1. LA HISTORIA DE “LOS MISERABLES”: JEAN VALJEAN y JAVERT. Jean Valjean fue huérfano siendo un niño, adoptado por unos familiares cargados de niños y sumidos en la pobreza. Robó un pan para darles de comer y fue llevado a prisión. Durante 19 años se sucedieron prisiones y fugas. Acogido por un obispo piadoso (“No estudiaba a Dios; dejaba que lo deslumbrase”[1]) para pasar una noche, le robó unos cubiertos de plata y huyó. Fue detenido y llevado a presencia del obispo que afirmó no sólo que le había regalado los cubiertos, sino que le recordó que “se había olvidado” dos candelabros de plata y se los entregó también. Aquel gesto de gracia comenzó a quebrarle por dentro y aunque poco después robó a un niño, a los pocos instantes se quebró para siempre: el impacto de la gracia le transformó: “Andando el tiempo, me salvaron la indulgencia y la bondad, igual que me había perdido la severidad.”[2]
Javert en cambio era un hombre justo. Para consigo mismo y para con los demás sin excepción. Encarnaba la expresión: “Fiat iustitia, pereat mundus” (“Hágase la justicia aunque perezca el mundo”). Una interpretación benévola de la frase la ofreció Kant[3] pero a menudo se ha interpretado como un ejercicio inflexible, implacable, de la ley. Así era el inspector de policía Javert: un hombre de una “honradez implacable”[4], un hombre convencido de que: “ser bueno es muy fácil; lo difícil es ser justo”[5]. “El ideal de Javert no era ser humano, ser grande, ser sublime; era ser irreprochable.”[6] Javert persiguió a Jean Valjean toda la vida y le dañó todo lo que pudo. Pero cuando Jean Valjean pudo matar a Javert, le perdonó la vida. Esa gracia recibida era incomprensible para Javert: “Prefiero que me mate.”[7] Poco más tarde, aturdido por el impacto de la gracia recibida también Javert dejó escapar a Jean Valjean pero aquellos dos gestos eran “para su conciencia rectilínea, algo semejante al descarrilamiento de trenes”[8]: “Su alma presenciaba la aparición de todo un mundo nuevo: la buena obra aceptada y devuelta; la abnegación; la misericordia; la compasión violentando a la austeridad; la aceptación de personas; no más condenas definitivas; no más condenados a los infiernos; la posibilidad de una lágrima en los ojos de la justicia, una justicia no sabida, una justicia según Dios, en sentido inverso de la justicia de los hombres. Divisaba entre las tinieblas el amedrentador amanecer de un sol ético desconocido; lo espantaba y lo deslumbraba. Búho forzado a mirar con ojos de águila.”[9] Finalmente, no pudo soportar el colapso que la gracia había producido en él y desesperado, se quitó la vida lanzándose al río Sena.
2. LA HISTORIA DE LOS DOS HERMANOS (Lucas 15,11-32). Esta historia la contó Jesús: la historia del hijo pródigo que volvió a la casa del padre y, a pesar de sus muchas culpas, fue amparado por el abrazo acogedor de su padre, a quien no le importó manchar su ropa con el barro que cubría a su hijo. Esa historia tiene un segundo protagonista, que me recuerda mucho a Javert: el hermano mayor.
El hermano mayor era impermeable a la gracia que reinaba en el hogar. No percibía la gracia que le rodeaba, no se daba cuenta que también era amado con generosidad: “Hijo, tú siempre estás conmigo [y yo contigo], y todas mis cosas son tuyas.” (Lc.15,31). ¡Qué triste! Sumergido en una atmosfera de misericordia no era capaz de percibirla, ni tampoco de disfrutarla. Era un agraciado desgraciado porque ignoraba que lo era.
Puesto que no la
percibía, tampoco la ofrecía a otros. No compartía la alegría del padre, era un
agraciado sin gracia, un legalista implacable. Y ante el regreso del hermano
“que ha consumido tus bienes con rameras” (v.30), su actitud fue de enojo y a
pesar de los ruegos de su padre se negó a participar de aquella fiesta, que a
su parecer era a todas luces excesiva, injusta, inmerecida (v.28). “Hay mucho
resentimiento entre los ‘justos’ y los ‘rectos’. Hay mucho juicio, condena y
prejuicio entre los ‘santos’.”[10]
3. ¿QUÉ DE NOSOTROS? Nosotros
nos movemos entre la gravedad y la gracia: “Todos los movimientos naturales
del alma están regidos por las leyes análogas a las de la gravedad material. La
gracia es la única excepción.”[11]
Sólo la gracia no “cae”, la gracia eleva y nos eleva.
Vivimos tiempos de confusión moral y ese clima despierta un anhelo de firmeza, rotundidad, “al pan, pan”. La misericordia no tiene buena prensa, tampoco en la Iglesia, donde se la descalifica a menudo como “buenismo”, debilidad, falta de amor a la verdad. Pero nosotros somos hijos de la gracia, llamados a agraciar a nuestros semejantes en nombre de la gracia recibida de Dios en su hijo Jesucristo.
Todos nosotros hemos sido agraciados por Dios en su Hijo Jesucristo. Vivimos a diario de su gracia, misericordia, perdón, compasión. Dios nos libre de olvidar sumergirnos a diario en esta asombrosa verdad para que, siempre conscientes, podamos desarrollar “la disciplina de la gratitud”[12], la disciplina de la alegría, para con nosotros mismos y para con los demás.
Dios nos libre de convertir el anhelo de pureza en una actitud de crudeza (Troadec). Dios nos libre de un legalismo que destruya a las personas, al viejo grito del “cúmplase la ley aunque perezca el mundo”. Dios nos libre de hacernos culpable del reproche que Dostoyveski pone en labios de un personaje: “No tiene usted ternura. Sólo busca la verdad y por ello se vuelve injusto.”[13]. Dios nos libre de confundir la gracia con el tiro de gracia.
Los hombres y mujeres de esta sociedad son culpables de muchas cosas pero nuestra mirada sólo puede ser compasiva, a la manera de Jesús, quien las veía “como ovejas que no tienen pastor” (Mt.9,36); a la manera de Jesús que compartía mesa con pecadores porque estaba interesado en los enfermos y no en los sanos, y que reclamaba a sus discípulos: “aprended lo que significa: misericordia quiero, y no sacrificio” (cfr. Mt.9,11-11).
Qué terrible verdad: “El número de personas que han huido de la iglesia debido a que es demasiado paciente o compasiva es insignificante; el número de personas que han huido porque les resulta demasiado implacable, es trágico.”[14]
Mi respuesta. Si tuviera que dejar a la iglesia un mensaje final de mi ministerio sería éste: el ejercicio de la misericordia para con nuestros semejantes, a impulso de la misericordia recibida de Dios en su Hijo Jesús. Jean Valjean siempre llevó consigo hasta el final de sus días los dos candelabros de plata que le regaló el obispo, para no olvidar la gracia recibida que cambió su vida. Nosotros debemos tener presente a diario la cruz donde la gracia de Dios se ha derramado sobre todos nosotros.
Como iglesia nos hallamos ante un tremendo desafío: “Vivir en la sabiduría de la ternura [de Dios]aceptada [por mí].”[15] En otras palabras: ser una comunidad restauradora, una iglesia-hospital, aceptar a las personas en transición, respetar el proceso de cada persona con Dios, mirar el rostro del otro como lo miraría Jesús.
[1] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 73.
[2] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 311.
[3] Immanuel Kant: “La paz perpetua” In: Contestación a la pregunta: ¿Qué
es la Ilustración? Barcelona: Taurus, 2019. Pg. 63. “Y dicha frase es un
principio jurídico muy valiente, principio que corta todo camino sinuoso
trazado por la astucia o la fuerza. Es, sin embargo, necesario que se la
entienda bien, no interpretándola como un permiso que se nos otorgue para que
hagamos uso de nuestro derecho con el mayor de los rigores (cosa que
contradiría todo deber ético), sino como la obligación que tienen los poderosos
de no negar o disminuir a nadie su derecho por compasión o antipatía.”
[4] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 199.
[5] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 241.
[6] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 539.
[7] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 442.
[8] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 541.
[9] Victor Hugo: Los miserables.
Volumen 2. Madrid: Alianza Editorial, 2022. Pg. 539.
[10] Henri Nouwen: El
regreso del hijo pródigo. Madrid: PPC Editorial, 2011. Pg. 78.
[11] Simone Weil: La
gravedad y la gracia. Madrid: Caparrós Editores, 1994. Pg. 23.
[12] Henri Nouwen: El
regreso del hijo pródigo. Madrid: PPC Editorial, 2011. Pg. 93.
[13] F. Dostoyevski: El
idiota. Barcelona: Editorial Juventud, 2007. Pg. 516.
[14] Brennan Manning: El
impostor que vive en mí. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2019. Pg. 165.
[15] Brennan Manning: El
impostor que vive en mí. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2019. Pg. 89.