martes, 16 de enero de 2024

VITALIDAD INTERIOR EN JESUCRISTO

La práctica clínica tiene tres momentos: diagnóstico, pronóstico y tratamiento. El diagnóstico es “dar nombre al sufrimiento del paciente”. El pronóstico es un juicio clínico de la dolencia (leve, grave, reservado, …). El tratamiento vendrá dado por los dos elementos anteriores para procurar la curación o el alivio del mal. Ese esquema para sanar el cuerpo vale también para la salud del alma, de los individuos y de las sociedades.


1. DESESPERANZA (diagnóstico)

VIDA[1]

 

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

 

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

 

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

Este poema desesperanzado, escrito al final de la vida del poeta, es una ilustración del desánimo de muchos hombres y mujeres de nuestra sociedad. Una desesperanza que es más dolorosa entre los jóvenes porque ellos deberían ser la encarnación del entusiasmo. Los datos indican lo contrario: el 63’7% cree que no cobrará pensión de jubilación, el 52’9% piensa que nunca tendrá vivienda en propiedad.[2] El 61’8% de los jóvenes no se plantea tener hijos, al menos a corto plazo[3] (de hecho, la primera mitad de 2023 arroja la cifra más baja de nacimientos de la serie histórica).


2. EL PROBLEMA DEL CORAZÓN (pronóstico). El diagnóstico es claro: desesperanza (recordemos que cada dos horas una persona se quita la vida en España). Y el pronóstico es muy grave porque una vida des-corazonada, des-alentada (sin aliento) no puede sobrevivir.

Habréis oído decir que el corazón del problema es el problema del corazón. En términos anímicos y espirituales es completamente cierto. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” (Prov.4,23). Salvo excepciones dramáticas (que las hay), en la vida cotidiana no es “cómo nos van las cosas” las que quitan o dan vitalidad, ánimo, gozo, … porque estás disposiciones no vienen de fuera sino que brotan (o no) de dentro [prefiero hablar de ánimo, tono vital, que no de gozo, porque algunos asocian esa palabra con una actitud de jijijaja, que no se corresponde a la intención del texto bíblico]. Lo dice la sabiduría bíblica: “Todos los días del afligido son difíciles; mas el de corazón contento tiene un banquete continuo” (Prov.15,15) – “Para el abatido, cada día acarrea dificultades; para el de corazón feliz, la vida es un banquete continuo” (NTV) La Biblia enseña que no se trata de buscar estímulos para el corazón sino que del corazón brota el estímulo, la vitalidad, el gozo: “El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos” (Prov.17,22) Ahí tenéis el centro del problema, ese el diagnóstico de la radiografía espiritual: el espíritu triste, “el ánimo decaído” (NVI). Y el pronóstico es de suma gravedad porque no hay tratamiento posible “desde fuera”.


3. EL GOZO DEL SEÑOR ES NUESTRA FUERZA (tratamiento). “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”[4]. ¿Qué tratamiento será eficaz para hacer posible esta salud del alma? ¿Qué leña puede mantener el fuego del ánimo encendido? Muchos “se automedican, se autorecetan”: mayores dosis de sexo, de fiesta, mayores dosis de las cosas que el dinero compra. Jesús de Nazaret nos invita a buscar el ánimo, la vitalidad profunda, permanente, y resistente a las circunstancias en otro camino: en Él. “El gozo del Señor es vuestra fuerza” (Neh.8,10); “Regocijaos en el Señor siempre” (Filip.4,4). ….

…. En Él, más exactamente: “en toda bendición espiritual que viene de Dios a través de Él” (cfr.Ef.1,3),  las bendiciones espirituales con las que Dios Padre nos ha bendecido y bendice en Jesús: nuestros pecados han sido perdonados, somos hijos de Dios, tenemos la vida eterna, Cristo por el Espíritu está dentro de nosotros, podemos vivir una vida con propósito … Nuestro ánimo cobra vitalidad alimentado de estas bendiciones permanentes, presentes y eternas.

De ahí la exhortación del apóstol Pablo: “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2ªCor.4,18). “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col.3,2). Dicho a la manera de Jesús: No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mt.6,19-21). ¡De nuevo el corazón! Llenar el corazón de las verdades gozosas eternas para que alimenten el ánimo en todo tiempo. Además, nuestro Padre nos dará lo que necesitamos para esta vida, … cuando hallamos quitado nuestro corazón de ellas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mt.6,33)


4. ENFERMEDAD ESPÍRITUAL, TRATAMIENTO DEL ESPÍRITU. Hay muchas formas de creer en las promesas de Dios. Pero no todas afectan al vivir. Un síntoma claro de que esas verdades no han calado dentro de nosotros es el negativismo, que es una forma de incredulidad; ese tono negativo, derrotado de antemano. Sí, “el gozo es el resultado de nuestras certezas”[5]; en nuestro caso, las certezas de las promesas del Padre, de su presencia fiel en nuestras vidas. Pero a veces sufrimos “la enfermedad del olvido de las promesas de Dios” (Daniel Bores), una enfermedad contra la que nos advierte la Escritura: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Sal.103,2). Olvido, luego me angustio. Me angustio, luego desespero (desesperanza).

Hay muchas formas de creer en las promesas de Dios. Pero no todas afectan al vivir. Para que empapen el alma, el ánimo (y no sólo la mente), y nos llenen de vitalidad y esperanza, necesitamos ser enseñados por el Espíritu Santo: “… no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1ªCor.2,13).

Cuando por el Espíritu estas verdades calan en nuestro corazón, podemos soportar los tiempos difíciles sin desesperar: “En Él se alegrará nuestro corazón porque en su santo nombre [carácter] hemos confiado” (Sal.33,21).

Cuando por el Espíritu estas verdades calan en nuestro corazón, podemos disfrutar aún de las cosas más sencillas y cotidianas (y quien no sabe hacerlo, nunca tendrá bastante con nada): un paseo por el jardín, el rumor de los árboles bajo la brisa, un amanecer, una conversación relajada con un amigo, juntarse con la familia alrededor de la mesa la final del día, … “La vida resulta fascinante cuando podemos descubrir su romance y su belleza en lo sencillo, que tantas veces pasa desapercibido.”[6] Vivir en el gozo del Señor significa que en Él, muchos momentos y circunstancias “insignificantes” alimentan nuestra dicha. Y esa es nuestra fortaleza ante la vida.

Dicho con respeto a los dolientes severos: Nadie te amarga la vida, tú te la amargas. “No hay desgracia más grande que sentirse uno mismo desgraciado”[7]. Peter Handke escribió de los “ladrones de la ilusión”[8] pero a menudo somos nosotros mismos quienes cubrimos nuestra vida de oscuridad. Muchas personas no saben sufrir lo malo y sucumben ante el dolor; es comprensible. Pero lo dramático es ver a personas que tampoco saben disfrutar de lo bueno. Si ven una rosa, no contemplan su color ni respiran su aroma: sólo se fijan en la espina. Pero si las promesas eternas del Padre sustentan nuestra vida, podemos disfrutar de todo lo bueno que Él nos regala. “Disfruta de la prosperidad mientras puedas, pero cuando lleguen los tiempos difíciles, reconoce que ambas cosas provienen de Dios. Recuerda que nada es seguro en esta vida.” (Ecl.7,14 -NTV)


Mi respuesta. Vivir en el gozo del Señor significa que cuando toca llorar, lloramos, pero no convertimos la vida en una llorera. Vivir en el gozo del Señor significa que su Espíritu vivifica sus promesas en nuestro interior, que Él mismo siembra gozo, su gozo peculiar, ánimo vital en el interior (Gál.5,22). Y esa es nuestra fortaleza ante la vida: la vida de fe: “por la fe estáis firmes” (2ªCor.1,24). “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1ªJn.5,4).

Creer ¿no es albergar

un mediodía dentro,

luz que borra nostalgias,

hace frente al misterio,

abate pesadumbres,

y siega desalientos?[9]

Así como no todos los enfermos son conscientes de su dolencia física, no siempre somos conscientes de nuestros males del alma. Jesús nos muestra una magnífica herramienta para ver el estado anímico del corazón: nuestra manera de hablar. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc.6,45b). No creo en el sentido mágico de las palabras pero ese tono negativo con el que algunas personas se expresan, esa manera oscura, siempre derrotada de antemano, señala un “espíritu triste” y, lo que es peor, retroalimenta para mal el corazón. Por eso, hermano:

Renuncia a la incredulidad, el derrotismo, el negativismo.

Renuncia al Engañador, al enemigo de nuestras almas.

Cree, en la sabiduría del Espíritu Santo, las promesas eternas del Padre, que nada ni nadie nos puede robar. Anclados en los regalos eternos del Padre, que nada ni nadie nos puede robar, somos fuertes. Como dice el salmista: “tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco” (Sal.92,10); “el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” (Sal.103,5); “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is.40,31). Como dice Alfredo Ramón: “vamos adelante, alentados en el Señor”. Sí, Espíritu Santo, refresca en nuestras almas la fe viva en todas las bendiciones eternas del Padre, que nada ni nadie nos puede robar.

Madrid, 14 Enero 2024



[1] José Hierro: “Vida”. Cuaderno de Nueva York. Poesías completas (1947-2002). Madrid: Visor Libros, 2022. Pg. 781. (poema epílogo de su último libro «Cuaderno de Nueva York», dedicado a su nieta Paula Romero).

[4] Ernesto Sábato: La resistencia. Madrid: Alianza Editorial, 2014. Pg. 108.

[5] Eduardo Delás: 30 días con Jesús en el camino. Valencia: 2022. Pg. 124.

[6] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Madrid: Sociedad Bíblica, 1996. Pg. 35.

[7] Juan Luis Rodrigo: Fruta nueva. Madrid: Sociedad Bíblica, 1996. Pg. 104.

[8] Peter Handke: La noche del Morava. Madrid: Alianza Editorial, 2013. Pg. 170.

[9] José Hierro: “Fuegos de artificio en honor de Don Pedro Calderón de la Barca”. Poemas no recogidos en libro. Poesías completas (1947-2002). Madrid: Visor Libros, 2022. Pg. 786.

 

sábado, 13 de enero de 2024

ORACIÓN DE ESCUCHA


1. Reivindicación del silencio cristocéntrico

“En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación; sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra. (…) Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo.”[1]

El filósofo Byung-Chul Han reivindica el reposo contemplativo, la inactividad contemplativa, como “una forma de esplendor de la existencia humana”[2] frente a una vida percibida únicamente en términos de trabajo y productividad, en la que aún el “tiempo libre” es sólo un factor vinculado a la producción, descanso necesario para seguir produciendo, bien distinto al reposo creativo y relacional del Sabbat.

El silencio no es cualquier cosa. En palabras de Francesc Torralba: “El silencio no es la ausencia de lenguaje, sino otro tipo de lenguaje. Lo que los demás ignoran y ni siquiera imaginan en el silencio aflora. El silencio es un ácido cáustico que revela nuestras carencias y debilidades, por eso no lo aguantamos, aunque la persona trabajada en lo espiritual lo busca y convive con él. El silencio es una escuela, un aprendizaje: uno tiene que aprender a tolerarlo, a amarlo.”[3]

Ceñidos al ámbito religioso y espiritual, es evidente que no todos los silencios son iguales porque no todas las espiritualidades son iguales.  La meditación cristiana, a la que representamos, tiene características propias, diferentes a las llamadas espiritualidades postmodernas, puesto que su objetivo es introducir al cristiano en una intimidad vivida con el Dios de Jesucristo. Este es el aspecto que nos interesa: “el silencio como sensibilidad para la presencia de Dios y como reposo integral en Dios.”[4]

La Biblia alienta la práctica del silencio de manera expresa en diversas ocasiones y contextos, ya desde el Antiguo Testamento: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él” (Sal.37,7); “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: en descanso y en reposo seréis salvos; en quietud [silencio] y en confianza será vuestra fortaleza.” (Is.30,15); “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lam.3,26). Es cierto que las páginas del Antiguo Testamento presentan una prevalencia de la palabra; Dios habla, se da a conocer (“dijo Dios”). Pero a la vez el silencio aparece como “hermano de la escucha” (“Shema”, Deut.6,4ss). Y esa llamada a la escucha obediente a Dios está presente en la biografía de muchos personajes veterotestamentarios: Samuel (1ºSam.3), Salomón (1ºR.3), Elías (1ºR.18-19), Isaías (siervo sufriente, cap.53).

A menudo el silencio aparece referido en los Salmos incluso a Dios mismo como un paradójico silencio ante el dolor del inocente (83,1), del mismo modo que en Job, pero también encontramos el silencio en su valor positivo, por ejemplo, como una alabanza silenciosa del cosmos (19). Y, por supuesto, es fundamental la referencia al descanso sabático que, entre otras funciones, se ofrece al ser humano como un momento privilegiado del silencio.

En el Nuevo Testamento la oración aparece a menudo relacionada con el silencio, en una huida de la palabrería, buscando la auténtica densidad de cada palabra (Mt.6,5ss). El ejemplo de Jesús es definitivo: cuando inició su ministerio pasó cuarenta días en silencio, retirado en el desierto (Mt.4), antes de escoger a sus discípulos pasó toda la noche retirado en silencio (Lc.6,12), se fue a un lugar retirado al conocer la muerte de Juan el Bautista (Mt.14,13), hizo lo mismo después de alimentar a la multitud (Mt.14,23) o después de una jornada de trabajo (Mr.1,35). Habitualmente, Jesús: “se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc.5,16). En “silencio” realiza Jesús su ministerio (“secreto mesiánico”, Mr.3,12), e incluso en Jesús hallamos de nuevo el estupor ante el silencio del Padre, en el Calvario (Mt.27,46).

El silencio cristiano no es un silencio entendido como pérdida de identidad, como negación de la dimensión personal, como pérdida de conciencia, porque, bien al contrario, su propósito es la unificación amorosa con Jesucristo.  Toda experiencia de escucha y encuentro con Dios en el silencio, si es genuinamente cristiana desemboca en transformación personal en semejanza de Jesús y en compromiso de amor con el semejante a imagen de Jesús.


2. Oración contemplativa - Oración de escucha

Esta clase de oración “es obviamente más una experiencia del corazón que de la cabeza. (…) [pero se trata de una realidad más profunda que meras emociones] Al usar el lenguaje de los sentimientos, los contemplativos se refieren a una percepción de Dios experimentada profundamente: una clase de voz interior”[5]

Richard Foster señala tres pasos básicos en la oración contemplativa[6]. Así como hablamos de RCP en medicina (Reanimación Cardio Pulmonar), podemos en este contexto hablar de RCE (Recogimiento, Contemplación, Escucha).

1. RECOGIMIENTO (estar presentes en el lugar donde estamos). “El recogimiento incluye recogernos hasta que estemos unificados o completos. La idea es hacer salir todas las distracciones que compiten dentro de nosotros hasta que lleguemos a estar verdaderamente presentes donde estamos [a lo que estamos].

“En Dios solamente está acallada mi alma” (Sal.62,1).  “Si quieres oír en ti la palabra paterna, misteriosa y confidencial, que se te dice en un secreto susurro en lo más íntimo del alma, es preciso que en ti y a tu alrededor se haya calmado toda tormenta: que seas una oveja dulce, tranquila, sumisa; que pierdas tus furores y escuches con tranquila dulzura esta voz amable.”[7]

En ocasiones, anclar nuestra mente a una frase o un pasaje breve de la Biblia ayuda al recogimiento.”[8] Se trata, pues, de poner toda la atención en Dios. Para ello es importante encontrar una postura corporal que facilite esa actitud, así como dejar marchar todas los pensamientos y otras distracciones que nos impiden “estar verdaderamente presentes donde estamos”.

A menudo, el primer fruto de esta actitud de recogimiento es un espíritu de arrepentimiento y confesión. El Espíritu Santo nos hace conscientes de miserias y pecados en una manera que las excusas o las autojustificaciones se hacen superfluas y somos llevados a un sentir de confesión primero y de gozoso perdón después. En realidad, el verdadero silencio y la verdadera escucha de Dios son imposibles sin este tiempo inicial.

2. CONTEMPLAR (DENTRO) AL SEÑOR. Dicho en términos habituales de los primeros cuáqueros: “vueltos internamente al Señor”[9]. “Contemplar al Señor habla de una mirada del corazón constante y hacia adentro, enfocada hacia Dios, el centro divino. Nos complacemos en la calidez de la presencia de Dios. Nos sumergimos en el amor y el cuidado de Dios.”[10] Estas indicaciones pueden parecer sospechosas de esoterismo a oídos poco acostumbrados pero lo cierto es que venimos cantando de esta práctica desde hace décadas: “No busques Cristo en lo alto, ni tampoco en la oscuridad; muy dentro de ti, en tu corazón, puedes alabar a tu Señor” (Luis Alfredo Díaz). En otras palabras: “… acercarse a Dios, que sólo puede ser hallado en lo profundo del interior, en el centro de nosotros mismos que es el Sancta Sanctorum donde Él habita.”[11]

3. ESCUCHA DE DIOS (prestar atención hacia adentro). Estamos propiamente ahora en la oración de escucha. El recogimiento y la contemplación hacen posible que “mi casa está siendo acallada”, en palabras de San Juan de la Cruz, para discernir la voz de Dios. Esa voz se distingue por varios factores[12].

El primero es la “calidad” es esa voz: “La calidad de la voz de Dios es más un asunto del peso o impacto que una impresión sobre nuestra conciencia. Cierta fuerza calma y tranquila con la cual las comunicaciones de Dios impactan nuestras almas nos inclina hacia la aceptación e incluso hacia la conformidad activa.”[13]

El segundo es el “espíritu” de la voz de Dios. “Es un espíritu de paz y confianza exaltada, de gozo, de sensatez y de buena voluntad. (…) En pocas palabras, es ‘el espíritu de Jesús’, y con esa frase me refiero al tono y a la dinámica interna en general de su personalidad como un todo.”[14] (Cfr. Stg.3,17).

El tercero es el contenido de la voz de Dios: “el contenido de una palabra que es verdaderamente de Dios siempre estará de acuerdo y será consecuente con las verdades sobre la naturaleza y el Reino de Dios que son claras en la Biblia.”[15]

Desde luego, es posible confundir la voz de Dios con nuestra propia voz, o la del Enemigo. Pero como toda relación personal, también la relación con Dios y la escucha de su voz deben cultivarse con el tiempo y la práctica.

 Madrid, 19 Noviembre 2023



[1] Alain Corbin: Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días. Barcelona: Acantilado, 2019. Pgs. 7-8.

[2] Byung-Chul Han: Vida contemplativa. Barcelona: Taurus, 2023. Pg. 12.

[4] Anselm Grün: Elogio del silencio. Santander: Editorial Sal Terrae, 2004. Pg. 54.

[5] Richard Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994. Pg. 198.

[6] Cfr. Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pgs. 49-73. A menudo, Foster (o el traductor) habla de meditación cuando es más exacto hablar de contemplación, para diferenciar esta práctica de la reflexión bíblica.

[7] Johannes Tauler: Sermones. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2010. Pg. 111. Tauler, dominico renano del siglo XIV, que tuvo gran influencia en Lutero.

[8] Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 52.

[9] Robert Barclay: Esperando en el Señor. La Biblioteca de los Amigos: www.bibliotecadelosamigos.org. Pg. 38.

[10] Richard Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 59.

[11] Madame Guyón: El modo breve y muy sencillo de orar … Madrid: Marronyazul, 2021. Pg. 28.

[12] Cfr. Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pgs. 260-266.

[13] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 262.

[14] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 264.

[15] Dallas Willard: Escuchar a Dios. Buenos Aires: Editorial Peniel, 2016. Pg. 266.

ESPIRITUALIDAD DE ESPIRITUALIDADES, ¿TODO ES ESPIRITUALIDAD?

INTRODUCCIÓN

Espiritualidad de espiritualidades, ¿todo es espiritualidad? Así pareciera porque muchas personas dicen vivir la espiritualidad en los aspectos más recónditos de la existencia humana, de modo que se habla por ejemplo de la espiritualidad del aficionado al fútbol, como se habla cada vez más de sexualidad tántrica como forma de espiritualidad o incluso de “ateísmo espiritual”. Nos hallamos claramente ante el modelado de la espiritualidad a manos de la ya “vieja” Postmodernidad.


1. LAS ESPIRITUALIDADES POSTMODERNAS

Son bien conocidos de todos los rasgos básicos del pensamiento postmoderno que, en esencia, podría identificarse como “la incredulidad con respecto a los metarrelatos”[1] Un poco más en extenso, podemos dibujar el perfil del pensamiento postmoderno en los siguientes términos[2]:

  1. Relativismo. “Pensamiento débil” (Gianni Vattimo) y “convencimiento débil” (Rubert de Ventós).
  2. Crepúsculo del deber y del sacrificio, con rechazo consecuente de toda noción de culpa y aún de responsabilidad personal ante nada y ante nadie. “Las gentes ya no queremos obrar porque así lo exigen deberes incondicionados, sino porque nos apetece hacerlo en un sentido u otro” (G. Lipovetsky)
  3. “Ética de náufragos” (J.A. Marina), un “sálvese quien pueda” para tiempos de crisis.
  4. Individualismo. “El individualismo es el código genético de la democracia moderna” (G. Lipovetsky), un individualismo “responsable”, por no llamarlo egoísta, que defenderá los derechos de los demás para mejorar los propios.

En ese contexto postmoderno, alérgico a los macrorrelatos, no hay lugar para la religión, que es el macrorrelato por excelencia, sustituida por las llamadas “religiones de reemplazo”, “religiones de plástico”, “religiones de supermercado”, “el retorno de los brujos” (Louis Pauwels y Jacques Bergier). Se trata a menudo de religiones y espiritualidades “transpersonalistas”, en las cuales no existe Dios o existe de forma no-personal, y que alientan la disolución de toda identidad personal, en el absoluto impersonal del nirvana, la “evaporación nirvanática de la existencia”[3]

Un perfil básico de estas espiritualidades ofrece las siguientes características[4]:

1.       Del monoteísmo al politeísmo y, por tanto, sincretismo: “hágaselo usted mismo”. Una especie de “religión a la carta”: “El concepto se explica solo: concibe los asuntos del alma como algo personalizable. En un mundo individualista, de consumismo avanzado, los fieles se comportan como clientes y meten en su carrito solo los elementos que les interesan. ‘Ahí está el inicio de la espiritualización social’, señala González-Anleo. ‘Cada vez menos productos del pack religioso entran en el carrito del consumidor espiritual y cada vez van entrando más que no estaban en el credo institucionalizado’.”[5] Bien puede hablarse en este sentido de poligamia espiritual.

  1. Menosprecio de la dimensión comunitaria y, por tanto, renuncia a cualquier forma de compromiso solidario con el semejante.
  1. Narcisismo. Búsqueda del “bienestar” privado y, por tanto, búsqueda de lo “inmanente placentero” junto al rechazo de cualquier forma de culpabilidad.

Dicho de forma aún más resumida, no pocas espiritualidades contemporáneas se orientan a la búsqueda de una creencia que[6]:

  1. Me haga sentir bien.
  2. No me exija esfuerzo ni compromiso.
  3. No limite mi libertad personal (tampoco en valores y conducta moral).

Ilustremos esta concepción de las espiritualidades contemporáneas con un testimonio cercano:

Bailes, filtros, recetas, chistes, trucos de belleza… Entre el flujo de contenido constante, adrenalínico y chillón de TikTok se cuela un vídeo sencillo que habla de la rutina monástica. ASMR para el alma. ‘He venido a pasar unos días con una de mis mejores amigas, que es monja contemplativa, en un monasterio de un pequeño pueblito euscaldún’, dice una voz en off mientras las imágenes muestran escenas del convento renacentista de la Santísima Trinidad de Bergara, en Gipuzkoa. ‘He venido a coger un poco de calma y a vivir un poco slow, un concepto que ahora está muy de moda, pero que las monjas llevan haciendo toda su vida’. Isabel Sorribas Rivera suele colgar recetas en su canal de TikTok, pero hace unas semanas decidió compartir su experiencia en este convento. No era nada muy exótico: lecturas, paseos por el campo, dar de comer a las gallinas, cuidar el huerto y escuchar a las monjas cantar. Pero el vídeo, de alguna forma, conectó con la gente y se viralizó. ‘De repente, tenía un millón de visualizaciones en un día’, recuerda en un intercambio de audios. ‘Supongo que es porque todos nos podemos identificar con ese contenido, porque todos llevamos una vida muy rápida y necesitamos un parón’, reflexiona.

Sorribas es creadora de contenido, vive en el centro de Madrid y tiene 31 años. Es espiritual, pero no religiosa. Y su caso es cada vez más común. Según el informe de laicidad de la Fundación Ferrer i Guàrdia, presentado a finales del pasado marzo, las personas aconfesionales se acercan al 40% en España, y ese porcentaje se dispara hasta rondar el 60% al centrarse en los menores de 38 años. La tendencia es clara y se ha acelerado después de la pandemia. Dios no está de moda. Pero muchos de los ritos que envuelven su figura, sí. Se han reciclado, en un exitoso rebranding litúrgico que ha sobrepasado los muros de la Iglesia. (…)

Entre la repetición de salmos católicos, de mantras budistas o respiraciones mindfulness más diferencias formales que finales. ‘Se trata de valorar las cosas más pequeñas del día a día’, explica Sorribas, que además de creadora de contenido es teóloga. ‘En ellas hay quien encuentra a Dios. Yo no lo hago, pero me encuentro a mí misma, encuentro paz’.”[7]


2. LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

La espiritualidad cristiana es profética, personalista y comunitaria. Y, por tanto, peculiar y distinta a otras en su propósito, en sus medios y en su marco[8].

  1. Distinta en su propósito. Frente al carácter introspectivo, hedonista y transpersonal de otras, el propósito de la espiritualidad cristiana es bien distinto: no busca un estado sino el cultivo de una relación personal con un Dios personal, el Dios de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo.
  2. Distinta en sus medios. En lugar de técnicas, ejercicios o mantras que permitan “vaciar la mente”, la oración cristiana es un trato despierto, activo, con Dios; una relación que se modela a la luz de la autorrevelación de Dios en la Biblia.
  3. Distinta en su marco. Lejos de “viajes transpersonales” de subida a las alturas del Cosmos o de bajada a las profundidades del ser interior, el cristiano tiene como referencia clarificadora la Escritura y como eje central a Jesucristo mismo.

También conviene destacar la peculiaridad de la espiritualidad cristiana por sus dimensiones morales y comunitarias[9]:

  1. Espiritualidad ética. Encontramos con cierta frecuencia en el libro del Génesis la expresión “caminar con Dios” para señalar la relación personal entre el individuo y Dios, así Enoc (Gén.5:22,24), Noé (Gén6,9), o Abrahm (17,1). Pero pronto se advierte que esta comunión personal requiere por parte del individuo un comportamiento moral agradable a Dios. Noé “era un hombre justo y honrado entre sus contemporáneos” (6,9 -BLPH). Y expresamente Dios lo reclama de Abraham: “anda delante de mí y sé íntegro” (17,1 -NVI). Toda la espiritualidad de Israel está impregnada de este carácter moral. El Pentateuco, los libros sapienciales y los profetas no harán sino desarrollar este mismo principio. Y otro tanto hallamos en el Nuevo Testamento: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; (…) El que me ama, mi palabra guardará” (Jn.14:21,23). “Esto está en un marcado contraste con las diferentes formas de meditación en muchas religiones del mundo. El énfasis bíblico está siempre en el cambio ético, la transformación del carácter, la obediencia a la Palabra del Señor.”[10]

Contraria a la espiritualidad cristiana es toda meditación que ignora al otro, que se agota en la autosatisfacción, una espiritualidad del yo egoísta, sin tú, sin nosotros, sin dimensión comunitaria, una meditación sin prójimo … “la meditación trascendental del propio ombligo” (Carlos Díaz)

  1. Espiritualidad comunitaria. La relación con Dios es personal pero la intención de Dios, en Jesucristo, es crear una familia, un edificio, un cuerpo, que se ofrezca ante el mundo como testimonio del reino de Dios y sus valores. El libro de los Hechos y todas las epístolas enseñan enfáticamente esta verdad.


3. DE LA BIBLIA A LA INTIMIDAD CON DIOS (Lectio divina)

La referencia primera y obligada de la espiritualidad cristiana es la Biblia. Sin ella, toda espiritualidad deviene mera subjetividad, cuerpo sin esqueleto que lo sostenga (von Balthasar). Pero no cualquier acercamiento a la Escritura alimenta la espiritualidad. No cabe la superficialidad ni basta la erudición. Es menester dar lugar a la intervención del Espíritu, para que la Escritura no sea mera suma de “cadáveres proposicionales” (E. Peterson). Es el Espíritu quien convierte el logos siempre objetivo, verdadero, de valor universal, en rhema, palabra dirigida por el Espíritu, de aplicación personal y concreta. Jesucristo, Palabra encarnada, nos llama a un “encuentro” con Él (E. Brunner) a través de la Palabra escrita, leída en el Espíritu. La verdadera meditación, por tanto, es «conocimiento que genera amor»[12]

Sería un error dramático considerar la meditación como un ejercicio meramente estético o autocomplaciente. “En la oración meditativa Dios siempre está dirigiéndose a nuestra voluntad. Cristo nos confronta y nos pide elegir. Habiendo escuchado su voz, tenemos que obedecer su Palabra. Es el llamado ético al arrepentimiento, al cambio, a la obediencia, lo que distingue más claramente a la meditación cristiana de su contraparte oriental y secular. En la oración meditativa no hay pérdida de identidad, no hay unión con la conciencia cósmica, ni ilusorios viajes astrales. Por el contrario, estamos llamados a una obediencia de vida transformadora, porque nos hemos encontrado con el Dios viviente de Abraham, Isaac y Jacob. Cristo está verdaderamente presente en medio nuestro para sanarnos, perdonarnos, cambiarnos y darnos su poder.”[13]

La Lectio divina ofrece un modo de acercamiento al texto sagrado que facilita su lectura como experiencia de diálogo personal con Dios. “No razonamos el texto sino únicamente lo usamos como medio para enfocar el espíritu, conscientes de que el ejercicio principal debe ser la presencia de Dios y de que el tema leído debe servir más bien para sujetar el espíritu que para ejercitarlo en el razonamiento.”[14] El primero en utilizar la expresión fue Orígenes (aprox. 185-254). El método más conocido de lectio divina es del monje cartujo Guigo II, del siglo XII con sus cuatro momentos de lectio, meditatio, oratio, contemplatio. Su objetivo: «entrar en íntima relación con Dios para crecer en ese conocimiento que es experiencia viva de amor».[15] No es sólo un ejercicio privado sino que debe practicarse desde una perspectiva comunitaria, para que la espiritualidad no se convierta en un castillo cerrado, alejado del resto de la comunidad cristiana y del resto de la humanidad.

Lectio. Nos preguntamos qué dice el texto. Para comprender la Palabra. Y poder descubrir lo que Jesús quiere enseñarnos a través del autor inspirado.

Meditatio. Nos preguntamos qué me/nos dice el Señor con su Palabra. Para actualizar la Palabra. Y poder interpretar la vida, conocer su sentido, mejorar nuestra misión y fortalecer la esperanza.

Oratio. Nos preguntamos qué quiero decirle al Señor después de haber escuchado su Palabra. Para dialogar la Palabra. Y poder dialogar con Dios y celebrar nuestra fe en familia o comunidad.

Contemplatio. Nos adentramos ahora en la oración contemplativa. Con este nombre, que es familiar a la tradición cristiana, se designa el momento en que la lectura de la Palabra de Dios y la reflexión sobre el misterio desembocan en la quietud admirativa, en el contacto, en la experiencia.”[16] Como cuenta Victor Hugo del obispo de Digne, personaje de Los miserables: “No estudiaba a Dios; dejaba que lo deslumbrase.”[17]

La contemplación supone disfrutar de la presencia de Dios, que nos da una nueva mirada de la realidad y nos permite encontrar Su presencia en los acontecimientos de la vida cotidiana. En esa disposición recogida y cautivada ante el Señor, cuando “mi casa está siendo acallada” (San Juan de la Cruz), se nos hace “fácil” escuchar al Señor. Esa “suave voz interior” nos guía si somos capaces de escuchar con humilde atención y disposición de obediencia. “Contemplar al Señor habla de una mirada del corazón constante y hacia adentro, enfocada hacia Dios, el centro divino. Nos complacemos en la calidez de la presencia de Dios. Nos sumergimos en el amor y el cuidado de Dios. El alma, introducida en el lugar santo, se asombra por lo que ve.”[18] Es como si entráramos al lugar santísimo, y ese lugar santísimo estuviera dentro de nosotros.

Pongamos un ejemplo de esta actitud contemplativa:

Estoy en casa solo y tengo toda la tarde por delante. Me siento en un sillón y tomo en mis manos un álbum de fotos antiguas. En una primera pasada voy mirando las fotos una tras otra, reconociendo las personas que allí aparecen y las situaciones en que nos encontrábamos.

                 De repente hay una foto que llama poderosamente mi atención. Dejo ya de pasar las hojas del álbum y me detengo en esa foto especial. Me quedo mirándola largamente. Recuerdo alguna anécdota de lo que pasó ese día en que se tomó la foto. Me fijo en los detalles, la sonrisa de uno, la cara de disgusto de otro, las modas ridículas que se usaban entonces.

              Conforme voy “meditando” en esa foto, me empieza a invadir un sentimiento de ternura y bienestar. ¡Qué bien lo pasamos! ¡Qué gente tan magnífica! ¡Qué suerte haberles conocido! ¡Cuánto tiempo sin verles! Dejo ya de fijarme en los detalles, para captar la imagen en su globalidad. Mi mente se queda en blanco y me entrego a ese vago sentimiento de añoranza que me hace sentirme en paz y alegre. He alcanzado la fase de contemplación.

   (….)

                 Pero este momento de contemplación no nos aleja de la realidad, no nos sumerge en un mundo de fantasías, sino que nos devuelve más lúcidos a la realidad, más conscientes de quiénes somos y de cuál es el sentido de nuestra vida.

                 Volviendo al ejemplo de la fotografía, es muy probable que al acabar la contemplación sienta unas ganas muy grandes de coger el teléfono y llamar a alguna de esas personas de la foto a quienes no veía hace tiempo. La contemplación me ha dinamizado y me ha cargado de motivos para entrar en contacto con ellas.[19]

 Las Palmas, 27 Octubre 2023



[1] J.F. Lyotard: La condición postmoderna. Madrid: Editorial Cátedra, 1984. Pg. 10.

[2] Cfr. Carlos Díaz: Manual de historia de las religiones. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997. Pgs. 579-583.

[3] Carlos Díaz, “Horror al confesionario”, 2023. Inédito.

[4] Cfr. Carlos Díaz: Manual de historia de las religiones. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997. Pgs. 598-601.

[6] Pablo Martínez Vila: “Características esenciales y diferenciales de la meditación cristiana frente a otras meditaciones”. In VVAA: ¿Todas las meditaciones son iguales? Barcelona: Andamio Editorial, 2022. Pg. 44.

[8] Cfr. Pablo Martínez Vila: “Características esenciales y diferenciales de la meditación cristiana frente a otras meditaciones”. In VVAA: ¿Todas las meditaciones son iguales? Barcelona: Andamio Editorial, 2022. Pgs. 47-61.

[9] Cfr. José María Martínez: “La espiritualidad evangélica hoy”. In ALETHEIA, nº 38, 2/2010. Pgs. 5-18.

[10] Richard J. Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 18.

[11] Adaptado de “Taller de Oración”. Emmanuel Buch, capítulo II.

[12] M. HERRÁIZ GARCÍA, “Oración mental (meditación)”, en C. Rossini-P. Sciadini (eds.) Enciclopedia de la oración. Madrid: San Pablo, 2014. Pg. 267.

[13] Richard Foster: La oración. Miami: Editorial Caribe, 1994.  Pg. 185.

[14] Madame Guyón: El modo breve y muy sencillo de orar … Madrid: Marronyazul, 2021. Pg. 28.

[15] A. M. CÁNOPI, “Lectio divina”, en C. Rossini-P. Sciadini (eds.), Enciclopedia de la oración, San Pablo, Madrid 2014,Ibid, 331.

[16] S. Gamarra: “La oración cristiana”. In Teología espiritual. Madrid: BAC, 1994. Pg. 171

[17] Victor Hugo: Los miserables. Volumen 1. Madrid: Alianza Editorial, 2015. Pg. 73.

[18] Richard J. Foster: Santuario del alma. El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2012. Pg. 59.

[19] Juan Manuel Martín-Moreno: Orar con los Salmos. Bilbao: Ediciones Mensajero, 2011. Pgs. 111-112.