP.5,3b), por más que siempre sea imperfecto. Las recomendaciones del apóstol Pedro ofrecen una sugerente clave ética, una ética bíblico-pastoral del cuidado pastoral que hacen del ejercicio del ministerio, del privilegio de servir en el nombre de Jesús y para la gloria de Jesús, su recompensa más propia.

El liderazgo servicial de Jesús se ofrece como modelo a los pastores y a partir de esa luminosidad el apóstol describe un ministerio centrado en “apacentar”, cuidar de las personas, en primer lugar de forma “voluntaria”, benevolente, de buena voluntad, con voluntad afectuosa; en segundo lugar “con ánimo pronto”, con buena disposición, ánimo cordial, no a impulsos del propio interés y menos aún interés económico; en tercer lugar siendo ejemplo humilde de toda la verdad que se enseña y anuncia. Y todo, hecho con una sola expectativa: el (sólo) reconocimiento del Señor Jesucristo, su “bien, buen siervo y fiel” (Mt.25,21). “El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos (Mr.10,43). Jesús ha unido así la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen; es totalmente profano y envenena a la comunidad. (…) Autoridad pastoral sólo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.[3]

 

¿QUÉ AUTORIDAD?

El sustantivo latino auctoritas (bien distinto de “potestas” -poder), procede del verbo augeo (conferir auge, aupar, elevar), cuyo pretérito perfecto es auxi (de donde deriva auxiliar, ayudar) y cuyo supino es auctum (convertirse en autor responsable) de donde procede la palabra autoridad. “La autoridad será buena, pues, cuando auxilie, cuando sirva, cuando aupe, cuando eleve al otro sobre los propios hombros.”[4]

La autoridad acompaña al pastor como la sombra a cualquier figura. Y el poder, como influencia, es vecino cercano de la autoridad. Y la influencia puede utilizarse de manera abusiva, manipuladora. En el caso del pastor, la autoridad viene dada por su posición en medio de la comunidad de fe. Sus predicaciones, sus consejos, tienen un a priori de credibilidad. Y fácilmente el pastor puede pervertir esa posición usándola en un ejercicio manipulador y abusivo de poder sobre los miembros de la congregación.

“Cuando el poder no se utiliza para hacer crecer a las personas sobre las que tenemos ascendente, sino para nuestro propio beneficio estamos haciendo un uso inadecuado del poder [influencia], por mucho que no haya clara intención de quererse aprovechar o aunque la otra persona consienta en ello. No pretendemos asustar a nadie, pero sí darnos cuenta de la inmensa responsabilidad que implica tener influencia sobre otros y de las fronteras poco claras que pueden llevarnos, fácilmente y no siempre con plena consciencia, a comportamientos de tipo abusivo.”[5]

El concepto cristiano de autoridad para el ministerio pastoral no puede ser otro que el claramente enseñó Jesús con sus palabras (Mt.20,25-28; 23,8-12; Mr.10,42-45; Lc.22,24-27), así como con su mismo ejemplo práctico con el lavamiento de los pies de sus discípulos (Jn.13,12-16) que, por cierto, no fue sólo un gesto de humildad sino la expresión visible de un concepto determinado de autoridad, que es normativo para sus siervos. “Nosotros somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Él. Desde esta realidad del Nuevo Testamento es imposible inferir que el liderazgo cristiano sea jerárquico, sino que es la continuidad delegada de un carácter, de una manera de hacer, de ejercer un don, en un ámbito de igualdad fraterna con todos. (…) No sólo es impensable la jerarquía, sino que hay un imperativo de igualdad y mutualidad.”[6]

Ese perverso sentido caudillista del ministerio que a veces se muestra, nada tiene que ver con el Evangelio y sí mucho en común con la vieja enfermedad de la “reverenditis”, que describía jocosamente un antiguo folleto evangélico: “La reverenditis es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación.”[7] Bien al contrario: “En la iglesia el culto solo se le debe a Dios, no al líder. Nuestras armas son espirituales; la manipulación, el control de las conciencias, el uso de represalias y del miedo, la condena al ostracismo de los disidentes, etc. son armas ilícitas que solo utilizan los que no saben nada del Buen Pastor de las ovejas, a quien estas siguen porque conocen su voz, la voz de aquel que las cuida y las mima, al punto de estar dispuesto a dar su vida por ellas.”[8]

La psicología y la consejería pastoral nos previenen contra la relación de dependencia que se establece en ciertos modelos de liderazgo. Toda forma de dependencia es psicológicamente nociva porque impide el proceso de madurez y de autonomía de la persona. El ministerio cristiano se ejerce como responsabilidad delante Dios por los creyentes y tiene como propósito alentar su crecimiento en la verdad y en madurez, animándoles a ser cada vez menos dependientes de los hombres y más dependientes (sólo) de Dios. “Cuando se enseña que uno ha de someterse al dominio de otro ser humano, hay que llamarlo por su nombre, esto es, control sectario.”[9] En palabras de Agustín de Hipona: “Mientras vaya retrasado respecto a ti, está en tu escuela; mientras sea ignorante, te necesita; tú pareces su maestro y él tu discípulo. Tú eres superior, pues eres su maestro, y él es inferior porque es tu discípulo. Si no quieres que sea igual a ti, es que pretendes que sea siempre tu discípulo. Y si quieres que sea siempre tu discípulo, es que eres un maestro envidioso. Y si eres un maestro envidioso, ¿eres realmente un maestro?”[10]



[1] Citado por Marcelino Legido: Contemplación. Madrid: Fundación Emmanuel Mounier, 2022. Pg. 116.

[2] Samuel Escobar: La Palabra: Vida de la iglesia. El Paso, Tx.; Editorial Mundo Hispano, 2006. Pg. 72.

[3] Dietrich Bonhoeffer: Vida en comunidad. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1982. Pgs. 86-87.

[4] Carlos Díaz: “Autoridad”. In Vocabulario de formación social. Valencia: DIM Ediciones, 1995. Pg. 44.

[5] Ianire Angulo Ordorika: “Ir más allá de la noticia. Asomarnos a la complejidad de los abusos en la Iglesia” In ACONTECIMIENTO, nº 150, 2024/1. Pg. 50.

[6] Juan Solé: “La renovación del liderazgo”. In ALETHEIA: Nº 60, 2/2021. Pgs. 60-61. El artículo fue publicado inicialmente en la misma revista en 1996.

[7]David Orea Luna: Reverenditis: estudio de una enfermedad vieja. Opúsculo. Pág. 2. El autor era presidente de la Iglesia Luterana de México y el texto apareció también en la revista “El Predicador Evangélico”, de Buenos Aires, de Junio de 1959.

[8] José Mª Baena: Pastores para el siglo XXI. Viladecavalls: Editorial CLIE, 2018. Pg. 169.

[9] Denny Gunderson: La paradoja del liderazgo. Una invitación al liderazgo servicial en un mundo hambriento de poder. Tyler, Tx: Editorial JUCUM, 2006. Pg. 84.

[10] Agustín de Hipona: Comentario a la primera carta de Juan. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pg. 148.

martes, 14 de mayo de 2024

CATARATAS EN EL ALMA


Supe de un prestigioso médico oncólogo que enfermó de cáncer pero se negó a aceptar su enfermedad. Cuando ya muy debilitado le hospitalizaron, protestaba contra el caos administrativo que claramente por error, decía, le habían ingresado en el área de oncología. De igual manera, con cierta frecuencia en la vida espiritual parecemos ciegos al pecado que nos habita. Es un trágico error porque sólo la confesión arrepentida, sin excusas, nos abre la puerta a la verdadera libertad de la vida cristiana.


1. EL PECADO PRODUCE CATARATAS EN EL ALMA. La advertencia de Jesús acerca del pecado está dirigida a “judíos que habían creído en él” (v.31). “Esta sección del discurso está dirigida a los que creen, pero no como se debe creer”[1]. Esta es la verdad para ateos y para cristianos: el pecado esclaviza, cada pecado pide más pecado. El pecado hace promesas que no cumple y, al contrario, contamina el alma.

1.1. El pecado es una membrana, una catarata que no deja ver a Jesús con claridad. Somos expertos en auto-justificarnos, en negar la verdad de nuestro pecado (rencores, carnalidad, valores desenfocados, …). Pero por más coartadas que busquemos, cuando “negociamos” y lo acogemos, el pecado ensucia nuestro ser y nos priva de comunión con Jesús. En definitiva: “todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v.34): “el que constantemente comete pecado; presente continuo; se podría traducir: el que vive en pecado.”[2]

1.2. El tratamiento para eliminar esa catarata del alma y así poder “ver” a Jesús está pautado, es claro: confesión y arrepentimiento. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ªJn.1,9). “Mientras callé [Mientras me negué a confesar mi pecado], se envejecieron mis huesos (…) Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” (Sal.32,3-5).


2. PERMANECER EN LA VERDAD ES LIBERADOR. La verdad que libera no es la verdad que se conoce sino la verdad que se vive.

2.1. Hay una vida nueva en Jesús, una vida limpia, sana, bienaventurada. Esa vida brota y se desarrolla a medida que “permanecemos en su palabra” (cfr. v.31): “si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros” (Jn.15,7). ¿Qué es “permanecer” en su palabra?: obedecerla, obedecer su enseñanza. Una imagen repetida en la Biblia lo ilustra: comer la palabra y que llegue al estómago, a las entrañas, y se haga vida (Jer.15,16; Ez.3,1-3; Apoc.10,9-10). Esa clase de vida, libera: “Andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Sal.119,45). Ese “permanecer” identifica al discípulo de Jesús, todo lo demás sólo son apariencias.

2.2. Ese es un ministerio del Espíritu Santo: tomar la letra de la Palabra y hacerla vida en nosotros. De otro modo, “La Escritura sin el Espíritu es como trabar batalla con una espada de papel.”[3] 

Parábola

Había un hombre que tenía una doctrina. Una gran

doctrina que llevaba en el pecho (junto al pecho, no

dentro del pecho),

una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del

chaleco.

La doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca, en un arca

como la del Viejo Testamento.

Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.

Entonces nació el templo.

Y el templo creció. Y se comió el arca, al hombre y a la

doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno

del chaleco.

 

Luego vino otro hombre que dijo: El que tenga una doctrina

que se la coma, antes de que se la coma el templo;

que la vierta, que la disuelva en su sangre,

que la haga carne de su cuerpo ...

Y que su cuerpo sea

bolsillo,

arca

y templo.[4]

Es entonces cuando la Palabra se convierte en la espada del Espíritu, una espada de dos filos, viva y eficaz, “… y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Heb.4,12-13)

2.3. “Si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v.36). Esa manera viva de conocer la verdad viva, libera: sana el alma, rompe las ataduras de pecado, toda esclavitud de lo malo. “Es la verdad salvadora. Es la verdad que salva a la gente de la oscuridad del pecado, y no la que salva de la oscuridad del error”.[5] Esa manera viva de conocer la verdad viva es conocimiento vivo de la Verdad, Jesús mismo, cara a cara, “transformados de gloria en gloria en la misma imagen [de Jesús], como por el Espíritu del Señor” (2ªCor.3,18).


Mi respuesta. “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.” (Jn.3,19-20). En ocasiones, somos capaces de engañarnos a nosotros mismos viviendo en la oscuridad de nuestra propia condición. Necesitamos pedir al Espíritu de Dios que traiga luz a través de la Palabra sobre nuestra realidad: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal.19,12)

Cuanto sufrimiento nos ahorraríamos si atendiéramos a Dios y volviéramos la espalda al pecado: “Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera” (Salmo 112,1). Señor, trae tu luz sobre mi vida, quita las cataratas de mi alma, déjame ver tu rostro para vivir en verdadera libertad.



[1] Leon Morris: El Evangelio según Juan, vol. 2. Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 58.

[2] G. Hendriksen: El Evangelio según San Juan. Michigan: SLC, 1987. Pg. 318.

[3] A. W. Tozer: Intenso. La vida crucificada. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2014. Pg. 250.

[4] León Felipe: “Parábola”. In Poesías completas. Madrid: Visor Libros, 2010.  Pg. 530.

[5] Leon Morris: El Evangelio según Juan, vol. 2. Terrassa: Editorial Clie, 2005. Pg. 61.

miércoles, 8 de mayo de 2024

EL SILENCIO HA LLEGADO A SER INSOPORTABLE (E. MOUNIER)

 

Más de treinta años después de escribir el texto que reproduzco más abajo*, mi sentir sigue siendo el mismo: mi amor por el pueblo de Israel es sincero pero no ciego, algunas de las prácticas del actual gobierno del estado de Israel me resultan de todo punto inaceptables.

Mi primer apellido, de origen judeo-alemán, me recuerda permanentemente el sufrimiento del pueblo judío: varios centenares de hombres y mujeres con mi mismo apellido, la mayoría originarios de la Europa oriental, fueron espantosamente asesinados en los campos de exterminio nazi. ¿Cómo olvidarlo? ¿Y cómo olvidar la diabólica monstruosidad cometida por los terroristas de Hamas el 7 de Octubre de 2023 contra más de 1.200 hombres y mujeres, ancianos y niños?

Y ¿cómo no decir en voz alta que me horroriza la respuesta del gobierno israelí que ha causado la muerte hasta ahora de más de 30.000 palestinos, hombres y mujeres, ancianos y niños. ¿Cómo no decirlo también?

Y esta afirmación, que es fruto de un mínimo espíritu de humanidad, no la escucho salvo muy contadas excepciones en el ámbito evangélico-protestante. Ni en declaraciones institucionales, ni medios de comunicación. Y me duele. Me duele por todas las víctimas. Me duele por los cristianos de la iglesia clandestina en Gaza, que también mueren bajo los bombardeos. Me duele por los misioneros que intentan explicar a los musulmanes que la fe cristiana no es su enemiga occidental. Me duele por nuestro propio testimonio.

Sólo quería dejarlo dicho. Un día, más o menos pronto, muchos preguntaran escandalizados por qué apenas se oyeron voces de cristianos evangélicos en este sentido. Y al menos quería dejar testimonio de la mía.

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* Boletín dominical de la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid (27 de Mayo de 1990) 

LOS ATROPELLOS ISRAELÍES sobre palestinos, hombres, mujeres y niños, sobrecogen por su crueldad y la soberbia con que son cometidos. No importa que las cámaras de televisión sean testigos de sus apaleamientos a prisioneros o los disparos sobre niños, ni parece inmutarles las continuas condenas de todos los organismos internacionales, incluso de Estados Unidos, su mayor aliado. Son ya centenares las víctimas.

Mientras tanto muchos cristianos guardan un silencio que algo tiene de cómplice. Parecen olvidar que los mismos profetas fueron los críticos más rotundos que siempre tuvo Israel cuando su conducta era opuesta a la voluntad de Dios. Hoy, sin embargo, al socaire de determinadas interpretaciones parciales de profecías del Antiguo testamento, tienden a identificar el “pueblo elegido” con el actual Estado de Israel. Y miran hacia otro lado.

Los pactos de Dios son, efectivamente, eternos e irrevocables (Rom.11,29). Pero ello no significa que haya bula permanente para quien dice ser hijo de Abraham (Rom.9,8). El centro del nuevo Pacto es la Iglesia: los hijos de Abraham según la fe y no la carne (Gál.3,7). Sólo el arrepentimiento y el nuevo nacimiento nos convierten en hijos de Dios. Cualquiera que sea nuestra nacionalidad.

Es lamentable y habla con claridad de la mísera naturaleza humana que las víctimas de ayer se tornen en verdugos hoy. Para toda persona, del origen que sea, que se opone a la voluntad de Dios y trata a sus semejantes como si apenas fueran bestias, sólo queda la opción del arrepentimiento y la humillación para poder esperar después la misericordia de Dios.